Malvinas: una explicación de la ausencia de progresos hacia una solución

El próximo 14 de junio se cumplen 41 años de la rendición de las Fuerzas Armadas de la dictadura militar tras su mal planeado uso de la fuerza en Malvinas. El aniversario hace que sea oportuno reflexionar sobre las razones que impiden llegar a una negociación abierta, sin temas excluidos. En primer término, propongo se examinen estas razones, tanto del lado argentino como del británico. Por ello pasaré revista a la coyuntura política británica en general, al Brexit en particular, y especularé sobre el impacto probable de este último en el tema Malvinas. Entiendo que el aniversario presenta una buena oportunidad para un replanteo con el objetivo de entender la situación donde la falta de progresos es un factor predominante, basándome en aquello que he aprendido sobre el accionar británico, incluyendo sobre todo lo que conversé –entre otros– con Lord Shackleton, autor de dos informes económicos sobre Malvinas, y con Sir Jeremy Moore, general británico vencedor. Sir Jeremy me confió que durante la rendición terminó de entender qué había ocurrido. Pero fundamentalmente, y como conclusión, sostengo que la explicación de la falta de movimiento es que las razones están enraizadas en la política y en la economía de ambos países, con pocas perspectivas de cambio a corto plazo.

Un primer supuesto es que el diferendo es una ecuación diferencial de dos variables: la argentina y la británica –incluyendo a los isleños. Nuestra postura de afirmación de derechos y reclamos con apelación a países de la región y a las Naciones Unidas (ONU) ha dado limitados alcances que están a la vista y no parece que llevaran a algo conducente. Por lo tanto, hay que cambiar de enfoque, porque, como supuestamente dijo Einstein, es segura señal de desvarío pensar que repetir una misma acción una y otra vez conducirá a un resultado distinto. Creo que Daniel Filmus dijo algo parecido al asumir. Es fundamental enfocar Malvinas y Atlántico Sur, incluyendo el acontecer político británico, pre y post Brexit y con el elemento agregado por el conflicto entre Rusia y Ucrania.

 

Panorama político británico que llevó a Brexit, y sus consecuencias

El Reino Unido (RU) nunca fue un entusiasta partícipe de lo que comenzó siendo la Comunidad Económica Europea y ahora se conoce como la Unión Europea (UE), ingresando tardíamente en 1975. Ya desde la asunción de Margaret Thatcher en 1979 el RU consiguió reducir sus contribuciones presupuestales a la UE. Los primeros ministros John Major, Tony Blair y David Cameron reclamaron excepciones aún mayores, pero estas no conformaron las expectativas británicas. Cameron tuvo que ceder a la demanda del ala derecha y antieuropea de su partido conservador, y convocar a un referéndum para consultar al electorado si quería o no seguir en la UE. El 23 de junio de 2016 el resultado dio que 51,9% optó por irse y 48,1% votó por quedarse, con una tasa de participación del 72%. Las diferencias fueron pronunciadas. El campo votó por irse y las metrópolis por quedarse. De las cuatro naciones del RU, Inglaterra y Gales votaron por irse, mientras que Escocia e Irlanda del Norte dijeron preferir quedarse. El análisis demográfico del voto demostró que los mayores votaron por irse, mientras que los jóvenes por quedarse. Debido a los amplios márgenes, quedaron al descubierto grandes divisiones rurales-urbanas, generacionales y regionales.

Esto ha no ha dejado de afectar a la política británica desde ese entonces. El proceso erosionó e hizo caer a dos primeros ministros –David Cameron y Theresa May– y, luego de un feroz debate político interno, en 2019 el partido conservador eligió como líder partidario a Boris Johnson, que ganó una elección en diciembre del 2019 con una mayoría de 80 diputados en una cámara de 526 bancas, llevando a cabo una purga casi estalinista a nivel político y en la burocracia de los partidarios de seguir en la UE. Su principal compromiso electoral fue terminar la negociación de la salida de la UE –el famoso Brexit– antes del 31 de diciembre del 2020.

Claro que, con el Brexit transformado en realidad, se está comenzando a comprobar el impacto adverso previsto sobre la economía y los intercambios comerciales con la UE, de lejos el principal socio del RU en esta materia. Las cifras para el primer trimestre de 2021 mostraron una caída de aproximadamente el 40% de los intercambios con la UE. Asimismo, la actividad económica se vio fuertemente disminuida debido a la pandemia. Al rebote de 2021 Johnson intentó venderlo como un beneficio del Brexit, pero le creyeron nada más que sus seguidores y constituye un tema no dirimido definitivamente.

Brexit también hizo crujir el entramado del RU. Como ya se ha señalado, Escocia e Irlanda del Norte votaron por quedarse en la UE. En las elecciones de mayo de 2021 el Partido Nacionalista Escocés (SNP, según su sigla en inglés) revalidó con el apoyo de una mayoría de los electores su pretensión independentista, a la que Inglaterra[1] se opone. En Irlanda del Norte no se logró formar gobierno por desavenencias entre el unitarismo protestante-británico y el nacionalismo católico-irlandés. De todas formas, según las encuestas, durante 2021 el gobierno conservador se había consolidado debido al éxito de la vacunación, aunque en realidad fuera atribuible al Servicio Nacional de Salud. Esto, a pesar de que Johnson se encontraba con problemas de sordidez –sleaze en inglés, término que además alude a la corrupción gubernamental. Otorgó contratos por el equivalente de 25.000 millones de dólares sin llamado a licitación pública, usando la emergencia de COVID-19 como excusa. Además, mandó rediseñar los interiores del amplio departamento que usaba en Downing Street[2] sin que quedara claro quién había pagado las obras. A todo esto le siguió el escándalo sobre las fiestas prohibidas, mientras regía la prohibición legal de reunirse. Para fines del 2021, pocos pensaban que Johnson fuera a sobrevivir en el cargo, pero la invasión rusa de Ucrania tornó sus índices de aprobación de catastróficos a meramente terribles, según el encuestador Peter Kellner. La historia muestra que cuando los conservadores comienzan a sospechar que un primer ministro no será capaz de triunfar en las elecciones siguientes, se deshacen rápidamente de él, como ocurrió con Thatcher. El voto de confianza el 6 de junio de 2022 entre conservadores produjo para Johnson el peor resultado: 211 apoyaron al primer ministro, pero 148 votaron en contra. El precedente de todos los primeros ministros que pasaron por el trance de un voto similar indicaba que sobreviven poco y precariamente. Los medios británicos del día siguiente –excepto dos diarios acérrimamente conservadores– dejaron saber que la primacía de Johnson y su permanencia en el cargo era precaria y no podía ser duradera.[3] Algo que mucho beneficiaba a su gobierno era que el partido Laborista carece de credibilidad como gobierno alternativo. El laborismo, que perdió cuatro elecciones a nivel nacional, más varias más elecciones regionales, casi ha dejado de ser un actor político relevante, en el sentido de que ni es probable que forme gobierno, y no logra –según la conceptualización de Giovanni Sartori– trabar iniciativas del partido gobernante. Los laboristas siguen enfrascados en un conflicto interno tras la traumática destitución del líder previo, Jeremy Corbyn. Además, es difícil que haya elecciones antes de fines del 2024. Con la reforma constitucional del 2010, el Parlamento es fijo. Debería durar cinco años, pero con una mayoría especial la Cámara de los Comunes puede anular, como ya lo hizo en varias ocasiones, esta disposición constitucional, tal es la plasticidad de la constitución británica, que no será codificada, pero sí consta de leyes escritas. Finalmente, Johnson fue remplazado por Liz Truss en septiembre de 2022, y luego por Rishi Sunak, ambos del Partido Conservador y Unionista.

Cabe recordar que, cuando ejercían el poder los laboristas, mostraron que no se diferencian mucho de los conservadores en cuanto a Malvinas. Llegado a Cambridge en 1977, advertí que gran parte de la izquierda británica –del trotskismo al laborismo– desechaba el reclamo argentino. Con el 41° aniversario de la guerra, las declaraciones, tanto de Johnson como del laborismo, no muestran notables diferencias. Sin embargo, con lo efímero y caótico que fue el rol de Liz Truss como primera ministra –entre septiembre y octubre de 2022, unos 50 días– cambió drásticamente la expectativa política británica. El laborismo pasó a liderar en las encuestas, y los comicios locales del 4 de mayo de 2023 confirmaron que ni los más acérrimos conservadores ven como factible que su partido emerja del descrédito en que lo han sumido los excesos de Johnson y los errores de cálculo político y financiero de Truss. Por ende, en las elecciones que deberán tener lugar, a más tardar, el 5 de mayo del 2025, no es improbable que los conservadores sufran una derrota humillante, como en 1997. Según Sir John Curtice, de la Universidad de Strathclyde, que ha acertado en todas sus predicciones en base a sus encuestas especialmente diseñadas, no es seguro que los laboristas tengan una mayoría que les permita gobernar sin alianzas. Estima que el laborismo lograría el 35%. La mayoría se obtiene, en el sistema británico de circunscripciones uninominales, cuando se supera el 40%.

 

Brexit y Malvinas

El acuerdo del Brexit no incluye a los demás territorios de ultramar, entre ellos, Malvinas. Por lo tanto, para venderle la pesca a la UE, que equivale a un 60% de su PIB, las islas deben pagar aranceles aduaneros. Por otra parte, en marzo de 2021, en un documento sobre política exterior y defensa, Johnson repitió, con su acostumbrado entusiasmo patriotero, lo que se viene diciendo desde 1983: por ejemplo, que el RU defenderá la relación que los isleños prefieran, militarmente si fuese necesario. El actual primer ministro Rishi Sunak, que sucedió a Liz Truss con el voto de los miembros del partido conservador, en ocasión del tradicional mensaje navideño a los habitantes de las islas, afirmó que seguirán bajo bandera británica mientras así sea la voluntad de sus habitantes.

Claro que la capacidad militar y naval británica es diferente a la que tenía en 1982. Con el fin de la guerra fría y la desintegración de la URSS, han ocurrido recortes presupuestarios que erosionaron el aparato naval, aeronáutico, y militar del RU. Es difícil que pueda montarse un operativo como en 1982. No dispone de portaviones a propulsión nuclear, como Estados Unidos y Francia, y sus aviones F35 son de fabricación estadounidense: además de ser muy caros, no son los más adecuados para los portaviones del RU. Asimismo, por falta de buques, no logran juntar el carrier group requerido para proteger y abastecer un portaviones –como mínimo, un crucero portamisiles, dos destructores portamisiles, un submarino de ataque y un petrolero, y típicamente, un carrier group de las marinas norteamericana y francesa incluye dos cruceros, cuatro destructores, dos submarinos y un petrolero. Proteger y abastecer a dos portaviones británicos hoy es una fantasía. Esta insuficiencia molesta al Estado Mayor de la marina estadounidense, porque debe colmarla en maniobras conjuntas, y supuestamente durante un conflicto armado.

De todo esto se desprende que el Brexit ha dejado erosionada la relación del RU con las islas. Además, hay que agregar el interrogante sobre la capacidad y la voluntad británica de defender los intereses comerciales de las islas en el mediano y largo plazo. Si bien es cierto que la capacidad militar británica para defenderlas se ha deteriorado mucho, Argentina por su parte ha permitido desgastar casi hasta la inexistencia su propia capacidad operativa en el Atlántico sur.

De cualquier manera, es difícil que cambie la voluntad de los isleños de seguir vinculados al RU, por un cúmulo de razones que van desde el alineamiento político con el partido conservador, incluyendo un fuerte sesgo cultural y la conveniencia económica, a lo que se suma la conciencia de que no pueden dejar el vínculo mientras subsista el reclamo argentino. Por ende, del Brexit no resultará, por el momento, un viraje hacia una negociación que abarque todo. Además, está el marcado prejuicio antiargentino de los isleños, que incorpora lo racial y lo emotivo. Ya en el informe publicado por la Comisión de Relaciones Exteriores de los Comunes en 1982, un habitante de las islas, Tim Miller, afirmó que los argentinos “por ser latinos son por su misma naturaleza violentos”. Tan fuerte es la aversión insular a lo argentino que anularon a fines de los años 80 el contrato al Indiana, barco que debía conectar las islas con América del Sur, precisamente porque –según me dijo en su momento la empresa contratista– el aprovisionamiento a las islas era comercialmente factible solo si se recalaba en puertos argentinos. También lograron detener la incorporación de empresas argentinas a licitaciones para la exploración petrolera en el mar al norte de las islas, aunque es la zona geológicamente menos prometedora. La más favorable para contener ingentes cantidades de hidrocarburos es la zona entre las islas y Tierra del Fuego, conocida como staddling zone.

 

Revelaciones del general vencedor, Sir John Jeremy Moore

La conducta del ejército argentino contribuyó a crear esta opinión en los isleños. De mis conversaciones con Sir Jeremy Moore[4] –el general británico que firmara la rendición con el general Mario B. Menéndez el 14 de junio de 1982– se desprendieron informaciones significativas. La inteligencia británica falló, recordó Sir Jeremy: se confundieron a los Menéndez. Creyeron que Mario Benjamín era Luciano Benjamín. “Me pintaron una persona impulsiva y adjuntaron una foto. La conducta del general que confronté fue bien distinta, y cuando lo vi me di cuenta”. Admitió Sir Jeremy que “el resultado final no fue afectado por la información errónea”, pero, según él, “aquello que sí afectó el resultado fue que el ejército argentino reveló ser rígidamente jerárquico y carente del fuerte espíritu de cuerpo que caracteriza a las fuerzas armadas británicas, particularmente mi regimiento, los Royal Marines” –infantes de marina. Sir Jeremy sostuvo que recién entendió el fin de la resistencia argentina, pese a muchos casos de excelente desempeño militar, el día de la rendición. Observó lo siguiente durante la ceremonia posterior a la firma de la rendición: “junto con mis oficiales presenciamos el desfile de las tropas que se rendían. Se presentó un oficial argentino que me hizo la venia y acto seguido me dijo que me felicitaba por el resultado, pero, señalando a los conscriptos que descartaban sus armas, dijo ‘¿qué quiere que hagamos con esto?’. Era claro que despreciaba a sus tropas. Un oficial británico, en cambio, se precia de estar orgulloso de sus hombres. (…) Para darle una idea de cómo eran de distintas las características del ejército británico al oficial argentino, recurrí a la etiqueta militar. (…) Dado que se identificó como un mayor, se lo presenté, como correspondía, a mi ayudante, que también era un mayor. Era claro que el mayor argentino recién se había duchado y afeitado. Tenía el pelo húmedo y se le sentía olor a colonia. Le hice notar que su par británico hacía tres semanas que no se bañaba”. “Otra indicación de un enfoque marcadamente jerárquico, distinto al británico que es más igualitario, fue algo que nos llamó la atención”, continuó Sir Jeremy: “los soldados británicos en situación de combate comemos todos el mismo rancho. Las raciones argentinas eran bien distintas. Una muy básica para los soldados, una algo mejor para los suboficiales, y una marcadamente superior para los oficiales, incluyendo whisky”.

Otra diferencia era el aspecto de Sir Jeremy, revelador de un muy buen estado físico, que contrastaba con el de Menéndez, a quien también entrevisté, pero años antes, en 1983. Menéndez no podría haber marchado a pie, como lo hizo Moore con sus tropas, los más de 100 kilómetros desde San Carlos en el oeste de la isla hasta la capital, donde se firmó la rendición.

Sir Jeremy, con tres décadas como oficial, incluyendo campañas de combate en serio, con experiencia a nivel de estado mayor, condecorado repetidamente y proveniente de una familia con tres generaciones de oficiales, mostró tener un olfato político que no es raro en oficiales experimentados y con experiencia de combate. “El 10 Downing Street me hizo llegar un texto en el que me instruyó qué debía usar para la rendición. Incluía la palabra ‘incondicional’. No me pareció que, teniendo en cuenta el futuro, fuera políticamente conveniente. En la breve negociación previa a la rendición, Menéndez llevó a que me quedara claro que el término incondicional no era aceptable. Estuvimos de acuerdo, tachamos ‘incondicional’ y refrendamos la enmienda con nuestras firmas, como se publicó en fotografías en los medios”. Sir Jeremy no quiso entrar en detalles, pero, a pesar de los elogios y las condecoraciones que recibió por la campaña, en 1983 Thatcher –según recuerdo, esto se comentó mucho en la prensa de aquel entonces– lo pasó a retiro inesperada e inexplicablemente.

De todo esto se desprende que es difícil que Brexit genere algún cambio significativo a corto plazo. A largo plazo se requeriría un encadenamiento de condiciones altamente hipotético.

 

Pasos fallidos para llegar a un acuerdo

Cuando se desató el conflicto en 1982 era claro que ni el gobierno argentino ni el británico comprendían o conocían al adversario. Los políticos en ambos países sencillamente no tenían contacto entre sí. Para muchos británicos de los años 80, los isleños eran algo así como el tipo ideal británico: anglosajones, blancos, isleños y pastores. No es casual que, al partir la flota en 1982 hacia el Atlántico Sur, Thatcher dijera en Panorama, el programa político más importante de BBCTV: “son sangre de nuestra sangre y huesos de nuestros huesos”. Bien distintos a los habitantes de Hong Kong, la isla Ascensión o el archipiélago Chagos –que incluye la isla Diego García. En 1982, lo emotivo y los estereotipos primaban, tanto entre argentinos como entre británicos, como pude constatar al trabajar para la cadena privada de televisión ITN entrevistando a políticos argentinos del calibre de Arturo Illia, Antonio Cafiero, Ángel Robledo o Ricardo Balbín, entre otros.

A poco de iniciado el conflicto en 1982, durante un congreso sobre el tema en la Universidad de Stirling, en Escocia, conocí a Tam Dalyell, entonces diputado laborista de Linlithgow, Escocia, que hacía años seguía al lobby de los isleños con recelo. También ahí trabé relación con Lord Shackleton, que había sido enviado por el gobierno laborista en 1975 a analizar la economía de las islas. Con Dalyell, del que me hice muy amigo, viajé a Lima en octubre de 1982. Entrevistamos al presidente peruano, Fernando Belaúnde Terry, al primer ministro Manuel Ulloa y a integrantes del gobierno. Asimismo, nos reunimos con los dueños y los redactores de medios periodísticos. Todos nos aseguraron que en 1982 Perú buscaba una salida negociada. La tesis de Dalyell era que Thatcher había dado la orden de hundir el crucero Belgrano para simultáneamente torpedear las negociaciones de paz que impulsaba el entonces secretario general de la ONU, el peruano Javier Pérez de Cuéllar. Eso nos dijo su compatriota, el presidente Fernando Belaúnde Terry. Como tesis era plausible, pero nunca se pudo confirmar.

Por su parte, también en el congreso en la Universidad de Stirling sobre el conflicto que se estaba desarrollando, Lord Shackleton brindó información que sigue siendo vigente hoy respecto al fuerte prejuicio antiargentino de los isleños. Era un conocedor inmejorable de la economía insular, dado que, además del Informe que presentó en 1976, el gobierno británico le encargó otro, finalizado el conflicto en 1982. Cuando regresó de su segunda estadía en las islas me dijo que “las islas no son económica ni demográficamente viables sin un vínculo con Argentina”. A la fecha de escribir estas líneas, Argentina no ha sabido ni buscado sacar provecho de esta reveladora y prometedora opinión del más reconocido experto de la economía insular. Lo menos que podría haberse hecho es proponer mecanismos de cooperación con las y los habitantes de las islas.

Cuando, en noviembre de 1982, testifiqué ante la Comisión de Relaciones Exteriores de los Comunes, expliqué que ningún partido político argentino aceptaba la postura británica.[5] Días después me solicitaron por escrito –en carta que obra en mi poder– que viajara a nuestro país, a fin de explorar qué tipo de transacción podría ser aceptable al espectro político democrático argentino. La reacción de la clase política, focalizada en el retorno a la democracia que la dictadura militar prometía para 1983 –incluyendo peronistas y radicales, como Raúl Alfonsín, Antonio Cafiero, Dante Caputo, Guido Di Tella y Ángel Robledo– me sorprendió. No me sacaron a cajas destempladas. Propusieron un retro arriendo, con formas de soberanía compartida reforzada por garantías internacionales refrendadas por terceros países. Al regresar al RU en abril de 1983, en un memorando de una hoja, le sometí la propuesta de los políticos del espectro democrático argentino a Sir Anthony Kershaw, presidente conservador de la Comisión de Relaciones Exteriores de los Comunes. El resultado fue doblemente sorprendente. Sir Anthony, en el informe final publicado en abril de 1983, argumentó que “el retro arriendo era la solución más recomendable y elegante”. El problema fue que nunca se llegó a debatir el informe en la Cámara de los Comunes, porque, para impedir se lo debatiera –y demostrando la intransigencia británica que sigue impidiendo una negociación– Thatcher adelantó la fecha de las elecciones. Fue reelecta en junio de 1983, aumentando su mayoría y consolidando su poder político que perduró hasta 1989. Errores políticos en política interna e internacional hicieron que el ala europeísta del conservadorismo la reemplazara por John Major.

La propuesta se publicó en primer término, a poco de entrevistar al espectro político de la naciente democracia argentina, en The Observer, el 17 de julio de 1983, sobre la fecha de la asunción del primer gobierno de la restablecida democracia, y meses después en La Nación, en diciembre de 1983. Pero ya era claro que –para ese y para consecutivos gobiernos británicos– el conflicto bélico llevaba a descartar negociaciones que incluyesen temas de fondo. Este característico accionar político británico constituye el mayor obstáculo del lado británico para resolver la ecuación que, además, se apoya en el argumento poco creíble de la autodeterminación de los isleños. Los británicos solo la apoyan porque –aparte de convenirles– los isleños son blancos y mayormente anglosajones. Como ya se mencionó, nunca hubo interés británico comparable en garantizar la autodeterminación de los pobladores de origen racial no anglosajón de la isla Ascensión, o el archipiélago Chagos. Con Hong Kong el tema es muy diferente, tanto por la dimensión de la población, como por el poder económico y militar de China continental. El RU ofrece facilidades y hasta en ocasiones visas especiales a los habitantes de Hong Kong. Para implementar esta excepción se alega que China no cumple el entendimiento por el cual Hong Kong dejó de ser colonia británica y fue transferido a la República Popular China.

A más de cuatro décadas de finalizado el conflicto, está lejos de ser una exageración caracterizar la actual situación de no avance al punto de una carencia de negociaciones. Esta parálisis es agravada por medidas unilaterales británicas en cuanto a pesca, maniobras militares y exploración de hidrocarburos. Argentina contribuye con características políticas que se listarán seguidamente. La salida de esta situación sería que Argentina tuviera en cuenta la aseveración de Shackleton sobre la inviabilidad de las islas si no hay un vínculo con Argentina, y que, como corolario, encarara una activa política de cooperación que protegiera tanto intereses argentinos como insulares, de tal forma que dicho enfoque sea aceptable a los isleños, a la par que se asegure que Argentina adquiera un papel –al momento inexistente– en la explotación de recursos en el Atlántico Sur y archipiélagos en litigio. No se me escapa que plantearlo es mucho más fácil que implementarlo.

Las razones emergentes de la política y la economía argentinas que impiden negociar sin restricciones son:

a) El recurrente estado de crisis de Argentina la convierte en un mercado poco atractivo y en una contraparte poco verosímil. Esta poderosa y operante causa político-financiera le permite al RU y a los isleños gozar de un statu quo que encuentran cómodo y se resisten a modificar.[6]

b) Argentina no goza de credibilidad operativa militar en el Atlántico Sur, ya que carece de cazabombarderos de última generación, de submarinos, de tropas aptas para ser aerotransportadas, de buques portamisiles y de naves de apoyo. Tal como explicó Juan Gabriel Tokatlian, de la UTDT, no es creíble una política exterior sin apuntalamiento militar. Militares británicos le dijeron a Walter Little –según entrevistas conmigo en 1987 y 1989–, asesor de la Comisión de Relaciones Exteriores de los Comunes, que, si la Argentina fuera militarmente verosímil, los estados mayores británicos aconsejarían negociar, dado que a las operaciones de 1982 no las podrían duplicar. Los abusos de nuestras Fuerzas Armadas en el pasado se han traducido en que la opinión pública en nuestro país considere que pertrecharlas es peligroso. Esto va en contra de los intereses argentinos en las islas. Un rearme no necesariamente implica belicismo. Sería defensivo y disuasivo frente a las amenazas británicas hacia los recursos marinos que Argentina reclama. Un reequipamiento daría a las fuerzas un objetivo claro y tangible, y consolidaría una reforma aún pendiente. Es importante no pertrecharse en países vinculados con la OTAN, dado que el RU ha sido muy eficaz en bloquear compras argentinas, como fue el caso con los Grippen suecos, debido a que tenían componentes fabricados en el RU.

c) Se sigue insistiendo con un enfoque legalista: Luis Dallanegra Pedraza, que fue profesor mío en USAL, indicó que apoyarse en el derecho internacional es una política de países débiles. Guido Di Tella, mientras fue ministro de Relaciones Exteriores, descartó el legalismo con muy buen criterio, prefiriendo las negociaciones activas. De ahí sus 34 visitas al RU durante su gestión, que resultaron en un acuerdo para la exploración petrolera que el Congreso dejó de lado.

d) Ninguna universidad ni centro de investigación argentino sigue, estudia o investiga la política británica en Malvinas. Esto lo he propuesto reiteradas veces desde los 80. Nadie ha recogido e implementado la propuesta.

e) La actividad pesquera argentina es insuficiente: la flota tiene unos 60 barcos. La cantidad que se pesca de calamar Illex, que nace en mar argentino y llega a Malvinas adulto, es poca, y con ella no se logra disminuir la cantidad de calamar que pescan los barcos autorizados por el gobierno insular.

De las características del accionar político británico en el tema Malvinas, sumada a las características de la política argentina, concluyo que hay temas pendientes que impiden que las Malvinas sean argentinas, como se suele afirmar con nominalismo mágico. Estimo que se llegará a que las islas sean total o parcialmente argentinas, como propusieron varios políticos argentinos, únicamente el día en que Argentina demuestre merecer las islas que reclama. Por ejemplo, cuando Argentina haga –y haga bien– mucho más de lo hecho desde 1983, superando las razones de origen argentino, y desplegando recursos e imaginación.

 

Guillermo Makin es un politólogo argentino residente en Gran Bretaña. Se ha desempeñado como investigador asociado al Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Cambridge, de la cual obtuvo su doctorado en 1984. Cuando en 1982 estalló la guerra del Atlántico Sur, el conflicto llevó a que muchos en el Reino Unido se interesaran en la línea de investigación de Makin, dado que permitía contactos con políticos argentinos fuera del marco diplomático. Finalizado el conflicto, fue consultado por la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de los Comunes en 1982 y 1983. Se le pidió que entrevistara al espectro político democrático argentino para establecer qué figura de transacción era políticamente viable, tema sobre el cual sigue trabajando. Los medios de prensa internacionales, especialmente los argentinos y británicos, lo consultan con frecuencia sobre el tema Malvinas, sobre política británica, y sobre otros temas de política internacional.

[1] El principal comentarista político del Financial Times desarrolló los caminos que seguirían a una disputa constitucional reavivada por el resultado de las elecciones parlamentarias en Escocia del 6-5-2021.

[2] Desde el siglo XVIII, 10 Downing Street, a pasos del Parlamento, es la oficina y residencia londinense del primer ministro. Tiene además una residencia campestre: Chequers. Sus vecinos en Downing Street son el ministro de economía en el número 11, y el jefe de la bancada gubernamental en el 12. Sobre la evolución del creciente poder de los primeros ministros, ver el inmejorablemente informado análisis de Ferdinand Mount, que fuera jefe de asesores de Margaret Thatcher, Ferdinand Mount, un conservador que no es tribal y critica con lucidez.

[3] Ver los análisis de G. Makin y de Marcelo Justo, y en The Atlantic.

[4] Congreso sobre el tema en el Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad de Keele, en septiembre 1990. Fueron tres días en donde pude hablar largo y tendido con Sir Jeremy.

[5] Second Special Report from Foreign Affairs Committee, Session 1982-83, HC 378 y Minutes of Proceedings, Session 1982-83, HC 380.

[6] Ver mi libro Las Crisis Políticas Argentinas: Estructura institucional y Patrones de Comportamiento, Buenos Aires, Dunken, 2019. En base a la investigación para un Ph D que la Universidad de Cambridge me otorgó en 1984, traduje e incorporé entrevistas a los organizadores del golpe de 1976 y agregué capítulos referidos a las crisis de 2001 y las características de sucesivos gobiernos, hasta el de Mauricio Macri. Varios expertos, entre ellos el profesor Víctor Bulmer-Thomas, que fuera director del Institute for Latin American Studies –hoy Institute of the Americas– de la Universidad de Londres, y de Chatham House, son la de la opinión que un país frecuentemente visto envuelto en crisis recurrentes no constituye una contraparte creíble para una negociación.

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