Apuntes para el debate post-pandemia

“La riqueza, la renta y el interés del capital son frutos exclusivos del trabajo humano… Queda prohibida toda forma de explotación del hombre por el hombre o por el capital, en cualquiera de sus manifestaciones. La igualdad jurídica y social de los habitantes de la Nación hace del abuso de la libertad un delito (Juan Domingo Perón).

 

En estos momentos debemos reflexionar, cuando la solidaridad del pueblo todo, la comunidad organizada, con sus organizaciones libres del pueblo, iglesias, comedores, cooperativas, sindicatos, etcétera, sigue siendo parte de lo que debería ser un nuevo contrato social para el bien común: el Estado de Bienestar para todas y todos los que busquen la justicia social. En el Discurso a los delegados de la Cooperativa del personal de Ferrocarriles del Estado de 1953, Perón sostuvo: “En el panorama argentino han de desaparecer los intermediarios políticos, sociales y económicos, para que de esta manera podamos ser un poco más felices que lo que somos hoy bajo la férula de esos intermediarios que disfrutan de todo y no hacen absolutamente nada”. Para él, todo el pueblo deberá estar en acción política. Para Perón, “en el orden económico se logrará reemplazando a esos intermediarios que hacen el negocio por teléfono, desde la cama, quedándose al final con el santo y la limosna, para que se hagan cargo de la comercialización y distribución de la riqueza los mismos productores y consumidores a través de las cooperativas de producción y de consumo. El intermediario, entonces, tendrá que ir a levantar la cosecha de maíz, porque si no, no podrá vivir”.

La participación de los trabajadores-productores en el planeamiento y la ejecución de la producción puede en este momento elevar la productividad social, otorgarle un uso social al capital, generar empleos productivos y lograr una distribución del ingreso más justa. Es necesario fomentar el sector social en materia económica, financiera, técnico-administrativa, legal y educativa. Entendemos entonces que estamos buscando elevar la productividad social que implicaría la democratización social:

  1. elevar el nivel de educación de los trabajadores y las trabajadoras a través de los sistemas de autoeducación, programas de educación cooperativa, cooperativas escolares, etcétera, ya que el acceso gratuito a la universidad existe desde 1949;
  2. contribuir a la democracia política a través de la democratización de la economía en general, la industria y el agro en particular, como freno a las agudas diferencias sociales existentes en el país;
  3. contribuir a la democracia, entendida como posibilidad de participación real de las grandes mayorías en los destinos que les pertenecen;
  4. elevar la productividad social, la eficiencia para producir y la distribución de los bienes socialmente necesarios;
  5. humanizar el trabajo y el capital.

Recordamos el apoyo de la carta del Papa Francisco que le escribe a las y los integrantes de los movimientos y organizaciones populares diciendo: “Nuestra civilización, tan competitiva e individualista, con sus ritmos frenéticos de producción y consumo, sus lujos excesivos y ganancias desmedidas para pocos, necesita bajar un cambio, repensarse, regenerarse. Ustedes son constructores indispensables de ese cambio impostergable; es más, ustedes poseen una voz autorizada para testimoniar que esto es posible. Ustedes saben de crisis y privaciones… que con pudor, dignidad, compromiso, esfuerzo y solidaridad logran transformar en promesa de vida para sus familias y comunidades. Sigan con su lucha y cuídense como hermanos”.

 

La pospandemia, Rousseau y un nuevo contrato social, por Ana Jaramillo

“El salvaje vive en sí mismo, el hombre en sociedad siempre está fuera de sí y no puede vivir sino en la opinión de los demás” (Jean Jacques Rousseau).

En 1762, Rousseau escribió El contrato social, siete años después de haber escrito el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres. Crítico acérrimo de la civilización, respondía en su Discurso para un concurso de la Academia de Dijon que convocaba a responder sobre las causas que habrían conducido a las “condiciones desiguales entre los hombres”.

Nos propusimos encarar un debate sobre un nuevo contrato social después de cuatro años de neoliberalismo, y ante la pandemia que asoló a todas las regiones del planeta, pero sabemos que la desigualdad y el neoliberalismo también son una pandemia económica y social que profundizó la desigualdad en Nuestra América, ignominiosa como la deuda externa que nos dejó.

Para la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfort, y su crítica social, se cambió el paradigma marxista de producción y trabajo por el paradigma comunicativo, donde las condiciones del progreso social no se encuentran en el trabajo social, sino en la interacción social que produce una colonización de la vida social. Para Habermas, las tecnologías, la ciencia y los sistemas de control amenazan la vida y producen la colonización del mundo de la vida a partir de sistemas organizados por la racionalidad instrumental. Axel Honneth, de esa misma Escuela y del hegelianismo de izquierda, rescata a Rousseau como el primero que habla de la búsqueda del reconocimiento individual que surge de la desigualdad de las fortunas, así como de la alienación humana, aunque Rousseau no la haya denominado de esa manera.

El desprecio, el menosprecio y el reconocimiento en la sociedad contemporánea

En la actualidad, la opinión de los demás, de la cual hablaba Rousseau, se da a través de las encuestas de opinión, del poder mediático y económico financiero, que a su vez promueven el reconocimiento social de los seres que acumulan fortunas y fama producida a partir del éxito en el deporte, en la televisión y en los medios de comunicación masivos, que colaboran conscientemente a despreciar y menospreciar a quienes con su trabajo producen la riqueza o a sindicalistas que las y los representan, desocupados y desocupadas, aborígenes, “cabecitas negras” del conurbano y, a su vez, construyen famosos y famosas que se dedican a construir prestigio y ensalzar a quienes producen entretenimientos y fortunas incontables e incontrolables.

También Rousseau tendría razón sobre la cultura en tiempos de pandemia, cuando sostenía que “mientras el gobierno y las leyes subvienen a la seguridad y al bienestar de los hombres sociales, las letras y las artes, menos déspotas y quizás más poderosas, extienden guirnaldas de flores sobre las cadenas de hierro que los agobian, ahogan en ellos el sentimiento de la libertad original para la cual parecían haber nacido, los hacen amar su esclavitud y los transforman en lo que se ha dado en llamar pueblos civilizados. La necesidad alzó tronos que las ciencias y las artes han consolidado”. Parece que la cultura mediática también consolida los tronos de algunos, al apuntalar y halagar las desigualdades de fortunas y aquellos que acumulan fortuna y poder que también desprecian o menosprecian a los más débiles.

Para la prologuista Miriam Mesquita Sampaio de Madureira, Honneth trata de partir de la “dimensión cotidiana de los sentimientos de injusticia”, preguntándose “cuáles son los medios conceptuales (…) con los que la teoría social puede encontrar lo que en una realidad social se experimenta desde el punto de vista de los sujetos como injusticia social”. Para abreviar la cuestión, podemos decir que Honneth se dedicó a la Filosofía Social o a la fenomenología de experiencias sociales de injusticias.

Para Rousseau, una vez comenzada la dinámica social, “existe un ciclo interminable de afán de notoriedad y demostración de prestigio”, y esa lucha generalizada conduce de manera automática a la generación de desigualdad social, ya que “con la necesidad de prestigio surgida artificialmente, el ‘amor propio’, se originó también el afán de adquirir propiedades privadas, lo que preparó a su vez el camino para que se formaran las clases sociales”.

Si bien nosotros no creemos en el buen salvaje, Rousseau sí valora el “estado natural” de los hombres y, cuando avanza en su discurso sobre esa “muchedumbre de dificultades que se presentan sobre el origen de la desigualdad moral, sobre los verdaderos fundamentos del cuerpo político, sobre los derechos recíprocos de sus miembros y sobre otras mil cuestiones parecidas”, entramos a repensar en un nuevo contrato social para rescate de la comunidad como sujeto político para lograr el bienestar y la justicia social.

Continúa Rousseau, sosteniendo que la sociedad humana, “tranquila y desinteresada, parece al principio presentar solamente la violencia de los fuertes y la opresión de los débiles. El espíritu se subleva contra la dureza de los unos o deplora la ceguedad de los otros; y como nada hay de tan poca estabilidad entre los hombres como esas relaciones exteriores llamadas debilidad o poderío, riqueza o pobreza, producidas más frecuentemente por el azar que por la sabiduría, parecen las instituciones humanas, a primera vista, fundadas sobre montones de arena movediza; sólo examinándolas de cerca, después de haber apartado el polvo y la arena que rodean el edificio, se advierte la base indestructible sobre que se alza y apréndese a respetar sus fundamentos”.

Rousseau consideraba que en la especie humana existen dos clases de desigualdades: una natural o física, y otra que es la desigualdad moral o política que consiste en los “diferentes privilegios de que algunos disfrutan en perjuicio de otros, como el ser más ricos, más respetados, más poderosos, y hasta el hacerse obedecer”. Obviamente, Rousseau desconocía o no le dio la importancia debida a la colonización militar, cultural y educativa en nuestros países de América Latina. No sólo existió la conquista por las armas, sino que se perpetúa la colonización cultural, donde la raza blanca además de diezmar o someter a los pueblos originarios, se siente superior. Así, los europeos siguen colonizando las mentes y la cultura, conquistadores primero por la fuerza y después por la servidumbre, y actualmente junto a Estados Unidos a través del poder comunicativo, los medios de comunicación y la educación. En nuestro país, el padre de las aulas, Domingo Faustino Sarmiento, nos puso en la disyuntiva civilización o barbarie. Sintéticamente, civilización ajena o barbarie propia. Como dijeron varios pensadores latinoamericanos, existe el bovarismo en todas nuestras culturas: se creen otros, como en la novela francesa de Flaubert, donde Madame Bovary se creía otra. La Maldición de Malinche continúa.

Posteriormente, comenzó otra época en la que, según Rousseau, “cada cual empezó a mirar a los demás y a querer ser mirado él mismo, y la estimación pública tuvo un precio. Aquel que mejor cantaba o bailaba, o el más hermoso, el más fuerte, el más diestro o el más elocuente, fue el más considerado; y éste fue el primer paso hacia la desigualdad y hacia el vicio al mismo tiempo. De estas primeras preferencias nacieron, por una parte, la vanidad y el desprecio; por otro, la vergüenza y la envidia, y la fermentación causada por esta nueva levadura produjo al fin compuestos fatales para la felicidad y la inocencia. Antes de haberse inventado los signos representativos de las riquezas, éstas no podían consistir sino en tierras y en ganados, únicos bienes efectivos que los hombres podían poseer… Los ricos, por su parte, apenas conocieron el placer de dominar, rápidamente desdeñaron los demás, y, sirviéndose de sus antiguos esclavos para someter a otros hombres a la servidumbre, no pensaron más que en subyugar y esclavizar a sus vecinos, semejantes a esos lobos hambrientos que, habiendo gustado una vez la carne humana, rechazan todo otro alimento y sólo quieren devorar hombres. De este modo, haciendo los más poderosos de sus fuerzas o los más miserables de sus necesidades una especie de derecho al bien ajeno, equivalente, según ellos, al de propiedad, la igualdad deshecha fue seguida del más espantoso desorden; de este modo, las usurpaciones de los ricos, las depredaciones de los pobres, las pasiones desenfrenadas de todos, ahogando la piedad natural y la voz todavía débil de la justicia, hicieron a los hombres avaros, ambiciosos y malvados. Entre el derecho del más fuerte y el del primer ocupante alzábase un perpetuo conflicto, que no se terminaba sino por combates y crímenes. La naciente sociedad cedió la plaza al más horrible estado de guerra… No es posible que los hombres no se hayan detenido a reflexionar al cabo sobre una situación tan miserable y sobre las calamidades que los agobiaban. Sobre todo, los ricos debieron comprender cuán desventajoso era para ellos una guerra perpetua con cuyas consecuencias sólo ellos cargaban y en la cual el riesgo de la vida era común y el de los bienes particulares. Por otra parte, cualquiera que fuera el pretexto que pudiesen dar a sus usurpaciones, demasiado sabían que sólo descansaban sobre un derecho, precario y abusivo, y que, adquiridas por la fuerza, la fuerza podía arrebatárselas sin que tuvieran derecho a quejarse. Aquellos mismos que sólo se habían enriquecido por la industria no podían tampoco ostentar sobre su propiedad mejores títulos. ¿Ignoráis que multitud de hermanos vuestros perece o sufre por carecer de lo que a vosotros os sobra, y que necesitabais el consentimiento expreso y unánime del género humano para apropiaros de la común subsistencia lo que excediese de la vuestra? Tal fue o debió de ser el origen de la sociedad y de las leyes, que dieron nuevas trabas al débil y nuevas fuerzas al rico, aniquilaron para siempre la libertad natural, fijaron para todo tiempo la ley de la propiedad y de la desigualdad, hicieron de una astuta usurpación un derecho irrevocable, y, para provecho de unos cuantos ambiciosos, sujetaron a todo el género humano al trabajo, a la servidumbre y a la miseria. Fácilmente se ve cómo el establecimiento de una sola sociedad hizo indispensable el de todas las demás, y de qué manera, para hacer frente a fuerzas unidas, fue necesario unirse a la vez. Las sociedades, multiplicándose o extendiéndose rápidamente, cubrieron bien pronto toda la superficie de la tierra, y ya no fue posible hallar un solo rincón en el universo donde se pudiera evadir el yugo y sustraer la cabeza al filo de la espada, con frecuencia mal manejada, que cada hombre vio perpetuamente suspendida encima de su cabeza”. Concluye Rousseau que “de aquí salieron las guerras nacionales, las batallas, los asesinatos, las represalias, que hacen estremecerse a la naturaleza y ofenden a la razón, y todos esos prejuicios horribles que colocan en la categoría de las virtudes el honor de derramar sangre humana. Las gentes más honorables aprendieron a contar entre sus deberes el de degollar a sus semejantes; vióse en fin a los hombres exterminarse a millares sin saber por qué, y en un solo día se cometían más crímenes, y más horrores en el asalto de una sola ciudad, que no se hubieran cometido en el estado de naturaleza durante siglos enteros y en toda la extensión de la tierra. Tales son los primeros efectos que se observan de la división del género humano en diferentes sociedades”.

Las extensas citas de Rousseau de 1755 muestran que desde hace tres siglos sabemos que existen las desigualdades de las fortunas junto al desprecio a quienes no son “afortunados”, no son de raza blanca, o son desocupados o marginales. No sabemos cómo fueron los hombres “naturales”, pero sí sabemos que en la sociedad contemporánea es aún más codiciado el prestigio, la fama, la riqueza y la opinión de los otros. Quizás la pandemia que vivimos nos haga diferenciar lo sustancial de lo precario. Porque no distingue entre razas, ni entre ricos y pobres, afortunados o desafortunados.

Tampoco asistió Rousseau a dos guerras mundiales o a la bomba atómica, y por eso sabemos que la ciencia y la técnica pueden servir para bien o para mal. El creador de la cibernética, Norbert Wiener, en su libro Dios y el Golem, S.A., enseñó que la creación tecnológica puede ser utilizada para la paz y la humanidad, o para la guerra y la destrucción; puede también servir para democratizar o para sembrar aún más injusticias; para los poderosos o para el pueblo todo. El primer uso de la cibernética fue utilizado para el lanzamiento de la bomba atómica. No podemos separar la ciencia y la tecnología del uso social que se hace de ella. Si lo hacemos, podemos terminar como el aprendiz de brujo. Y quizás el virus fue una creación de laboratorio, como plantea Alcira Argumedo.

Pero nosotras seguimos creyendo en la justicia social, en la comunidad organizada, que no es una sumatoria de individuos aislados, y también creemos que tendríamos que hacer un nuevo contrato social comunitario, organizar un Estado de bienestar que sea para todos y todas, y que implemente las prioridades de la comunidad, siendo soberano en sus decisiones. No deberíamos inventar nada, simplemente recrear la comunidad organizada para unir a nuestro pueblo en un Estado de bienestar que destruyeron una y otra vez los poderosos que asaltaron el poder con golpes de Estado, fusilamientos, asesinatos o desapariciones en toda Nuestra América, e hicieron sus propias leyes a partir de sus intereses. No se cuestionan los Estados de bienestar europeos, pero se desprecian los Estados de bienestar latinoamericanos, tildándolos peyorativamente de populistas.

Es hora de hacer junto a la comunidad organizada un nuevo contrato social, para hacer una patria libre, justa y soberana. Porque la exigencia de justicia surge del sentimiento de injusticia.

Una prefiguración de la sociedad posible: comunidad organizada, Estado, sector privado y sector social de la economía

“Contra sofismas y dictaduras de quienes, paradójicamente, se proclaman liberales, decimos la verdad. El peor mal es el liberalismo que, invocando una libertad, no deja ejercer las otras libertades… Una libertad sin seguridad de vida, de trabajo, de educación y vivienda digna es una falsa libertad. Poseer la libertad para morirse de hambre es un sofisma que constituye materia de engaño para quienes trafican, haciendo cortinas de humo para ocultar intenciones. La Revolución no ha venido a cercenar libertades populares, sino a ordenar valores, armonizando los derechos individuales y los derechos de la Nación” (Juan Domingo Perón).

Creemos que las instituciones, tanto las organizaciones libres del pueblo como las cooperativas, las asociaciones profesionales o el sindicalismo, pueden ser comunidades democráticas en miniatura, en tanto son organizaciones sociales participativas sin fines de lucro donde se practica cotidianamente el consenso, el acuerdo, el trabajo cooperativo compartido con objetivos comunes, que supone un proceso de formación de conciencia y un aprendizaje en la práctica. En tanto organizaciones de producción de bienes y servicios o de conocimiento, el proceso productivo se organiza democráticamente, con la participación de todos sus miembros, ya sean los trabajadores y las trabajadoras participando e incidiendo en las decisiones del colectivo, en la formación de la conciencia autogestionaria, o suprimiendo la conciencia pasiva sometida a la heterogestión, tanto en la vida laboral, social o política de las personas.

Por supuesto que existen voces discrepantes que sostienen que en una sociedad capitalista cualquier organización social participativa termina asumiendo la forma de la sociedad en la que se desarrolla, e incluso se postula que la existencia misma de dichas organizaciones sociales participativas va en contra de una modificación total o radical del sistema. Pero para el justicialismo “la cooperativa de producción es la cooperativa madre, originaria y original de todas las asociaciones cooperativas”. Por eso, durante el gobierno peronista se brindó todo tipo de preferencias a las cooperativas de producción agrarias e industriales. También propuso Perón la creación del Consejo Nacional de Cooperativas para que el sector aconsejara al gobierno nacional en todo lo que le competía. Su proyecto era favorecer el desarrollo y la implementación integral del sistema nacional cooperativo como organización del pueblo. Para él, el fracaso de las cooperativas se debía a que en el sistema capitalista éstas sucumben ante los monopolios nacionales e internacionales. Por eso, para subsistir tienen que ser apoyadas por el Estado. A su vez, el cooperativismo “será el único que pueda ayudar a barrer definitivamente a los monopolios”.

El cooperativismo era la única manera de terminar con la explotación inescrupulosa de la producción por parte de los intermediarios. Por eso, en el primer Plan Quinquenal se planteaba que la política debía ser realizada por ciudadanos y ciudadanas de la República y no por políticos profesionales, y la riqueza debía ser administrada por los propios productores. En el segundo Plan Quinquenal ya se determinaba que en el orden de la organización el cooperativismo es lo mismo que el justicialismo. En ese sentido, Perón sostenía que “el cooperativismo era la orientación natural del obrero”. En dicho Plan, el cooperativismo tenía un decálogo de acción que sostenía que el “gobierno aspira a que las cooperativas agropecuarias constituyan las unidades básicas de la economía social agraria y participen: a) en el proceso colonizador y en la acción estatal y privada tendiente a lograr la redistribución de la tierra en unidades económicas sociales adecuadas; b) en el proceso productivo mediante la utilización racional de los elementos básicos del trabajador agropecuario; c) en el proceso interno de comercialización de las cosechas de los asociados, para lo cual el Estado auspiciará el acceso de los productores organizados a los centros de consumo, mercados oficiales, proveedurías, etcétera; d) en el proceso de industrialización regional primaria de la producción agropecuaria de sus asociados en los mercados internacionales; e) en el proceso de industrialización regional de la producción agropecuaria de sus asociados; f) en la acción estatal tendiente a suprimir toda intermediación comercial innecesaria; g) en la fijación de los precios básicos y precios diferenciados que se fijarán a favor de las cooperativas agropecuarias; h) en la redistribución de los márgenes de utilidad que se obtengan con motivo de la comercialización; i) en la acción social directa a cumplirse en forma integral en beneficio de los productores agrarios; y j) el Estado auspicia la organización de un sistema nacional unitario de cooperativas de productores agropecuarios que represente a todos los productores del país y defienda sus intereses económicos y sociales. A su vez, el Estado mediante todos sus centros de enseñanza promoverá la formación de una nueva conciencia nacional agraria hacia el cooperativismo”. El Instituto Argentino para la Producción del Intercambio (IAPI) como monopolio estatal en un primer tiempo, luego debía ser reemplazado por la organización integral de los productores.

Recuerdos del futuro

“La riqueza, la renta y el interés del capital, son frutos exclusivos del trabajo humano” (Constitución Nacional de 1949).

Quizás porque enseñamos el constitucionalismo social en Nuestra América y hemos trabajado en el sector social de la economía, tanto en México como en Perú, sabemos que las constituciones que garantizaban un Estado de bienestar para sus pueblos –el peronismo, el cardenismo en México o la época de Velasco Alvarado en Perú– fueron arrasadas por golpes de Estado o posteriormente por el neoliberalismo imperial y el capitalismo financiero. También recordamos el sistema autogestionario de Yugoslavia en época de Tito. No pasaron tantos años cuando en nuestros países se garantizaba tanto la propiedad de la tierra, como distintas organizaciones, cooperativas de trabajo o producción, empresas administradas por los trabajadores y las trabajadoras, y diversas organizaciones libres del pueblo. Los gobiernos que buscaban el bienestar de sus pueblos nacionalizaban sus recursos naturales, la Banca Nacional, recursos mineros, gasíferos o petrolíferos, hicieron reformas agrarias, promovieron cooperativas agrarias, hicieron empresas de telecomunicaciones, y en general tuvieron una política de no alineación. Pero luego vino el neoliberalismo, con privatizaciones y endeudamiento.

Uno de los obstáculos que usualmente, en democracia, se tiende a destacar para no transformar las relaciones laborales, es la falta de capacitación o educación para la gestión, como resultado de la creciente división capitalista del trabajo entre ejecución y concepción. Pensar que es imposible transformar dicha división histórica es sostener la existencia de capacidades humanas naturales para una u otra función. Para algunos, sólo las personas podrían manejar una máquina para producir, conseguir empleo, salario y, por lo tanto, satisfacer sus necesidades esenciales, sin pretender ser dueñas de su trabajo. Esta concepción de la educación y la capacitación tiene por detrás la voluntad de perpetuación de ciertas relaciones de poder.

Coincidimos con Alan Wolfe (Los límites de la legitimidad, las contradicciones políticas del capitalismo contemporáneo): “Los sueños democráticos han ido y vuelto, a veces surgiendo como visiones de lo que podría ser un mundo humano, a veces convirtiéndose en monstruosas pesadillas, a medida que la gente se desesperaba en la búsqueda de respuestas para las presiones de sus vidas. Pero aún cuando puedan ser momentáneamente sofocados, su existencia no puede nunca ser olvidada, pues el deseo de ser parte de una comunidad significativa es una necesidad humana que ningún hecho histórico ha superado por completo aún”.

También se pregunta Bobbio (Democracia y secreto): “¿Es exagerado decir que hemos llegado a un punto límite, a partir del cual únicamente existe la derrota de la democracia?”. Reflexionando sobre las seis promesas incumplidas de la democracia y su contrario –que supone el poder invisible, entre otras–, la revancha de los intereses y la persistencia de las oligarquías continúan con la “omnipresente y ominosa proliferación de las instancias tecnocráticas… que se convierten en intrínsecamente misteriosas”, y el tecnócrata se convierte en el depositario de “conocimientos a los que no tiene acceso la masa”. Para Bobbio, los secretos del poder en una autocracia se esconden del público, tomándose decisiones en un consejo secreto y ocultando y simulando o mintiendo: los considerados “instrumentos lícitos del gobierno”. Analizando Italia, se refiere a los poderes invisibles o en la penumbra que denomina “criptogobierno”. Un poder invisible en secreto se dirige contra el Estado y lo conforman las asociaciones delictivas y las sectas secretas. Por otra parte, también es invisible el poder que se conforma para realizar ilícitos u obtener ventajas que no pueden realizarse en público. Concluye Bobbio que para que avance la democracia y retroceda la autocracia se requiere mayor transparencia o visibilidad. El encubrimiento de las acciones del poder también se da de dos formas: usando un lenguaje esotérico solo comprensible entre los propios, o diciendo lo opuesto de lo que se piensa, dando información equivocada –se lo conoce como la “legitimidad de la mentira”. Finalmente sostiene, como Elías Canetti (Masa y poder), que el secreto es siempre un instrumento de poder. Pero el saber técnico cada vez más especializado, comprensible sólo para una élite y no para la masa, es incompatible con la soberanía popular: en el régimen autocrático se considera al vulgo como incapaz de entender los asuntos de Estado. Todavía no sabemos si la pandemia surgió por disputas de poder o por la naturaleza, pero es legítima la pregunta que se hace Alcira Argumedo sobre la aparición del coronavirus y la posterior pandemia.

Por eso, creemos, como Perón, que todo el pueblo deberá estar en acción política, y convocamos a debatir nuevamente qué país queremos entre todos y todas.

 

La crisis final del neoliberalismo en Occidente: interrogantes hacia el futuro, por Alcira Argumedo y Juan Pablo Olsson

Desde las más diversas perspectivas existe coincidencia en que, para los países centrales y periféricos de Occidente, la pandemia ha significado el golpe final a la hegemonía del neoliberalismo en los últimos cuarenta años. Ante la expansión del COVID-19, los gobiernos debieron enfrentar un dilema de hierro. Por una parte, otorgar prioridad al aislamiento para disminuir los contagios necesariamente tiene costos económicos serios, con un colapso del sector industrial y de servicios, depreciación de las bolsas, caída de las exportaciones, contracción del consumo. Y, si los gobiernos no toman medidas, un incremento de los despidos laborales.

Por otra parte, en un primer momento la mayoría de los países decidieron ante todo defender la economía, respaldados en la teoría de la inmunidad colectiva y con la abierta o encubierta aceptación darwinista de la supervivencia del más fuerte, lo cual suponía aceptar el crecimiento exponencial de los contagios –que podían alcanzar al 60% o 70% de sus habitantes– y un marcado incremento relativo de las tasas de mortandad. La paradoja ha sido que con la estrategia de inmunidad colectiva el crecimiento de infectados e infectadas y la proporción de muertes comenzaron a crecer rápidamente, colapsando los sistemas de salud y planteando situaciones críticas que obligaron a tomar medidas de aislamiento social, mientras aumentaba el desempleo, caía la producción industrial y de servicios, estallaban las bolsas, disminuían las exportaciones por el cierre de fronteras. Las políticas neoliberales, que ya estaban anunciando su crisis, terminaron de estallar, mostrando el verdadero rostro de supuestas ideas libertarias. Más allá de las dimensiones que finalmente alcance la tragedia del COVID-19, es posible afirmar que los países de Occidente, centrales y periféricos, van a afrontar profundos cambios.

Por una parte, Noam Chomsky afirma: “Esta crisis es el enésimo ejemplo del fracaso del mercado, al igual que lo es la amenaza de una catástrofe medioambiental”. En el otro extremo, Henry Kissinger, el más lúcido y siniestro estratega político norteamericano, ha manifestado: “La realidad es que el mundo nunca será el mismo después del coronavirus. Discutir ahora sobre el pasado solo hace que sea más difícil hacer lo que hay que hacer”. En síntesis, después de la tormenta se anuncian cambios. El gran interrogante es la orientación y los valores que han de orientar tales cambios.

Si nos remontamos a la crisis de 1930 para preguntarnos sobre las alternativas de salida de la actual –que al conjugarse con la pandemia es más grave aún– las respuestas extremas en esa etapa fueron el New Deal de Franklin Roosevelt en Estados Unidos, con un nuevo papel del Estado y una redistribución del ingreso en gran escala; y el nazismo de Hitler en Alemania, con la industria de guerra y el genocidio judío. Finalmente, los sucesos desembocaron en la Segunda Guerra Mundial. A su vez, al finalizar la guerra y en el contexto de un esquema internacional de poder bipolar, las orientaciones económicas y sociales predominantes en el sector capitalista generaron los “treinta años de oro”: es bueno reiterar que todos los economistas coinciden en que fueron las décadas de más alto y sostenido crecimiento económico en Occidente.

El papel del Estado en nuevos modelos de sociedad: los desafíos de Argentina

Si tomamos las declaraciones de Chomsky acerca del “enésimo ejemplo del fracaso del mercado, al igual que lo es la amenaza de una catástrofe ambiental”, es preciso en principio plantearse un nuevo papel del Estado en la economía, en el control de áreas estratégicas y en el bienestar social, otorgando prioridad a las orientaciones políticas basadas en valores solidarios; en la participación y las acciones colectivas; en el bien común y las organizaciones libres del pueblo, en contraste con las ideas del individualismo egoísta, el lucro como valor supremo y las obsesiones privatistas.

Ante todo, debe abordarse una redefinición de aspectos sustanciales, como la salud y la educación, que dejen de considerarse meras mercancías para retomar su definición como derechos inalienables. En el caso de Argentina, con referencia a la salud, la pandemia ha sido contundente; y ante el despliegue de la Revolución Científico-Técnica que impone al conocimiento como el recurso estratégico por excelencia, la educación de calidad para el conjunto de la población es una de sus fuentes esenciales, que no puede dejarse en manos del mercado en ninguno de sus niveles. En el mismo sentido, la promoción del sistema científico y técnico adquiere carácter prioritario, y los montos destinados a estos campos no deben considerarse gastos, sino inversiones estratégicas.

Otra enseñanza de la crisis neoliberal es el accionar altamente negativo del sector financiero: el libre juego de las leyes del mercado ha llevado a descomunales saqueos a través de endeudamientos fraudulentos e irracionales; especulación financiera; fuga de capitales; limitación de créditos para el desarrollo industrial y de servicios o consumo; obtención de ganancias extraordinarias y sistemáticas; todo ello en perjuicio del conjunto de la economía y la población. El control estatal de las finanzas es el único camino para revertir la impunidad con que se han comportado los bancos y los grupos financieros, como lo hemos padecido largamente en Argentina desde la dictadura militar.

El control del comercio exterior, y en especial de las exportaciones, es otra medida fundamental. La sistemática evasión a través de meras declaraciones juradas, sin una evaluación de su veracidad, ha permitido verdaderas estafas al fisco, con montos que se miden en miles de millones de dólares. A modo de ejemplo, dos geólogos de la Universidad de Tucumán analizaron el barro de exportación de Minera Bajo de la Alumbrera: la declaración jurada indicaba que se exportaban tres metales, pero en el barro iban treinta metales: un contrabando del 90%, cuyos montos anuales fueron estimados en 4.500 millones de dólares. Si se considera que la Barrick Gold y otras mineras no son más honestas, como tampoco los agro-negocios o las petroleras, el drenaje anual de riquezas –solo por el contrabando en estos rubros– puede rondar entre 15.000 y 20.000 millones de dólares anuales. Además de la creación de algo similar a lo que fuera el IAPI, es preciso nacionalizar los puertos principales y la Hidrovía, cuyas concesiones están finalizando en estos años.

En las próximas décadas, el agua será uno de los más valiosos recursos estratégicos. Ya en 2003 un informe de la CIA advertía que, si las guerras del siglo XX fueron por el petróleo, las del siglo XXI serán por el agua, debido a la escasez y contaminación que se estima va a afectar a grandes masas de población. El calentamiento global, con patrones de temperaturas y fenómenos meteorológicos extremos, está afectando el retroceso de glaciares y cascos polares, poniendo en peligro estos suministros en el futuro. A su vez, la deforestación masiva afecta el régimen de lluvias, mientras los modelos extractivistas –cultivos transgénicos, mega-minería y extracción de hidrocarburos con la técnica del fracking– generan procesos de contaminación de las aguas o de utilización masiva de recursos hídricos que agravan el problema y obligan a plantear alternativas para este tipo de producciones.

El informe de Naciones Unidas Desarrollo de los recursos hídricos en el mundo estima que hacia 2050, sobre una población total de 9.000 millones, 7.000 millones de personas padecerán de escasez de agua por efectos del cambio climático, lo cual amenaza la seguridad alimentaria y los medios de subsistencia. Las tendencias indican que en esos años la demanda de agua será superior en un 60% de la actual, mientras el 85% de las fuentes hídricas se encuentran en zonas donde habita el 12% de la población del mundo. Argentina, con sus vastos recursos hídricos, se encontraría en el ojo de la tormenta: los glaciares y cuencas de ríos patagónicos; el sistema de grandes lagos, de lagunas y esteros; la cuenca del Río de la Plata; junto a las reservas subterráneas de acuíferos, como el Puelche o el Guaraní, configuran un claro objetivo en la estrategia de las potencias y las corporaciones interesadas en disponer de este recurso.

El Informe Especial sobre Calentamiento Global, publicado en octubre de 2018 por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas-IPCC, advierte que el mundo experimentará graves problemas si las emisiones de gases de efecto invernadero y los procesos de deforestación no se revierten en las próximas décadas. Poco antes de morir en marzo de 2018, el astrofísico Stephen Hawking declaró que, de no revertirse las actuales tendencias, el planeta puede alcanzar un punto de inflexión a partir del cual se producirá un proceso acelerado e irreversible de calentamiento que puede alcanzar más de 150ºC, lo cual significaría el fin de la vida en la Tierra. Las estimaciones plantean que se requerirán esfuerzos sin precedentes para reducir en un 50% el empleo de combustibles fósiles en menos de 15 años y eliminar su uso casi por completo en 30 años. Esta amenaza impone la necesidad de abordar una reconversión energética en gran escala, con el cambio hacia energías renovables –solar, eólica, hidráulica y otras– que incluyen el parque automotor, los edificios y las viviendas, parte de las industrias y otras áreas. Hasta la actualidad, las técnicas predominantes para el almacenamiento de energía, en especial solar y eólica, se basan en baterías fabricadas a partir del litio. El 70% de las reservas mundiales de este recurso se encuentran en los yacimientos que comparten Argentina, Chile y Bolivia. Y no por casualidad, la decisión de no exportar el litio como materia prima, sino como producción de baterías, sería una de las razones ocultas del golpe contra el gobierno de Evo Morales en 2019. De la misma manera que con otros recursos naturales, Argentina debe preservar este recurso de altísimo valor que hasta ahora exportan empresas privadas como materia prima sin valor agregado y a mera declaración jurada, al igual que la Minera Bajo de la Alumbrera.

Una de las evidencias más contundentes de la irracionalidad de las concepciones neoliberales en nuestro país fue la destrucción del sistema nacional de ferrocarriles y de las flotas mercante y fluvial. La reconstrucción de los ferrocarriles se impone como un objetivo estratégico de primer nivel: además de revertir la distorsión que supone tener más del 90% del transporte de mercancías y personas por automotores, se trata de una industria multiplicadora, capaz de crear cientos de miles de puestos de trabajo en la industria central, en las proveedoras, en el servicio ferroviario, en la recuperación de los pueblos fantasmas y en la dinamización de las economías regionales. Es preciso formular estudios rigurosos y evaluar las experiencias internacionales, principalmente las europeas y la china con su Ruta de la Seda, para impulsar una industria pública de avanzada. En la misma orientación, la producción naviera civil y militar es otro polo multiplicador para la reconstrucción de las flotas nacionales: más del 90% de nuestras exportaciones se transportan en buques extranjeros, y se calcula que la pérdida en fletes ronda los cinco mil millones de dólares anuales. El equilibrio fiscal no se logra solamente por un ajuste de los gastos, sino por un incremento de los ingresos legítimos del sector público.

Antes del estallido de la pandemia, se venían multiplicando los anuncios acerca de la posibilidad de una crisis similar a la de 1930, donde se conjugaron a nivel mundial una sobreproducción por carencia de demanda y el incremento irracional de la especulación y la concentración financiera. Al finalizar la Segunda Guerra, en el marco del esquema de poder bipolar Estados Unidos-Unión Soviética y ante las amenazas de disturbios sociales, en los países centrales y gran parte de los periféricos de Occidente se impusieron modelos económico-sociales de corte keynesiano con redistribución de la riqueza. De alguna manera, tendieron a reproducir la experiencia del New Deal de Roosevelt, que en su momento fuera apoyada por grandes empresarios como Henry Ford, quien no era una buena persona, pero tampoco era tonto, y afirmaba que su éxito económico se incrementaría si sus obreros contaban con ingresos para comprar los automóviles que producía. Se otorga entonces un papel central al Estado en las finanzas, el comercio exterior, la energía, el control de los recursos naturales, la salud, la educación y otras áreas consideradas estratégicas, como la producción militar o nuclear, además de imponer derechos sociales que, entre otros beneficios, contemplaban un aumento de los salarios reales, vacaciones pagas y aguinaldo. Políticas combinadas con una marcada disminución de la jornada laboral en un 45%: de las 72 horas semanales –12 horas diarias, seis días a la semana– se pasa a 40 horas. Marcaron el inicio de los treinta años de oro y una respuesta histórica a las demandas de las huelgas de Chicago que en mayo de 1886 fueron brutalmente reprimidas. Las tecnologías de avanzada no reemplazan personas, sino tiempo de trabajo humano, y una disminución en gran escala de la jornada laboral puede reducir a la mitad el drama actual del desempleo, junto a la creación de nuevos puestos a partir de polos de las industrias multiplicadoras. Una política que debe conjugarse con la promoción y el incremento de la calidad productiva de las economías populares, que han sido una respuesta creativa basada en valores de solidaridad y cooperación, como respuesta a la devastación laboral del neoliberalismo.

Es significativo que, en su editorial del 3 de abril de 2020, el Financial Times reclamara que se adoptaran reformas radicales, con el fin de revertir las consecuencias de cuarenta años de políticas neoliberales: impuestos a las rentas altas; ingreso básico universal; más inversión en servicios públicos; y más distribución del ingreso. El periódico británico consideraba que la situación obligaba a promover reformas radicales que hasta hacía pocos meses consideraba despreciables: entre otras, estimaba que el Estado debe tener un papel más activo en la economía y que los servicios públicos deben ser considerados como inversiones y no como gastos que afectan los equilibrios fiscales. Un cambio significativo, que contrasta con la editorial del 30 de mayo de 2019, en la que el periódico financiero respaldaba al gobierno de Mauricio Macri y consideraba que “los argentinos deben rechazar el retorno del peronismo”.

La alternativa de los grupos de poder del Occidente central

La otra gran alternativa puede deducirse de la visión de Henry Kissinger, ya mencionada, quien además advierte que “la agitación política y económica que ha desatado la pandemia podría durar por generaciones”. El gran problema es interrogarnos acerca de qué significa “hacer lo que hay que hacer”. En principio, Kissinger propone tres dominios de acción: primero, apuntalar la resiliencia global a las enfermedades infecciosas, contando con los triunfos de la ciencia médica, como las vacunas contra distintas epidemias del pasado y la maravilla estadística-técnica del diagnóstico médico a través de la inteligencia artificial. Considera necesario desarrollar nuevas técnicas y tecnologías para el control de infecciones y programas de vacunación a escala de grandes poblaciones.

Una segunda línea tiene el objetivo de sanar las graves heridas de la economía mundial, ante una crisis más compleja que la de 2008, dada la magnitud de la contracción desatada por el COVID-19 que, por su velocidad y escala global, sería diferente a todo lo que se ha conocido en la historia. En esta crisis, las medidas necesarias de salud pública, como el distanciamiento social, el cierre de negocios, industrias, centros educativos y otras actividades, están contribuyendo a agudizar la debacle económica. En especial, será preciso definir programas tendientes a paliar los efectos del caos inminente entre las poblaciones más vulnerables del mundo. Para este fin, recomienda extraer lecciones del Plan Marshall implementado por Estados Unidos en la inmediata posguerra, cuyo objetivo era reconstruir las zonas devastadas en Europa, modernizar la industria y eliminar las barreras al comercio, para frenar la propagación del comunismo, que mostraba una creciente influencia en las áreas europeas de la posguerra. La gran diferencia es que, mientras Estados Unidos salió de la guerra económica y financieramente fortalecido, de modo tal que era posible consolidar su hegemonía utilizando ese poder por entonces indiscutido, en la actualidad ha retrocedido sensiblemente, tanto en el campo geopolítico, como en lo económico y tecnológico, frente al bloque de la alianza China-Rusia.

El tercer dominio de acción es el que pareciera más preocupante. El objetivo es salvaguardar los principios del orden mundial liberal moderno, remarcando la oposición a la idea de países o ciudades amuralladas y cerradas para protegerse de un enemigo externo, frente a Estados legítimos, capaces de asegurar la seguridad, el orden, el bienestar económico y la justicia, donde la prosperidad depende del comercio mundial y la libertad de movimiento de las personas: un consejo ante la eventual posibilidad que Estados Unidos pretenda encerrarse sobre sí mismo para superar la crisis, dejando de lado la disputa por la hegemonía a escala global. Kissinger considera que las democracias del mundo deben defender estos principios enunciados por la Ilustración, y advierte que la pandemia ha provocado el anacronismo del renacimiento de sociedades amuralladas, como sucede actualmente con los países europeos, lo cual agudiza la crisis económica. Si el mundo libre fracasa al afrontar al mismo tiempo la pandemia y una superación de la crisis económica, se puede incendiar el mundo. Como inspiración de las estrategias en este tercer dominio y ante la eventualidad de que el mundo se incendie, Kissinger aconseja extraer lecciones del Proyecto Manhattan.

Durante la Segunda Guerra, el Proyecto Manhattan, liderado por Estados Unidos con el apoyo de Inglaterra y Canadá, promovió programas de investigación y desarrollo entre 1942 y 1946 en el laboratorio de Los Álamos. Su resultado fueron las armas nucleares y las bombas atómicas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki. Dirigido por un general del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos y el físico nuclear Robert Oppenheimer, el proyecto incluía tareas de contrainteligencia sobre el programa alemán de armas nucleares y la infiltración en las líneas enemigas, con el objetivo de apoderarse de documentos y materiales de investigación nuclear, además de facilitar la deserción de científicos alemanes para incorporarlos al campo de los aliados.

En los tiempos actuales, la tecnología que puede ser clave para derrotar a los enemigos –el equivalente a lo que fuera la nuclear– se basa sustancialmente en la inteligencia artificial, los Big Data y las tecnologías 5G, con su potencial de dominio y coerción político-estatal y una inédita capacidad de manipulación de las conciencias a través de una vigilancia global y personalizada. Un enemigo que será claramente identificado con quienes pretendan organizarse en sus demandas y, desde la perspectiva de los grupos de poder real, potenciar el eventual “incendio en el mundo”.

La OIT estima que pueden producirse consecuencias devastadoras y califica a la situación actual y sus perspectivas como la crisis más grave desde la Segunda Guerra Mundial. Sin duda, se trata de condiciones estructurales que, de no tener respuestas de solidaridad e inclusión, permiten esperar masivas protestas sociales a nivel internacional. Un nuevo Proyecto Manhattan, mencionado ni más ni menos que por el cerebro de las olas de dictaduras militares genocidas de los años 70 tiene como principal objetivo reprimirlas y someterlas, ahora con ciencias y tecnologías de avanzada. Una opción adicional que no debiera descartarse es la solución que en su momento planteara Adolf Hitler: superar la crisis a través de fuertes inversiones en la industria militar, combinada con políticas genocidas para eliminar a la población despreciable. Sería una Tercera Guerra Mundial que, como denunciara el Papa Francisco, se está procesando en etapas desde inicios de este siglo, con consecuencias de devastación y sufrimientos indescriptibles, en países de África y Medio Oriente.

En febrero de 2020, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, declaró que alrededor de 250 millones de niños y adolescentes menores de 18 años viven en países afectados por guerras incluidas en el “Eje del Mal”. Por su parte, un informe de UNICEF estima que al menos un 20% de esas víctimas –unos 50 millones– tendrán secuelas psicológicas graves a causa del terror, la muerte de sus seres queridos, las mutilaciones y el derrumbe de su entorno afectivo: una forma adicional de eliminar a la “población descartable”.

Este es el mundo que va a cambiar después de la pandemia. Nuestra América debe construir una unidad que le permita consolidar su autonomía, para no llegar a transformarse una vez más en un satélite de los triunfadores en los cambios de la conformación del poder mundial: de España a Inglaterra; de Inglaterra a Estados Unidos. La neutralidad ante eventuales conflictos mundiales es una tradición que no debe abandonarse y es preciso definir claramente nuestro papel internacional, en un contexto donde todo indica que se está imponiendo una nueva hegemonía del bloque Chino-Rusia, ante el debilitamiento crítico del liderado por Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra.

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