Ceguera de palabras

El sentido de lo audible hace a la posibilidad de escuchar las palabras. Pero insuficiente, la sensibilidad humana es narcotizada, excitada o amodorrada, ciega, arrojada a la ceguera de palabras.

Gran parte de los datos son generados por las tecnologías modernas, como los web logs, los sensores incorporados en dispositivos móviles, sus aplicaciones bancarias, de citas o comida rápida, las búsquedas en Internet, las redes sociales, hasta los datos gubernamentales de Estados sin tiempo, las computadoras portátiles, teléfonos inteligentes y otros teléfonos móviles, dispositivos GPS o registros de centros de llamadas. Esa masa tecnológica se conforma con nosotros fragmentados, en una operación de disección. Es mentira lo íntimo, la verdad es que somos datos: “somos los datos masivos” con que se opera el almacenamiento de grandes cantidades de datos y los procedimientos usados para encontrar patrones repetitivos para procesar tendencias y mercado. He ahí la naturaleza compleja del Big Data: en las relaciones humanas simulan “comunicación”, pero sin encuentro ni diálogo primordial. De todo ello y con todo ello de nosotros hace “extractivismo” de datos, guiados por el paradigma del consumo.

El poder del Big Data retira del ondeo vital humano al músculo carnoso de nuestros labios, domina el territorio cuando, incorpóreo, lo deshumaniza sin aliento ni temperatura, ni encuentro cuerpo a cuerpo con un otro. Las acuarelas de la voluntad son esa tierra para ser arrasada por los conquistadores. Los algoritmos, la soldadesca que avanza dominando los dos arcos blandos de nuestras bocas ya sin gesto, mordiendo la brasa del rendimiento.

Ceguera y hambruna son la forma cotidiana, sin desesperación de labios, de dientes, de muecas, de ganas, de entraña. Sin tiempo para la necesidad de otro. Gestos sin cúspide ni declive. Sin flujos de humor, sin esa chispa de espuma que derrama gozosa y celebratoria como champagne. Ni se refugia en crecientes de ternura tenue, con su caricia de buen vino al paladar. Rígida la comisura, restringe charcos de pérdida, deniega ríos y lagos que son de libre acceso, desde el soberano camino de nuestro lagrimal. De acceso para quien emprenda el camino a tramitar con dolor o emoción. Expropiado y privatizado en la extracción del dato para suplir por consumo ilusorio, de vía exprés, deniega tiempo que suple por atajo para satisfacer su rendimiento ante la producción. Ilusorio positivismo del ya pasó.

La comunicación es solo un dato, y un dato apetecible la vulnerabilidad. La seguridad deniega tiempo de emoción, cuando acaso el avistaje del fruto al poniente pone rojos los borbotones del parto y el deseo. Transmuta el amor en un ocaso fugaz, like escarlata. Cenizas de un decir. Escombros del escuchar sin ver la lengua sin sello, sin timbre, sin tono de subjetividad singular. De mover toda la boca solo como lo hace él, ella, este y aquel.

Los vientos, las ráfagas, la piedra quebrada de la publicidad invasiva, desmorona en asfixia. Coloniaje de bocas azuladas. Cianosis y capitulación. Las vibraciones del cuerpo y el tacto son escombros del sentido con que se evoca apenas un eco, una exigua nitidez en el socavón de sociedades vaciadas con casi nada de escucha y virtualidad como cercanía o extrañeidad. La soledad producida en multitud fragmentada, sentencia ceguera de palabras. Pero el rescate donde quiera que haya vida es esa construcción humana que por ahora es algo ante el desvalimiento originario o social. La ceguera de palabras es una alerta que debemos ver y escuchar para actuar urgente ante el dominio global. Duele insurgente en la neurona saludable de lo social, en el dormir y despertar, en el inspirar y exhalar. Proyectar y hacer. Porque su ausencia sin encuentro para dialogar finalmente las ha de matar.

Sería necesario preguntarnos cuánto tiempo y con qué condición saludable puede sobrevivir lo humano si provocan el derrumbe para extraer plusvalía con los datos fragmentarios propios y de otros. ¿Cuánto tiempo de vida hay bajo esos escombros?

 

Matilde Sosa es magister en Periodismo y Medios de Comunicación (UNLP) y capacitadora en Administración Pública (INAP).

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