La guerra de la cuádruple infamia y la conformación de un revisionismo latinoamericano

La Guerra del Paraguay –también conocida como Guerra de la Triple Alianza, Guerra Grande o Guasú, en Paraguay– fue la contienda más larga y sangrienta de toda la historia de América Latina. Enfrentó a la Triple Alianza –Argentina, Brasil y Uruguay– contra el Paraguay, duró más de cinco años (1864-1870) y se llevó consigo miles de muertos en batallas y epidemias, la mayoría de ellos paraguayos. El país guaraní quedaría devastado económica y demográficamente, e intervenido políticamente por los aliados. Fue, sin lugar a dudas, la guerra más cruenta y la más impopular. Se entiende que para poder llevar adelante un emprendimiento bélico de semejante envergadura se debe contar con el apoyo popular: eso no fue precisamente lo que aconteció en el caso argentino, en un Estado que había sido relativamente reciente unificado –con fuertes secesiones y enfrentamientos de por medio– a través de un “cuadernito” –así solía definir Juan Manuel de Rosas a los defensores de la conformación de una constitución nacional– que, sin embargo, aún limpiaba sus heridas luego de años de “guerra de policía” llevada a cabo por Bartolomé Mitre a los fines de asegurar la cohesión a la fuerza.

Historiográficamente, la Guerra de la Triple Infamia constituye un hito que demuestra que es posible desarrollar un revisionismo latinoamericano. El revisionismo histórico argentino, muy popular en la sociedad a partir de la década de los 60, supo construir un sentido común que logró voltear los viejos lineamientos históricos desarrollados por la “Historia oficial” –la vieja historia mitrista que se reproducía en las escuelas y en los sectores académicos “renovados” en las primeras décadas del siglo XX, a través de Ricardo Levene y otros exponentes de la denominada “Nueva Escuela Histórica”. El drama de aquella guerra que había permanecido en la memoria colectiva, por su carácter genocida hacia un pueblo hermano, ya había sido recuperado por historiadores y literatos en la década de 1920: desde el trabajo del mexicano Carlos Pereyra (Solano López y su drama), hasta la olvidada pero brillante trilogía que dedicó Manuel Gálvez a esta dolorosa tragedia con Los caminos de la muerte, y sería revisitada con vigor en los sesenta, en una época signada por los dilemas de “liberación o dependencia”, la amenaza del imperialismo y las luchas ante los gobiernos de facto que regaban a la Patria Grande.

La Argentina desde 1955 contaba con la proscripción del partido mayoritario y sufría una profunda ola represiva sobre trabajadores, trabajadoras y sectores populares. La inestabilidad política mostraba la farsa electoral al desplegarse dictaduras militares –“Revolución Libertadora”, “Revolución Argentina”– y endebles gobiernos pseudodemocráticos tutelados –decimos pseudo por el simple hecho de que se hacían elecciones con proscripción del peronismo. En dicho contexto, revisitar los prolegómenos y el desarrollo de la Guerra de Paraguay era necesario para reforzar la tesis de la asociación de intereses entre la oligarquía y los partidos liberales con el imperialismo, a los fines de imponer por la fuerza el libre comercio. También expresaba el desarrollo de un “nuevo” revisionismo que analizaba la historia teniendo en cuenta al Pueblo como vector. Un Pueblo que había visto su ocaso en Caseros con la derrota del rosismo –ahora asociado con la derrota del peronismo en el 55– pero que había resistido los avances del liberalismo a través de caudillos federales que terminaron significando los resistentes a la leva fratricida que quería conducir el mitrismo para morir en la guerra infame.

La llegada del revisionismo por entonces respondía a una necesidad que satisfacía a todos los sectores: los obreros adquirían una historia sin vericuetos ni pretenciosa y límpida cientificidad a través de la colección de La Siringa editada por Peña Lillo, o bien lecturas pertenecientes a la izquierda nacional con los libritos de Coyoacán, editado por el “Colorado” Ramos. José María Rosa se convertía en “el historiador del Pueblo”, ya que su éxito era tal que por entonces no se trataba de estar a favor o en contra de Rosas, sino a favor o en contra del relato histórico del Pepe. Su prosa afilada seducía a una juventud con necesidad de dar vuelta la taba. Como muestra, vale un botón: la militante Graciela Daleo –una de las fundadoras de lo que luego será Montoneros– reconoció que su acercamiento a la problemática política social no fue por leer a Lenin, Trotsky o Marx: ni los había leído. Lo que había provocado una movilización interna y hasta ontológica fue a través de la lectura de La Guerra del Paraguay y las montoneras argentinas de José María Rosa (Campos, 2017). Ese exitoso libro había sido el resultado de numerosos artículos publicados en el popular semanario Mayoría.

La importancia simbólica de la Guerra de la Triple Infamia se traduce –para el centenario del acontecimiento– en numerosas publicaciones alusivas desde los sectores académicos pero, sobre todo, desde las diversas corrientes militantes. Además del mencionado trabajo de Rosa, se destacan desde el nacionalismo Proceso a los falsificadores de la Guerra del Paraguay del exforjista Atilio García Mellid; Felipe Varela de la dupla revisionista peronista Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde; El revisionismo y las montoneras de Fermín Chávez; y La Guerra del Paraguay desde la izquierda, de la mano de León Pomer. Este último resultaría chivo expiatorio para acusaciones de infiltración marxista en el Revisionismo Histórico argentino, cuando el nacionalista Juan Pablo Oliver (1969) reaccionaba con un artículo virulento publicado en el Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, acusando de lopista a Pomer: “La presente apuntación bibliográfica es motivada por una corriente publicitaria (…) caracterizada por la sistemática tergiversación de los sucesos de 1865, obedeciendo a la táctica comunista de infiltración en las corrientes nacionales de los países que denominan ‘coloniales o dependientes’. Su objetivo no lo constituye, desde luego, la investigación veraz del pasado, sino la divulgación de una serie de mitos o esquemas confeccionados con exclusivas finalidades de proselitismo marxista. Esta, de Pomer, no aporta elementos inéditos o argumentación novedosa, pero acentúa respecto a sus congéneres una cruda desolación espiritual y absoluta apatía ante cualquier actitud nacional”. La denuncia tenía como objetivo acusar una infiltración dentro del propio Instituto, ya que consideraba de la misma calaña a Ortega Peña y a Duhalde, y responsabilizaba de popularizar la desviación histórica a José María Rosa –“un publicista de fanta historia”. El artículo –con alto tono macartista– armó un fuerte repudio, donde salieron a replicar Fermín Chávez, Faustino Tejedor y, desde luego, los aludidos Peña y Duhalde. Llamativamente, la revista, que brindaba el espacio para las réplicas, no solo le daría espacio para que respondiera Pomer, sino que además le dejaría la última palabra a este último. Este acontecimiento no solo mostraba cómo se manifestaba la influencia de la Doctrina de la Seguridad Nacional y su noción de subversión, sino que también ponía de relieve la disputa entre diversos historiadores por el mote revisionista que brindaba cierto status simbólico de gran capital en la época (Otal Landi, 2016).

A partir de esa época se demostró que era posible construir un revisionismo latinoamericano. Las obras de los historiadores mencionados se nutrían de las obras denuncialistas –y, por ende, revisionistas– del Uruguay y del Paraguay. Apoyándose sobre todo en el monumental aporte de Luis Alberto de Herrera, los revisionistas encontraron en su bibliografía un manantial de documentos que mostraban la infame diplomacia británica y la injerencia del mitrismo en los asuntos orientales. Como demuestra el actual trabajo de Juan Godoy, fue necesario colocar un gobierno en el Uruguay como el de Flores para poder articular el posterior acuerdo que destruyera al Paraguay. Derrocando al gobierno de Berro –perteneciente al partido blanco, del que Herrera será un referente destacado en el siglo XX– se posibilitaron las condiciones para que el Imperio de Brasil influyera en las decisiones políticas y sacara provecho luego con la matanza guaraní. Dicho aporte, sumado a los trabajos del mencionado historiador mexicano Carlos Pereyra y el paraguayo Julio Cesar Chaves, más las denuncias contemporáneas realizadas por figuras tales como Juan Bautista Alberdi, José Hernández o Andrade, la bibliografía en torno a la guerra es inevitable. De esta manera, el crimen de la guerra sirvió para que los americanos que sueñan con la Patria Grande vean un espejo de la realidad que se vislumbra con nitidez en contextos de avances de gobiernos populares y se empaña en tiempos de gobiernos conservadores.

En tiempos actuales, tan oscuros y lúgubres para el ideario nacionalista y latinoamericano, el libro de Juan Godoy La brasa ardiente contra la cuádruple infamia constituye un aporte notable que, siguiendo la tradición revisionista, es dirigida al gran público: al obrero, al estudiante, al militante que aun entiende que la Patria es un jardín que florece cada vez que alguien entiende nuestra historia conjunta, sin prismáticos intencionales. Godoy es doctor de Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata, magister y especialista en Metodología de la Investigación en la Universidad Nacional de Lanús y licenciado en Sociología de la UBA. Es autor de numerosos trabajos vinculados al Pensamiento Nacional y de un libro imprescindible dedicado a la experiencia de FORJA: La FORJA del nacionalismo popular (Punto de Encuentro, 2015). Nutrido de sendas lecturas vinculadas al revisionismo histórico y la izquierda nacional, Juan Godoy le brinda al lector y la lectora la posibilidad de comprender las causas de la guerra, la injerencia concreta de los intereses británicos –de ahí la denominación de “cuádruple” en lugar de “triple”– y, sobre todo, la resistencia popular y la solidaridad de las provincias hacia el país hermano que sería abatido cruelmente ante la indiferencia de Urquiza. La lectura es amena –cada capítulo abre con un fragmento de deliciosos versos de Ramón Ayala– y ordenada: el gran aporte de Godoy es el relevamiento de cada una de las revueltas que se dan a lo largo y ancho de la Argentina en repudio al llamado de la Guerra. Y con inobjetable claridad y precisión demuestra por qué Gran Bretaña es su principal beneficiaria. De esta manera, Godoy, con un fuerte poder de análisis hermenéutico y de síntesis que invita a profundizar en los autores citados, logra su cometido, que es mostrar que nuestra realidad americana se encontraba y se encuentra atravesada por la dicotomía “civilización versus barbarie” y que, para alcanzar nuestra descolonización pedagógica, requerimos primero quitarnos las anteojeras, para luego, quizás, empezar a construir una epistemología desde nuestra periferia –tal como propuso Fermín Chávez.

“La Guerra del Paraguay” es el mejor ejemplo de cómo establecer un revisionismo de corte latinoamericano, porque ese tristemente célebre acontecimiento sirve para visibilizar los proyectos sociales en pugna. Desde mi humilde opinión, le faltaría un capítulo donde profundizar los discursos historiográficos que continúan siendo disputas de sentido. Si bien el trabajo de Godoy logra su cometido recuperando una basta tradición revisionista del mejor legado de Rosa, Chávez, Pomer, Abelardo Ramos, Hernández Arregui, Ortega Peña y Duhalde, y de nuestro vigente –y tan necesario– Galasso, habría sido enriquecedor poner sobre el tapete las discusiones en torno a la Guerra que se dieron en los últimos años: el trabajo notable de Viviana de Civitillo que ha integrado y presidido numerosas mesas de discusión y congresos en torno a la Guerra Guasu merece una reflexión desde nuestra posición; o el reconocido –y polémico– trabajo del historiador brasileño Francisco Doratioto (2004) que con su obra Maldita guerra revitalizó un fuerte debate dentro de Brasil en cuanto al rol genocida del por entonces Imperio de Pedro II; o bien para discutir las conclusiones de Da Mota Menezes (2021) que asevera que Inglaterra no participó de la contienda. Pero sobre todo debemos dar una respuesta ante la posición de la investigadora María Victoria Baratta (2014), quien intenta rebatir toda la bibliografía revisionista bajo el endeble argumento de que encierra miradas “conspirativas”, “maniqueas” y “anacrónicas”.

Necesitamos, entonces, acompañar la propuesta de Godoy y de tantos nuevos productores y reproductores del Pensamiento Nacional para enfatizar el carácter latinoamericano, a los fines de recuperar la mística sesentista que ponía sobre el tapete una realidad que la doctora Baratta y varios cientistas sociales –preocupados por sumar papers para su currículum y hacer el cursus honorum a espaldas de la realidad social– no quieren reconocer: como decía don Arturo Jauretche, “la política es la historia del presente, y la historia es la política de épocas pasadas”.

 

Referencias 

Campos E (2017): Cristianismo y revolución. El origen de Montoneros. Buenos Aires, Edhasa.

Oliver JP (1969): “Rosismo, comunismo y lopismo”. Boletín del Instituto Juan Manuel de Rosas de Investigaciones históricas, 4, Segunda época.

Otal Landi J (2016): “El conflicto de los ‘ismos’ dentro del Revisionismo histórico y en torno a la Guerra del Paraguay”. RHPT, 3.

Doratioto F (2004): Maldita Guerra. Buenos Aires, Emecé.

Da Mota Menezes A (2021): Inglaterra no provocó la Guerra del Paraguay. Asunción, Intercontinental.

Baratta MV (2014): “La Guerra del Paraguay y la historiografía argentina”. Historia da historiografía, 7(14).

 

Julián Otal Landi es profesor de Historia (ISP “Dr. Joaquín V. González”) y autor de artículos vinculados a la historia de la historiografía argentina y de los trabajos Vibración y Ritmo. Sandro, el padre del Rock and Roll en Argentina (2020) y El joven Fermín Chavez (2021).

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