¡Trompadas ya!

Balvanera es un barrio que, pese a guardar sus tradiciones, también se moderniza. Y esto lo decimos por el relato que viene a continuación.

Cierto día un grupo de guapos jóvenes –diríamos la segunda línea de los que manejaban todos los negocios– decidió independizarse. Querían competir y pasar a jugar en las grandes ligas. Para ello tomaron una resolución que conmovió a todo el barrio: subir a la web una aplicación que dieron en llamar: “¡Trompadas ya!”. Al abrirla tenía el siguiente texto de presentación: “Ha llegado a Balvanera la solución para sus problemas de seguridad, morosos, incobrables, hinchas de equipos que se burlan de usted, vecinos molestos, propietarios que lo quieren echar de su casa, inquilinos que no se dejan desalojar, rivales políticos, perros que lloran toda la noche, etcétera. Somos un grupo de hombres que conocemos sus pesares y concurrimos cuando usted (señor o señora) nos necesita. Por una módica suma tiene al alcance de la mano la solución garantizada. No nos deje de mandar sus inquietudes. Su pregunta no molesta. Aceptamos todas las tarjetas. Precios populares. Jubilados y docentes 30 por ciento de descuento. Crotos gratis”. Para acompañar el texto, la aplicación empezaba –como no podía ser de otra manera– con los compases de “La puñalada”.

Pero como los muchachos se la veían venir, fueron muy prudentes en la difusión del nuevo emprendimiento. Ya tenían fichados a todos los vecinos con dificultades. Entonces, fueron casa por casa y aplicaron un método tan antiguo como Balvanera: “el ring raje”. Así fue que se apostaban subrepticiamente en la puerta del domicilio del candidato y en horas de la noche –cuando no había ni un alma– hacían sonar el timbre o el llamador y salían corriendo. Como eran guapos jóvenes, ni el vecino más veloz los pudo pescar ni verlos nunca. Se convirtieron en un capítulo de la dimensión desconocida. Algunos de ellos llegaban al domicilio silbando tangos y dejaban rápidamente sus panfletos de publicidad. Toda esta tarea fue complementada con whatsapps, mensajes de texto y correos electrónicos de publicidad de la aplicación.

Pero el problema para los vecinos era doble: ¿cómo confiar en gente sin experiencia? En segundo lugar: ¿cómo evitar quedar mal con los guapos tradicionales, hombres de armas tomar y de conciencia vengativa? Sin embargo, hubo un vecino que hizo punta. Se trataba de Don Pascual, el verdulero más antiguo de Balvanera, quien tenía su negocio en la calle Ecuador al 900. Y no era para menos. Hacía meses que su negocio no andaba bien por la presencia de los quinteros bolivianos en la zona. Pascual, entonces, usó la aplicación. Los guapos virtuales aparecieron en una hora, patearon los cajones de fruta y verdura a los nativos del Altiplano que –muertos de miedo– se rajaron para siempre con rumbo desconocido –algunos exagerados dicen que llegaron corriendo hasta La Paz. El tano Pascual estaba chocho. Incluso –por ser el primer cliente– le aplicaron una “tarifa social” y le regalaron una caja de profilácticos musicales. Como era de prever, los singulares y necesarios preservativos contenían música de tango para bailar con la patrona, mientras hacían la porquería.

El buen resultado de lo sucedido con Don Pascual generó dos efectos: los comentarios de boca en boca multiplicaron los pedidos a “¡Trompadas ya!”; y la rápida y eficiente resolución de los casos los hizo famosos en todo el barrio. ¡Los guapos tradicionales estaban que trinaban! No sabían cómo responder a este desafío, especialmente porque eran analfabetos tecnológicos. Entonces se fue a quejar al jefe de Gobierno el guapo Amancio Alsina, acompañado por el secretario general del Sindicato de Guapos de Balvanera (el SIGUABA), el pesado Malevo Fernández. El jefe de Gobierno se paró ante la turba guapística enardecida y les dijo:

–Tengo la solución para evitar la guerra entre guapos antiguos y modernos. La semana tiene siete días. Lunes, miércoles y viernes trabajan los guapos virtuales. Martes, jueves y sábado, ustedes. Obviamente, el domingo hay descanso. Sólo se atenderán urgencias, como los hospitales. Una semana atenderán ustedes y la siguiente los guapos virtuales. Eso sí, todos pagarán impuestos a las Ganancias e Ingresos Brutos al Estado nacional y municipal.

Y luego agregó esos chistes que nunca hacían reír a nadie:

–Lo de Brutos lo dije por los impuestos, no hay alusión personal, ja, ja.

El Malevo Fernández tuvo el impulso de fajar al capo, pero se detuvo porque estaba la policía y sabía que sin el político y la cana no habría ningún tipo de negocio nunca más. Por otra parte, tenían la ventaja de que les quedaba el sábado, el día que había más pedidos. Entonces el Malevo contraofertó:

–Bueno, está bien. Aceptamo. Siempre y cuando el Estado nos pague jubilación y una obra social.

–¡Aceptado, che!– respondió el jefe de Gobierno. Y finalmente aclaró: –Bueno. Ahora los dejo porque tengo que seguir despepinando Balvanera.

Y con un gesto inconfundible les aclaró:

–Esto no es gratis. Bien, ahora me voy porque tengo que hablar con el ex futbolista y periodista deportivo, mi amigo Diego, Diego –repitió– Latorre. ¿Creo que nos entendemos? ¿Verdad?

–¡Sííííí, señor jefe de Gobierno!– contestaron todos los guapos viejos a coro.

Y así fue que en Balvanera convivieron amistosamente guapos viejos y jóvenes en sana camaradería y amistad. La tecnología y la tradición se habían dado la mano. Para sellar el acuerdo, ambos grupos organizaron un bailongo que se celebró en el Salón de Fiestas Infantiles “El Malevito Chinchulín”. En esa oportunidad la pieza más escuchada de la noche fue la milonga “Tortazos”, cantada por el gran Edmundo Rivero.

 

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