¿En las vísperas de un proceso descivilizatorio?

Un abordaje de las democracias latinoamericanas en la fase neoliberal del capitalismo global

Las presentes reflexiones tienen como objeto aportar a la discusión sobre la problemática del cuestionamiento a las funciones y las atribuciones regulatorias del Estado, asociado a la prevalencia de valores individualistas y antipolíticos que conllevan a un desapego y un descreimiento del sistema democrático en nuestro país y en el resto de los países de América Latina. Creo imprescindible situar a la acuciante problemática estructuralmente vinculada con el debilitamiento global de las regulaciones estatales a los imperativos de acumulación capitalista que pone en discusión la continuidad misma de las democracias en los países capitalistas centrales (Meiksins Wood, 2000; Streeck, 2016; Przeworski, 2022). Esta última afirmación se basa en el posicionamiento teórico de comprender a las economías de nuestra región –y en consecuencia a los modelos de acumulación desplegados en las diferentes etapas de su historia como naciones políticamente independientes– subordinadamente insertas a un centro capitalista mundial que las ha relegado en su rol de proveedoras de materias primas en un mundo donde un poco menos del 20% de su población concentra la mayor parte de la riqueza total.

En el contexto de estas condiciones estructurales del capitalismo postindustrial del presente siglo propongo vincular los fenómenos locales con las grandes tendencias de cuestionamientos a las intervenciones estatales y el clima de desafección con la democracia que se vienen consolidando desde hace varias décadas a nivel global, alimentados por la “racionalidad neoliberal” (Brown, 2015). En nuestro caso, las tradicionales tendencias antidemocráticas de las elites privilegiadas se combinan con las degradadas condiciones de existencia de las mayorías populares y la creciente apatía de los sectores medios, generando condiciones complejas para el sostenimiento y la profundización de sociedades democráticas con algún tipo de pretensión distributiva que persiga la justicia social. Adicionalmente a la imprescindible caracterización estructural de nuestra economía periférica primarizada (Meiksins Wood, 2003) en coexistencia con la versión local de la hegemonía cultural descripta por Wendy Brown (2019), propongo pensar estos fenómenos como potenciales procesos “descivilizatorios”. Es decir, apelando a los aportes de Norbert Elias (1970, 1977, 1987), pensar la concentración monopólica de la riqueza imperante actualmente en el capitalismo global –con su consecuente contracara de crecimiento de la desigualdad mundial– en consonancia con la racionalidad neoliberal que culturalmente la justifica, como proceso que en su devenir tendencial podría conducir a la conformación de sociedades “neofeudales”, con escasa a nula presencia de los principios democráticos.

Este futuro de convivencia del capitalismo postindustrial con distintas formas de dominación política autoritaria –“neofeudales”– significaría que los Estados nacionales verían reducirse aún más sus debilitadas capacidades para aplicar ciertas regulaciones a la lógica de acumulación del capital (Meiksins Wood, 2000). Adicionalmente, es posible imaginar que los Estados Nacionales van a tener que compartir el monopolio de la aplicación de la violencia legítima en sus territorios con organizaciones criminales o corporaciones capitalistas, remitiendo a los períodos precapitalistas de la historia occidental. Al mismo tiempo, considero que es factible pensar en calificar de neofeudales a las relaciones de producción con altos componentes de servidumbre que podrían coexistir con las nuevas modalidades de producción del capitalismo postindustrial. Es decir que en la etapa actual del capitalismo global de “plataformas” que traslada a las masas trabajadoras al sector de los servicios, las relaciones laborales continuarán perdiendo sus regulaciones y protecciones, para transformarse en relaciones productivas con un grado de subordinación al capital que se acercarían a condiciones de servidumbre ya experimentados en otros períodos de la historia mundial (Perret y Roustang, 2000).

En caso de que las proyecciones tendenciales de las figuraciones sociales existentes no se vean interrumpidas por acciones colectivas que modifiquen las dinámicas de distribución del poder que las sostienen, las condiciones de equivalencia política y las disputadas pretensiones de justicia social sostenidas por las democracias occidentales en la pasada centuria corren serios riesgos de subsistencia. Si compartimos con Norbert Elias (1970, 1977, 1987) su visión respecto a la autonomía relativa y la tendencia a la autorregulación de las redes sociales de interdependencia humana –figuraciones– y nos alejamos de la tentación de las explicaciones individualistas sobre los eventos sociales, es factible imaginar los escenarios planteados en el párrafo precedente como una alternativa plausible para las sociedades occidentales. Profundamente vinculado a lo anterior, este autor propuso comprender que los estados nacionales han adquirido la función de organizaciones sintetizadoras –unidades de supervivencia y de identificación colectiva– desde fines del siglo XIX y durante el XX, como consecuencia de un largo proceso de desarrollo global del entramado de las acciones de muchos individuos interdependientes.

Entender a los procesos evolutivos de las sociedades humanas como un torrente imparable e inquietante que carece de un sentido prefigurado y de una meta preestablecida inicialmente permite comprender su idea de la existencia de un “impulso civilizatorio”, en consonancia con las complejidades crecientes en las sociedades industriales occidentales. Alejado de las connotaciones valóricas que fueron el basamento de la “cruzada civilizatoria” de las colonizaciones europeas, Elias utiliza este controvertido vocablo para referirse a los mecanismos de autorregulación y autocontrol humano que permitieron –permiten– la convivencia humana de manera relativamente pacífica, dado el grado de complejización de las sociedades modernas. El proceso de individualización resultante del civilizatorio ha devenido en una suerte de “privatización” de las concepciones sobre el “sujeto” que ha hipostasiado el lugar del individuo en la sociedad, olvidando “que todo individuo presupone la existencia de otros hombres que estaban antes que él… y [que] todo esto resulta imprescindible no sólo para convivir con los demás, sino para vivir consigo mismo, para sobrevivir y desarrollarse y llegar a ser un individuo humano” (Elias, 1987: 28). En este desarrollo “no intencionado” –que “evoca en el individuo la sensación de que él es ‘interiormente’ algo que existe por sí mismo, ajeno a cualquier relación con otras personas, y que sólo ‘posteriormente’ entra en relación con otros ‘de fuera’” (Elias, 1990: 145)– creo que es posible encontrar uno de los factores que ha alimentado el cuestionamiento de los roles reguladores del Estado al interior de las sociedades nacionales, en especial de sus roles en cuanto el ejercicio legítimo de la violencia para limitar y controlar la amenaza de las personas entre sí. Al mismo tiempo, lo anterior conduce a que “una persona puede expresar la sensación de que la vida social le impide la realización de lo que él es ‘interiormente” (Elias, 1970: 151), pasando a constituir entonces la sociedad –el Estado– el mundo exterior “carcelario” que impide y coarta el despliegue de la “esencia” verdadera del individuo. En palabras de otros autores, lo político “arriesga marchitarse o perderse en el infierno de las crispaciones de la identidad” (Perret y Roustang, 2000: 7). Las consecuencias sobre el ámbito de la política y la democracia de estas tendencias son potencialmente devastadoras.

Entiendo entonces que en el devenir de este proceso de individualización que hace descansar la “esencia” del individuo moderno en su “interior” inmaculado frente a las contaminaciones externas, es poco probable que los seres humanos reconozcan y acepten su carácter social y que, por el contrario, continúen esencializando la individualidad en contra del tejido social. Mas aun cuando en el desarrollo de este proceso de individualización cobra sentido y crece exponencialmente la necesidad de distinción del resto de las personas, y consecuentemente atentan contra los valores igualitarios promovidos por las democracias occidentales durante el siglo XX. Si la “sociedad exterior” es un obstáculo para el desarrollo de las “verdaderas” potencialidades individuales, es entendible el crecimiento exponencial de los cuestionamientos a las regulaciones estatales que son producto de decisiones democráticas, contribuyendo a lo que otros autores denominan la “autocratización” de la democracia para referirse al “proceso de erosión gradual de las instituciones y normas democráticas” (Przeworski, 2022, 193).

Entiendo que la dinámica de los procesos sociales que llevan la dirección de un acrecentamiento de la individualización, en sintonía con los fundamentos valóricos del capitalismo globalizado, podría llevarnos a escenarios donde en algunas sociedades nacionales grupos privados organizados –empresariales, vinculados a actividades delictivas, etcétera– sean quienes proveen, en determinadas extensiones de territorio, las condiciones de unidades de supervivencia para las personas que los habitan, con mayores o menores conexiones funcionales con los cuestionados y enflaquecidos Estados nacionales. Todo lo anterior no iría en detrimento de la profundización del sistema capitalista globalizado postindustrial, cuyos actores centrales son las grandes corporaciones transnacionales, a las que les resulta indiferente qué tipo de unidad organizativa garantiza el despliegue de la lógica de la reproducción capitalista en los territorios periféricos.

 

Referencias bibliográficas

Brown W (2015): El pueblo sin atributos. Barcelona, Malpaso.

Elias N (1987): La sociedad de los individuos. Barcelona, Península, 1990.

Elias N (1970): Sociología fundamental. Espaebook, 2014.

Elias N (1977): El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas. México, Fondo de Cultura Económica, 2009.

Meiksins Wood E (2000): Democracia contra capitalismo. México, Siglo XXI.

Meiksins Wood E (2003): El imperio del capital. Barcelona, El Viejo Topo.

Perret B y G Roustang (2000): La economía contra la sociedad. Crisis de la integración social y cultural. Santiago de Chile, Fondo de Cultura Económica.

Przeworski A (2022): Las crisis de la Democracia. ¿adónde pueden llevarnos el desgaste institucional y la polarización? Buenos Aires, Siglo XXI.

Streeck W (2016): Comprando tiempo. La crisis pospuesta del capitalismo democrático. Buenos Aires, Katz.

 

Juan Carlos Aguiló es doctor en Ciencias Sociales, docente e investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo.

Share this content:

Deja una respuesta