El mundo marcha hacia la desdolarización

Luego de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos contaban con la mayoría de las reservas internacionales de oro y su economía representaba la mitad del PBI mundial. Esto permitió que dictaran los términos de los Acuerdos de Bretton Woods, que establecieron –entre otras cosas– el patrón oro como respaldo para el dólar estadounidense, en tanto que el resto de los países firmantes utilizaría al dólar como reserva de valor para sus monedas, pudiendo cambiar en cualquier momento los dólares en su posesión por oro. Pero a fines de la década del 60 algunos países europeos empezaron a cambiar sus reservas en dólares por oro, debido a los altos déficits que registraba la economía estadounidense a causa de la guerra en Vietnam. En 1971 el presidente Nixon decidió unilateralmente terminar con la convertibilidad dólar-oro en respuesta a esta demanda creciente. Para evitar devaluar su moneda, los Estados Unidos crearon el petrodólar, acordando con Arabia Saudita que todas sus ventas de petróleo fuesen exclusivamente en dólares y destinaran sus inversiones a la compra de bonos del tesoro estadounidense. Esto garantizó la demanda internacional de dólares, sobre todo luego de la crisis global petrolera de 1973 que provocó aumentos constantes de los precios del crudo hasta principios de los 80.

Por otro lado, a fines de la década del 90 empezaron a manifestarse dos fenómenos incipientes: el surgimiento de la economía china y el descontrol de la economía estadounidense. A principios del siglo XXI, los Estados Unidos se convirtieron en el mayor deudor del mundo y su Reserva Federal comenzó a implementar políticas monetarias cada vez más arriesgadas para salvaguardar su sistema financiero. La deuda pública estadounidense pasó de tres billones de dólares en 1990 a 31 billones en 2022, lo que representa 123,4% del PBI de los Estados Unidos, el nivel más alto registrado en la historia de ese país. Los Estados Unidos toman prestados cada año de dos a tres billones de dólares para sostener su economía, pagando diariamente 1.300 millones de dólares solo en concepto de intereses, lo que claramente resulta insostenible en el mediano y largo plazo.

Luego de la crisis financiera del año 2008, China objetó la devaluación del dólar que los Estados Unidos estaban implementando a través de una gran acumulación de deuda, así como una excesiva emisión monetaria, y reclamó, aunque sin éxito, la implementación de un nuevo sistema financiero mundial. Ciertamente, como el dólar estadounidense es moneda global de reserva, los Estados Unidos controlan el sistema financiero internacional, pudiendo tener déficit fiscal sin sufrir mayores consecuencias y emitir moneda sin contar con ningún tipo de respaldo –solo en el año 2020 Estados Unidos imprimió 3,3 billones de dólares.

Sin embargo, esta situación cambió a partir de marzo de 2022: los países miembros del G7 no solo impusieron sanciones a Rusia, sino que también congelaron 300 mil millones de dólares en activos del Banco Central ruso y bloquearon a este país en el SWIFT, el principal sistema bancario internacional de transferencia de fondos. De todas formas, muchos países seguían necesitando bienes rusos, como hidrocarburos, alimentos, fertilizantes y equipos militares. La respuesta a este dilema fue la más simple: acuerdos bilaterales en monedas locales. Esta modalidad ha facilitado a exportadores e importadores balancear riesgos, tener más opciones para invertir y mayores certezas acerca de sus ventas e ingresos. La no utilización del dólar como moneda de intercambio también ha permitido a estos países mejorar su posicionamiento en la cadena de valor, al no tener que mantener precios bajos para sus productos para obtener divisas estadounidenses.

No solo los países sancionados por Estados Unidos –Rusia, Irán, Venezuela, Cuba, Corea del Norte, Afganistán– están dejando de utilizar el dólar como moneda de reserva y unidad de intercambio comercial. China es uno de los principales actores con iniciativas de desdolarización, ya que es la segunda mayor economía mundial y goza de una posición dominante en el comercio global. De acuerdo con datos del FMI, China es el mayor socio comercial de 61 países, en tanto que Estados Unidos tiene esa relación solo con 30. Además, en el año 2013 China lanzó la Iniciativa de la Franja y la Ruta como estrategia de desarrollo global de infraestructura y cooperación internacional, a la que ya se han sumado formalmente 149 países. En la última cumbre de miembros de la Organización de Cooperación de Shanghai –fundada en el 2001 e integrada por China, Rusia, India, Pakistán, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Irán y Uzbekistán– el presidente Xi Jinping propuso abordar los déficits de desarrollo a través de la integración regional, la expansión del intercambio comercial en monedas locales, la instrumentación de sistemas alternativos de pagos para operaciones de comercio exterior, así como la fundación de un banco de desarrollo de la organización. Esta propuesta se condice con los esfuerzos de China para incrementar de forma regional el uso de su moneda en inversiones de infraestructura y comercio exterior a través de instituciones financieras locales y la Organización de Cooperación de Shanghai. En efecto, así podrá reducir su dependencia del dólar, minimizar el riesgo cambiario y cubrirse ante una baja liquidez de la divisa estadounidense, manteniendo acceso a los mercados globales en períodos de crisis geopolítica.

En concordancia con estos lineamientos, China acordó con Arabia Saudita pagar parte de sus importaciones petroleras con yuanes –China es comprador del 25% de las exportaciones de crudo de Arabia Saudita–, erosionando de esta manera los cimientos del petrodólar. A esto hay que añadir que China –el segundo mayor acreedor de Estados Unidos– redujo en un 23% (251 mil millones de dólares) su posición en bonos del Tesoro estadounidense, llegando al nivel más bajo de tenencia de los últimos doce años: 859 mil millones de dólares.

Pero no solo China y los países sancionados por Estados Unidos marchan hacia la desdolarización. India –la quinta economía del mundo en términos de PBI– acordó realizar sus operaciones de comercio exterior en rupias con 18 países: Alemania, Gran Bretaña, Malasia, Singapur, Israel, Nueva Zelandia, Rusia –India también está pagando con dírhams de los Emiratos Árabes Unidos parte del petróleo que importa de Rusia–, Omán, Kenia, Mauricio, Myanmar, Seychelles, Fiji, Botswana, Guyana, Tanzania, Uganda y Sri Lanka. Malasia ya manifestó su preocupación respecto a la dependencia del dólar de Asia, en tanto que su primer ministro propuso la creación de un Fondo Monetario Asiático durante su reciente visita a China –el FMI estima que Asia contribuirá con más del 70% del crecimiento mundial en 2023.

Análogamente, Brasil –la décima economía del mundo en términos de PBI– acordó en marzo utilizar el yuan en su intercambio comercial con China, que alcanzó los 150 mil millones de dólares en el 2022, lo que representa un incremento de 10% respecto al año anterior. Además, el presidente Lula, durante su visita a Beijing en abril, manifestó en repetidas ocasiones que debía reducirse la utilización del dólar para el comercio internacional.

Por su parte, Argentina acordó pagar importaciones chinas con yuanes por un monto de mil millones de dólares, mientras busca instrumentar un denominador común que permita profundizar el intercambio comercial con Brasil.

Inclusive el presidente Macron de Francia advirtió acerca de la “extraterritorialidad del dólar estadounidense”, sugiriendo que Europa debía terminar su dependencia de la moneda de los Estados Unidos, añadiendo que Europa “no dispondrá del tiempo ni de los recursos para financiar nuestra autonomía estratégica y nos convertiremos en vasallos”, en caso de escalar las tensiones entre Estados Unidos y China.

Todos estos cambios apuntan a un mundo moviéndose de un sistema unipolar a uno multipolar, lo que significa que el dólar está perdiendo su valor como instrumento único de comercio internacional y reserva de valor global, a favor de una canasta de monedas locales utilizadas en el intercambio regional. Los riesgos geopolíticos, causantes de mayor incertidumbre y variabilidad, también han acelerado el abandono del dólar como refugio de valor. Una muestra palpable de ello es la abrupta caída en la participación del dólar en las reservas internacionales que actualmente alcanza el 58% del total mundial, lejos del 73% registrado en 2001, y aún más del 85% que tenía en 1977.

La economía de los Estados Unidos está enfrentando una recesión. El alto nivel de la inflación no desciende, los niveles de deuda pública continúan escalando hacia nuevos máximos y no hay que descartar una nueva crisis en el sistema financiero estadounidense. En 2022, la Reserva Federal de Estados Unidos aumentó las tasas de interés para apaciguar la inflación, resultando en un masivo descalce de activos y pasivos de los bancos, lo que provocó corridas y quiebras por miles de millones de dólares.

Esta crisis en ciernes ha impulsado a algunos países a evitar el riesgo a corto y largo plazo que representa el dólar estadounidense. Mientras tanto, a contramano del mundo, en Argentina se debate sobre la “factibilidad técnica” de reemplazar nuestra moneda de curso legal por el dólar, haciendo caso omiso de lo que sucede a nivel global, así como de la preocupante evolución de la economía estadounidense a la cual quedaríamos irremediablemente atados de implementarse una dolarización total en nuestro país.

En 1971 el general Perón ya había advertido sobre las implicancias de la hegemonía del dólar en el comercio internacional. Como declarara en la entrevista que le realizaran Pino Solanas y Osvaldo Getino en Madrid en 1971, “el dólar americano en su valor adquisitivo no es, diremos, el valor fiduciario escrito en el billete, porque está sobrevalorado sobre eso, y esto se comprueba muy fácilmente. Hay una ley fiduciaria de los Estados Unidos que dice que al que va al Banco Federal le entregan el oro correspondiente al billete que entrega. Si usted va a la Reserva Federal y le dice: ¿cuánto vale una onza troy? Le dirán 35 dólares. Usted saca 35 dólares y dice: deme una onza troy. No se la venden ahí, porque ellos no venden oro. Entonces hay que ir a comprar al mercado libre. En el mercado libre usted pide la onza troy: le dan el oro, pero ahí vale de 40 a 45 dólares la onza troy. ¿Qué quiere decir eso? Que los 35 dólares por onza troy es falso. Los americanos fijan el valor del oro por el dólar, no el valor de dólar por el oro”.

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