Sobre (otra) encrucijada argentina: Ángel Nuñez, Milei que no es Cyrus y una digresión por parte de mi viejo que resultó alegórica

Algunos años después del denominado “Argentinazo” de diciembre de 2001, Ángel Núñez publicaba La encrucijada argentina: verdad y mentira del sueño peronista (Sudamericana, 2008). El ilustre crítico, poeta y militante peronista reflexionaba más allá de la ciclotimia política nacional, tratando de buscar el mal de raíz. Cuál es nuestro ethos fatídico que nos arroja siempre a un estado catatónico, es decir, bajo una encrucijada. La búsqueda implícita en sus innumerables trabajos –fueran ensayos o poemas– se encuentran asociadas al diagnóstico que pronunció Fermín Chávez en 1956, al calor de la feroz represión y proscripción gorila: nuestra crisis no es política, ni económica, sino que reviste un carácter ontológico.

Núñez, a diferencia de las lecturas adulteradas por parte del progresismo, detecta varias “décadas infames”, que no necesariamente fueron dictaduras militares, sino que –a través de ellas se realizó el “trabajo sucio”– el alfon-cinismo y luego el menemato institucionalizaron el desbarajuste socioeconómico y, principalmente, el cultural. La magnitud de semejante crisis nos condujo al cenit de diciembre de 2001, generando una movilización de carácter crucial como la de octubre de 1945, pero que careció de representatividad política. “La pregunta es cuál es en lo profundo nuestra situación actual. Sí, que estamos mal es lo primero que debemos afirmar, pero la pregunta se amplía para saber cómo es este estar mal. (…) Resistencia puede ser una esforzada e íntegra espera de tiempos que –se confía– habrán de llegar, así como una activa coordinación de operaciones. (…) Porque hay diversos tipos de protestas y exigencias. (…) El autoengaño de los argentinos alcanza claramente las elecciones del 2003, cuando en la primera vuelta es Menem quien obtiene la mayor cantidad de votos, aunque luego desista ante la completa derrota que sufriría en caso de presentarse a una segunda vuelta. O sea, se volvía a elegir a los responsables del saqueo. (…) Esta pueblada, de dimensión como para derribar a un presidente constitucional electo que reincidía en el proyecto Cavallo –que había sido el de Menem–, careció del liderazgo y la significación que hubiera merecido. La fuerza histórica no encontró su cauce, la sensibilidad concentrada en esos días en busca de un nuevo proceso no logró producirlo. Y aconteció luego una regresión, visualizable en el resultado de la primera vuelta electoral del 2003. (…) Pero fue un acto de resistencia de la mayor importancia, demostrativo de un caudal, de una reserva potencialmente transformadora” (Núñez, 2008: 126).

Por esos años, Núñez no consideraba transformadora a la experiencia kirchnerista. En realidad, el periodo jacobino del kirchnerismo vendría al poco tiempo, con un potencial enorme luego del fallecimiento de Néstor Kirchner y el aluvión de jóvenes que se preocupaban por el asunto político, concibiéndolo como una herramienta de transformación social. Sin embargo, la mentada “década ganada” terminó siendo perdida culturalmente. El kirchnerismo, preso de sus contradicciones, no supo ser coherente entre la política cultural y la praxis. Los triunfos –que podrían haber modificado la matriz productiva y aprovechar una revitalización de la participación colectiva y la formación ideológica de los cuadros bajo las banderas del justicialismo– fueron desaprovechados. Tal fue así que, presos de los egoísmos, carentes de visión integral de un proyecto nacional, le regalaron el gobierno a sus supuestos némesis: el macrismo. Así, dentro de una visión de largo plazo no podemos disentir con las apreciaciones de Núñez. Al contrario: el regreso del kirchnerismo (2019) dentro de un frente sin eje ni propuestas parece recordar a la experiencia de la presidencia de De la Rúa: con un presidente sin capacidad de liderazgo, atacado por integrantes de su propio frente, acompañado con un incesante crecimiento de la apatía de la población. A todas luces, no hace falta contratar a encuestadoras para concluir que a la mayoría le parece lo mismo kirchneristas y macristas. Pero, a diferencia del 2001, viene pivoteando e inflada mediáticamente la amenaza del mensaje apátrida de Milei, seducido por las nuevas juventudes hartas de la farsa democrática. Sin ningún tipo de formación de cultura nacional, sujetos sujetados a la agenda global a quienes poco les importan cuestiones relacionadas a la justicia social, independencia económica y soberanía política. Al respecto decía Núñez (2000: 24) en un trabajo anterior: “En la Argentina de la que los jóvenes se quieren ir porque no se ve el horizonte, las recetas no sirven. Ni tampoco ajustarse cándidamente a la ‘globalización’, que es la trampa de transformar una Nación en un territorio de libre circulación de lo que hoy circula: el capital salvaje que esclaviza en otros países y que busca imponerse en todos. Sin Estados que molesten, sin culturas propias que contradigan sus valores y modos de vida, sin proyectos independientes que pongan las condiciones para el dialogo”.

Así, nuevamente nos encontramos ante una nueva encrucijada. Sería interesante ver en ella una oportunidad de recuperar nuestros más fecundos e históricos valores. Nuestro pueblo necesita para ello una voz clara que no se mezcle con los ditirambos posmodernistas que, en su seno, llevan al “que se vayan todos”, nuevamente, aunque quienes vuelvan terminen siendo los mismos de siempre: el aluvión liberal conservador que apunta a destruir los últimos cimientos de la cultura nacional y popular.

 

Milei

Surgido hace unos años como una figura mediática con el mismo cariz de seriedad que “el mago sin dientes”, Javier Milei comienza a adquirir un grado de popularidad que representa un nivel de alarma para toda persona sensata. Los medios lo arroban como un ejemplar del “trumpismo” argentino, aunque no tiene absolutamente nada que ver con el magnate estadounidense. Figura controvertida del republicanismo norteamericano, Donald Trump se había constituido en una de las expresiones del nacionalismo conservador –único viable para el hemisferio norte y su idiosincrasia. Surgió como figura reaccionaria al progresismo global que no contempla las necesidades básicas de la población, priorizando banalidades impuestas por diversas ONG y corporaciones transnacionales. Alguna vez, Fidel Castro observó certeramente que Hispanoamérica pudo progresar sin intervencionismo bajo los gobiernos “republicanos”, mientras que los “demócratas” siempre habían orientado una política agresiva. No obstante, el único punto en común que podríamos aventurar con Milei es su carácter de outsider la política. Si Trump surge gracias al fracaso del bipartidismo alejado de la realidad socioeconómica estadounidense, Milei construye su éxito discursivo denostando a la “casta” política.

“Su discurso seduce a un votante sub-30 que vivió la crisis del corralito de 2001 siendo niño y está harto del estancamiento económico, la falta de oportunidades y, sobre todo, de los políticos”, reflexiona Federico Rivas Molina para El País, quien en este aspecto sí da en la tecla. Las nuevas generaciones argentinas crecieron alejadas de los enfrentamientos partidarios, de las luchas de liberación, de los levantamientos armados, y recuerdan el “argentinazo” como una imagen borrosa, sin sustento histórico. Otra muestra más del fracaso de la oportunidad que tuvo el kirchnerismo en su momento de generar un discurso contrahegemónico.

Milei articula su impronta con el rock and roll recurriendo a canciones históricas de los 90, como las de La Renga y Bersuit Vergarabat, a pesar de los comunicados de ambos para despegarse del mensaje reaccionario de Milei. La asociación que pretende no es casual: recurre precisamente a los conjuntos de rock que fueron los primeros en denunciar a la política argentina del menemismo. En ese sentido los hace coincidir con su discurso antiestatista –el Estado “parásito que mantiene a la casta política”– vaciando el contexto en que fueron compuestas las canciones: porque el rock nacional en los 90 recurría a la denuncia del abandono del Estado provocado por las políticas neoliberales –que son precisamente las que Milei reivindica. Precisamente Se viene –la canción con la que arenga Milei a sus seguidores– refería al “estallido” que vendría como consecuencia de las políticas del menemismo, rodeadas de corrupción, pobreza y abuso de poder. La canción de Bersuit Vergarabat pertenecía al exitoso disco Libertinaje publicado en 1998, que reunía varias canciones que referían al descontento social generado por el alejamiento del Estado, rodeado de gatillo fácil, impuestazos y profundización de la desigualdad social. De hecho, la banda popularizaría la canción Sr. Cobranza perteneciente al conjunto de rock trotskista Las manos de Filippi. En definitiva, el discurso que representaba el rock de los noventa se asociaba a la izquierda radical, mientras que Milei altera su mensaje para incorporarlo a su diatriba contestataria que representa su derecha reaccionaria.

 

Unidos y dominados

Cuando surgen estas reflexiones en torno a nuestra problemática cultural siempre viene a mi cabeza la anécdota con mi viejo, quien en los prologuémonos de la crisis de 2001 solía –creer– repetir las palabras proféticas del general Perón, diciendo que el año 2000 nos encontraría “unidos y dominados”. Un día, cansado del sic constante, le señalé el error que modificaba diametralmente el mensaje originario: el General refería que nos encontraría “unidos o dominados”, a lo que él, avergonzado, dijo que se sentía un idiota por haber repetido tantas veces una consigna errónea. No obstante, resultaba interesante la reflexión. Es que, menemismo mediante, creía que la doctrina justicialista debía actualizarse. La realidad es que Perón nunca intentó contradecir sus banderas históricas. Tenía siempre en claro los medios y los fines para lograrlas. No obstante, en los noventa se había modificado el concepto de la herencia peronista, modificando la conjunción “o” por “y”. La realidad le daba la razón a mi viejo: el neoliberalismo había deslegitimado nuestra tradición comunitaria, nuestros anhelos ligados a la justicia social, por una apertura transnacional, rifando nuestros recursos y construyendo sentidos adversos a nuestros más profundos sentimientos nacionalistas. Así, el año 2000 nos encontró unidos –mezclados en el fango– y, desde luego, dominados. Bajo la mejor manera de dominarnos: sumidos en la colonización pedagógica.

El kirchnerismo perdió luego su gran oportunidad, al burocratizar la efervescencia militante, generando discursos que pretendían ser nacionales, pero que quedaron en gestos, al no reforzarlos con políticas concretas. La reivindicación de la gesta de la Vuelta de Obligado en un contexto de transnacionalización resulta tan paradójica como la repatriación de los restos de Rosas en tiempos del menemismo. Recuerdo que en tiempos de militancia camporista teníamos obligatoriamente nuestras jornadas de “formación política”, que no era más que un análisis de la oratoria coyuntural de Cristina, mientras que el legado cultural que nos había dejado Perón y nuestro enorme acervo de pensadores nacionales acumulaban polvo en los estantes de las unidades básicas. Así, el sueño eterno de la revolución devino pesadilla, convirtiéndose como Montoneros en una patrulla perdida: sin ejes, ni proyecto claro. Porque no había una política cultural nacional definida. La experiencia quedó representada por la mención abreviada de su propuesta aglomeradora de Unidos y Organizados: cuando firmaban las paredes como UYO respiraba aliviado porque en nuestra gramática el verbo huir se escribiera con la letra muda.

 

El nombre verdadero de la Patria

“Una noche de noviembre de 1976, unas pardas alimañas de cabeza extraviada hurgaron en casa de Ángel –quien estaba felizmente ausente–, tiraron sus libros al suelo, buscaron quién sabe qué complicidad con el espíritu y con la poesía. A partir de allí el escritor tuvo que vivir ocultamente hasta que logró salir del país de los rehenes, para cobijarse en el hermano pueblo brasileño”, escribe el inolvidable Fermín Chávez en torno a su amigo Ángel Núñez, quien en 1984 publicaba su recomendadísima Narraciones del Destierro, una serie de poesías descarnadas que refieren al exilio del patriota. Con la humanidad similar a la que nos tenía acostumbrados otro imprescindible, Juan Gelman, Núñez escribe: “y vos y yo / Aquí. / Yo / No perdido, sino rodeado / Por la Ciudad-Amor. // Hoy aquí / yo / con mis dos iniciales / buscando ese rostro: / el Pueblo en triunfo y alegría / (con la canción fuerte, de la guerra y la alegría) / Buscando / el nombre exacto del misterio. // La vieja lucha: / el nombre exacto / desconocido hoy / (finalmente el bautismo) / el nombre verdadero de mi Patria / el nuevo rostro / la nueva verdad / de América Latina”.

Al tema del desarraigo, del partir, Núñez lo encontraría similar con el éxodo de jóvenes –y no tanto– a partir de la crisis del 2001. Hoy, como ayer –2001– y anteayer –el Proceso– la encrucijada nos vuelve a reflexionar en torno al rostro de la Patria que siempre está naciendo, buscando el nombre exacto del misterio. “Desconocida patria del futuro, ¿cuál será su rostro? ¿Acaso nos llevaremos un chasco cuando la veamos de frente? ¿Saldremos de todo esto? ¿Estará seria y con rostro duro, como Belona? ¿O tendrá la sonrisa dulce de nuestras jóvenes?” (Núñez, 2008: 202). El verdadero rostro al que apunta Núñez es de un nacionalismo amplio, latinoamericano –resignificando el concepto de latino– tal como había propugnado Perón en su legado, el Modelo Argentino: “la comunidad latinoamericana debe retomar la creación de su propia historia, tal como lo vislumbró la clarividencia de nuestros libertadores, en lugar de conducirse por la historia que quieren crearle los mercaderes internos y externos. Lo repito una vez más: el año 2000 nos encontrará unidos o dominados”. El planteo dicotómico permanece vigente ya entrados en la segunda década de este nuevo milenio, debido a las constantes encrucijadas en la que el pueblo argentino se ve sometido. Sin embargo, los desafíos de las épocas son distintos y debemos desandar sobre el intenso trabajo fino que se llevó y se lleva a cabo a partir de una cultura posmoderna que aboga al hedonismo individual y grosero, como el que apuntó oportunamente el gran filósofo nacional Silvio Maresca. Decía Perón: “El pragmatismo ha sido motor del progreso económico. Pero también hemos aprendido que una de las características de este proceso ha sido la de reducir la vida interior del hombre, persuadiéndolo de pasar de un idealismo riguroso a un materialismo utilitario. El mundo debe salir de una etapa egoísta y pensar más en las necesidades y las esperanzas de la comunidad. Lo que importa hoy es persistir en ese principio de justicia para recuperar el sentido de la vida y para devolver al hombre su valor absoluto. (…) Para tener éxito en esta empresa, lo esencial reside en trabajar con los pueblos y no simplemente con los gobiernos; porque los pueblos están encaminados a una tarea permanente y los gobiernos, muchas veces, a una administración circunstancial de la coyuntura histórica”.

Tal como decía el General, a la encrucijada se le responde con la labor en comunidad, apuntando a los valores que nos unían y nos unen como nación. El pueblo debe comprender la importancia de la política, que poco tiene que ver con la clase política que nos toca. Podemos lograr la transformación desde nuestras bases, siempre y cuando apuntemos hacia una misma dirección. De esa forma será el descubrimiento del rostro más dulce de nuestra Patria naciente.

 

Referencias

Maresca S (1993): “Gravidez y levedad de los tiempos que corren. ¿Hedonismo ascético o afirmación de la singularidad?”. Revista de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales, 18.

Núñez A (1984): Narraciones del Destierro. Buenos Aires, Pequen.

Núñez A (2000): Acerca de la cultura nacional y latinoamericana. Buenos Aires, Pueblo Entero.

Núñez A (2008): La encrucijada argentina. Buenos Aires, Sudamericana.

Perón J (2015): El modelo argentino. Buenos Aires, Biblioteca del Congreso de la Nación.

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