Proyecto Nacional, inversión extranjera y exportaciones: los medios y los objetivos

El debate colectivo puede contribuir a la formación de consensos para cohesionar una fuerza “nacional-popular-democrática” en el camino de hallar rumbos y respuestas a la “encrucijada nacional”, y específicamente a la superación de posiciones defensivas o de capacidad de veto ante proyectos modernizadores excluyentes –si bien valiosas, también insuficientes. Se pone el foco en el problema estructural de la necesidad de dólares, de resolverlo “por lo alto” o “por lo bajo” –recesión, más pobreza. Se trata la idea de que existen posibilidades inversoras y exportadoras –“hoy y ya”– para un país como Argentina, en producción de ciertas materias primas y alimentos. Con el mayor ánimo constructivo, este texto incluye unas breves consideraciones.

Se trata de pensar respuestas desde las condiciones actuales realmente existentes, que son, por cierto, apremiantes y dramáticas, tanto por sus efectos como por la densidad de los escollos a superar. En lo sustancial, se apunta a la necesidad de dólares –de moneda convertible– tal como se dio en la experiencia histórica de cualquier país que se desarrolló, al menos desde que se impuso el orden mundial capitalista industrial e interestatal que se configuró principalmente durante el siglo XIX. Exportar es la vía más “genuina” y beneficiosa para obtenerlos. Las otras, como sabemos, son: endeudamiento; aliento a inversiones de cartera o financieros –por ejemplo: carry trade–; e Inversión Extranjera Directa (IED). Una estrategia nacional no debe descartar nada en dosis adecuadas y con claridad de objetivos, pero es muy claro el beneficio social y productivo de la opción más genuina y hasta soberana, que es la de exportar más; y también –y fundamentalmente– sustituir importaciones.

El límite estructural “de oferta” para el crecimiento es el de disponibilidad de divisas, e importa priorizar y enfatizar en esto desde una perspectiva estructuralista: la conocida como “restricción externa”, la tendencia a la escasez de moneda internacional. Dólares, divisas, moneda internacional de reserva y aceptada para enfrentar el gran desafío de toda economía periférica con bajo PIB per cápita: desarrollar el mercado interno nacional y crecer sostenidamente. Se necesitan dólares para crecer, estabilizar y generar crecimiento y puestos de trabajo de calidad.

La falta de dólares es manifestación de problemas de la estructura productiva nacional –subdesarrollo– y de las relaciones de poder mundial. Actualmente pesa mucho más la dependencia financiera que la tradicional brecha tecnológica y su expresión comercial.

¿Sustituir importaciones? ¡Por supuesto! Un tema central que parece haber sido inexplicablemente relegado a mala palabra o a malos recuerdos: algo totalmente infundado, producto de la manipulación ideológica post 1976 y también de cierta capitulación culpógena y apresurada desde versiones supuestamente heterodoxas frente a la tormenta neoliberal que azota desde hace más de 40 años. Hay mucho por hacer al respecto en algo que sí depende más de decisiones nacionales. Es decir: ahorrar divisas también, además de más valor agregado e intelecto nacional aplicado.

Experiencias de industrialización vía sustitución de importaciones –como las de Brasil, México o Argentina hasta mediados de los años 70– dan evidencias de logros significativos: EMBRAER, industria automotriz, energía atómica, industria pesada, exportaciones industriales, exportación de tecnología, etcétera. Sin negar problemas asociados a la industrialización periférica, su agotamiento se debió principalmente a factores políticos, internos o internacionales –oleada anti-Estado desarrollista periférico y de Bienestar en el Centro.

¡Pero exportar también! Y aprovechar todo lo que se pueda para obtener dólares “genuinos”: las exportaciones en su rol más relevante de proveedoras de divisas. En una economía del tamaño de la argentina, y dadas las aspiraciones igualitarias, es mucho menos relevante su otro rol como componente de la demanda agregada activadora de crecimiento. Deben verse como el “combustible” necesario para desarrollar el mercado interno y la generación de más valor agregado nacional. Vale aclarar, diferenciando: no es exportar a cualquier costo vía dólar caro –“TC competitivo y estable”–, propuestas que son verdaderas quimeras inconducentes y con altos costos sociales y políticos. Con solo recordar el “pesimismo de las elasticidades” de CEPAL alcanza para países como el nuestro: no aumentan significativamente las exportaciones en base a “señales de precios” domésticas, es decir, sostener dólar caro y salarios de hambre. Las exportaciones apenas o nunca son “sensibles” a las señales de precio nacionales para países como la Argentina. En el mejor de los casos, muy poco para mucho costo. De paso, no se generó nunca ni se generará empleo masivo bajando salarios y derechos laborales, sino con buena macro y activando el crecimiento económico. Es decir, saliendo de las opciones recesionistas y asumiendo la perspectiva de creciente gravitación del FMI con sus adversas propuestas al respecto –si bien está la posibilidad de superávits fiscales con expansión del gasto estatal y del nivel de actividad económica.

Exportar más apenas si depende de decisiones propias, dado el actual orden político y económico mundial, y las características de nuestro lugar en él. Lo que se puede vender al exterior es lo que se demanda por parte del resto del mundo y, hoy por hoy, mucho es desde el nuevo “centro cíclico” asiático, especialmente China. Obvio que está el riesgo de traccionar hacia la repetición del modelo periférico de especialización tradicional en base a exportaciones de recursos naturales. Pero evitarlo depende de otras políticas integrales de desarrollo que se formulen e implementen, incluyendo hasta la de relaciones exteriores: un proyecto nacional, que no es el de modernización conservadora y liberal, ni tampoco el de la versión “neodesarrollista” basada en la magia del dólar caro y salarios de hambre. Es una apuesta productiva y no financiera. ¿De qué se habla, si no, cuando se dicen frases como “sí a un capitalismo productivo”? Concretamente, se trata de “fierros” que se instalan y quedan, y puestos de trabajo directos e indirectos a partir de IED.

En lo fundamental, el valor y las fluctuaciones del tipo de cambio expresan el conflicto distributivo y están sujetas a éste en gran medida. Pero tratándose de “un bien” no producido localmente, aquí nos ocupamos del aspecto fundamental, que es mejorar su disponibilidad de oferta y también del crecimiento económico, que suele ser decisivo asimismo para aflojar tensiones sociales y políticas. Exportar, atraer IED productiva y crecer son factores fundamentales y deben jerarquizarse y priorizarse en toda agenda política “progresista” o “nacional y popular” respecto de lo que caracteriza a la Argentina: la intensidad del conflicto social y político, aquello que se ha llamado péndulo, grieta, círculo vicioso o polarización, y hasta “trampa de eterno retorno a las crisis”. Aquí se trata de una dimensión relevante del problema, que es la económica o material.

No se propone una economía de “enclave minero”: no implica cerrar los ojos a la dura experiencia histórica sudamericana al respecto.

Algunos querrán usar el término “relaciones imperialistas”, o propuesta de tipo “desarrollo dependiente asociado”, y no está mal. Bajo condiciones de claridad de objetivos, lo podemos decir crudamente: conciencia de las relaciones jerárquicas de poder mundial hay de sobra, pero se trata de tener proyecto nacional activo al respecto, construir soberanía fortaleciendo un pilar fundamental, su base económica. Puede ayudar al análisis la indagación histórica y la experiencia de otros países. Cabe recordar que el poder de decisión autónoma nacional de cualquier país se nutre fundamentalmente de la fortaleza –o la debilidad– de su economía nacional. Soberanía y desarrollo económico tienen intensos vínculos de reforzamiento mutuo. Y no necesariamente hay contradicción con la obtención de flujos de IED: depende de su conjugación con la existencia de un proyecto nacional sostenido por fuerzas políticas democráticas y populares, con propósitos políticos rectores.

Se debe ver a la IED y las exportaciones como una herramienta, como un medio, y no como la repetición de una estrategia elitista y excluyente de desarrollo hacia afuera con especialización exportadora exclusiva en base a recursos naturales. Es decir, no implica renunciar a la diversificación productiva, a la densidad o complejidad nacional, al desarrollo de la ciencia y la técnica, y a los empleos mejor pagos, sino, por el contrario, una apuesta para avanzar y lograr viabilizarlos empujando los límites que los impiden.

Desarrollo, complejidad tecnológica y densidad nacional requieren una visión integral e integradora. Se necesita un “Estado Desarrollista” que actúe fundamentalmente desarrollando el mercado interno; que regule; que haga política industrial y tecnológica; que invierta en infraestructura no menos del 6% del PIB; que aliente la sustitución de importaciones; que construya políticamente instituciones acordes; que acompañe vía expansión de derechos y generación de demanda solvente, etcétera. Lograr más divisas para levantar el techo, el límite a todo esto. Más valor agregado nacional por cada divisa que se obtiene. La historia de todos los países con mayor grado de desarrollo, incluyendo a la pionera industrial Inglaterra –Estado Fiscal Militar–, muestra que se hizo diferencia al lograr conformar verdaderos estados desarrollistas en un sistema mundial capitalista de competencia económica y luchas de poder interestatal.

De paso, nada que ver con los relatos de ficción sobre libertad de mercado, “finanzas estatales sanas” y santos derechos de propiedad. Estos son evidentes caminos a la pura decadencia, tal como lo demuestra la historia nacional desde 1976.

El crecimiento económico es condición necesaria, aunque no suficiente, para el desarrollo. Se crece por demanda y el límite estructural “de oferta” es la restricción externa, no otro. Más del 40% de pobreza –y un piso no menor del 33%, aún en los escenarios más optimistas– debería convocarnos a salir del cortoplacismo y las consignas vacías, del anticientificismo y del mero romanticismo purista de valores abstractos. Se requiere compatibilizar realismo con el uso de herramientas tendientes a maximizar beneficios colectivos, tales como: la declaración del carácter de “recursos estratégicos”; volver a la creación de “empresas estatales”; construir poder y capacidades técnicas de regulación; activas políticas de asimilación del aprendizaje tecnológico, aún cuando debamos importarlo en los inicios; negociar participación de científicos argentinos en laboratorios I+D de ETs; repensar las potestades y las incumbencias del federalismo nacional; obligaciones sobre liquidación de divisas, entre otras. En particular, se necesita una nueva ley de compras estatales para incentivar innovaciones: la demanda, la posibilidad de garantizar colocaciones rentables –ventas– es un factor decisivo para involucrar actores locales en el desarrollo tecnológico nacional con inversiones productivas privadas, como lo hacen China o Estados Unidos –y vemos en las películas de Iron Man. No suele ser visibilizada esta restricción de demanda en los programas de incentivos a la innovación.

Se trata, en definitiva, de jerarquizar y diferenciar entre objetivos y medios. Una larga y valiosa tradición soberanista del peronismo –en el mejor legado nacional y latinoamericanista– prioriza los objetivos de un proyecto nacional de desarrollo democrático y popular, industrial y mercadointernista. Objetivos políticos claros para los que se necesitan ciertos medios.

China bien puede ser un ejemplo reciente de dirigencias políticas y sociales con claros objetivos estratégicos nacionales y proyecto de país. Sirve seleccionar mejor en qué inspirarnos, mirar lo que hacen los mejores, y no lo que dicen que tenemos que hacer: ya se sabe que en la historia los más avanzados patean la escalera que usaron para que otros no suban. Impresiona la gran permeabilidad que en nuestro país existe para las ideas del monetarismo y el prekeynesianismo más ramplón –prudencia fiscal, negación del fundamental rol del gasto público en la demanda y el crecimiento, etcétera. Hace falta más ciencia y buena teoría en los análisis que alimentan la decisión política: ya no alcanza con frases efectistas para salir del paso de las urgencias políticas coyunturales.

No se trata de negar realidades como la del “calentamiento global”, sino de priorizar las urgencias de Argentina con una mirada nacional: matan mucho más la pobreza, el estancamiento y el deterioro social. Debemos discutir la base económica, la realidad material y los recursos para expandir derechos sociales y económicos, y no sólo derechos civiles. También debemos crecer para obtener los recursos y poder financiar la “transición energética” necesaria.

Se puede contar con claras y abundantes evidencias científicas que contradicen la mayoría de las exageraciones y afirmaciones sin sustento en materia de ponderación de daños y costos ambientales. La conciencia ambiental no es incompatible con el desarrollo. Se trata de prioridades y ponderar la significatividad y la urgencia de la problemática en Argentina. Por ejemplo, cómo aprovechar el Yacimiento de Vaca Muerta, que ya es una realidad en materia productiva y con potencial exportador gasífero. O atender las posibilidades reales que surgen de la demanda externa de carne porcina, cría de salmones, litio, hidrógeno, petróleo –potencialidad off shore– y cobre. O el capital de conocimientos acumulados en materia de desarrollo atómico. En tecnologías sobre hidrógeno ya se venía trabajando hace varios años en Argentina –por ejemplo, en la Facultad de Ingeniería de la UBA.

Por supuesto, también debemos atender la demanda interna a partir de estas mismas explotaciones. Por ejemplo: cobre y litio para desarrollos nacionales en electromovilidad; sustituir importaciones de hidrocarburos; desarrollos para aplicación de hidrógeno; generación de energía no contaminante en el caso de las usinas atómicas; consumo de carne de pescado que actualmente se importa, etcétera.

La experiencia minera en provincias argentinas –por ejemplo, Santa Cruz y San Juan– muestran indicadores interesantes desde varios puntos de vista: productivo, nivel de salarios formales, empleo, recaudación de estados provinciales y exportaciones. Claro que deben mejorarse aspectos como la capacidad de control y regulación estatal sobre volúmenes de producción, prevención de efectos ambientales, etcétera.

Sobre distribución de la renta de recursos naturales: todo lo que se pueda maximizar para el beneficio de la sociedad en su conjunto es bienvenido, pero sin negar las restricciones del mundo capitalista y de poder actuales.

Con conciencia, si no se encara la explotación de lo que hay, no hay discusión que valga sobre el reparto de renta de recursos naturales, recaudación estatal, exportaciones, empleos formales, etcétera. Al respecto, es de valor estratégico construir autonomía y capacidades estatales.

Debemos discutir y buscar opciones que sean superadoras, tanto de las experiencias entreguistas de regalar todo, como también de la posición inversa de plantarse irrealistamente pidiendo cualquier cosa, como si las relaciones de poder del capitalismo no existieran. Hay muchas razones fundadas para que no nos guste el capitalismo, pero es lo que hay, al menos por el momento. Y, como parece evidenciarse, no se forman colas de ambiciosos capitales desesperados por venir a la Argentina.

Tampoco se trata –al menos desde el punto de vista económico, no político– de regalar exenciones y subsidios a sectores, como al agropecuario exportador, que ni siquiera los necesita para ser altamente rentable y competitivo internacionalmente.

En la línea del cientista social chileno Carlos Matus, se trata de integrar contenidos de tres ámbitos o espacios: un proyecto nacional, recursos de poder –en el ámbito nacional e internacional– y capacidades técnicas y conocimientos científicos de formulación e implementación de acciones. Proyecto, poder y capacidades técnicas son tres aspectos que constituyen un trípode o triángulo de mutuas determinaciones y necesario balanceo y adecuación.

Todavía hay mucho para hacer en Argentina antes de caer en sentencias triviales y paralizantes tipo: “fin del trabajo” o “fin del capitalismo productivo”. La clave es tener rumbo claro, orientación, estrategia, proyecto nacional claro. Como se dijo, la construcción de capacidades y de autonomía estatal constituye un punto decisivo de lo que debería constituir una agenda nacional de gobierno.

La evidencia histórica y actual mundial desmiente los vaticinios ideológicos simplistas acerca de la supuesta desaparición de los Estados. Autonomía y capacidad estatal son atributos del deseable poder político democrático que disciplina a actores concentrados y busca integrar y alinear objetivos de acumulación de capital privado, con propósitos de desarrollo nacional y bienestar material colectivo extendido. Una democracia con verdadero contenido popular y no un mero republicanismo oligárquico y vacío.

“Integral, integrar”, son nociones claves para un proyecto nacional de desarrollo –política industrial, infraestructura, ciencia y técnica, desarrollo regional, macroeconomía adecuada, política social, etcétera. La gran proliferación de heterogeneidades de situaciones económicas y sociales existentes suele ser propicia para la confusión, con análisis parciales e insuficientes, pérdidas de perspectiva y su correlato de propuestas con resultados ineficaces.

Es necesaria una primacía de la política, eso es claro, pero también tener buena teoría: hacer ciencia pertinente con diagnósticos, ideas, cuadros situacionales, estudios especializados de evidencias, costos, riesgos y probabilidades. Son importantes ante una dinámica de griterío, manipulación mediática, frases efectistas, exceso de “fuego amigo” y dura competencia política.

Son tiempos como para no dejarnos ganar por la pereza intelectual, la falta de osadía o la importación acrítica de ideas fatalistas desde sociedades más desarrolladas en crisis. Tampoco para encubrir la resignación y la impotencia con falsas épicas y consignas vacías hipercríticas paralizantes. La degradación social y la “barbarización” ya no están tan lejos, ni en espacio ni en tiempo. Bienvenido el debate entre “los buenos”.

 

Pablo Alberto Tavilla es profesor de Estructura Económica Argentina y Mundial y director del CEGOPP (UNM).

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