La universidad de las y los nadies: a 71 años del decreto de gratuidad

Durante los gobiernos del Frente Para la Victoria (2003-2015) se crearon 23 universidades nacionales e institutos universitarios en regiones en las cuales no había acceso a los estudios superiores. Estas políticas trajeron como consecuencia una notable democratización de la educación superior, puesto que, al menos en las nuevas universidades del conurbano bonaerense, alrededor del 80% de las y los estudiantes son primera generación de estudiantes universitarios de sus familias. En este marco se reactivó, con alegría y emoción, la frase “mi hijo, el doctor”. Además, en esta lógica de repetición y diferencia, se acuñó una nueva insignia: “mi madre, la doctora”, porque estas universidades plebeyas cumplieron los sueños de adultos y adultas de acceder a los estudios superiores, luego de décadas de pesadillas que obstaculizaban –por largas distancias y escasos recursos materiales– esos objetivos.

El gobierno de Mauricio Macri “cambió” la política universitaria, y transformó los sueños en pesadillas: no creó universidades, redujo el presupuesto, contrajo los salarios de docentes y no docentes, diseñó un plan económico que obligó a estudiantes a abandonar sus estudios, y limitó el Plan Progresar. Estas trágicas políticas fueron acompañadas de un relato, no menos dañino, de constante bastardeo del sistema universitario y científico. Para acompañar las políticas de ajuste, los neoliberalismos suelen desplegar una gramática del sacrificio, pero distinta de las matrices sacrificiales más tradicionales. Si éstas instituyen un sacrificio individual en vistas de algún bienestar para la comunidad, los neoliberalismos proponen un sacrificio por el sacrificio mismo. Desde esta racionalidad sacrificial, Macri y sus gerentes catalogaron como derroche o fiesta, no como derecho, el ascenso social de las clases populares, las cuales serían solo merecedoras de sufrimiento, y de sufrimiento por el sufrimiento mismo. De todas maneras, el discurso sobre las universidades y el sistema científico ha sido distinto: no se reiteró la lógica del sacrificio, sino que las universidades y el sistema de ciencia y tecnología fueron directa y duramente bastardeadas.

Dentro de los reiterados discursos ofensivos hacia la educación pública en general, y la educación superior en particular, quisiera detenerme en dos casos. En una intervención en el Rotary Club de Buenos Aires, a fines de mayo de 2018, la entonces gobernadora María Eugenia Vidal se preguntaba: “¿Es de equidad que durante años hayamos poblado la provincia de Buenos Aires de universidades públicas, cuando todos los que estamos acá sabemos que nadie que nace en la pobreza en la Argentina hoy llega a la universidad?”. Por otra parte, Mauricio Macri, en noviembre de 2015, se interrogaba: “¿Qué es esto de universidades por todos lados? […] Basta de esta locura”.

“Nadie que nace en la pobreza llega a la universidad” puede ser leído como que ninguna persona que se encuentra debajo de la línea de pobreza logra acceder a los estudios universitarios, afirmación que es falsa. Es cierto que las personas que se encuentran debajo de la línea de la pobreza tienen muchos obstáculos para acceder al sistema universitario, pero un número no menor logra sortearlos. Además, frente a este camino de obstáculos, la solución debe ser morigerarlos y removerlos, pero nunca poner en duda la política de apertura de instituciones de universidades.

Sin embargo, la misma frase puede ser leída de otro modo, distinto a como lo expresó la exgobernadora. En el canto IX de Odisea, relato del regreso de Odiseo a Ítaca una vez finalizada la batalla de Troya, Odiseo ingresa a una cueva en la que habitaba el cíclope Polifemo, quien se había devorado a varios de sus acompañantes de travesía en el mar. Sin embargo, Odiseo evitó ser banquete del cíclope. Logró emborracharlo. Bajo los efectos del exceso de alcohol, Polifemo le preguntó su nombre, y Odiseo contestó: “Nadie” (ουτις). Cuando el cíclope se durmió, Odiseo le clavó una lanza en el ojo, Polifemo gritó a los demás cíclopes que Nadie lo había lastimado, por lo que creyeron que había enloquecido, y finalmente Odiseo logró escapar.

En Odisea, Nadie es el nombre del astuto, de quien se propone y logra torcer su destino. El destino de Odiseo era morir devorado, pero Nadie logró torcer ese dramático destino. Nadie es también el nombre de quienes tenían por destino no alcanzar los estudios superiores, pero lograron torcerlo.

Torcer el destino depende de la astucia de las y los Nadies, pero también de ciertas condiciones estructurales. Sin vino, Odiseo no habría podido emborrachar a Polifemo. Sin un elenco de programas económicos, políticas focalizadas y universidades por todos lados sin aranceles, las y los Nadies tampoco habrían podido torcer sus destinos.

La combinación de universidades por todos lados, sin cupos y desaranceladas es una marca propia del sistema de educación superior argentino. El color de la gratuidad fue el aporte distintivo del primer peronismo. El 21 de octubre de 1946, el presidente Juan Domingo Perón y el secretario técnico de la presidencia, Figuerola, presentaron el Plan Quinquenal que dentro del Capítulo III incluía la “gratuidad de la enseñanza universitaria”. Sin embargo, en la propuesta de articulado la gratuidad no era universal, sino que estaba destinada a quienes no pudieran costear los estudios. Si bien el desarancelamiento universal no estaba incluido, y no se incorporó en la primera Ley universitaria del peronismo –Ley 13.031 sancionada el 26 de septiembre de 1947–, en el Plan se subrayaba que la universidad “ha demostrado su absoluta separación del pueblo y el más completo desconocimiento de sus necesidades y de sus aspiraciones”. Este divorcio se explicaba tanto por el carácter reaccionario de buena parte de los planteles docentes, como por la “falta de acceso de las clases humildes a los estudios superiores.”

Esta mirada peronista marcaba una continuidad del sendero iniciado por la Reforma en vistas de abrir las puertas de la universidad, pero el peronismo transformó la mano única de la Reforma en una avenida de doble mano: ya no se trataba únicamente que la universidad se acercara al pueblo, como habían planteado los reformistas, sino que se insistía en la importancia de que el pueblo ingresara a la universidad. Es en este marco que debe inscribirse el Decreto 29.337, dictado el 22 de noviembre de 1949, que estableció –con carácter retroactivo al 20 de junio de aquel año– la gratuidad de los estudios universitarios. El desarancelamiento permitió el ingreso del pueblo a la universidad, y con ello un exponencial crecimiento de la matrícula: si en 1947 había 51.272 estudiantes, en 1955 el número ascendió a 143.542, y la tasa de 0,8% de los habitantes estudiando en la universidad representaba el número más alto de América Latina.

En el marco de una serie de entrevistas que mantuvo con Tomás Eloy Martínez en Madrid, una mañana de marzo de 1970 Perón recordaba: “La conquista más grande fue que la universidad se llenó de hijos de obreros, donde antes estaba solamente admitido el oligarca”. El decreto de desarancelamiento implicó –tal como relataba Perón en un discurso dirigido a médicos y médicas el 10 de diciembre de 1949– abrir “las puertas de la universidad”.

La universidad es una institución medieval que comenzó a cobrar protagonismo con el tránsito a la modernidad, siempre como una institución de puertas cerradas. Una universidad con puertas cerradas es aquella que se erige como un dispositivo de reproducción del orden social, de formación de los hijos de las élites, de consagración de los destinos preasignados por la estratificación social. Con la apertura de sus puertas, con la gratuidad, aquella institución elitista, distinta y distante de los sectores populares, se transformó en un dispositivo, ya no de reproducción de los destinos, sino en uno que permite torcerlos parcialmente.

La apertura de puertas de la universidad, que no se reduce, aunque incluye el desarancelamiento, representa una medida absolutamente revolucionaria. Estas ideas estaban muy claras en el modo en que Ernesto “Che” Guevara, concebía las transformaciones que debía tener la universidad. A muy poco de iniciarse el proceso revolucionario en Cuba, el 28 de diciembre de 1959 el Che recibió –no a nombre propio, sino en nombre del pueblo– el doctorado honoris causa de la Facultad de Pedagogía de la Universidad Central de Las Villas. En su intervención, el Che se preguntaba cuál debería ser la función de la universidad, y como artículo primero ponía de relieve: “que se pinte de negro, que se pinte de mulato, no sólo entre los alumnos, sino también entre los profesores; que se pinte de obrero y de campesino, que se pinte de pueblo, porque la universidad no es el patrimonio de nadie y pertenece al pueblo”. Esta universidad pintada con los distintos colores del pueblo, con su generosa paleta de tonalidades, se opone a la universidad monocromática de los privilegios. Y esta universidad pintada de pueblo es, necesariamente, una universidad de puertas abiertas. El pueblo, decía el Che, “está hoy a las puertas de la universidad, y la universidad debe ser flexible, pintarse de negro, de mulato, de obrero, de campesino, o quedarse sin puertas, y el pueblo la romperá y él pintará la universidad con los colores que le parezca”.

El decreto del desarancelamiento en la Argentina coloreó de pueblo a la hasta ese entonces universidad monocromática de los privilegios, y alcanzó ese doble movimiento entre pueblo y universidad: de la universidad que va al pueblo –como planteaba la Reforma– y del pueblo que va a la universidad. El desarancelamiento permitió, como bien pintó el diputado Bustos Fierro al momento de describir la política universitaria del peronismo, que “el pueblo se haga universidad y la universidad se haga pueblo”.

Finalmente, el crecimiento exponencial del sistema universitario, y la creación de universidades allí donde no existían, completó la paleta de colores de un sistema pintado de pueblo. Esto es así porque las universidades pintadas de pueblo, pero enclavadas solo en los grandes centros urbanos, eran observadas muy a la distancia por muchos sectores populares que no lograban observar su radiante color popular y solo notaban la opacidad monocromática de los privilegios.

A esta altura es posible leer con otro sentido aquella frase de María Eugenia Vidal. Puede ser leída, no gracias, sino a pesar de la exgobernadora. Las y los Nadies, que nacen en la pobreza, llegan a la universidad y tuercen su destino de no poder estudiar y tener una vida de sacrificio. Pueden hacerlo porque tienen universidades pintadas de pueblo por todos lados. Eso para Macri era una “locura”, y en algún sentido se trata de una hermosa locura.

 

Mauro Benente es doctor en Derecho (UBA), profesor titular regular de Filosofía del Derecho (UNPAZ), profesor adjunto regular de Teoría del Estado (UBA) y director del Instituto Interdisciplinario de Estudios Constitucionales (UNPAZ). Circunstancialmente se desempeña como vicepresidente del Consejo de la Magistratura de la Provincia de Buenos Aires y como director ejecutivo de la Unidad de Planificación Estratégica del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires.

La revista Movimiento se edita en números sucesivos en pdf que se envían gratis por email una vez por mes. Si querés que te agreguemos a la lista de distribución, por favor escribinos por email a marianofontela@revistamovimiento.com y en asunto solamente poné “agregar”.

Share this content:

Deja una respuesta