La teoría del caos

Alicia Pierini

Aquel otoño de 1997, Bruselas nos recibió luciendo un despliegue de ocres y dorados. Estábamos invitados por la Universidad Libre de Bruselas. Éramos un grupo de amigos y amigas de Ilya Prigogine para asistir al homenaje que se le rendía al cumplirse 20 años del premio Nobel en Química, otorgado por sus investigaciones sobre estructuras disipativas. Lo acompañé entre matemáticos, psicoanalistas, físicos y filósofos de la India, Japón, Canadá, Rusia, España y Estados Unidos. Nos encontramos inmersos en un intenso seminario sobre el caos y sus leyes.

Ilya presidió con apasionada inteligencia, frente a un público que lo homenajeaba en el auditorio de la universidad. Estaba visiblemente conmovido. Fue acompañado de numerosos intelectuales, sin esperar regalo alguno. Sorpresivamente, llegó a sus manos un antiguo mortero argentino. Me conmovió que la universidad hubiera elegido esa insólita pieza: “Hemos tenido en cuenta el amor que todos sabemos que siente usted por la Argentina”. Prigogine recibió el mortero con honda gratitud y se explayó sobre el extraño encanto de Buenos Aires, la pampa infinita, la cordialidad de los argentinos, sus bellísimas mujeres, los paisajes andinos y las figuras de piedra del Noroeste que habían fascinado a Picasso. Prigogine me miró y dijo: “la Argentina es para ser amada”. Yo era la única argentina presente. Estaba con los ojos húmedos. Una docente concentró miradas y una pregunta: ¿qué misteriosa fuerza hay en su país que embruja de tal manera a nuestro profesor? Miré sorprendida a quien me interrogaba, y respondí: “el Caos”. La risa de la señora de Prigogine rompió el silencio.

–Por cierto –dijo. La Argentina es un país complejo, difícil de comprender. Un fenómeno fascinante. Claro que sí. ¡El caos!

Así lo testimonian las más antiguas cosmogonías: en el principio fue el caos, y desde el caos emerge el orden. El caos es una fuente inagotable de creatividad, la posibilidad siempre abierta de novedades y de creación.

Sin embargo, se suele calificar al caos con signo negativo, identificándolo con el desorden. Pero una lectura fina de la teoría del caos se acerca a la rama de las matemáticas y la física, que trata de los comportamientos impredecibles de los sistemas dinámicos y lleva a considerarlos de manera más benigna.

Así, resulta que el caos no es desorden. Mientras el caos está en el principio de toda creación, el desorden, en su grado máximo, está en el final. El caos es pura materia prima, pura energía que se ordena y reordena. Lo propio del desorden, en cambio, es la disipación, la pérdida de energía.

El caos es un orden implícito que escapa a la comprensión. El desorden, por su lado, solo engendra más desorden. No crea nada, sino que disipa la energía disponible hasta alcanzar el punto de entropía en que ya no queda nada que se pueda usar.

Lo propio del caos es la capacidad de cambio, la adaptabilidad, la sensibilidad, la creatividad, la libertad de acción, lo novedoso. El desorden, en su grado último, no aniquila al orden, sino al caos en su dinámica.

Henry Adams escribió en el siglo XIX: “El caos engendra vida, el orden crea hábitos”.

Hay una buena noticia: la energía disponible del caos puede producirse entre las novedades que rectifiquen el desorden, autoorganizándose en un nuevo orden. El peligro radica es el segundo principio de la termodinámica, según el cual en el universo la energía no tiene más destino que su disipación, hasta que alcance su punto de equilibrio, cuando ya no quede lugar para el caos, para lo nuevo.

Correremos el riesgo de quemar la energía de la libertad en la tóxica combustión de una liberación abusiva, de ahogar las sorpresas del caos en la parálisis de un desorden denso y mediocre. Existe el peligro de que, habituándose a lo peor, esta Argentina que enamoraba a Prigogine ya no sepa dar lugar a la inteligencia, al saber, a la justicia, a la belleza. ¿Qué habría respondido el científico del tiempo y de la libertad? Entonces, nos quedan el trabajo y la esperanza, que desde esta matemática de lo no lineal tienen más que ver con el caos que con el orden.

Han transcurrido 23 años desde aquel otoño. Ilya Prigogine murió en 2003. Siento una infinita añoranza por el caos y sus delicias.

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