La escuela como promesa de futuro

“El trabajo es el medio indispensable para satisfacer las necesidades espirituales y materiales del individuo y de la comunidad, la causa de todas las conquistas de la civilización y el fundamento de la prosperidad general” (Constitución Nacional, 1949).

A mediados de diciembre de 2021, 10 de la mañana aproximadamente, dos docentes intercambian ideas en una vieja aula de tornería en una de las tantas deterioradas escuelas técnicas del conurbano bonaerense, ese conurbano que para algunos periodistas está africanizado. El intercambio refleja un pesar sobre las dificultades que la educación técnica encuentra para formar técnicos y técnicas que logren insertarse en un aparato productivo hoy desarticulado y dañado. Mientras tanto, un estudiante rinde con uno de ellos una materia que debe levantar lo que en el marco de la pandemia se denominó periodo de acompañamiento. Mientras el docente que evalúa, con cara de decepción, está por tirar la toalla, y el otro docente en su línea argumental está por mencionar que la escuela técnica dejó de ser la promesa de futuro que en otros tiempos fue, el estudiante aduce que no sabe lo que se le pidió que desarrolle, pero que, igualmente, se tiene que ir a trabajar porque entra a las 11. El segundo docente atina a preguntarle dónde trabaja. La respuesta deja de estar relacionada con lo que podría ser una pregunta al azar sobre la vida de un estudiante –cuya finalidad era generar empatía y descomprimir la tensión que todo proceso de evaluación genera– para colarse de lleno en el intercambio que ambos docentes tenían: “en una pizzería, profe”. Un estudiante de sexto año de una escuela técnica, con conocimientos teóricos y prácticos de electricidad, hidráulica y neumática, de cálculos avanzados de física, conocimientos por encima del promedio escolar en matemáticas, que puede manejar diferentes máquinas herramientas –tornos, limadoras, fresadoras, etcétera– además de máquinas manuales como agujereadoras, cierras circulares, caladoras, amoladores manuales, con conocimientos sobre carpintería, herrería, soldadura y herramental asociado, además de técnicas organizativas generales… trabaja en una pizzería.

No se trata aquí de emitir un juicio de valor sobre cada uno de los trabajos posibles a los que se puede acceder en nuestro deteriorado mercado laboral. Todo trabajo es digno, y más aún si es la forma inicial de proveerse el sustento de un joven que orilla los 18 años. Se trata de pensar en qué momento dejamos de darnos cuenta de que estamos formando a nuestros y nuestras jóvenes para la indefectible frustración por falta de futuro. Cuando quien escribe ingresó a una escuela técnica, en el año 1991, SEGBA –la gran distribuidora de energía eléctrica de la provincia de Buenos Aires– y Renault –la automotriz francesa– se llevaban anualmente a los mejores promedios de las entonces vigentes especialidades de esa escuela: electromecánica y mecánica, respectivamente. Quienes no entraban entre esos promedios destacados, no obstante, tenían la posibilidad de entrar a otro gran conjunto de empresas del Estado: YPF, Gas del Estado, Obras Sanitarias de la Nación, Aerolíneas Argentinas, Ferrocarriles Argentinos, Fabricaciones Militares, los grandes astilleros, entre otras. Existía un amplio, diverso y complejo sistema productivo estatal que se complementaba con un amplio, diverso y complejo sistema productivo privado. En todas las escuelas del mismo distrito hoy pueden verse máquinas herramientas –tornos, fresas, limadoras, rectificadoras, agujereadoras, plegadoras, etcétera– que dicen “Industria Argentina”.

Cuando quien escribe egresó, en el año 1996, ya se estaba consolidando el latrocinio de los 90: se privatizaron –vendieron o concesionaron– la mayoría de las empresas públicas de entonces, generando entre otros daños cientos de miles de personas desocupadas, pero también –ni los más inocentes analistas pueden negarlo– se hirió casi fatalmente a la industria, lastimando gravemente a la educación técnica con la implementación del modelo polimodal. Esa industria, que iba a necesitar reconstruirse ocho o diez años después, dejó de formar técnicos en la cantidad y la calidad que producía con anterioridad, y que en un futuro necesitaría.

El nuevo marco normativo instaurado a partir de 2005 con la Ley 26.058 de Educación Técnico Profesional y la Ley 26.206 de Educación Nacional revirtió el ordenamiento en un contexto de crecimiento económico que duró poco más de una década, mas no generó una reconstrucción del proceso de formación de técnicos y técnicas previo al polimodal, y menos aún se generó una etapa superadora. Lo cierto es que la recesión económica posterior a 2016 –con hiperendeudamiento privado y con el FMI– sumada a los efectos de la pandemia, la actual guerra de Ucrania –aliada a la OTAN– con Rusia y la indecisión permanente de la actual coalición de gobierno nos trajeron hasta acá. Este adverbio de lugar, tan sencillo, compuesto por solo tres letras y una tilde, encierra una brutal y triste descripción. Hoy tenemos bajos niveles de desempleo de la mano de bajos niveles de salario. Tenemos elevados niveles de empleo informal y cuentapropismo.[1] Hay elevados niveles de pobreza e indigencia, con la paradojal situación de que trabajadores formales tienen ingresos cuyo valor se encuentra por debajo del necesario para acceder a una canasta básica. Las y los jóvenes sub25 –incluyendo quienes estudian en escuelas técnicas– tienen pocas perspectivas de insertarse laboralmente en la industria y de iniciar una carrera laboral formal en una industria donde agreguen valor y tengan buenos salarios. Una industria perteneciente a un entramado productivo que debería ser para nuestros niveles tecnológicos una garantía de agregado de valor, tanto como de elevados salarios. ¿En qué basamos esta afirmación? En parte, en la incansable prédica que sostuvo en cada oportunidad que tuvo Oscar Tangelson en esos juegos retóricos que construyó a lo largo de su carrera, tejiendo tres simples preguntas: ¿Cuánto vale una tonelada de soja? ¿Cuánto vale una tonelada de Audi? ¿Qué conviene producir, una tonelada de soja o una tonelada de Audi?

Al mismo tiempo, las escuelas técnicas desbordan de capacidad instalada ociosa. Es común ver en ellas secciones completas de carpintería, tornería, fresadoras, limadoras, así como herrerías, fundiciones, secciones de mantenimiento y otras propias de cada especialidad, subutilizadas o directamente vacías, varios días a la semana, en los diferentes turnos. Es común ver equipamiento y maquinaria descompuesta que –con recursos materiales y económicos mínimos, más el ingenio de docentes, egresadas y egresados, sumado a la laboriosidad de nuestros pibes y pibas– podría volver a funcionar.

De igual forma, en la pospandemia miles y miles de familias –que van mensualmente a retirar de las mismas escuelas una caja con alimentos– tienen infinidad de necesidades básicas insatisfechas. Millones de compatriotas no se alimentan bien, no se visten bien, no acceden al conocimiento ni a la tecnología, no acceden a un aceptable nivel de salud, no tienen viviendas dignas, ni infraestructura social digna. En ese país de necesidades básicas insatisfechas –con capacidad instalada ociosa en cientos de escuelas técnicas, agrotécnicas y no técnicas, con millones de desocupados y subocupados– y en el que la mayoría de las y los jóvenes pueden aspirar –con suerte– a repartir hamburguesas o pizzas en bicicleta o a trabajar en un call-center, o soñar con volverse virales, exponiéndose o haciendo tonterías y zafarla, en el Estado de ese país nadie pretende articular los recursos ociosos disponibles para satisfacer esas necesidades básicas insatisfechas, complejizando nuestra matriz productiva y fortaleciendo el mercado interno.

Hay un gran ausente en estas discusiones: las decenas de miles de técnicos y técnicas, expertos y expertas en producir, que por formación y pericia no son ingenieros, pero tienen un aporte sustancial para realizar a esta gran empresa.[2] La propuesta es sencilla: las escuelas deben producir bienes que satisfagan necesidades sociales básicas, y el Estado debe ser la entidad que traccione esa demanda y la financie. Y debemos reconstruir el Estado empresario que se constituya en la reserva de capital y conocimiento que permita motorizar nuestro desarrollo productivo independientemente de los vaivenes del mercado y la especulación global.

¿Qué se podría producir con la capacidad instalada ociosa en las escuelas técnicas? En principio: mesas, bancos, sillas y cocinas para comedores comunitarios y merenderos; mobiliario general y de apoyo para centros de jubilados; mobiliario para hospitales públicos y escuelas públicas; mobiliario y equipamiento para clubes de barrio; equipamiento para compostaje individual y comunitario; herramientas, máquinas herramientas y repuestos para pequeños talleres; equipamiento, herramental y mobiliario para las mismas escuelas técnicas y para las no técnicas; equipamiento de ayuda y soporte para adultos mayores, sillas de ruedas, camas ortopédicas, andadores, luces de emergencia, e infinidad de equipos que por falta de disponibilidad en el mercado y por el costo muchos no pueden adquirir. Es realmente extensa la lista de bienes de variado nivel de complejidad que las escuelas técnicas están en condiciones de producir en función del equipamiento y la mano de obra disponible.

El impacto de montar emprendimientos productivos completos en escuelas individuales, o articulando especialidades entre escuelas en términos de prácticas profesionalizantes para las y los estudiantes, es elevadísimo. El Estado, en sus tres poderes y en sus tres niveles, sumado a todo el entramado productivo real y potencial que de él depende, tiene un poder de compra difícil de cuantificar. Una ínfima porción podría convertirse en el motor que traccione a la educación técnica, agrotécnica y no técnica a la producción real de bienes necesarios.

Tenemos una rica y extensa historia de escuelas fábricas o de vínculos, por ejemplo, entre los viejos Ferrocarriles Argentinos y las escuelas técnicas. Hoy apenas disponemos de algunos pocos e insuficientes convenios de difícil cumplimiento entre empresas privadas y escuelas técnicas para llevar adelante las prácticas profesionalizantes. Pretenden que un empresario o una empresaria pyme, que realiza tareas de jefe de producción, gerente comercial, chofer, operario, telefonista, comprador y muchos etcéteras quiera hacerse cargo de la formación de un estudiante de secundario para permitirle contrastar sus aprendizajes teóricos con la vida laboral práctica de una fábrica. Todo esto en un contexto de inestabilidad social y económica con pocos precedentes y una altísima inflación, adosado a un sinfín de trámites burocráticos y responsabilidades asociadas. Las prácticas profesionalizantes del secundario, así como las prácticas preprofesionales universitarias, son una entelequia, no porque conceptualmente estén mal, sino porque son ideas para aplicar en contextos diferentes al nuestro. ¿Esto quiere decir que las practicas profesionalizantes que hoy funcionan están mal? No. Pero si no logramos incluir en ellas a todas y todos los estudiantes que las necesitan, hay que construir herramientas complementarias que permitan lograr el fin que se proponen. Si hacer sillas con altura regulable no es lo suficientemente rentable para el sector privado, pero año a año decenas de miles de personas mayores las necesitan, ¿quién podría objetar que las escuelas técnicas las fabriquen, usando su capacidad instalada ociosa y la mano de obra de estudiantes avanzados con conducción de sus docentes?

Por último, tenemos antecedentes que pueden allanar el camino, tales como la inutilizada Resolución 2947/99 de la DGCE de la Provincia de Buenos Aires, en la cual se encuentra un bosquejo inicial de lo que en este texto se plantea.

Las escuelas en general, y las técnicas en particular, deben volver a ser la promesa de futuro que en otros tiempos fueron. Se lo debemos a nuestras pibas y a nuestros pibes.

[1] Es normal ver hace años en los fines de semana en muchas plazas y espacios cientos de públicos puestos de venta o intercambio de producto nuevos y usados de bajo o nulo valor agregado.

[2] Entiendo por empresa a toda acción o tarea que entraña dificultad y demanda decisión y esfuerzo.

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