Desarrollo productivo: una mirada norpatagónica frente a nuevos escenarios, una oportunidad para dinamizar los valles irrigados

Es indiscutible que estamos transitando épocas de cambios profundos a nivel internacional, nacional y regional, en donde la confluencia de problemas ambientales, energéticos, alimentarios, sociales, económicos y financieros se suman a la crisis mundial causada por la pandemia global por el virus COVID-19, con consecuencias hasta el momento impredecibles. La compleja situación genera riesgos e incertidumbres, pero trae implícitas una serie de oportunidades para nuestro país en general, y para la Norpatagonia en particular, entendiendo que las grandes crisis socioeconómicas llevan a las sociedades a momentos de ruptura y las obligan a revisar sus bases estructurales.

El aumento poblacional y el riesgo alimentario será uno de los principales inconvenientes en los próximos tiempos, ya que se estima para 2050 una población superior a los 9.000 millones de habitantes. En países como India y China no existe posibilidad de ampliar el área de producción agrícola, lo que representará un problema. Se espera que haya una mejora de las condiciones económicas de esas poblaciones que demandarán un aumento del 70% en la producción de alimentos. Probablemente, la mira esté puesta en África y Sudamérica, con mayores posibilidades de aumentar hasta un 30% las áreas de cultivo.

Como agravante a esta problemática –y paradójicamente– cada vez es mayor la población que se concentra en grandes ciudades y, en muchas ocasiones, existen limitaciones de mano de obra para trabajar los cultivos intensivos. A modo de ejemplo, en 2011 por primera vez en la historia de China la población que vivía en las ciudades superó a la rural. De modo que se presentó la paradoja de tener que producir “más con menos gente”, y la necesidad de adoptar los aportes tecnológicos para aumentar la productividad. En estos escenarios, la mecanización de la Agricultura Familiar y la adopción de componentes de la Agricultura 4.0 se presentan como una alternativa para mitigar la falta de mano de obra y generar una mejora en la calidad del trabajo. Una propuesta que también podría generar inclusión de jóvenes a través de la creación de nuevas capacidades para trabajadoras, trabajadores y operarios de sistemas.

 

Hacia producciones más sostenibles

Por primera vez en la historia de la humanidad hay un reconocimiento de nuestra tierra como una unidad, en donde los sujetos sociales identifican los riesgos crecientes del deterioro ambiental y comienzan a comprender que no existe competitividad sin sostenibilidad ambiental. La matriz energética del industrialismo está en jaque, producto de una crisis por la disminución de las reservas y la percepción del daño ambiental causado por el uso de combustibles fósiles. Este es un reto para las próximas generaciones que deberán adoptar una matriz más diversificada – ya sea a base de la biomasa disponible, la energía solar o la eólica– y energías limpias renovables que, preferentemente, sean producidas en los territorios cercanos a los puntos de consumo.

Asimismo, en este contexto se presenta la preocupación por la disponibilidad de agua para consumo y riego, y la necesidad de preservar las fuentes de este recurso. Si bien estos son aspectos que van adquiriendo mayor importancia, seguramente transitaremos un período con mayores conflictos ambientales. En un escenario futuro se visualiza una disputa por el uso del agua: la necesidad de conservarla para consumo y producción, versus el aprovechamiento en actividades como la minería y la producción hidrocarburífera.

 

Jóvenes rurales, agentes de transformación

En este contexto es imperativo acordar modelos de desarrollo que impliquen mejorar la competitividad de los sistemas agroindustriales y promover una nueva ruralidad que garantice la permanencia de agricultores en el campo. El proceso migratorio del campo a las ciudades es un fenómeno mundial que genera desfragmentación territorial y pone en riesgo la ruralidad como espacio de vida con tradición, cultura y equidad. Este proceso es grave, porque las y los jóvenes, seducidos por las oportunidades laborales que propone la ciudad, abandonan el campo y con ello se pierde la posibilidad de transmitir conocimientos y compartir saberes entre generaciones. No hay que perder de vista que la juventud rural es un importante agente de transformación de las comunidades, porque son quienes tienen mayores posibilidades de motorizar la incorporación de tecnologías de producción y consolidar estrategias de comercialización innovadoras.

Es apremiante diseñar políticas públicas capaces de revertir aquel proceso, orientadas a capacitar a jóvenes en nuevas tecnologías, garantizar mejores vías de comunicación –caminos, transportes, telefonía e Internet–, impulsar programas de seguridad, adecuar el acceso a fuentes de energía, promover programas de vivienda adecuada y adaptada al entorno, y garantizar el acceso a la salud y la educación.

 

Desafíos para los valles irrigados de la Norpatagonia

La Norpatagonia es una región árida, aunque posee importantes recursos hídricos en sus ríos y lagos. Si bien la disponibilidad de agua en cantidad y calidad es una fortaleza para el desarrollo de la región, las fuentes de este recurso y los suelos están expuestos a procesos de contaminación por presencia de agroquímicos o por volcado de efluentes urbanos a los ríos. Resulta imperativo la generación de políticas que eviten o reviertan estos procesos que afectan el ambiente y la salud de las personas.

Las producciones agropecuarias de los valles irrigados de la Norpatagonia presentan una paradoja estructural, donde conviven un importante complejo agroexportador frutícola –con una cultura productiva centenaria – con un deficiente sistema de producción de alimentos para consumo local. Si bien la producción aumenta durante la temporada primaveral y estival, no llega a autoabastecer la totalidad del consumo, ya que la producción local abastece cerca del 30% de las necesidades de nuestra población, y para completar el abastecimiento ingresan productos de otras regiones, como Mendoza y Buenos Aires. Los problemas económicos de nuestro país, sumados a los provocados por la pandemia, han sumido más del 40% de la población en la pobreza, lo que obliga a replantear a los Estados y sus organismos a trabajar para garantizar la seguridad alimentaria con carácter prioritario.

 

Una agricultura familiar preparada para cultivar alimentos en la región

En los grandes y pequeños valles irrigados de la Norpatagonia existe un interesante margen para el incremento de la producción para proveer a la población de alimentos locales a través de ferias locales o el impulso de ventas online. Para incentivar este proceso es deseable que los productores y sus organizaciones avancen en estrategias que permitan acortar la cadena y llegar a los consumidores con una reducción de la intermediación, de costos de transporte y de logística. Esto permitirá una mayor apropiación de la renta y una oportunidad para el usuario de disponer de productos agroecológicos o en transición, de calidad y a menores precios. Para alcanzar estos objetivos los agricultores familiares deben profundizar nuevas estrategias y avanzar en la adopción de componentes de la agricultura agroecológica que supone el reemplazo de insumos de síntesis, bajo cumplimiento de las más exigentes pautas bromatológicas y que incluyen sistemas de trazabilidad y, eventualmente, certificaciones que garanticen los procesos de producción. Estas propuestas también consideran la utilización de recursos fitogenéticos locales con variedades adaptadas a los cambios ambientales. En esa línea, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) tiene mucho para aportar, ya que participa en proyectos internacionales y tiene 40 años de trayectoria con la red de Bancos de Germoplasma que cuenta con más de 30.000 recursos genéticos para conservar la biodiversidad y preservar nuestro patrimonio biológico y cultural.

El complejo frutícola evidencia problemas estructurales de larga data, lo que ha generado un achicamiento del sector y la expulsión del sistema de gran cantidad de pequeños y medianos productores. Sin pretender simplificar la complejidad de la problemática, algunas de las principales dificultades son los elevados costos de producción en toda la cadena; la baja articulación del complejo que redunda en una pobre competitividad sistémica; la falta de reconversión y modernización productiva; una escasa organización de pequeños y medianos agricultores para la producción, modernización y comercialización; y la falta de procesos de agregado de valor en origen, entre otras.

 

La clave está en la integración con la ciencia

El conglomerado científico tecnológico de la Norpatagonia es complejo, tiene características singulares y múltiples actores que, si avanzan en una mayor integración, podrían llevar a cabo acciones de investigación, desarrollo y transferencia de tecnologías de forma exitosa. Este conglomerado está formado por dos universidades nacionales con decenas de facultades de carreras técnicas y sociales; organismos científico-técnicos, como el INTA y el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), y de incumbencia sanitaria, como el SENASA, con fuerte presencia en el territorio; institutos de investigación del CONICET; universidades y otras organizaciones educativas privadas con estructuras de referencia, como las del CIATI. En este esquema no se deben soslayar los aportes de programas nacionales, provinciales y municipales, además de las organizaciones de productores y sindicales. Considerando este potente sistema de investigación, desarrollo e innovación regional es fundamental la creación de un foro tecnológico que detecte, defina y priorice oportunidades de investigación, desarrollo e innovación, que resulten en una mayor incorporación de valor a nuestra producción regional.

A escala mundial, los conglomerados agroalimentarios se ocupan de agregar valor a su producción a partir de la integración del sistema de ciencia y técnica con empresas innovadoras y emergentes, a través de polos científicos o distritos de innovación. En estos espacios surgen procesos innovadores basados en la labor de científicos y científicas que cuentan con apoyo público y, eventualmente, vinculados a universidades o institutos tecnológicos, desarrollan emprendimientos con base científico tecnológica (start-ups) de modo de crear productos y empresas con base tecnológica.

La estrategia de articular este tipo de clúster no es solo una herramienta operativa, sino además la forma de crear innovación para nuestro sector agropecuario, agroalimentario, agroindustrial y bioindustrial. En la actualidad no existe posibilidad cierta de avanzar en procesos exitosos de innovación territorial si no hay un claro enfoque transdisciplinario y una consolidada interinstitucionalidad que permita alcanzar el potencial de la Norpatagonia. La región necesita articular su potente sistema institucional para favorecer la formulación de políticas públicas que permitan aumentar las exportaciones y generar divisas, mejorar el empleo y disminuir el hambre y la pobreza, preservando el ambiente para las futuras generaciones.[1]

[1] Agradezco la colaboración de los ingenieros Carlos Magdalena (INTA Norpatagónico) y Ricardo Sánchez (SENASA Norpatagónico).

Share this content:

Deja una respuesta