Reflexiones preliminares sobre el momento actual

Hace unos días, antes del 19, tuve una interesante conversación con el mozo del café donde voy cada tanto. Él me dijo que iba a votar por Milei aunque creía que Massa ganaba, y yo le contesté que tenía la percepción inversa: creía que ganaba Milei, pero iba a votar a Massa. En verdad, yo tenía la impresión, preocupación y fatalismo de que ganaba LLA. No sólo por el tremendo malestar de gran parte de la sociedad con el gobierno del que Massa es integrante y –según la oposición más cerril– Cristina es la que maneja, sino por una sencilla razón aritmética emergente de la primera vuelta: Massa 36,8%, Milei 30%, Bullrich 23,8%, Schiaretti 6,7%, Bregman 2,7%, blancos y anulados 3%. Con el acuerdo Macri-Milei: 53%. Más la pésima campaña de la segunda vuelta en Córdoba, que en vez de intentar seducir a Schiaretti lo empujó más decididamente hacia Milei –esto es tema de otra nota– la suma total da 60%. Los resultados plausibles de la segunda vuelta estaban ante los ojos de todos.

Con todos sus lastres –inflación de 150% anual ante todo, devaluación del 20% después de la primera vuelta por imposición del FMI, malestar social, bronca juvenil, 40% o algo más de pobreza, precarización masiva– Massa sumó casi ocho puntos respecto del 22 de octubre. Lo llamativo es lo de la provincia de Buenos Aires: UxP ganó por una diferencia de 20 puntos la primera vuelta y en la segunda zafó raspando. Hay algo que falló el 19 de noviembre –pero este también es tema de otra nota.

 

Macri lo hizo

Sobre el sustento de la gran insatisfacción social y la bronca juvenil –por el cierre de horizontes laborales, pérdida de sociabilidad, ocho meses de cuarentena, etcétera– aparece refulgente la intuición de Macri en armar rápidamente la transferencia de votos. Esto contradice a quienes se creyeron las caricaturas de Macri que circulaban profusamente en los medios K: indolente, vago, bueno para nada. No es la primera vez que caemos víctimas de la caricatura del adversario que nosotros mismos hemos inventado: en vez de enfrentar al adversario, enfrentamos a la caricatura que ideamos, y actuamos como si esa ficción fuera real. Hay que decir también que Macri la tuvo fácil: cuestión de saber sumar. No es el vago de la reposera, ¡pero tampoco el Aristóteles de la polis! Tampoco fue por motivos ideológicos solamente: el triunfo de Massa le auguraba que las causas judiciales que tiene abiertas –por el endeudamiento irregular con el FMI, por el negocio de los parques eólicos, por la multimillonaria deuda del canon del Correo, entre otras– le prometían un futuro de tribulaciones tribunalicias.

 

Dogmas y pastoral, ideología y política

Y lo mismo respecto de Milei, un illuminati del anarcocapitalismo que cree en las verdades absolutas y pelea por ellas, por más que sean extravagantes e irrealizables, o por más que inflame con sus gritos. La verdad no se negocia si nos mantenemos en el plano de la alta filosofía. Pero la política no es así. En política actúan las que Néstor llamaba “verdades relativas”: opiniones que cambian según las circunstancias. Milei se maneja con verdades absolutas, productos de la fe mucho más que de la razón. Entiéndase bien, no es bruto, ni ignorante: es sectario. Por eso nada de gradualismo, ni de tolerancia. Quienes quieran sumarse que se sumen, pero en sus términos. Es como en la religión: está el dogma de los teólogos, en el que se cree o no se cree, independientemente de las circunstancias. Pero en la vida mundana el dogma debe ser asumido por la gente en sus circunstancias reales: de eso se encarga la pastoral, que en su práctica efectiva no está a cargo de los teólogos, sino de los curitas de parroquia, donde la obediencia al dogma no puede prescindir de las condiciones reales en las que los seres humanos nos desenvolvemos –esto es muy claro en Francisco, que trabajó muchos años como cura de una villa.

Estamos en el mundo de la política y en el terreno de lo posible, del que Milei es ajeno. Por eso, en términos de pastoral capitalista, lo de Milei será una versión recargada de Menem, aunque sin la intuición del turco. Alianza con Estados Unidos –Menem lo hizo: mandó una cañonera a la Guerra del Golfo y sufrimos los bombazos de la Embajada de Israel y la sede de la AMIA– e Israel –Massa anticipó en el primer debate que de ser electo declararía a Hamas organización terrorista–; comercio con China sin acuerdos financieros de salvataje ni inversiones; cumpliremos con el FMI en los términos de éste; etcétera. En materia de privatizaciones, retomaríamos el ímpetu de Menem continuado por Macri. De acuerdo con lo que se negocie en el Congreso y la Corte Suprema, fin de los juicios por delitos de lesa humanidad, libertad a los presos militares y cosas por el estilo. Todo sobre las espaldas de los dos tercios o tres quintos de la población, porque ciertamente con un gobierno de Massa iba a haber ajuste, pero seguramente con la vaselina administrada por los sindicatos y esa sensibilidad social –o sentimiento de culpa– que pervive en el peronismo en todas sus variantes.

 

¿Y los jóvenes? ¿Y los más pobres?

El domingo 19 en la noche, en los actos de festejo de Milei, la multitud de pibes coreaba la consigna “Que se vayan todos, que se vayan, que no quede ni uno solo”. Es el canto popular del 2001, ¿se acuerdan? Pero la gran mayoría de quienes así cantaban con tanto entusiasmo no había nacido en 2001, o eran muy chicos. Iñaki Gutiérrez, el community manager de las redes –sobre todo TikTok– de Milei, tiene 22 años. Lo mismo que en 2001, ese canto expresa la bronca con el sistema político que a través de las décadas es responsabilizado, no solo por los pibes proMilei, sino por muchísimos de los que –contra viento y marea, pese a todo– votaron por el candidato de UxP.

Esas frustraciones son el efecto de una realidad perversa que antecede muchos años a las recientes elecciones y a este gobierno, y al anterior de Macri. Nos lo dijo en la cara una alumna de primer año en un plenario que armamos días antes del 22 de octubre en la UNLa, presidido por el vicerrector: “Ustedes hablan de la ampliación de derechos, pero para mi generación los cuatro años de este gobierno, y los otros cuatro del gobierno anterior, fueron terribles”. Y siguió una enumeración: una cuarentena que durante casi ocho meses restringió la movilidad, que muchos y muchas debieron volver a vivir con su familia, falta de opciones laborales, inflación, precariedad, policías bravas… No sé a quién votó esa chica, pero es lo mismo que sienten las y los de su generación, votaran por quien votaran. Hay que reconocer que Milei supo ver eso, y sobre esa base de expectativas fallidas por la política existente pudo construir en solo dos años su trayecto desde la nada a la presidencia. “La casta” es su fraseo de aquel “que se vayan todos”, y muchos jóvenes y sus familias lo entendieron, para regocijo de quienes se beneficiaron de las tropelías del macrismo y las melindrosidades y recules del gobierno de Alberto.

Milei es por ahora el profeta apocalíptico –sobre todo en su impostación durante la campaña y la motosierra– que supo unir la desconfianza y las resistencias de las élites del poder hacia el peronismo y sobre todo hacia el kirchnerismo, y la frustración de los más vulnerables –jóvenes, empobrecidos, sin laburo digno bien pagado, franjas amplias de las clases medias… Juntó a quienes tienen la plata pero no tienen los votos, con quienes tienen los votos pero no tienen la plata. Lo hizo por derecha, pero otros ya lo habían hecho –o al menos intentado– por izquierda.

La sociedad argentina, fragmentada, empobrecida, frustrada –por razones disímiles– con el sistema político y esta democracia de 40 años, que nació condicionada y (sobre)vivió a los porrazos, estaba madura para un redentor que la sacara de ese laberinto por derecha, por izquierda, o por donde fuera. Ese redentor resultó ser Milei. Massa nunca lo fue, y tampoco pretendió serlo. No es la trayectoria sinuosa de Massa –que sembró de dudas a muchas y muchos de sus electores– ni su supuesta habilidad o genialidad individual lo que operó el resultado electoral del 19. Es la perversidad de nuestro capitalismo periférico, la complicidad de los aparatos políticos de los más variados signos de un extremo –perdón, es un decir– a otro de la partidocracia, que transformaron el ejercicio del gobierno en administración de los intereses de los grupos dominantes, más la creciente identificación de estos grupos con el capitalismo global. Y –lo que es peor– explotando esas frustraciones y los reclamos de salvación, reaparecen las células dormidas de la dictadura militar, activadas en el nuevo escenario.

No tenemos que asustarnos por las opciones que parte del pueblo tomó desde antes de octubre. Hay que saber ver en esas desorientaciones la búsqueda de una vida mejor. Lo dijo Ernesto Palacio hace más de medio siglo: Los pueblos yerran en el juicio, pero no en la voluntad. Hay que asumir estos datos de la realidad si en verdad vamos a trabajar para cambiarla en un sentido de justicia, soberanía y emancipación: “la única verdad es la realidad”, dijo el General.

Uno no puede menos que pensar que en la base social empobrecida y frustrada –pero también esperanzada– que eligió a Milei las expectativas de progreso serán una vez más burladas por la simple ejecución de sus compromisos con las minorías del poder. Patricia Bullrich en Seguridad promete el regreso desembozado de la represión y la impunidad policíaca como realidad efectiva de la Libertad Avanza al servicio del privilegio y el odio antipopular. El entusiasmo se irá licuando en la medida en que resulta evidente que el Mesías ya no produce milagros –Max Weber decía que la base del sustento del líder carismático radica en su capacidad para brindar “prestaciones útiles”, y cuando esas prestaciones faltan, la gente descubre que el líder es un charlatán y lo abandonan. Tanto más porque, a juzgar por los anuncios que ya se conocen, esas prestaciones se dirigen todas hacia los que están más arriba en la pirámide del poder económico: los argentinos de bien.

Pero estas cosas tienen su propio tiempo, y el tiempo de los pueblos no es el de los intelectuales, siempre apresurados, siempre urgidos por lo inmediato. Esto a veces es difícil de admitir –sobre todo por nosotros, los intelectuales. No es la primera vez en nuestra historia, ni en la de otros países, que el pueblo “erró el juicio”, pero siempre supo y pudo retomar el sendero correcto: no de manera espontánea, sino persistente y organizada. Los pueblos –o las multitudes, o las masas, o como queramos llamarlos– tienen su propio tiempo de maduración. Como el buen vino.

Entre tanto, hay que fortalecer las convicciones y lealtades de todos y todas quienes, a pesar de todo, de las falencias y complicidades de esta democracia cuarentona, poseen las energías necesarias para que la Patria sobreviva al futuro oscuro que ya está sobre nosotros.

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