Malvinas y posguerra: un congreso donde se habló del pasado para proyectar el futuro

“La batalla por la reivindicación de la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas es un capítulo más de la lucha por la independencia política latinoamericana, que culminará únicamente cuando sean definitivamente eliminados de nuestra región todos los vestigios de dominación colonial aún existentes. En esta legítima lucha anticolonial, el pueblo argentino –único depositario de la soberanía popular– cuenta con el respaldo militante e incondicional de todas las fuerzas democráticas, populares y progresistas de la región, siguiendo así el ejemplo dado por los Libertadores en las batallas independistas de América Latina” (Declaración de Lima, 18 de mayo de 1982).

En un texto publicado en este mismo medio y que titulamos “Derechos Humanos y posguerra: una deuda pendiente” dimos cuenta de un hecho singular ocurrido durante un encuentro informal promovido en el año 2009 por Enrique Oliva y César González Trejo, acompañados en aquella oportunidad por Ana Jaramillo y el recordado Ernesto Adolfo Ríos. Ese día una particular interpelación transfiguró el escenario de una muestra-homenaje destinada a conmemorar el 70º aniversario de la fundación de FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina). Habíamos invitado formalmente al evento a los integrantes de la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur, quienes concurrieron representados por Delmira Hasenclever de Cao, Dalal Abd y Osvaldo Massad. Una vez concluido el acto inaugural en el teatro Verdi de La Boca –organizado por la Corporación Buenos Aires Sur entonces presidida por Enrique Osvaldo Rodríguez– Delmira dijo algo así como: “Muchas gracias por invitarnos, no es corriente que eso suceda, y también por ayudarnos a tratar de entender un poco más la historia argentina y sobre todo el sentido que tuvo una organización como FORJA en ese período de nuestro pasado. Nosotros venimos a verlos para que nos ayuden en esta batalla que estamos librando por recuperar el sentido por el cual murieron nuestros hijos, ya que se está perdiendo”.

Reconozco que la petición realizada por los familiares caló hondo en nosotros, llevándonos rápidamente a un compromiso sincero con las condiciones y las penurias de la posguerra. Como ya mencionamos, en aquella convocatoria había participado Ana Jaramillo, rectora de la Universidad Nacional de Lanús –única institución universitaria que además brindó su apoyo para el recordatorio forjista. Fue por su iniciativa que, un tiempo después, nació el Observatorio Malvinas de la UNLa a partir del trabajo mancomunado entre la Universidad y la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur. El Observatorio, dirigido desde sus orígenes por Julio Cardoso, desarrolló una profusa y extraordinaria labor que aún continúa, y de la que intentaremos dar cuenta en otra oportunidad.

 

Prácticas decoloniales

Cuarenta años han transcurrido ya del acontecimiento bélico. Mucho se ha escrito en estos últimos tiempos sobre las circunstancias sociales, políticas, económicas y geopolíticas que lo circundaron. También han proliferado, no solo en América Latina sino también en Europa, textualizaciones variopintas respecto a la cuestión del neocolonialismo junto con teorías sobre la descolonización: estas últimas, cabe aclarar, entendidas como aquellas que promueven, al decir de Grosfoguel, “la descolonización de todas las jerarquías de dominación”. Actualmente hay centenares de textos académicos y otros provenientes del campo ensayístico y alternativo que reclaman la necesidad de reactualizar los debates sobre la descolonización, si bien muchos de ellos se circunscriben al campo de la elucubración teórica o del diagnóstico respecto a cómo se vienen reconfigurando las relaciones asimétricas de poder entre Estados o “constructos civilizatorios”.

Sin embargo, más allá de que ciertos estudios y aportes resultan de indudable interés filosófico y teórico para abordar las asimetrías “centro” y “periferia” de la tensión colonial-decolonial, nos proponemos orientar estas breves reflexiones hacia lo que denominamos “prácticas decoloniales”. ¿A qué nos referimos? A ciertas acciones desplegadas por diversos sectores que intentan escabullirse de las determinaciones impuestas por la relación dominante centro-periferia, tanto explícita como implícita, mediante métodos u objetivos –inclusive sin diseño predeterminado– que contribuyen a la visibilidad de la presencia colonial económica o simbólica. Algunas de ellas intentan, además, neutralizar sus efectos.

Uno de los casos más interesantes es el de las agrupaciones de veteranos de la guerra por Malvinas, sus familiares y sus amigos. Apenas concluida la batalla Malvinas, los veteranos y familiares fueron aglutinándose en distintos tipos de Organizaciones Libres del Pueblo a partir de una verdadera dinámica de autoorganización. Estas transitaron por diferentes etapas, tensionando incluso entre sí por razones disímiles. No obstante ese universo de diferencias –a veces políticas y en otros casos personales– la acción de los veteranos estuvo centrada en primera instancia en el reconocimiento de algunos derechos suyos y de sus familias que debían ser atendidos, no solo por haber participado en un nítido acontecimiento histórico como el del año 1982, sino porque el mismo –a pesar de estar inscripto en un contexto dictatorial– implicaba la denuncia de la presencia británica en Malvinas como una problemática claramente colonial.

Si bien uno de los primeros manifiestos fundacionales fue formalizado a meses de concluidas las hostilidades, la elaboración de centenares de documentos, propuestas, proyectos y proclamas caracterizó el accionar de los centros y agrupamientos de veteranos: estos procedimientos sentaron “prácticas”, entre las cuales una de las primeras fue la decisión espontánea de organizarse. Algunas de las formaciones pioneras han perdurado, otras se mantuvieron por largos períodos, desarrollando movimientos tácticos y estratégicos de las formas más variadas. Durante un largo tiempo de análisis encontramos que muchas de ellas fueron concebidas como espacios de contención y autocontención –enormes tareas de por sí– en respuesta a necesidades de intercambio catártico de las experiencias compartidas en el campo de batalla, ante la ausencia de toda intervención estatal. Otras, en forma inmediata, reconvirtieron la participación en la guerra en labores sociales, tales como la construcción de viviendas para los sectores más vulnerados, la ayuda comunitaria y otras tantas tareas. Sin enunciarlo, orientaron sus experiencias, no solo a su propio reconocimiento como veteranos y partícipes de un suceso histórico, sino también hacia acciones comunitarias tendientes a la reivindicación de una causa justa que explícita o implícitamente ponía a la luz la cuestión colonial.

A nuestro entender, el simple reclamo de reconocimiento y la visibilización del propio colectivo constituyeron indirectamente y per se prácticas decoloniales.

 

El discurso desmalvinizador

El dispositivo desmalvinizador –que ya hemos detallado en otras oportunidades– se conformó a partir de una serie de resortes materiales y simbólicos cuya idea fuerza, según algunos autores, fuera sustentada por el politólogo francés Alain Rouquié durante una entrevista que le realizó Osvaldo Soriano para la revista Humor en marzo de 1983. Allí Rouquié recomendaba “desmalvinizar” al incipiente régimen democrático: es decir, quitar de la agenda la cuestión Malvinas, para que las Fuerzas Armadas no pudieran recuperar centralidad política e histórica. Dentro de ese amplio dispositivo que se puso en marcha, recayeron sobre los veteranos y las veteranas verdaderos mecanismos de estigmatización por medio de distintos procedimientos: el principal fue “la victimización” a partir de componentes estereotípicos, tales como la alienación y la infantilización, en el marco de una deshistorización que aislaba la guerra por Malvinas del devenir de las relaciones bilaterales asimétricas con Gran Bretaña.

En un artículo que publicamos hace un tiempo, titulado “Victimización: ¿redención del oprimido o retorno al coloniaje?”, coincidimos con otros autores tales como Fernando Cangiano en que la victimización constituyó un mecanismo orientado fundamentalmente a “acallar las voces”. ¿Las de quiénes? Las de los veteranos y las veteranas, por supuesto, negándoles objetividad discursiva y quitándoles protagonismo. La alienación, recordemos, operó por medio del estigma del “loco de la guerra”. Luego sobrevendría la infantilización de los “chicos de la guerra”, promoviendo una verdadera clausura de sus opiniones, pareceres y acciones. A tal punto fue eficiente este dispositivo que llegó a afectar a algunas organizaciones que nucleaban a los familiares de los combatientes: salvo contadas excepciones, no fueron siquiera tenidas en cuenta en ciertos actos conmemorativos y eventos vinculados a cuestiones oficiales o institucionales. El mecanismo desmalvinizador determinó de esta forma el ocultamiento de su discurso mediante un ejercicio sistemático de carácter hegemónico. Durante décadas las manifestaciones y prácticas de veteranos y familiares contra este dispositivo funcionaron –con excepción de algunos agrupamientos profesionalistas o vindicatorios del proceso dictatorial– como verdaderos componentes contrahegemónicos frente al artilugio desmalvinizador impuesto como discurso único, cerrado y, lamentablemente, adoptado de manera mecánica y acrítica por las élites.

En síntesis, la hegemonía desmalvinizadora encontró un primer escollo en la congregación: es decir, en la generación de Organizaciones Libres del Pueblo de veteranos y sus familias. Heterogéneos y con identidades definidas –incluso marcados por diferencias ideológicas sustanciales entre ellos– los centros y agrupaciones resaltaban lo irrefutable de nuestra soberanía, la integridad territorial, el reclamo de la subjetividad de los participantes en la guerra y la legitimidad de sus reclamos. En su transitar, estas organizaciones establecieron verdaderos “hitos”, tales como la constante prédica escolar, cuyos fundamentos, en muchas oportunidades, fueron desconocidos o lisa y llanamente rechazados por algunas instituciones. Estas prácticas docentes no formales abrieron la participación en el debate a la niñez y a la juventud: en suma, se incorporaron a la memoria viva de nuestro pueblo al modo ejemplar de las grandes tradiciones orales de la Argentina.

Afortunadamente, las prácticas de las organizaciones de veteranos y familiares no fueron el único obstáculo que se le presentó al dispositivo desmalvinizador. De manera progresiva, espontánea, silenciosa, fueron erigiéndose monumentos, adoratorios y recordatorios, y diversas expresiones de la guerra fueron incorporándose a nuestra cultura popular. Nacieron cánticos en acontecimientos públicos, y también calles, negocios de barrio, escuelas, nombres propios y hasta tatuajes que honraban la gesta de Malvinas. Mientras una superestructura cultural y política ocultaba y acallaba a los veteranos y sus familias, desde el sustrato social se operaban reconocimientos de todo tipo hasta en los más recónditos poblados de la Argentina. Hoy, el acontecimiento histórico de la guerra por Malvinas es el más homenajeado a lo largo y a lo ancho del país: más allá del repudio a la coyuntura dictatorial que enmarcó el conflicto, nuestra población reconoció la labor de sus hijos a través de la apelación nominal y la presencia física en el espacio público.

Un tercer tópico fue, sin duda alguna, la producción textual y las actuaciones de algunos sectores políticos e intelectuales vinculados al pensamiento nacional latinoamericano. Diferenciando nítidamente la cuestión de la dictadura del acontecimiento de la guerra, estos sectores plantearon la necesidad de historizar Malvinas sin circunscribirla exclusivamente a la gesta de 1982. En cierta forma denunciaron que tanto el discurso oficial como el académico reducían la cuestión de la guerra a las condiciones dictatoriales, al tiempo que la deshistorizaban y la independizaban de un sistema de relaciones bilaterales con Inglaterra que, en su faz asimétrica, aún perdura.

 

Desafío para investigadores

La matriz desmalvinizadora presupone, entre otras cuestiones, la asociación directa entre dictadura y Malvinas. Entre otros componentes significativos, esta se manifiesta ocultando o minimizando el apoyo de una cantidad de naciones del mundo al reclamo argentino, y también el apoyo de la mayoría de las organizaciones políticas, sindicales e inclusive empresariales de la Argentina a la defensa de nuestra soberanía. Al mismo tiempo, el dispositivo acalló otras intervenciones significativas de sectores que estaban siendo manifiestamente perseguidos: entre ellos, los bancos de sangre organizados por personas privadas de su libertad por disidencias políticas, y la significativa y obliterada Declaración de Lima.[1] Cabe destacar que el histórico documento limeño fue generado por un grupo de exiliados políticos, entre los que se contaban Ana Jaramillo y Rodolfo Puiggrós, quien fue detenido a la fuerza en Perú. En un claro compromiso con la soberanía nacional, al tiempo que repudiaba a la dictadura militar, la Declaración rechazaba la prepotente acción colonial británica.

Encadenar los hitos históricos de la posguerra que constituyeron parte de la resistencia contrahegemónica frente a la desmalvinización sería un interesante desafío para futuros investigadores. Entre ellos, no podrían omitirse la creación de la primera Federación de Veteranos de Guerra; la participación de millares de veteranos en numerosas acciones públicas y eventos deportivos; la creación y el despliegue de centros de veteranos en toda la Argentina; la presencia y la acción de los veteranos y sus familias en diversos acontecimientos sociales, aun sin consentimiento oficial, siempre enarbolando sus reclamos y sus consignas; los cientos de miles de conferencias organizadas sobre esta temática; el trabajo de la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas, quienes, apelando a la inteligencia y a la creatividad y prácticamente sin apoyo oficial, lograron el hecho inédito de instalar un cenotafio en nuestras islas; y la creación de diversos observatorios y entidades que continúan analizando hasta el presente la cuestión Malvinas.

Otro interesante desafío en torno a este tema sería establecer una cronología precisa de los hechos más significativos devenidos en acontecimientos, y cómo, a partir de ellos, fue configurándose un verdadero discurso contrahegemónico frente al discurso único y desmalvinizador que había atravesado gobiernos e instituciones. Es preciso establecer que estos abordajes no podrían disociarse, bajo ningún concepto, de una realidad que muestra que el Reino Unido de la Gran Bretaña sigue siendo una potencia colonial que no parece abandonar sus aspiraciones, y que en pos de ellas recurre a tácticas y estrategias caracterizadas por una profunda sutileza y por ende no completamente visibles, las cuales 40 años después de la gesta siguen fomentando la agenda desmalvinizadora.

 

El congreso de Río Negro

En este panorama, unas semanas atrás se produjo un hecho sumamente auspicioso: la realización de un congreso organizado por la Dirección de Veteranos de Guerra de la Provincia de Río Negro y por el Observatorio Malvinas de esa provincia, promovido y auspiciado por el Observatorio Malvinas de la Universidad Nacional de Lanús. Más allá de la notoria concurrencia, lo remarcable fue que asistieron al evento no solo las autoridades de la provincia, sino también todas las instancias del sistema educativo de Río Negro: desde de la gobernadora con sus ministras, ministros, secretarias y secretarios, hasta docentes, directores y directoras de escuela y de institutos de formación, representantes de los gremios docentes y de la comunidad, veteranos y familiares.

En las distintas jornadas se trabajó sobre una agenda inicial que posteriormente facilitó, cada día, un debate abierto respecto a qué modificaciones deben introducirse en el ámbito educativo para que Malvinas deje de ser abordada según un relato que reduce la cuestión a una recuperación insular transitoria y al fin de la dictadura. Las conversaciones incluyeron las perspectivas didáctico-pedagógicas que permitirían dar cuenta de la relación colonial y de la proyección argentina bicontinental. Resultó francamente conmovedora la vinculación lograda entre integrantes de la comunidad educativa y los veteranos, veteranas y familiares de guerra que participaron en los debates y compartieron sus relatos. Se logró establecer propuestas precisas para una reforma en los contenidos, en principio para la provincia, con la intención de proyectarla sobre la región y luego sobre el país. Los elementos incorporados son de sumo interés: algunos de ellos fueron volcados en el documento emitido al final del congreso.

¿Por qué entendemos que este encuentro fue un hito de posguerra y un acontecimiento significativamente importante? Porque es la primera vez que la estructura educativa de una provincia “se sentó” en la misma mesa con veteranos, veteranas y familiares, a escuchar sus percepciones no solo durante el acontecimiento bélico, sino también durante la posguerra: qué sintieron, qué manifestaron, qué hicieron. Esto creó una dinámica generadora de acuerdos que, de multiplicarse en las distintas jurisdicciones de las provincias, contribuiría al necesario debate sobre los contenidos a partir de los cuales abordar la cuestión de Malvinas y el Atlántico Sur en los niveles primario y de enseñanza media.

El congreso contó también con la participación de prestigiosos intelectuales vinculados al análisis científico de Malvinas: entre ellos Rosana Guber, quien realizó una acertadísima descripción de cuáles fueron los dispositivos que recayeron y aún recaen sobre los combatientes, y de las acciones que los veteranos fueron desarrollando para neutralizar los efectos negativos sobre sus propias humanidades. Guber estableció, además, algunas categorías discursivas sumamente novedosas.

Una de las cuestiones más importantes que surgió del debate fue la gran tensión existente entre los análisis de “expertos” y las vivencias concretas de los veteranos. En una democracia que se precie de tal, cuando se aborda determinado universo como el de los veteranos de guerra, sus familias y sus entornos, no se puede, bajo ningún concepto, suprimir sus voces. Según los integrantes del gobierno y de la comunidad educativa de Río Negro, a la hora de considerar los contenidos de los escritos académicos –incluso los de los cuadernos de estudio– aparece la unilateralidad, es decir, la opinión “de arriba hacia abajo”: una mirada no-dialógica, no-construida, que denota la ausencia de experiencias vitales, acorde a las características de los autoritarismos intelectuales.

 

Recuperar las voces de Malvinas

Dado que los veteranos resultaron “incómodos” para una dictadura en fuga y que la desmalvinización comenzó con la dictadura misma, es tiempo de reconocer que tal incomodidad se extendió a la incipiente democracia: en aquel momento, la catalogación de veteranos y veteranas como una “rémora” del Estado terrorista implicaba un castigo invisibilizante sobre ellos y ellas. El dispositivo unilateral desplegado, aplicado “de arriba hacia abajo”, los estandarizó, los catalogó, los normalizó, y en suma cerró el debate por décadas. La clausura se extendió a la necesaria lectura de la guerra en un marco histórico y geográfico: desde el Observatorio Malvinas de la Universidad Nacional de Lanús –para citar apenas un ejemplo– se han analizado decenas de textos escolares de posguerra en los que se comprobó una flagrante ausencia de la relación entre el acontecimiento bélico y la historia de la sucesión de conflictos fácticos y simbólicos con el Reino Unido.

Cuarenta años después de Malvinas, estos debates acallados por tanto tiempo finalmente se abrieron en una provincia argentina. Como una verdadera democracia de la palabra en la que no se obturó ningún tipo de opinión, los diálogos que se dieron en el marco institucional del encuentro fundaron un hecho enormemente auspicioso, sobre todo teniendo en cuenta que gran parte de los y las asistentes pertenecen a la estructura docente provincial.

Hoy resulta evidente que la recuperación de las instituciones democráticas estuvo marcada por limitaciones. Una de ellas fue el tratamiento integral de la cuestión Malvinas y, en especial, la de sus protagonistas: sobre ellos recayeron categorizaciones espurias –alienados, niños, mendigos, facciosos, cómplices de una dictadura militar– que convirtieron en políticamente incorrecta cualquier reivindicación, y que interpretaron sus mensajes y aun su sola presencia como “frutos del árbol envenenado”, en vez de comprender que la dictadura en retirada respondía esencialmente a una matriz colonial.

Al menos dos conclusiones se desprenden de lo que sucedió en el congreso de Río Negro. La primera es que, si seguimos considerando el concepto de “pueblo” como entidad productora de la historia, las investigaciones vinculadas a Malvinas ya no pueden omitir la forma en que el pueblo argentino fue reconociendo la participación de los veteranos de guerra y su relación con un proceso de colonialidad indirecta que aún se mantiene. Menos aún, sostener que los veteranos y sus familiares fueron parte constitutiva de ese dispositivo colonial.

La segunda es que, no obstante la importancia de haber recuperado plenamente las instituciones democráticas, el diálogo con respecto a Malvinas permaneció clausurado durante años por un relato hegemónico que no tuvo en mínima consideración los anhelos, las expectativas y las experiencias de nuestros veteranos, veteranas y familiares.

A partir del congreso de Río Negro se abren nuevos horizontes, no solo para quienes estuvieron en la guerra y para quienes los esperaron al volver, sino también para docentes e investigadores: a esta altura de las circunstancias, no puede seguir sosteniéndose con liviandad que la cuestión Malvinas se reduce a un hecho histórico compactado en una estrategia política de una dictadura militar genocida.

La democracia aspira a ser esencialmente multidialógica, y este encuentro se inscribió como tentativa de restaurar las voces de los veteranos y sus familias, por tanto tiempo silenciadas. En este sentido, si entre varios factores la democracia implica el ejercicio franco y pacífico del diálogo, está claro que el conjunto de nuestras instituciones democráticas permanece en deuda con los verdaderos protagonistas de la historia.

 

Colaboró en este artículo Pablo Núñez Cortés. Francisco José Pestanha es abogado, docente y ensayista, profesor titular ordinario del Seminario Pensamiento Nacional y Latinoamericano de la Universidad Nacional de Lanús. Actualmente se desempeña como director del Departamento de Planificación y Políticas Públicas de la Universidad Nacional de Lanús.

[1] Suscribieron la Declaración de Lima, entre otros dirigentes y referentes latinoamericanos: Bolivia: Javier Torres Gotilla, exministro de Estado y exembajador de Bolivia en México. Brasil: Paulo Schilling, dirigente del Comité Brasileño de Solidaridad con los Pueblos de América Latina y el Caribe. Costa Rica: Juan Echeverría Brealey, exministro de Gobierno del presidente Carazo. Humberto Vargas Carbonell, exdiputado del Movimiento Pueblo Unido. Chile: Carlos Morales, expresidente del Partido Radical de Chile y miembro actual de su dirección. El exdiputado Dense Pascal Allende, representante del Partido Socialista de Chile. Mario Díaz Barrientos, representante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Ecuador: Horacio Sevilla Borja, secretario ejecutivo de la Asociación Latinoamericana para los Derechos Humanos (ALDHU). Enrique Gallegos Arends, subdirector nacional del Partido del Pueblo Cambio y Democracia. Absalón Rocha, miembro del Consejo Directivo Nacional del Partido Democracia Popular (Unión Democrática Cristiana). Jorge Chiriboga Guerrero, secretario general del Partido Socialista Revolucionario Ecuatoriano, diputado por el Frente Amplio de Izquierda. Carlos Rodríguez, miembro del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Frente Radical Alfarista (FRA) y presidente del Comité del Pueblo. Nicaragua: Freddy Balzán, secretario ejecutivo del Tribunal Antiimperialista de Centro América y el Caribe. Panamá: Roko Setka, miembro de la Comisión Política del Partido Revolucionario Democrático. Efraín Reyes Medina, director de Bayano, órgano de los Frentes de MAS del PRD. Mario Martínez Puente, periodista. Perú: Alfonso Barrantes, presidente de la Izquierda Unida. Ernesto Gabarra, diputado y secretario de Relaciones Internacionales de Acción Popular. Carlos Roca, diputado y secretario de Relaciones Internacionales del Partido Aprista Peruano. Roger Cáceres, senador y secretario general del Frente Nacional de Trabajadores y Campesinos. Miguel Ángel Mufarech, diputado y presidente del Partido de Integración Nacional (PADIN). Jaime Montoya, secretario general del Partido Demócrata Cristiano del Perú. Uruguay: Juan Eyherachar, representante de Convergencia Democrática en Uruguay. Venezuela: Pompeyo Márquez, senador y secretario general del Movimiento al Socialismo. Américo Martín, diputado por la Nueva Alternativa, excandidato presidencial.

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