Terapia Social, herramienta del trabajador social

El Trabajo Social, como toda disciplina, exige un constante replanteo teórico, siendo esta actitud fundamental, especialmente para una profesión cuya práctica se configura en la inserción de un cotidiano social en constante cambio. Este artículo se centra en el enfoque psicosocial que el trabajador o la trabajadora social ha estado implementando con éxito en diferentes ámbitos, pero enfocado específicamente en un encuadre sistémico y comunicacional. El objetivo es desarrollar un espacio de reflexión repensando desde estas perspectivas la práctica del Trabajo Social. La reflexión teórica se vuelve siempre significativa, pues, además de aportar posibles resignificaciones, colabora en la búsqueda de nuevas experiencias y herramientas de abordaje ante las diferentes problemáticas del contexto social. Principalmente podemos, desde esta perspectiva, pensar el espacio del trabajador social en la medida que, involucrado y afectado por las situaciones, colabora y se compromete, emponderando a aquellos y aquellas que desde sus lugares y con sus voces pueden construir espacios protagónicos de resistencia frente a antiguos procesos de subalternización.

A partir de mediados del siglo XX se comienza a hablar en Trabajo Social de los modelos psicosociales, por ejemplo, en trabajos como los de Gordon Hamilton (1974: 51) o en los 80, cuando, con respecto al Trabajo Social y su autonomía, Michel Thiollent (2005: 81) mencionaba: “La búsqueda de alternativas supone una redefinición de los cuadros teóricos y metodológicos y la conquista de una autonomía suficiente para que los profesionales puedan probarlas. Sin entrar en detalles, notaremos que los nuevos cuadros teóricos a adoptarse deberían permitir una clara comprensión de las relaciones existentes entre las características globales de la sociedad (clases, Estado, etcétera) y las características psicosociales de las situaciones de vida de las distintas categorías sociales desfavorecidas que son consideradas en el servicio” (traducción y énfasis nuestros). En 1987 esta terminología fue incluida por Barker en su Diccionario de Trabajo Social (2003) como: “Este es un procedimiento que se usa frecuentemente en el trabajo social clínico y en otras profesiones para guiar a individuos, familias, grupos y comunidades por medio de actividades como delinear alternativas, ayudar a articular objetivos y ofrecer información necesaria” (traducción y énfasis nuestros). En la página web de la Asociación Nacional de Trabajadores Sociales de Estados Unidos se puede encontrar material al respecto de la legislación efectuada sobre el tema, lo que habla de la divulgación y utilización por parte de la academia estadounidense.[1]

Dentro de la extensa bibliografía sobre el tema, seleccionamos una definición de Liliana Calvo (2004) quien se refiere a la Socioterapia como “una modalidad de abordaje profesional, promocional, preventiva, educativa […], que tiende a la rehabilitación, la reinserción social de las personas y que trabaja con una concepción de trabajo de red”. Destacamos en este caso la importancia de la tarea en red en todos los ámbitos de un posible abordaje, como sostén del crecimiento individual, pero también como esencial para el trabajo en los ámbitos familiares y comunitarios. Al respecto, María Eugenia Guerrini entiende la Psicoterapia como una metodología de intervención que a técnicas propias del Trabajo Social integra el enfoque sistémico, promoviendo procesos resilientes individuales y familiares (Cano, 2021: 26).

Estas definiciones, a las que se podrían agregar muchas más hoy, llevan a compartir una opinión de Gabriel Cano de su libro Terapia social: Un instrumento de cambio (2021: 27), donde, preguntándose si se puede hacer Socioterapia en Trabajo Social, responde: “lo estamos haciendo desde hace años”. Este es un sentimiento común a los trabajadores y las trabajadoras sociales que, al manejar la teoría al respecto de la terapia social, perciben que es el tipo de tarea que se viene realizando desde hace tiempo. Sin embargo, ahora podemos ponerle nombre, y muy especialmente pensarlo y discutirlo.

Las metodologías que acompañan el trabajo psicosocial son múltiples, no existiendo un procedimiento o teoría única, por lo que queda por fuera de todo artículo poder mencionarlas o revisarlas en su total extensión. El trabajador social tiene sus propias orientaciones y líneas preferenciales de trabajo, como comenta Gabriel Cano (2021: 35): “la terapia social debe tener un procedimiento, una estructura […] pero puede en cada momento hacer uso de las diferentes técnicas, escuelas o disciplinas, así como demás conocimientos que tengamos en ese momento, con el fin de ayudar a favorecer el cambio […] conscientes [de ser] capaces de concentrar nuestro esfuerzo a comprender, sentir, entender y programar”.

En este artículo reflexionamos sobre la orientación sistémica y comunicacional, porque la experiencia de trabajo con abordajes psicosociales nos ha llevado a jerarquizar esta mirada. Consideramos que la visión sistémica y el estudio comunicacional realizan aportes significativos a la terapia social, y juntos están resignificando la forma de pensar e intervenir en Trabajo Social hoy. Esta asociación de la psicoterapia con lo comunicacional y sistémico ofrece herramientas privilegiadas de intervención, pues la metodología sistémica establece, llega, conoce e interviene en los vínculos que se crean trabajando en amplios contextos a tomar en cuenta: educativo, familiar, social, laboral, de salud y de las redes establecidas entre ellos. A la vez que el enfoque comunicacional permite establecer la conciencia polifónica del trabajo y conquistar un espacio para toda voz subalternizada, devolviendo los derechos que le corresponden como sujeto social con el cual trabajamos y crecemos juntos.

Las bases teóricas de lo que hoy entendemos por sistémica son estrategias imprescindibles para construir, a partir de ellas, un espacio donde el individuo ya no se aísle, sino que se observe relacionado con otros sistemas de los que forma parte y que se han vuelto imprescindibles a la hora de trabajar dentro del contexto y con sus relaciones. En el proceso sistémico los hechos se estudian dentro del contexto en el que están ocurriendo y se presta fundamental atención a las conexiones y relaciones más que a las características individuales. La totalidad se considera mayor que la suma de las partes, y cada parte solo se comprende en el contexto de la totalidad. Por eso, un cambio en cualquiera de las partes afectará a todos los demás, y la totalidad se regula a sí misma por medio de una serie de realimentaciones, los llamados circuitos cibernéticos, por donde va y viene la información a los efectos de otorgar homostasis al sistema (Papp, 1988: 219). De esta forma, las partes cambian constantemente para mantener equilibrado al sistema, dejando de lado un proceso lineal.

Esto permite al trabajador y la trabajadora social observar cómo un comportamiento apartado se conecta con la función de otro comportamiento, a efectos de preservar el equilibrio. Cada hecho está vinculado a muchos otros aislados, que forman con el tiempo patrones recurrentes que equilibran a la población objetivo, sea grupo social, institucional, familiar o contexto de un paciente. Así, las conductas se mantienen, los padrones se conservan y en definitiva es posible salvaguardar el proceso. A veces, incluso resistencias ocultas deben observarse bajo la óptica de la resistencia al cambio, que la sistémica trabaja especialmente, porque el cambio produce miedo o inseguridad, pero lo importante es ver esa resistencia como un síntoma. Es lo que Papp (1988: 220) llama el dilema del cambio, que aparece cuando se realiza ese cambio y surgen nuevos problemas: el dilema pasará a ser el punto central del nuevo enfoque, constantemente redefiniendo los conflictos, las expectativas y los acuerdos. El síntoma se comporta entonces como una función protectora. Aplicando una técnica de reencuadramiento (Minuchin, 1984) el trabajador social reorganizará la información obtenida, el otro la recibirá y podrá visualizar nuevas posibilidades. El reencuadramiento logra que el paciente o los miembros del grupo interactúen para solucionar problemas y desacuerdos. El objetivo es provocar y ver el cambio, saliendo de la comodidad de la entrevista o del taller.

A través de herramientas sistémicas se llega a la asunción del cambio, y una vez asumida esta posibilidad, el trabajador social debe respetar esa voluntad, pues apunta a cambiar el juego de las relaciones entre los diferentes componentes del sistema. Llegamos a esa etapa del abordaje psicosocial que hemos dado en llamar conflicto primigenio. A esa nueva etapa se ha llegado aplicando a entrevistas psicosociales el aporte de una reflexión sistémica. El conflicto primigenio comienza a superarse en la medida que el trabajador social le da un nuevo sentido a la construcción que se va logrando, tomando en cuenta la circularidad y el contexto. El paciente o los miembros del grupo percibirán la realidad de un modo nuevo. Verificamos entonces que la técnica sistémica es valiosa principalmente en el inicio y el desarrollo de un abordaje psicosocial, especialmente en sus primeras etapas, cuando se presenta la demanda de ayuda. A partir de esa situación de partida, la información irá sumándose y cambiando, porque el proceso nunca es lineal. Se inicia el diagnóstico con hipótesis que se van clarificando, cambiando y madurando a medida también que se actúa y se toman medidas a partir de acuerdos.

Luego de la entrevista inicial, el proceso va llevando a logros y fracasos, caminando junto al trabajador social, enfrentando los cambios, verificando los acuerdos, conociendo el contexto, las redes y, en definitiva, actuando, ejerciendo y provocando cambios en el paciente. Una vez superado el conflicto primigenio, otros resultarán de las nuevas situaciones, pero su dinámica será diferente: ya existirá entre ambas partes una técnica de trabajo y una práctica de acuerdos que producen personas diferentes. Pacientes o grupos y trabajador social han caminado juntos y crecido juntos.

En definitiva, lo que se va realizando en una primera instancia es el conocimiento y la evaluación de esas redes con las que el paciente interactúa. Este trabajo de detección, evaluación y crecimiento de redes positivas es sustancial en la terapia social, o trabajando de forma sistémica dentro del abordaje psicosocial. El objetivo se centra en esas redes para desarrollar potenciales que mejoren y brinden herramientas para la calidad de vida y la dignificación social. Se inicia esa etapa con la búsqueda de recursos, vínculos y contactos para establecer un campo de acción, a través de acuerdos con el paciente y con los involucrados en el proceso de crecimiento, lo que implicará rehabilitación, reinserción y edificación de ese proceso. El estudio desde el contexto y el pensamiento en redes posibilita crecer en el conocimiento del otro, sea este individuo, institución, organización, familia o grupo, permitiendo pensar como un todo a ser trabajado desde diferentes estrategias.

Desde el inicio se debe asumir que, si bien todas las etapas del proceso psicosocial son importantes, un trabajo específico en redes no se puede elaborar sin prestar especial atención a la comunicación, especialmente en las primeras entrevistas, donde los roles se van construyendo, se inician los primeros acuerdos y los aprendizajes nuevos van involucrando todas las partes en juego, además de trabajar en equipos multidisciplinarios o interdisciplinarios. A las instancias de intercambio y escucha debe otorgársele un valor estratégico dentro del espacio de intervención. La intervención directa en nuestra área es un procedimiento del pasado, de la cual se ha sacado mucha experiencia para asumirnos en esta posición de escucha de las múltiples voces, y a partir de allí generar la reflexión sobre el horizonte de intervención. Es justamente para la terapia social fundamental tomar y valorar la comunicación como herramienta del trabajo integral, estableciendo un proceso que acompaña, asesora y crece en la interrelación de los implicados a través de la palabra, la mirada y la escucha, buscando soluciones a los temas presentados.

La Terapia Social puede pensar lo social como un interactuar dialógico, porque es allí –en las interacciones de estos individuos con sus pares, en su vida cotidiana, a través de los signos de las diferentes comunicaciones– donde toma forma el modo de pensar de las personas. Surgen así las ideas, los razonamientos, las afectividades, el pensamiento, en definitiva: el ser humano social. De esta forma, los significados producidos históricamente por el grupo social adquieren un sentido en el ámbito del individuo (Maingueneau, 2001). Ese dialogismo se produce en un contexto, espacio fundamental, pues es el verdadero marco significativo de toda intervención (Watzlawick, 1985). En ese contexto se van dando los diferentes asuntos que constituyen relaciones concretas que acaban por contribuir a la comprensión de los lugares y a las relaciones que cada sujeto va reconociendo.

Desde la Terapia Social el contexto es importante, en la medida que se comporta como un articulador donde es posible poner en práctica las condiciones generales para el empoderamiento que permitirá a los sujetos adquirir el poder para la resistencia, que no debe identificarse en términos de dominación, sino como incremento de posibilidades de acceso a la información, al desarrollo de capacidades: poder sobre el control de recursos materiales e intelectuales, el poder no como conducta dominante, sino como producto para la participación y la integración. El trabajador social debe reconocer en ese contexto a los “otros”, a la vez que se reconoce a sí mismo, especialmente en su rol de creador de espacios para que la voz del otro sea oída, asumiéndose como sujeto solidario legitimador de la voz del otro (McLaren, Giroux, 1998).

La posibilidad de plantear una escucha polifónica (Bajtin, 1981) no es viable sin reflexión. El Trabajo Social debe posibilitar la develación de esos lenguajes, ya que para el trabajador social poseen encarnaciones concretas y nombres propios. Al respecto, Matus (1999: 86) dice que la función de mediación no es hablar de otros, sino mostrar las contradicciones de los discursos y denunciar el silencio de muchos análisis y de políticas sociales que no muestran al sujeto, y que no develan las contradicciones entre el diseño de los objetivos de la política y su forma de evaluación.

También es necesario pensar que simultáneamente que se analiza un discurso y se trabaja sobre él, a la vez se está revisando el propio discurso del trabajador social, su construcción y práctica, porque el sujeto del lenguaje –tal como ha reflexionado Bajtin– es un sujeto actuante, siempre en formación, que, metido en medio de una comunicación verbal, influye y es influido, construye y es construido. La subjetividad del otro y nuestra propia subjetividad se revelan en el discurso. Es a través del punto de vista adoptado por un hablante que éste organiza su mundo social e interpreta su propia experiencia, por eso para McLaren (1998) el lenguaje es elemento constitutivo de la subjetividad. Este autor agrega que nuestra subjetividad está construida en el lenguaje por medio del juego de los discursos y de las posiciones que el sujeto adopta. La subjetividad permite reconocer y enfocar las maneras en las que los individuos extraen sentido de sus experiencias, incluyendo sus entendimientos conscientes e inconscientes, y las formas culturales disponibles a través de las cuales esos entendimientos son estimulados u obligados.

Esto lleva a reflexionar sobre la intervención psicosocial desde un ángulo poco trabajado desde el punto de vista del trabajador social. ¿Cuál es su espacio y cómo es afectado, transformado y desarrollado? Porque a través de los discursos –como hemos mencionado– se construye la voz del otro, pero también el sentido de un relato en el que como trabajador social estoy involucrado y afectado. Para poder intervenir, el trabajador social necesita ahondar en una realidad a la que accede a través del discurso del otro, pero al que tiene que ayudar a nombrar y muchas veces a armar, colaborando en la construcción de una narración que crea una realidad, una mirada del mundo.

A través de la intervención psicosocial, el trabajador social potencializa interpretaciones complejas desde procesos reconstructivos, desfocalizando la intervención inmediata, para construir una función mediadora, comprensiva. Es la posibilidad de colocarse en una función de escucha de las múltiples voces y de reflexión. Es, en definitiva, como diría Bajtin, una capacidad de escucha polifónica que no es posible sin reflexión. Y a partir de allí elaborar juntos el proceso de crecimiento. La narración de una historia de vida frecuentemente subalternizada por diferentes razones, pero que, al ofrecer posibilidades o alternativas de salida, logra hacer oír su voz como forma de empoderamiento, saboteando las condiciones hegemonizadoras. En el encuadre psicosocial se está también resignificando –al lado y con los propios sujetos involucrados– su fortalecimiento, posibilitando la superación de situaciones.

Dentro de las posibles y variadas técnicas o pasos para el desarrollo de una terapia social, Gabriel Cano (2021: 97) menciona específicamente la “escucha activa” y señala al respecto: “Esta técnica nos ayuda, si cabe, a crear una alianza muy fuerte con el entrevistado. Se realiza mediante acciones muy concretas durante la entrevista, como la mirada a los ojos, gestos de comprensión, devolución de información, etcétera. […] Tenemos que estar en la escucha, en la creación pre-hipótesis, así como interpretación de toda la información”.

Otra de las técnicas es la que Cano (2021: 99) llama “manejo del silencio”: la señalamos especialmente por considerarla parte importante de la escucha y de la comunicación, sobre la cual agrega: “la expresión de silencio, que a veces puede llegar a decir más en un plano de sentimientos, que la propia información”. El silencio es frecuentemente la espera del proceso del otro que nos da espacio para reelaboraciones y para mostrar el respeto hacia ese otro.

Además, el encuadre comunicacional dentro de una perspectiva sistémica es privilegiado a la hora del trabajo con poblaciones subalternizadas, a menudo instituciones, organizaciones, grupos, familias o individuos que son estigmatizados. Al estudiar los discursos del otro que surgen de forma polifónica en los contextos, el trabajador social no solo está dando voz al subalterno, está resignificando –al lado y con los propios sujetos involucrados– su fortalecimiento y posibilitando la superación de situaciones, empoderando al individuo como constructor de su proyecto de vida, desarrollando y mostrando sus potencialidades.

Hemos observado, como trabajadores sociales, que muchas veces nuestras poblaciones objetivo, una vez empoderadas, son capaces de construir un sabotaje a su propia situación y construir sus propios espacios de resistencia. Al atender el desarrollo de las capacidades y de la autoestima permitimos a los individuos un protagonismo, así como una visión de sí mismos y del contexto, que los impulsará a generar los cambios necesarios de superación.

 

Consideraciones finales

La terapia social, en conexión con la conciencia comunicacional y el abordaje sistémico, brinda una herramienta que permite perfeccionar y profundizar nuestras intervenciones y en general nuestro trabajo social. Pero si cuestionamos esas intervenciones, nuestro rol y accionar, estaremos contribuyendo a la especulación del corpus teórico de nuestra disciplina. Y si, además, tomamos conciencia del otro o los otros y de la importancia de empoderar esas voces, entonces estamos construyendo revalorizaciones y nuevos lugares fuera de los frecuentes estigmas o subalternizaciones.

Obviamente el trabajador social tiene límites de intervención que están dados por el paciente o el grupo con el que se trabaja. Vamos hasta donde el usuario quiera o pueda, hasta allí acompañamos. Mientras, la intervención con la terapia social permite trabajar zonas ricas en resiliencia, procesos de empoderamiento, y especialmente construir caminos de enriquecimiento juntos. El trabajador social, con su paciente, pactando, estimulando, buscando, superando frustraciones, reconociéndose en el otro.

Es el trabajador social quien ofrece las distintas miradas o la mirada nueva que logra ver más allá de la estigmatización, el que escucha las diferentes voces, les da su lugar y las ayuda a crear nuevos relatos de vida. Es quien aporta elementos para las posibles intervenciones, estudia las redes, las verifica, las enriquece, apuntando a la diversidad, apoyando el desarrollo de habilidades, potencializando las capacidades personales y colectivas, trabajando en grupo sin perder de vista lo individual.

Nuestro rol implica en esta sociedad global cambios constantes de mirada, revalorización y conocimiento de nuevas prácticas, estableciendo nuevos vínculos entre los diferentes actores sociales, donde el trabajador social pueda verse a sí mismo como actor de cambio y colaborador en la construcción de espacios sociales. La terapia social, los enfoques sistémicos y comunicacionales y la reflexión de dichas prácticas permiten detenerse y encarar estos espacios de evaluación y crecimiento profesional.

 

Bibliografía

Bajtin M (1981): Problemas da poética de Dostoiévski. Rio de Janeiro, Forense Universitária.

Barker RL, ed. (2003): The Social Work Dictionary, 5a edición. Washington, NASW.

Cano G (2021): Terapia social. Un instrumento de cambio. Guía para hacer Terapia Social. Rodríguez Robledillo.

Calvo L (2021): Socioterapia. socioterapiagestalt.blogspot.com.

Calvo L (2004): “Una propuesta de abordaje profesional orientada al Trabajo Social del Nuevo Milenio”. Margen, 33.

Guiomar Martins Seixas S (2020): “Trabajo Social: breves consideraciones históricas y caminos para la evolución de la especialidad ‘trabajo social clínico’”. En Socioterapia.

Hamilton G (1974): Teoría y práctica del Trabajo Social de Casos. México, Prensa Médica Mexicana.

McLaren P y H Giroux (1998): “Desde los márgenes: Geografías de la identidad, la pedagogía y el poder”. En Pedagogía, identidad y poder, Rosario, HomoSapiens.

Maingueneau D (2001): O contexto da obra literaria. São Paulo, Martins Fontes Matus.

Sepulvera T (1999): Propuestas contemporáneas en Trabajo. Social. Hacia una intervención polifónica. Buenos Aires, Espacio.

Minuchin S y C Fishman (1984): Técnicas de terapia familiar. Buenos Aires, Paidós.

Papp P (1988): El proceso del cambio. Buenos Aires, Paidós.

Thiollent M (2005): Metodologia da pesquisa-ação. São Paulo, Cortez.

Watzlawick P, J Beavin, D Jackson (1985): Teoría de la Comunicación Humana. Barcelona, Herder.

 

Manuela Shaw es licenciada en Trabajo Social, con especialización en Terapia Familiar Sistémica y Adicciones.

[1] Una historia detalla del proceso puede consultarse en el artículo de Sonia Guiomar Martins Seixas (2020) en la página Socioterapia.

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