Juan Domingo Perón, pionero en la construcción de una sociedad multicultural y multirreligiosa

Mi viaje en la historia argentina empezó hace 35 años, al trabajar sobre mi tesis doctoral dedicada al pacto Perón-Franco, lo que resultó en mi primer libro, publicado en Estados Unidos, España y Argentina: Entre el abismo y la salvación: el pacto Franco-Perón. Me interesaba entender el porqué de una alianza entre dos regímenes tan distintos. A partir de ese momento he trabajado principalmente, aunque no exclusivamente, sobre distintos aspectos del movimiento justicialista. A lo largo de estos años he publicado, probablemente, más libros sobre la historia argentina del siglo XX que cualquier otro historiador extranjero.

Trabajar sobre el peronismo no es fácil. Trabajar sobre el peronismo desde Israel es un desafío mayor. Al estar lejos de los archivos y los centros de documentación, y al no ser el castellano mi idioma materno, estoy seguro de que pierdo muchos matices. Sin embargo, trabajar sobre el peronismo desde lejos también tiene sus ventajas. Al no ser argentino y no participar en la política argentina, no tengo que pronunciar un juicio acerca de cada medida o cada política adoptadas por los gobiernos peronistas pasados o presentes, y eso me ha permitido cierta libertad para evitar un cuadro en blanco y negro y para analizar este movimiento con sus luces y sombras.

A lo largo de estos últimos 35 años he trabajado sobre la democratización y socialización política del sistema educativo en la Argentina de los años 40 y 50, sobre el uso y abuso del deporte (por ejemplo, en La cancha peronista) o las relaciones de la Argentina peronista con Estados Unidos, España y el Estado de Israel (Argentina, Israel y los judíos). En un libro publicado en Buenos Aires a fines de los años noventa, titulado Peronismo, Populismo y Política y editado por la editorial de la Universidad de Belgrano, ofrecí por primera vez el concepto de la segunda línea de liderazgo peronista, echando luz sobre los mediadores entre el líder carismático y las masas populares: los dirigentes que aportaron a la movilización política de distintos sectores, así como a la elaboración de la doctrina justicialista. Este nuevo concepto ha influido en la producción historiográfica de no pocos historiadores del peronismo. Por mi parte, esta primera aproximación al concepto de segunda línea resultó algunos años después en la publicación de la biografía de Bramuglia, el primer canciller de Perón (Juan Atilio Bramuglia. Bajo la sombra del Líder: la segunda línea del liderazgo peronista), así como de tres tomos colectivos que compilé con mi colega y amigo platense, Claudio Panella: La segunda línea; Los indispensables y Los necesarios: La segunda línea peronista de los años iniciales a los del retorno del líder, abarcando todo el período desde 1943 hasta 1976.

En los últimos años, sin embargo, ofrecí una nueva mirada acerca del peronismo, analizando sus relaciones con varias colectividades étnicas de inmigrantes y sus descendientes nacidos ya en Argentina, como judíos, árabes y japoneses, inmigrantes no católicos, no latinos que a veces no se consideraban “blancos”: Los muchachos peronistas judíos; Los muchachos peronistas árabes; Perón: la inclusión política de árabes, judíos y japoneses. Me gustaría referirme brevemente a esta temática: el desafío del peronismo al tradicional concepto de crisol de razas. Empiezo con una historia: en 1948, por iniciativa del sacerdote designado adjunto eclesiástico a la Presidencia de la Nación, el padre Virgilio Filippo, el gobierno inició una campaña para convertir al catolicismo a los argentino-japoneses, los Nikkei. Supuestamente, de esta manera iba el gobierno a facilitar su integración a la sociedad argentina. Con el visto bueno de Eva Perón, Filippo organizó varias ceremonias de bautismo colectivos de Nikkei que se realizaron en la Iglesia de la Inmaculada Concepción, en el barrio de Belgrano de Buenos Aires, donde Filippo era el párroco titular. El bautismo colectivo más grande tuvo lugar el 20 de diciembre en la residencia presidencial de Olivos e incluyó la conversión de no menos de 856 personas. En total, durante los años 1948 y 1949, algo más de mil japoneses fueron convertidos al catolicismo, unos diez por ciento de esta colectividad. Esta ceremonia, sin embargo, fue la última de esta índole. Para aquel entonces, el peronismo había dejado de lado la visión de la Argentina como nación católica y había adoptado ya un enfoque más inclusivo en el que el respeto por todas las religiones se convirtió en una de sus características.

La década peronista entre 1946 y 1955 introdujo cambios profundos en los significados y los contornos de la ciudadanía en la Argentina. En aquellos años, la Argentina experimentaba transformaciones en la representación política y en el desplazamiento gradual hacia un modelo de democracia participativa, procesos que implicaban también un paso importante hacia lo que hoy podríamos considerar como una sociedad multicultural. Las identidades étnicas pasaron a ser menos amenazantes al concepto de la argentinidad. En lugar del tradicional “crisol de razas”, el gobierno de Perón otorgó una creciente legitimidad a las identidades híbridas y puso énfasis en la amplia variedad de matrices culturales sobre las que se cimentaba la sociedad argentina. De este modo, las autoridades concedieron un reconocimiento sin precedentes a las diferencias culturales y étnicas.

En varios trabajos que he publicado intento examinar los esfuerzos del peronismo para movilizar apoyo entre argentinos de origen semita –fueran estos judíos, maronitas, ortodoxos, drusos o musulmanes– y argentinos de origen asiático, sobre todo de la colectividad japonesa. Estos esfuerzos reflejaban la forma en que el líder –que había visto a la Argentina como un país esencialmente católico– evolucionaba hacia una visión más inclusiva, de una sociedad multirreligiosa y multicultural que debía abarcar y celebrar dicha diversidad. En la Argentina pre-peronista –cuando menos a nivel del discurso público– existía poco espacio para los no-católicos. La noción misma del “crisol de razas”, aunque aparentemente transmitía las ideas de igualdad y homogeneidad entre los inmigrantes y sus descendientes, también contenía elementos de una ideología de la superioridad de ciertos inmigrantes sobre otros. Después de todo, la Constitución de 1853 en su artículo 25 se refería a la necesidad de promover la inmigración europea.

Muchos historiadores se han referido al gobierno peronista como estático, prestando poca atención a las dinámicas internas y cambios que ocurrieron durante aquellos años. Afirmaban por lo tanto que las ideologías del régimen peronista destacaron el carácter blanco, católico e hispano de la nación. Mi argumento es que eso fue válido solamente para la frase temprana del justicialismo. Sin embargo, a partir de 1950 –a más tardar– nos encontramos con una nueva postura, de carácter más inclusivo, no solamente con respecto a la clase social, sino también a distintas religiones y componentes identitarios. El respeto por todas las religiones se convirtió en un rasgo esencial del peronismo, que efectuó cambios importantes en la relación entre etnicidad, ciudadanía, argentinidad y el Estado. Fue más allá de los derechos legales otorgados a los inmigrantes y sus descendientes como ciudadanos argentinos, y también les ofreció derechos políticos. Además, dio legitimidad al deseo que muchos de ellos tenían de ostentar una identidad híbrida.

Este nuevo concepto de ciudadanía y el creciente reconocimiento de los derechos de distintas colectividades étnicas se hicieron evidentes en la integración incremental de argentinos y argentinas de ascendencia judía, árabe o japonesa al sistema político, así como de los movimientos indígenas más activos, aunque en este caso en un ritmo más lento y en forma menos consistente. En todo caso, el peronismo alentó a que los inmigrantes y sus hijos nacidos en Argentina mantuvieran vínculos con sus países de origen. De esta manera el peronismo representó un cambio inicial en la política de reconocimiento y las políticas de las identidades colectivas y grupales, y no solo en la política en torno a la justicia social.

Para principios de la década de 1950, el justicialismo comenzó a mostrar respeto por todas las religiones como un rasgo propio. En la esfera religiosa la ambición peronista se ocupó de proteger –de las trasgresiones de los privilegiados– los derechos de las minorías y los débiles, de los grupos marginales. El auspicio gubernamental a la iniciativa de 1950 –que no llegó a materializarse– de construir una mezquita en la Capital Federal es un ejemplo de esta nueva política. El nombramiento del rabino Amram Blum del templo de la calle Paso como asesor en temas religiosos y capellán en el Ejército argentino, quien reza un “kadish de duelo” cuando fallece Evita, es otro ejemplo. El proyecto justicialista se mostró como un conglomerado en el que existía un lugar para cada argentino o argentina decente que lo apoyara.

Durante la segunda mitad del siglo 20, el papel de argentinos de origen semita o asiático en la política cobró significancia, tanto en los niveles municipales como provinciales y nacionales. El apogeo de este proceso de inclusión política fue la elección de Carlos Saúl Menem a la presidencia en 1989. Durante la década en que gobernó este riojano con raíces sirias, los ciudadanos de origen árabe ejercieron una influencia destacada en el sistema político argentino.

Ya en el período del primer peronismo se notaba el protagonismo que tuvieron los descendientes de sirio-libaneses, judíos y –en menor medida– japoneses en importantes cargos políticos. Uno de los periódicos árabes en Argentina (Azzaman-La Época) tituló con orgullo su portada del mes de abril de 1946 de la siguiente manera: “Un vicegobernador, un senador y cinco diputados en el nuevo período constitucional de la República pertenecen a nuestra colectividad”. El vicegobernador era el de Córdoba, Ramón Asís; el senador, Vicente Saadi de Catamarca; y los diputados incluían a Leonardo Obeid de Córdoba, Rosendo Allub de Santiago del Estero, Teófilo Naim y Cayetano Marón de Buenos Aires. Dos años después, en 1948, de 200 diputados peronistas en el Congreso de la Nación, no menos de 25 eran descendientes de inmigrantes árabes, y cuando cayó Perón –en septiembre de 1955– había 12 diputados argentino-árabes. Para no alargar el texto, no voy a detallar las trayectorias de Vicente Leónidas Saadi, Felipe Sapag en Neuquén, o Julio Romero en Corrientes.

En el caso de los judíos, me gustaría destacar primero la creación de la Organización Israelita Argentina –la famosa OIA– abiertamente cercana al peronismo –algunos la caracterizaron como la sección judía del peronismo. Uno de sus principales dirigentes fue Pablo Manguel, nombrado en 1949 como primer embajador argentino en Israel. Ezequiel Jabotinsky de la OIA iba ser el segundo embajador, pero por el derrocamiento del gobierno peronista no llegó a ejercer el cargo. Al mismo tiempo, vale la pena resaltar el rol jugado por dirigentes de origen judío en el movimiento trabajador en el surgimiento del peronismo, como Ángel Perelman de los metalúrgicos, Ángel Yampolsky de los frigoríficos, Rafael Kopgan de los ferroviarios, o Abraham Kislavin y David Diskin de los Empleados de Comercio. Hubo también empresarios argentino-judíos, liderados por José Ber Gelbard, o el magnate de los medios de comunicación Jaime Yankelevich, e intelectuales de la talla de César Tiempo, León Benarós o Julia Prilutzky. Todos hicieron su aporte al primer peronismo.

La sección japonesa del Partido Peronista, a diferencia de la OIA, tardó mucho más y fue lanzada recién en mayo de 1955. Dado que el gobierno fue derrocado poco después por una dictadura militar, no llegó a generar un verdadero impacto en la comunidad de nipo-argentinos. Sin embargo, en 1954, Ángel Kiyoshi Gashu fue el primer nikkei elegido diputado nacional –por el peronismo– y como parlamentario formó parte de la Comisión de Relaciones Exteriores hasta la caída de Perón. También se desempeñó al frente de la Dirección Nacional de Estadísticas y Censos. Su hermano fue nombrado diplomático en la embajada argentina en Tokio: la misma práctica empleada de designar diplomáticos de origen judío o árabe y enviarlos a los nuevos Estados del Medio Oriente, Israel, Siria o Líbano.

La ambición del movimiento peronista de proteger los derechos de las minorías y de grupos débiles y marginales de los abusos de los privilegiados se extendió gradualmente durante esa década a las esferas étnicas y religiosas. El peronismo fue presentado como un marco nacional con un espacio para cada argentino o argentina que apoyaran el proyecto justicialista. Perón no solo adoptó un nuevo discurso sobre la etnicidad no europea, o no latina, o no blanca, sino que también incorporó un lenguaje antidiscriminatorio en la Constitución Nacional. Una convención constituyente dominada por los peronistas aprobó en 1949 la inclusión de una cláusula que prohibía la discriminación basada en la raza o el origen étnico-religioso. Por cierto, tanto la clase obrera como numerosos argentinos no europeos o no católicos han mostrado a menudo una duradera lealtad al peronismo, atribuida a la combinación de mejoras materiales en sus vidas y al fomento de un fuerte sentido de dignidad simbólica y de pertenencia, de ser una parte importante e inseparable de la nación argentina, sin renegar de sus lazos transnacionales. Carlos Menem –que optó por una política económica y social diferente de la había adoptado Perón– siguió el camino con respecto a las minorías étnicas y religiosas. Pudo ser presidente en 1989 porque abandonó la religión musulmana familiar en la que había nacido, para abrazar la fe cristiana –estaba vigente el precepto constitucional que establecía que el presidente debía profesar la fe católica apostólica romana– pero la reforma constitucional impulsada por su gobierno en 1994 abolió esa obligatoriedad.

 

Raanan Rein es historiador a cargo de la cátedra Elías Sourasky de historia española y latinoamericana y exvicepresidente de la Universidad de Tel Aviv, Israel. Fue reconocido el 4 de agosto pasado por su aporte al estudio del peronismo en la sede del Partido Justicialista nacional, presentado por su secretario general y ministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, Santiago Cafiero, y la ministra de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, Kelly Olmos.

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