La guerra en Ucrania: la propuesta de paz de Lula y el impacto sobre la Salud

No hay duda de que una de las grandes cuestiones en el plano mundial en el momento actual es la guerra de Ucrania. Un año después de su inicio la situación parece agravarse de manera exponencial. Para ambos lados los hechos asumen el carácter de cuestión existencial. Para Rusia, la derrota supondría la extinción del Estado –y no sólo la caída de su Gobierno– con todo lo que ello representa: aniquilamiento de la nación, borrado de costumbres, creencias, formas de ser, cultura, además de la pérdida de toda su enorme riqueza natural. Para Estados Unidos y sus aliados, perder significaría vaciar los valores que defienden y guían sus decisiones y acciones. Es necesario insistir en que este vaciamiento conduciría eventualmente a una irreparable pérdida de poder y a la frustración del proyecto de mundo unipolar y monolítico, real, aunque no declarado.

Las pérdidas serían enormes y definitivas. Para evitarlos, cada lado podría finalmente usar el poder destructivo total a su disposición. Es una ilusión pensar que un bando puede derrotar al otro en el campo de batalla usando armas convencionales. En caso de amenaza real de pérdidas enormes y definitivas, la lógica de la evidencia exige la destrucción total por armas nucleares. Las dos partes saben que al final esto podría pasar, porque para ambas el tema es existencial y no hay alternativa.

¿Quién estaría dispuesto a pagar la cuenta? La pregunta es legítima, porque a primera vista no habría ganadores y no se entiende por qué seguir esa trayectoria. Es posible que la destrucción, aunque muy grande, no sea total. La vida podría, en teoría, continuar en las regiones más alejadas del conflicto, como por ejemplo en nuestra región de América del Sur, África y Asia Central. Sin embargo, los efectos que irradia, directos o indirectos, no se pueden ignorar ni eludir y, en algunos casos, pueden durar miles de años, con consecuencias desastrosas. Los casos de cáncer y otras enfermedades degenerativas explotarían en todo el mundo y las posibilidades de tratamiento serían escasas, largas y costosas. Entonces surge la pregunta: ¿alguien estaría dispuesto a pagar la cuenta para vivir en un escenario de ciencia ficción? La pregunta puede parecer sin sentido, pero eso es solo porque no ofrece una respuesta razonable.

Es en ese marco de insensatez que el presidente Lula propone reunir a un grupo de países ajenos al conflicto, con el propósito de buscar caminos hacia la paz. Es durante la guerra cuando hay que buscar la paz, como hicieron los fundadores de las Naciones Unidas que querían evitar el error del Tratado de Versalles.[1] La paz es la condición sine qua non para desarrollar las condiciones para erradicar la pobreza extrema, lograr el hambre cero y reducir las desigualdades, como propone la Agenda 2030 y sus 17 ODS,[2] el único mapa de consenso que conduce al desarrollo sostenible. Sin paz tampoco habrá condiciones para revertir el daño al medio ambiente o la pérdida de biodiversidad, ni para frenar el aumento del calentamiento global hasta un máximo de 1,5 grados Celsius por encima de la media preindustrial, como recomienda la mejor evidencia científica.

La pandemia del COVID-19 ha paralizado y, en algunos casos, torcido en sentido contrario el avance de las metas acordadas en el Foro Político de Alto Nivel (HLPF) del ECOSOC, encargado de monitorear la implementación de la Agenda 2030 y los ODS. La pandemia también ha contribuido a relajar los compromisos relacionados con el medio ambiente inscritos en el Acuerdo de París sobre el cambio climático. El impacto de la guerra en Ucrania en el aumento general de los precios, con énfasis en los combustibles, los fertilizantes y la energía, agudiza aún más la situación de hambre y pobreza, ya insoportable, así como aumenta las desigualdades, ciertamente insostenibles.

Declararse a favor de la paz puede parecer ingenuo para algunos, pero es la única alternativa de vida. Proponer la formación de un grupo de países independientes, no envueltos en la guerra, para avanzar en la propuesta de paz en el escenario actual es una de las pocas cosas razonables que se puede hacer. Es necesario, sin embargo, tener en cuenta algunos puntos esenciales, so pena de hacer inviable el ejercicio de esta búsqueda.

El 11º período extraordinario de sesiones de emergencia de la Asamblea General de las Naciones Unidas se volvió a convocar el 22 de febrero, aniversario del estallido de la guerra, y adoptó una resolución titulada Principio de la Carta de las Naciones Unidas que describen las condiciones para la amplia, justa y duradera paz en Ucrania. La resolución adoptada, sin embargo, es poco realista. Aprobada por 141 votos a favor –incluidos Argentina y Brasil–, 7 en contra –incluida Rusia– y 32 abstenciones –incluidos Sudáfrica, China e India–[3] subraya la necesidad de lograr una paz redoblando los esfuerzos diplomáticos para lograr este objetivo.[4] Estos dos puntos son objeto de consenso, aunque es discutible qué se entiende por redoblar esfuerzos, ya que no hay ningún esfuerzo en este sentido. La venta de armas a Ucrania frustra cualquier ejercicio diplomático. Como puede verse, los BRICS[5] están divididos.

El irrealismo recae en los dos puntos siguientes: la retirada de las fuerzas militares rusas del territorio ucraniano y la vuelta al statu quo ante en materia de delimitación de fronteras. No es realista pensar que Rusia, de conformidad con la propuesta contenida en el documento, retirará sus fuerzas militares de Ucrania. Es ilusorio imaginar que el mapa de Ucrania será el mismo que antes del inicio de la guerra. Para Rusia, la defensa de la población rusa en territorio ucraniano adquiere un valor existencial. Es posible que la parte rusa acepte cambiar la independencia de las regiones de mayoría rusa, incluida Crimea, por el reconocimiento internacional de su derecho a la autodeterminación, pero eso sería lo máximo que Rusia –en teoría– podría aceptar, pero no hay garantía de que vaya a hacerlo. Es necesario darse cuenta de que Ucrania ya ha perdido definitivamente parte de su territorio, lo que hace que la situación sea irreversible. Para Estados Unidos y sus aliados, aceptar la aplicación de la autodeterminación podría ser una solución para salvar las apariencias. En este sentido, recuérdese la resolución de la AGNU, adoptada en octubre de 1970, que reconoce que el principio de igualdad de derechos y libre determinación de los pueblos y el de igualdad soberana de los Estados, del que deriva la inviolabilidad de las fronteras, tienen el mismo valor y jerarquía en el derecho internacional.[6] Acusar a Rusia de violar el derecho internacional basado en la inviolabilidad de las fronteras no es una línea prometedora de negociación diplomática. Las violaciones al Derecho Internacional existen en profusión, incluso por parte de quienes hoy levantan el dedo acusatorio.[7] El derecho a la autodeterminación, querido por Occidente porque implica el respeto a los Derechos Humanos e incluido en los Acuerdos de Minsk, fue solemnemente ignorado por Alemania, Francia y la OSCE, “patrones” de estos acuerdos, sin que se alzaran voces de indignación.

La propuesta de un grupo de países de avanzar en una propuesta de paz, como quiere el presidente Lula, tiene sentido si, y sólo si, no se pierde de vista la realidad y se dejan de lado las fantasías y las ilusiones. Por esta razón, es necesario deshacerse de las expresiones moralistas que solo tienen el potencial de frustrar o complicar una negociación por lo demás compleja. La pregunta que podría hacerse es: ¿por qué la guerra? Pronto se verá, sin embargo, que no hay ni habrá consenso sobre la respuesta a dar. Cada lado presentará un argumento que elimina el del oponente. En este contexto, quizás la pregunta sea más prometedora: ¿para qué la guerra? Estados Unidos y sus aliados dirán que es para defender los valores que les son queridos: la libertad, la democracia. La parte rusa, por otro lado, dirá que es para oponerse a la hegemonía estadounidense. Es curioso que la hegemonía no parezca coincidir con la libertad y la democracia, pero esto es solo una curiosidad. En cualquier caso, se espera que la respuesta a esta pregunta eventualmente haga tomar conciencia de la futilidad de la guerra, al menos por parte de los votantes en las democracias, y obligue a las partes a sentarse a la mesa de negociaciones.

Lo que debe abandonarse desde el principio es cualquier intento de utilizar el argumento moral para defender posiciones políticas: “lo que ha hecho Rusia está mal”. El argumento moral sólo es válido cuando es emitido por personas de carne y hueso, nunca cuando proviene de abstracciones. Es impactante que se quiera usar un argumento moral para condenar a un país, cuando los países más ricos del mundo no muestran la solidaridad suficiente para erradicar la pobreza extrema, lograr el hambre cero o combatir las desigualdades que hacen injustas a las sociedades. El costo de lograr estos objetivos es muchas veces menor que lo que Ucrania gasta en armas. Los recursos para las políticas sociales necesarias son siempre insuficientes y siempre muy difíciles de conseguir. Para Ucrania, el Congreso de Estados Unidos adoptó, en cuestión de horas, un paquete de armas por valor de decenas de miles de millones de dólares, sin condiciones. Todo lleva a pensar que la guerra sí es un buen negocio, simple y eficaz, sin tener que recurrir a complejas abstracciones morales que sólo entorpecen los negocios.

El grupo de países propuesto por el presidente Lula podría ganar legitimidad y credibilidad si contrapusiera el valor de las inversiones globales necesarias para financiar los determinantes sociales de la salud, vía la implementación de la Agenda 2030, contra el alto costo de la guerra en Ucrania o el tremendo gasto militar anual en el mundo, que además no hace más que aumentar el sufrimiento de las personas directamente implicadas, así como de quienes, a miles de kilómetros del teatro de operaciones, sufren los efectos del hambre, la pobreza extrema y las desigualdades.

Es imprescindible ser realistas. También ser constantes. No ayuda que el único país miembro de los BRICS que votó a favor de la resolución fuera Brasil, precisamente el que proponía la formación de un grupo de países independientes fuera del conflicto para buscar la paz.

 

Traducido del portugués por Sebastián Tobar. Santiago Alcázar es brasileño, licenciado en Filosofía, embajador de la República Federativa de Brasil, asesor e investigador del Centro de Relaciones Internacionales en Salud de la Fundación Oswaldo Cruz, Brasil (CRIS/Fiocruz). Paulo Marchiori Buss es coordinador de CRIS/Fiocruz, médico, magíster en Medicina Social, doctor en Ciencias, miembro titular de la Academia Nacional de Medicina y presidente de ALASAG. Una versión de este artículo fue publicada en portugués en los Cadernos N02/2023 del CRIS de Saúde Global e Diplomacia da Saúde, Fiocruz.

[1] A dança de quatro ideias no quadro da ONU.

[2] La Cumbre de las Naciones Unidas de septiembre de 2015 adoptó la Agenda de Desarrollo 2030 con 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), sustentando la idea que la sostenibilidad y la equidad del mundo son desafíos comunes a todos los países. La Resolución, titulada Transforming our World: The 2030 Agenda for Sustainable Development, en su preámbulo afirma que “esta Agenda es un Plan de Acción para las personas, el planeta, la prosperidad, la paz y las asociaciones”. La erradicación de la pobreza en todas sus formas y dimensiones es el principal objetivo global y un requisito para el desarrollo sostenible, además de llamar la atención para la necesidad de paz, de superación de las inequidades entre los países y dentro de cada uno de ellos, y de protección del planeta y sus recursos naturales.

[3] Resulta interesante ver cómo ha votado América Latina: Nicaragua ha sido uno de los siete apoyos explícitos a Rusia, ya que Venezuela no ha podido ejercer su voto en virtud del no pago de sus contribuciones como Estado miembro de las Naciones Unidas. Tres de las 32 abstenciones han sido de países de Latinoamérica: Bolivia, Cuba y El Salvador, mientras que 26 países de América Latina y el Caribe votaron a favor de la resolución.

[4] La Resolución llama a que Rusia “retire sus tropas del territorio ucraniano” en forma “completa, inmediata e incondicional” y llama al cese de hostilidades, señalando que “los prisiones de guerra sean tratados conforme al derecho internacional.

[5] Los BRICS es el acrónimo para identificar a una agrupación de países de mercado emergentes integrada por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Poseen un gran peso económico y político, con potencial para desafiar a las grandes potencias mundiales.

[6] Es curioso que el título de la Resolución Declaración de principios del Derecho Internacional relativo a las relaciones de amistad y cooperación entre los Estados de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas guarde semejanza con el proyecto de resolución en discusión en la 11a Sesión Especial de Emergencia de la AGNU.

[7] Ver el artículo de José Luis Fiori “Um ano depois: EUA dobram sua aposta/mas Rússia já ganhou o que queria”.

 

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