Volver a enamorar: qué necesitamos para lograrlo

“El peronismo será revolucionario o no será nada” (Eva Perón).

Por qué dejamos de enamorar

Para volver a enamorar, lo primero es tener en claro por qué dejamos de hacerlo. La respuesta parece sencilla: no estamos cumpliendo nuestro objetivo central de procurar la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación. Pruebas al canto: más allá de todas las múltiples dificultades que viene enfrentando nuestro gobierno, la realidad nos indica que, mientras la economía y el empleo crecen, la pobreza aumenta, incluyendo a muchos que tienen empleos formales.

Este incumplimiento no surge de la nada. Tiene sus raíces en debilidades propias de nuestro gobierno y también en debilidades de nuestro espacio político que deben ser asumidas y corregidas: entre otras, el señalamiento de rumbos inequívocos y anuncios acertados que no son acompañados por hechos en el mismo sentido, cuando no son vueltos atrás; las fallas de comunicación gubernamental que no muestran cabalmente lo realizado, ni las dificultades que hemos enfrentado; la desmoralización de la militancia y un bajo nivel de participación; la pérdida de presencia territorial y de niveles de organización; y las debilidades en el armado político, que no nos han permitido construir una base de poder popular capaz de controlar múltiples cuestiones territoriales, como precios, suministros, obras y políticas públicas, cuestiones de salud, artística, deportiva y educativa.

Esas debilidades no sólo han generado un creciente desinterés en la política, una reducción del porcentaje de votantes sobre el padrón general y una pérdida relativa de votos propios en la última elección, sino que han permitido que nuestros adversarios no solo se agranden y nos pierdan públicamente el respeto, lo que llegó al extremo de que el atentado contra Cristina fue minimizado o ninguneado por los medios y por la propia jueza que interviene en una causa virtualmente paralizada.

 

Dónde estamos hoy

No hace falta explayarnos sobre lo que es para todos evidente: nos estamos enfrentando a un golpe de Estado de los grupos económicos y los medios de comunicación concentrados, en alianza con la Corte Suprema de [in]Justicia y buena parte jueces y fiscales. Alianza que opera simultáneamente en tres frentes: una presión constante sobre el nivel inflacionario, en especial de los alimentos, que nada tiene que ver con los costos reales; un ataque permanente a nuestra moneda que sólo persigue una devaluación totalmente innecesaria; todo ello complementado con una guerra judicial contra Cristina Fernández de Kirchner y quienes la siguen.

 

Confusión ideológica

Lo segundo para volver a enamorar es corregir algunas creencias equívocas que circulan incluso entre nuestras propias filas y que generan confusiones ideológicas: no es enteramente cierto que en el mundo en que vivimos exista un desencanto con la democracia. El desencanto es cierto, pero lo que vivimos es una plutocracia –el gobierno apátrida de los más ricos– disfrazado de democracia. Vivimos en un sistema mundial en el cual el 1% más rico de la población mundial se enriquece a costas del 99% restante que se sigue empobreciendo. Eso es posible sólo cuando se ha perdido la primacía del bien común y cuando en la realidad efectiva gobiernan los ricos y no los representantes formales de las mayorías populares, a quienes imponen sus condiciones. Todavía peor es que ese enriquecimiento es a costas de la prosperidad futura, factura que le estamos dejando a los más jóvenes y a nuestros propios hijos.

Esta confusión no es menor, ya que explica el giro a la derecha que se está produciendo en nuestro país y en el resto del mundo, especialmente entre los más jóvenes: si la bronca popular se dirige equivocadamente contra la democracia y contra la política, su principal dinámica de funcionamiento, los poderosos no sólo seguirán conduciendo al mundo según sus propios intereses, sino que además serán reconocidos como salvadores. Lo anticipó Perón hace 70 años: “Tengan mucho cuidado, pueblo mío, porque llegará el día que no necesitarán bombas ni atentados, para destruirlos usarán el estómago. Los poderosos causarán tanta inflación que los confundirán y los dividirán, y ustedes elegirán cómo conductores a los mismos verdugos que manejan la guillotina”.[1]

La constatación de que estamos viviendo bajo la conducción efectiva de nuestros verdugos es que el mal acuerdo con el FMI hace evidente que este organismo es quien gobierna de hecho nuestros destinos. Cada decisión de nuestro gobierno está condicionada por el FMI: la moratoria de ANSES, la tasa de interés bancaria, los programas de asistencia, el nivel de reservas, etcétera. Por si fuera poco, como castigo pagamos una sobretasa, mientras el ajuste recae sobre los más indefensos. El plan del FMI es inflacionario, y la brutal tasa de interés solo está destinada a sacar dinero de circulación, perjudicando a las PyMEs y al mercado interno por vía de una recesión significativa. Si defendemos la independencia económica y la soberanía política, no podemos más que repudiar, rechazar y denunciar que ese organismo no es más que un instrumento de dominación, cuyas políticas arruinan la economía y cualquier posibilidad de mejora de las condiciones de vida populares.

Por si todo ello fuera poco, recibimos continuas presiones de los Estados Unidos para bloquear cualquier acuerdo con los BRICS en áreas de defensa, comunicaciones, energía nuclear o recursos naturales, aduciendo que todo lo que hagamos en esa dirección afecta sus intereses.

 

Volver a enamorar

El tercer requisito para volver a enamorar es asumir el camino correcto y necesario para lograrlo. Queda claro que la negociación con nuestros verdugos no es un camino viable: ellos sólo pretenden destruirnos lo más rápida y dolorosamente posible. Nuestro camino consiste ni más ni menos que mostrar a la sociedad nuestras propuestas y confrontarlas con las del neoliberalismo. Tenemos que desenmascarar ante la opinión pública las causas reales de la inflación y del aumento de la pobreza, mostrando el impacto que tendrían las políticas neoliberales que como única solución vienen proclamando los candidatos cambiemitas y los ultraliberales.

Para ello contamos con fortalezas importantes, tales como una fuerte voluntad de unidad por parte de todos los integrantes del FDT; el reconocimiento de la riqueza que brindan las diversidades y del valor de la búsqueda de consensos; el mantenimiento de nuestra tradición frentista arraigada en amplios sectores de la sociedad, asegurando un piso mínimo de votos a nivel nacional y fundamento imprescindible para el resurgimiento de una mística, un nuevo proyecto y una esperanza popular; el liderazgo indiscutible y las expectativas que genera Cristina Fernández de Kirchner, a pesar de las persecuciones legales. Todas esas fortalezas nos ponen en condiciones de apelar al sentido nacional y popular de justicia social para contrastar con el neoliberalismo, poniendo en evidencia las diferencias entre su modelo de dependencia colonial y nuestra visión de liberación nacional y social. Sobre la base de esas fortalezas tenemos que proponer y dar a conocer una clara plataforma electoral con soluciones efectivas a los problemas que nos aquejan, entre otras:

  • la eliminación del déficit fiscal, sin recurrir al consabido ajuste a los sectores populares, sino mediante la eliminación de la informalidad económica, que sólo favorece a los más poderosos;
  • el ataque a la inflación mediante medidas efectivas, incluyendo una intervención directa del Estado en el mercado de alimentos;
  • la renegociación del pago de la deuda externa sobre la base de las violaciones del FMI a sus propios estatutos y haciendo que los costos de esa renegociación recaigan en quienes la fugaron y se beneficiaron con esa fuga;
  • políticas de desarrollo productivo y de generación de empleo de calidad y con amplio sentido federal y con especial foco en las PyMEs;
  • el aseguramiento de un manejo soberano en la extracción y la industrialización de los recursos naturales que disponemos en nuestro territorio, en especial el litio y demás minerales, el gas natural y el agua;
  • políticas de inclusión social y justa distribución de la riqueza que tome como objetivo la recuperación del salario y de los ingresos de los sectores más rezagados, recuperado el fifty-fifty;
  • políticas educativas y de desarrollo científico y tecnológico que brinden una adecuada capacidad para enfrentar el futuro a los más jóvenes y a las generaciones venideras;
  • reestructuración de la Justicia, eliminando de su funcionamiento cualquier injerencia política y de los poderes fácticos;
  • una firme política internacional multipolar que juegue en función de nuestra soberanía y nuestros intereses nacionales.

Pese a que estamos viviendo en el mundo un giro hacia las políticas de derecha, ante la crisis de legitimidad que viene enfrentando el capitalismo en su fase neoliberal, tenemos la capacidad y la obligación política de plantear un límite a la plutocracia y de establecer un modelo de desarrollo en el cual el trabajo y el capital repartan equitativamente los beneficios. En definitiva, tenemos que volver a enamorar, convenciendo a las grandes mayorías populares de que, para alcanzar la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación, el único camino viable, por arduo que sea, es el ejercicio efectivo de la justicia social, la independencia económica y la soberanía política.

Mucho agradecemos los aportes y comentarios que –con la urgencia que la coyuntura impone a estos temas– nos hicieron llegar Manuel Pedreira, Juan Manuel Peluffo, Santiago Herradón, Sylvia Schulein, Mónica Corrales, Miguel Ángel López, José Héctor Suchowiercha y José Luis González. En todos los casos los aportes recibidos fueron incorporados al texto según nuestro propio criterio, que no necesariamente coincide con el de quienes nos los hicieron llegar. Por ello el texto final no compromete la opinión de los consultados y mucho menos la opinión de las organizaciones o instituciones a las que pertenecen. También mucho agradeceremos cualquier aporte o comentario que merezcan estas ideas y que hagan llegar a nuestros correos josemafumagalli@gmail.com y vetelamas@gmail.com, así́ como la difusión que puedan dar a estas líneas por los medios a su alcance.

 

[1] Discurso del 15 de abril de 1953, en Plaza de Mayo, en el cual Perón atacaba el agio y la especulación que ya generaban una desmedida suba de precios. Durante el discurso explotaron dos bombas, con un saldo de seis muertos y 90 heridos, entre ellos 19 mutilados. El grupo terrorista estuvo integrado, entre otros, por Roque Carranza, Carlos Alberto González Dogliotti y los hermanos Alberto y Ernesto Lanusse.

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