De Hitchcock y otras agorafobias en tiempos de pandemia

Este fin de semana se estrena en Netflix la película La mujer en la ventana del director inglés Joe Wright. En esta nota haré algunas apreciaciones necesarias sobre este film que –confieso– estuve esperando con ansiedad y sobre su impacto en estos tiempos pandémicos que vivimos, sin spoilear, por supuesto.

No me costó nada dilucidar a los pocos minutos de comenzada la película que este director tiene a Hitchcock como a uno de sus grandes mentores, y no solo por el elemento de la ventana y del encierro que nos lleva directamente hacia La ventana indiscreta y hacia otras obras del mismo director, sino por los sueños que experimenta la protagonista que llevan el sello inconfundible de ese suspenso psicológico tan característico del cine de los años 50 que protagonizó Alfred Hitchcock.

Si bien Wright demostró ser un director variopinto en su espectro de películas y productos realizados –siendo el director de películas tales como una versión de Orgullo y prejuicio, basada en la novela de Jane Austen, una versión de Expiación basada en la novela de Ian McEwan, y una versión de Anna Karenina basada en la novela de León Tolstoi, entre otras– en esta ocasión presenta unos personajes que forman una paleta muy interesante de colores a la hora de pensar una historia. Algunos guionistas no acordarían con esta última aseveración, porque considerarían “agarrados a cierta estructura” que se aleja a mi entender de la apertura que se necesita para cualquier creación; o pensarían también que, a pesar de sus altibajos, una historia se debe sostener siempre en el punto más alto. No lo considero tan así, y menos cuando se trata de este tipo de géneros. De hecho, la forma en que Wright eligió mostrar esta historia parece caerse a pedazos por momentos, parece hacer agua, pero unos personajes bien presentados pueden producir el salvataje de la historia antes de que naufrague. El suspenso como género tiene momentos en los que pareciera que tranquilamente se podría prescindir de un guionista, pero es parte del logro creativo. El suspenso nos provoca lagunas mentales como espectadores que nos dejan suspendidos en el espacio, parecidas a las lagunas mentales que nos está dejando como secuela esta pandemia que nos toca atravesar. Tracy Letts, su escritor, quien adaptó la novela del autor J. A. Finn, parece que decidió jugar ese juego: hacer agua con una historia que parece por momentos precaria, convirtiendo así a Amy Adams –su protagonista– en la heroína total que va a hacerse cargo de producir el salvataje de esta historia. Su escritor juega todo el tiempo con el origen del narrador: no se sabe casi hasta el final quién narra los sucesos, si es la protagonista o no.

Una psiquiatra infantil, una mujer que presenta de entrada su padecimiento: agorafobia. ¿Una psicóloga que muestra su costado débil? Qué interesante, a cuántas y cuántos de quienes les pagamos para ponernos en sus manos, si nos contaran tan solo una partecita de sus vidas saldríamos corriendo antes de elegirlas o elegirlos nuestros psicoanalistas. Ya este detalle solo hace interesante al personaje de la doctora Anna Fox, en un mundo en el que claramente la imagen que elegimos dar a los otros tiene a veces más peso que la propia realidad. Para decirlo más sencillo: en las sociedades de las apariencias, lo que aparentamos tiene un fin en sí mismo, o como dice comúnmente el dicho, “las apariencias engañan”. Siempre, detrás de cada apariencia suele haber algo oculto.

La doctora Fox ya arranca eligiendo mostrarse vulnerable y tal cual es. La historia solo con este detalle gana 8 puntos. Un niño, Fred Hechinger es Ethan Russell; una amiga –como esa amiga que viene a salvarnos de la pesadilla diaria que a veces puede ser la vida– Julianne Moore es Jane Russell; un hombre, Wyatt Russell es David, un detective; Brian Tyree Henry es el detective Little; y el gran, gran, gran Gary Oldman es Alistair Russell, cuya participación es justa y exquisita para aventurarnos a la gran pregunta: ¿es el malo o no lo es?

Es un juego interesante el que nos plantea el director, eligiendo mostrar el encierro justamente en este momento en que para el mundo entero el encierro es una moneda que tiene dos caras, porque una cosa es quedarse encerrado en términos psicológicos –como le sucede a la protagonista y a tantas personas en estos capitalismos– y otra muy diferente es el encierro por fuerza mayor de un virus mortal que amenaza al planeta, una completa ironía de la vida. El querer y no poder, algo del orden de la agorafobia: en esto de querer y no poder hay algo que se toca.

El encierro cobra infinitos significados en el mundo actual. Por supuesto que las sociedades occidentales estamos cada vez más expuestas a este tipo de padecimientos, porque aún no logramos tener una percepción acabada de dónde está el mal. Quizás, hablándolo en términos políticos, el mal es difuso, se esconde, no se deja ver. En las sociedades orientales ya se tiene otra percepción y otras soluciones sobre patologías tales como la depresión y la ansiedad. Quizás por ese motivo una mujer encerrada por agorafobia sea un escenario casi “normal” para la forma en que estamos viviendo.

¿Qué esconde la trama de esta película? Yo sí creo que tiene trama. Por supuesto que existe un hecho determinante que nos da las respuestas que necesitamos. Sí, un hecho crucial en la historia que nos hace entender, porque tal vez de eso tengamos que hacernos para volver a construir los despojos de sociedad que va a dejar esta pandemia: de entender a un otro, de no señalarlo sin saber, de no juzgarlo, de la comprensión y de la humanidad. Además, quien no esté un poco loco en esta clase de sociedades en las que estamos viviendo, que arroje la primera piedra.

Por último, un detective que en esta oportunidad acaricia en lugar de pegar. Y no solo eso, sino que pide disculpas por haberse equivocado, y haber abierto un juicio equivocado sobre la doctora Anna Fox al pensar que estaba loca: el detective Little.

Siempre es más fácil señalar, en este caso a la doctora Anna Fox, y tratarla de loca, tildarla de desequilibrada mental, de drogadicta, también, ya que estamos, sin saber lo que verdaderamente le sucede, desde el desconocimiento total y absoluto de lo que estaba transitando. Allí radica la enfermedad en sí misma. No sé si hay sensación más desesperante que la de necesitar expresar algo y que la gente a tu alrededor no te crea, o piense que estás loca. Todos y todas necesitamos expresar nuestra verdad: acaso todos somos dueños de una verdad, de nuestra verdad. Mal que les pese, queridísimos amigos y amigas, también los locos y las locas tienen derecho a defender su verdad. La doctora Anna Fox logra sanarse amigándose con el dolor de su pérdida, de enfrentarse con ese espejo interior al que muy pocos se animan a mirarse.

Recomiendo que vean esta película para poder sacar sus propias conclusiones, pero que, luego de verla, junten verdaderas ganas de mirarse al espejo, para que se nos quiten las ganas de señalar a los demás sin saber lo que realmente les sucede. Sería un lindo ejercicio para empezar a ser mejores. El mundo lo necesita.

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