Tratado sobre el hambre

Para vivir en la calle es necesario cumplir una condición: no pasar hambre. Lo peor de tener hambre no es el hambre, sino no poder dejar de pensar en el hambre. ¿Cómo se lo digo a mi hija cuando la traiga hacia mí de repatriación? ¿Le hablo de frente manteca de que es necesario cumplir esa condición y otros tres trámites más? Buscar un lugar en donde con la primera luz del día te dé el sol. Debo explicárselo todo de corrido y como un zumbido, como el largo y anticipado zumbido con decibeles indecibles y a kilométricas distancias en que sienten los perros los petardos de Año Nuevo. Con voz profunda y severa como Oscar Casco le diré así: si te ibas a despertar a las 7 por entumecimiento, podés pegarle hasta las 9, algo así. Esto, un clásico o manifiesto de todo desdentado, estrábico y externo como yo, el Alirio, el inmutable. Externo de afuera que ya no será interno de adentro, porque de tan afiliado te sacaron la ficha en el parador y no te dejan entrar hasta que consigas changas. Después, como parte del decálogo de todo buen “bichicome”, pichicome a caballo de bicho cazador, debés estar listo como una lady a las 11 y 40 para el almuerzo en la Iglesia Ortodoxa Rusa, acá nomás, antes que Brasil caiga en Azopardo. Mi turno de mesa es 12 y 15, pero hay que estar cuarenta antes haciendo la cola. Si llueve o tempestad, te lo voglio dire. A las 10 y 12 ya estoy acicalándome en el baño de la galería de arte, por Humberto Primo. Es como si me duchara. Un trapeado por sobaco. Inmediatamente pongo las patas en el inodoro siempre impecable de los coleccionistas. Parece que nunca coleccionan mugre como une. No, no viene del verbo unir. ¡Qué va! Deviene de la diversidad de cada une. Pará, ya te dije, agarrá los libros feministas un poco, te va a venir bien. Además, uno nunca sabe cuándo pasa del otro lado del charco. No, paspartú, no es para Uruguay ni el puente de Largo Brazo, es salir del clóset. ¿Y qué mierda es clóset? El verbo salir lo entiendo, incluso te lo puedo conjugar entero, de pe a pa, en sus tres formas: indicativables, subjuntivables e imperativables. Pero, por ejemplo, lo que no me sale es el verbo ir de la misma conjugación, o sea, tercera, pero en dormir. Nunca sé por qué se mueve igual que partir, el cual se toma como paradigma y te hace durmiendo y no dormiendo. ¿Qué mierda va a ser irregular, qué catzo vas a saber? A ver, decime cómo es que ir pasa a yendo. Tal vez sabés porque lo escuchaste, pero no lo entendés o escuchaste mal. Es imposible equivocarse cuando aprendiste bien esa clase de palabra, esa que indica acción o estado de los sustantivos concretos o abstractos. No, con los colectivos no. ¿Ves? No se pueden usar verbos, solo epítetos. No, colectivo no es bondi. Seguime y no te delires pensando en fiestas electrónicas. Los verboides sí se dan muy bien con los sustantivos propios e impropios, es decir, individuales comunes. No, máquina, no hay chance de equivocarse cuando los aprendiste y los parafraseás bien de derecha a izquierda y de la cara externa al centro, desde donde sale el radio y de allí viene el π = 360. Redondeo, son así los infinitivos y participios en los tres tiempos o compases, porque viste cuando los conjugás en todas las personas y números hacen musiquita maraca, pero al fin musicalidad de sonoridad y métrica.

No sé cómo se cuentan los años en que no te veo, Moira. ¿En pesadillas, en tangos como Grisel, en cuerdas partidas de mi garganta de tanto llorarte, en la birome dura al trazo que escribe estos sintagmas, en las terribles calles de Chas, en las anotaciones de la Biblia de María, o como en esos damascos pasados que son mi músculo y nervadura?

Se cuentan, de alguna manera se cuentan. La enumeración puede ser casi infinita, pero la certera no me interesaría tanto porque sería como beber hipoclorito de sodio, comercialmente, lavandina. La certera sería hostil como canon, por eso más que la verdadera me interesa la posible, porque al final de la inverosible concatenación, de esa probable desmesura, nos encontraríamos, lo cual no será resarcimiento sino justicia, y no justicia divina, me cago en esa justicia. Sería justicia de la otra, de la pulenta: justicia de juntura padre-hija, una justicia de dioses y sacerdotisas que no existen.

Cuando tenga su tenencia, si me interrumpe mientras le explico estas apotemas le diré: vos sabrás mucho de diseño de indumentaria, pero no te hagas la sabionda en esto de la barrecheneidad. Los tres fantásticos: infinitivo, gerundio y participidad no se conjugan. Todas las cosas en la vida se conjugan. Se conjugan, se empanan, se embadurnan con mierda o sin mierda, se marinean, se magentan o se verdean al pesto, a voluntad, pero justo los verboides llanos, no. Todas las pasiones son variables y mutantes como la lengua, algo vivo, camaleón o medusa. ¿Viste cómo leí mucho de gramática todos estos años? Me las sé todas dentro de la Kovacci vida y fuera en la yeca. Eso es lo que da leer en Gredos a la María Moliner o al Lázaro Carreter. Pero me separé muy lejos de lo que te iba a decir. Estaba en que el almuerzo ruso ortodoxo, que no sé muy bien dónde queda, con todo el change y revuelo en Europa, como Asia y Pakistán. Pero, por suerte, toda esa infamia de que te cambian el mapa de los países del Mundial 86 acá no pasa. Me conozco todo: cada país, capital, pueblo, barrio, calle de polvo, rancho piso de tierra, descampado, chaperío, tablón, tierra tomada, lodado, tosquera, aldea, comuna, terreno ocupa, edificio, parque o baldío. También te lo indico uno a uno como cartográfica hoja. Cartografía estudié por una beca en Casa Amarilla, que fuera la residencia de nuestro “Padre de la Marítima de Guerra Argentina”, el almirante Brown, donde funciona el Instituto Histórico de Estudios Navales. Me la gané por un concurso de Hecho en Buenos Aires. Yo en realidad siempre quise estudiar Vigilancia Volcánica, Geofísica, Geodesia y Ortofotografía Aérea, pero esto fue lo más cercano a lo que pude arribar. Como escribía tan mal, en vez de Ortofotografía me dieron Ortografía y Redacción, que me sirvió mucho para tramitar planes y proyectos de restauración ciudadana del casco histórico. Sí, me dieron la plata, pero me la deliré y no restauré un carajo a la vela. El tema, y antes que me aleje o desgrane en otro subtema, que a su vez parece ser idea subsidiaria, particular, minuciosa y no general o global, es la cena y cómo obtenerla. El problema de la Ortodoxia es que solo te dan el almuerzo. La cena arreglátela, reza el cartel que hicimos en tiza amarilla mojada sobre cartón aglomerado pintado a negro pizarra con los muchachos, no vaya a ser que un desprevenido se quede después del almuerzo para nutrición e hidratación y se vea frustrado esperando al pedo. Y nadie se debe quedar frustrado en tema hambre. Damos la posta, para qué vamos a dar la localización de un comedor que no tiene comida y, es más, cuando llegás te quieren manguear a vos para un kilo de pan. De qué nos sirve mentirte, mejor hacerte peregrinar por el hostial un poco.

 

Zulema Lázaro es licenciada en Lengua y Literatura (UNSAM), autora de Barbarella (cuentos, 2018), El vaguito (novela, 2019), RePuesta (cuentos, 2022) y Tratado sobre el hambre (novela, 2023). Tratado sobre el hambre fue publicado por Alfaguara, tiene 240 páginas.

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