Eva y el centro del universo

¿Hay un antiperonismo étnico?

Los vascos oligarcas son antiperonistas por tradición y pertenencia de clase. Los vascos de la metrópoli –una metrópoli dentro de otra– lo son por antifranquismo.

Las naciones están hechas de imaginación, recuerdos y olvidos. Sobre todo, de olvidos. No les podemos pedir a ellas y ellos que sepan más de peronismo de lo que nosotras y nosotros mismos no podemos ofrecerles.

La realidad es que ni los vascos ni las vascas son antiperonistas per se. Como tampoco es universal ese sello étnico en la oligarquía y las estirpes ganaderas, políticas, militares e industriales argentinas. Es, en todo caso, un sello demográfico que comparten los poderosos de cualquier grupo social, como tantos otros colectivos que, nacidos de hechos trágicos –dejar la tierra–, se afincaron e hicieron propia –bien propia– a esta tierra, y ahora los vemos históricamente devenidos en clases dominantes –capitalistas urbanos, agrarios, financieros y tomadores de decisión.

Vaya entonces una crónica vasca para sostener mi argumento. Fue hecha en Euskal Herria, un poco antes de cumplirse 50 años del paso a la eternidad de Eva.

Ataun es el centro del universo. De allí bajaron los gentiles de las montañas. Estos gigantes mitológicos de fuerza y labores extraordinarias poblaron el País Vasco, y fueron no sólo los primeros pastores y agricultores, sino también los primeros herreros y constructores. En esas tierras montañosas, Basajaun o Torto, el primer pastor, con su único ojo, reclamaba: nosotros creamos el trigo y el maíz, pero los cristianos nos lo roban; entonces, les tiramos piedras, un poco también para divertirnos. Efectivamente, con la llegada de Kixmi y la hegemonía del cristianismo, estos seres aparentemente desaparecieron. Pero como es de esperarse: mucha gente duda. La versión más contundente es que quedaron bajo los dólmenes o enterrados en las ruinas de Jentilbaratz, un castillo militar medieval construido en la roca y destruido en 1378 por Carlos II. También se dice que la prueba de la permanencia es el gentil decembrino más famoso: el Olentzero, una especie de Santa Claus vasco, que lleva regalos a los niños en Navidad –regalos o carbón, según cómo se hayan comportado en el año.

Los gentiles o jentilak dejaron dólmenes, cromlechs y un sinfín de leyendas y narrativas populares que fueron reunidas por Joxemiel de Barandiaran, sacerdote y científico, hoy reconocido como el primer gran arqueólogo, etnógrafo y etnólogo de la mitología vasca.

Barandiaran nació en Ataun el 31 de diciembre de 1889 en el baserri o caserío Perune-Zarre. El aita o padre de la cultura vasca tuvo una curiosidad y un genio tan únicos como su humildad y buen humor. Tras su exilio en el país vasco norte, en territorio francés durante buena parte de la guerra y el franquismo (1936-1953), regresó a Ataun, donde mandó a construir una casa como la que había habitado al otro lado de los Pirineos, en el pueblo de Sara. En el medio científico ya era muy conocido, pero su renombre público y popular debió esperar al fin de la dictadura. Recibió grandes reconocimientos, internacionales y estatales, incluida la Gran Cruz de Carlos III y la visita de los reyes españoles a sus 101 años.

Ataun era para Barandiaran el centro del universo. Nadie se atrevería a cuestionarlo.

 

Eva no tuvo la suerte de Joxemiel, quien llegó a vivir casi 102 años. Ella vivió apenas 33. Pero al igual que el genio vasco, su curiosidad, genialidad y humildad no pasaron desapercibidas para nadie.

Eva era lo que en la jerga popular se diría “re-vasca”. Hija de Juan Duarte y Juana Ibarguren. El acta 728 del Registro Civil de Junín dice que allí, el 7 de mayo de 1922, nació María Eva Duarte. Hoy se considera como año correcto a 1919 y que había sido registrada como Eva María Ibarguren. Su padre tenía otra familia y era un personaje influyente de Chivilcoy, una suerte de caudillo y playboy, descendiente de iparraldekos, popularmente conocidos como los vascofranceses. De la familia materna de Eva se sabe mucho menos.

 

Gran parte de mi familia paterna, proveniente de Hegoalde, o el país vasco sur, español, echó raíces entre Tandil, Chivilcoy y Junín. Pero hasta donde llegan las memorias no tenemos datos para aportar. Los datos me llegarían de manera inusitada, como llegan todas las cosas maravillosas cuando una se encuentra cerca del centro del universo.

“Ella, ella, hablá con ella”, le dice mi amiga a una mujer, señalándome. Yo saludo con la mano desde lejos. Hay mucha gente, hablan fuerte, estoy aturdida. Situación: es el cumpleaños 77 de Mariángeles. La misma edad que cumpliría mi padre este año, pero ese vasco apenas llegó a los 75. Mariángeles es una hija adoptiva de Necochea que ha regresado a su tierra. Como Eva y su madre, tiene el mismo apellido que mi amiga, y ambas tienen esa fortaleza tierna de las mujeres que humildemente hacen historia. La cumpleañera es hija de exiliados republicanos. Ambas viven en una famosa ciudad guipuzcoana, rodeada de monte, sidrerías, papeleras y una historia feroz en los años de plomo. El marido de mi amiga fue un famoso pelotari, un erremontari para ser más precisa. Tienen una niña pequeña y tímida que es una proeza dibujando.

En el País Vasco no hay tradición de festejar los cumpleaños por fuera del entorno familiar. Pero somos una mezcolanza: de acá, de allá, vascos con pasaporte italiano, vascos parlantes y otros balbuceantes –porque el euskera es una belleza sin transparencias lingüísticas. Entonces el cumple se festeja. La fiesta está llena de gente con el mismo apellido, pero no son parientes. Vienen de varios pueblos cercanos.

La mesa es enorme: somos más de 30 personas. Comemos y bebemos de forma exagerada. Sidra, vino blanco, vino rosado y clarete, vino tinto, tempranillo y rioja; ensaladas mixtas –que aquí se sirven con espárragos, aceitunas verdes y atún, y a veces también con anchoas, además del clásico lechuga, tomate y cebolla–; jamones y quesos; paneras que rebosan de pan blanco y espelta, fresco y crujiente; también hay parrilla que comienza con las txistorras y termina con costilla. En esta mezcolanza ruidosa y festiva vamos de 80 a 3 años. A través de las ventanas del txoko –una especie de quincho con la parrilla dentro– se ve el monte y su verdor encandilante. También se ven ovejas y cabras, otros caseríos, algunas vacas, caminos de monte, una autopista, el humo de la papelera.

Dentro, al abrigo del frío exterior, llega el momento de cantar el zorionak y hacer el brindis. Es un brindis muy vasco, pero igual quedamos impactados e impactadas con esa mujer de pelo blanco, corto y elegante que hace sin esfuerzo uno de los mejores irrintzi que he escuchado jamás. Otros lo intentan, pero el irrintzi de Juanita es el mejor. Parece ella misma una pastora comunicándose con el relincho humano a través de los flancos de las montañas. Juanita es euskalduna y se llama exactamente como se llamaba la madre de Eva. “Eva era prima de mi madre”, me cuenta Juanita luego de la tanda de brindis y las canciones. “Un día que vayas a Ataun podrías hablar con mis tías. Están mayores, pero todavía se acuerdan de cuando Eva iba a ir al caserío. Primero fueron unos funcionarios del gobierno, para ver el lugar. Creo que están las notas, con unos sellos. Las guardaron. Ellas la esperaban, pero la pobrecita se enfermó, no llegó a ir”.

Luego hablo con su hijo. Se ofrece a llevarme un día. El plan no llega a cumplirse. Que no hay tiempo y yo me marcho. Mientras tanto, converso con gente del pueblo. Hay otras versiones, que el caserío no estaba exactamente en Ataun, pero nadie tiene pruebas. Y las cartas con los sellos, y la mamá de Juanita, eso existe.

Es curioso. Aquí no se habla de peronismo. Nadie tiene intenciones de hablar del peronismo. Se habla de Eva, de caseríos, de anécdotas de pueblos y del centro del universo.

 

En Argentina se calcula que hay cuatro millones descendientes de vascos y vascas. Este es un cálculo aproximado, pero sin dudas este pequeño pueblo de la península ibérica dejó muchas y variadas marcas en nuestro país. Siempre me pareció una ironía que tantos acérrimos antiperonistas provinieran de familias vascas. Al otro lado del océano también tiene sus orígenes el mismísimo Juan Perón. Pero esa es otra historia.

No sé si los gentiles se extinguieron. Pero en el centro del universo las leyes son otras, porque no es un espacio humano perecedero. Allí siguen bajando cada año. Dicen que la mujer de Basajaun era Basandere, la “Señora de los Bosques”. Ella también anda por las montañas, pero su lugar son las cuevas. Peina su cabellera con un peine de oro y protege cosechas y rebaños. Fue ella quien enseñó al hombre a utilizar la sierra y el arte de cultivar las semillas.

En la terminología popular se dice que Eva era “75% vasca”. Su madre era hija de una puestera criolla y de un carrero hijo de vascos. En sus partos fue asistida por una comadrona india que se llamaba Juana Rawson de Guayquil.

Una mezcla, de aquí y de allá; de tensiones, silencios, recuerdos, ilusiones, olvidos…

Todos los caminos no van a Roma. Algunos van directo al centro del universo.

 

Julieta Gaztañaga es antropóloga, profesora (UBA) e investigadora (CONICET).

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