Neoliberalismo: ¿crisis sistémica?

Los posibles efectos de la pandemia generada por el COVID-19 es materia de opiniones diversas y debates frecuentes en todo el mundo. Ese contexto habilita a aventurar que el futuro próximo presentará un escenario de profundos cambios, incluyendo el desmoronamiento de estructuras socioeconómicas y la incertidumbre ante rebrotes epidémicos que no deberían disociarse de la evolución de un capitalismo globalizado que acorta los ciclos de reproducción de crisis sistémicas, con efectos catastróficos en las condiciones de vida a nivel mundial, en los modos de integración social y en el equilibrio ecológico a escala planetaria.

Crisis económica, desempleo, crecimiento de la pobreza, marginalidad social, inestabilidad de los procesos democráticos: son las dimensiones de una realidad que deberemos afrontar con variable intensidad en los países periféricos. Más que una visión desesperanzada del porvenir, se trata de una constatación de realidad que debería incentivar a la exploración de nuevas oportunidades para impulsar proyectos de cambio en nuestras economías y estructuras sociales. Decisiones estratégicas orientadas a poner límites a un modelo de crecimiento económico basado en la precarización de las condiciones de vida, la destrucción de las fuentes naturales de bienes esenciales y la subordinación de la legitimidad democrática a los equilibrios del mercado.

Imaginar el mundo posible después de la pandemia exige preguntarse por la continuidad y los límites del paradigma neoliberal. Hay quienes piensan que la pandemia es la “piedra de toque” del neoliberalismo porque estaría poniendo a prueba su consistencia sistémica, su capacidad de consolidarse como estructura de poder incuestionable, al costo de hacer inviable el “mundo de la vida” por el sometimiento a una lógica tecnocrática que hace del cálculo de rentabilidad su forma de legitimidad. Ante esa realidad, se impone la urgencia de otro orden mundial que rehabilite una civilización del cuidado y preservación de la vida en todas sus formas, como afirma el Papa Francisco en la Encíclica Laudato Si’.

El capitalismo neoliberal está siendo desafiado por las tensiones que hacen imposible el equilibrio entre Estado, sociedad y mercado. Equilibrio que caracterizó al “capitalismo de bienestar” y que hoy presenta un estado crítico por la dinámica de concentración oligopólica del mercado, subordinando a la maximización de sus intereses, las competencias regulatorias de los estados y las condiciones de trabajo, de progreso y de vida en la sociedad.

Recordemos que este fenómeno se hizo manifiesto en los años 90 del siglo pasado bajo la forma de la globalización, proyectando una “gobernanza global” gestionada por agentes supranacionales que fueron erosionando las competencias arbitrales del sistema de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y de las soberanías nacionales de los estados. Un sistema de gobernanza que reconoce ámbitos con diversos grados de institucionalidad: G7, G8, G20 y pactos regionales de integración geoeconómica, entre los que se destaca la Unión Europea como una estructura de integración que articula instancias de gobierno locales, nacionales, regionales y continental. Hoy observamos que aquel paradigma de la gobernanza neoliberal, promotor de un mundo sin barreras a los flujos comerciales y financieros, al consumo y a la maximización del goce individual, ha devenido en concentración para pocos y austeridad con extrema pobreza para muchos, políticas de ajuste fiscal, desempleo y mayor labilidad en los mundos de la vida.

Esta arquitectura de gobernanza que suponía un orden mundial basado en equilibrios múltiples y autorregulados entró en crisis en 2008, dando lugar a una extraordinaria expansión del capitalismo financiero con su dinámica especulativa de efectos devastadores para las lógicas de producción e integración sociolaboral a nivel mundial. El pensador británico David Harvey (2005) lo define como: “acumular mediante la desposesión” de recursos: naturales, económicos, científico-tecnológicos, infraestructuras sociales, propiedades públicas y comunales. De esta manera, asistimos a una disparidad exponencial entre concentración de riqueza y degradación en la pobreza, que pone en cuestión a la propia integración sistémica del capitalismo, en la medida que sus capacidades equilibradoras resultan impotentes ante la pulsión por el riesgo especulativo de los agentes del poder concentrado. Según datos actuales de OXFAM Internacional, el 1% más rico de la población mundial posee el doble de la riqueza que 6.900 millones de personas. Al mismo tiempo, los detentadores y operadores de estas usinas globales de las finanzas descubren que las instituciones propias de la democracia liberal resultan ahora ineficaces para gestionar los consensos necesarios a la dinámica concentradora. El resultado lo vemos en las interferencias al equilibrio de los poderes constitucionales y la deslegitimación de los procesos democráticos.

Estamos ante una nueva crisis sistémica del capitalismo que ya no puede ofrecer un horizonte de “bienestar” como en los treinta años que siguieron a la segunda posguerra y tampoco satisfacer las expectativas del goce individual que la globalización prometía con la propensión al consumo y la desregulación de los mercados. En términos “lacanianos”, podríamos decir que el capitalismo neoliberal en crisis debilita la “pulsión del goce” para convertirse en “pulsión de muerte”, como se refleja en los crecientes niveles de exclusión social y en el deterioro de las vidas que se convierten en superfluas para la sociedad de mercado.

En realidad, la eficacia concentradora del sistema se funda en desconocer toda responsabilidad por sus efectos desintegradores en la sociedad. En todo caso, cuentan como riesgos colaterales. La velocidad de los intercambios exige no entorpecer la dinámica de los flujos y dividendos del capital, por lo que pierden relevancia las instituciones reguladoras y protectoras de los derechos básicos de las personas. Como afirma el economista Dani Rodrik: “la globalización de las finanzas no implica nada bueno en cuanto a las cosas que más importan. El problema es la falta de autonomía que tienen los países para poder aplicar políticas tendientes a mantener el contrato social y apuntar al crecimiento” (Lewkowicz, 2020). En consecuencia, nuestras economías, sometidas al modelo extractivista y al agro-negocio, se debaten en un dualismo traumático: nichos de alta productividad con bajo nivel de empleo y una dispersión de unidades con baja productividad y empleos precarios. Aquella vocación por el riesgo y la competencia que caracterizaba al capitalismo liberal, se ha convertido en pura incertidumbre. Todo resulta precario en una sociabilidad utilitaria que devalúa la cooperación e incentiva la sospecha como actitud dominante en la interacción humana. Ocurre que se ha roto el compromiso entre capitalismo y democracia liberal, cuando la soberanía popular no podía eliminar al mercado y éste encontraba sus límites en el veredicto de la representación política.

El filósofo Franco Berardi (2020) sostiene: “la nueva tiranía [no es política] son los vínculos matemáticos de las finanzas”. Este capitalismo global busca vaciar de racionalidad a la política para reducirla a pura referencia emocional. Por ello, es imprescindible una refundación ética de la política y una reconfiguración del Estado como espacio de poder público y articulador de las energías colectivas para afianzar la democracia. Rehabilitar el valor de la igualdad y recuperar la libertad del control tecno-totalitario de los artificios virtuales que buscan hacer de la acción ciudadana un acto reflejo de pulsiones utilitarias y egoístas. Todas ellas situaciones que plantea la tarea de reconstruir otro modo de convivencia con mayor justicia y dignidad humana.

El neoliberalismo es mucho más que una ideología económica: se trata de un orden que enseñorea el poder “material” en conjunción con el poder “espiritual”, modelando las subjetividades, confundiendo ley y creencia, emoción y racionalidad. Su materialidad dominante en el atlantismo norteamericano expande sus intereses geopolíticos al extremo de la amenaza bélica. En este marco, el orden neoliberal requiere que los estados nacionales actúen como espacios de gestión institucional de obediencia a los contenidos de la dominación transnacional. Los proyectos de autonomía, encarados por gobiernos que privilegian los acuerdos de ciudadanía, corren el riesgo de intromisiones con prácticas autocráticas bajo el principio de legitimidad del señorío imperial. El neoliberalismo en su plenitud no puede ser sino totalitario porque aspira a subordinar las soberanías nacionales, avanza sobre la división de poderes, impone la excepcionalidad judicial y coloniza subjetividades con el imaginario de la amenaza terrorista como justificación de su accionar.

La producción de verdad en el neoliberalismo es siempre provisoria porque está vinculada a las contingencias del mercado. Nada es perdurable para que arraiguen los derechos personales ni colectivos, sólo hay oportunidades de mercado y la inefable postulación de la culpa sobre el sujeto que no es capaz de adaptarse a los cambios: “disfrutar la incertidumbre”, una contingencia que nunca afecta a los detentadores del poder.

Por todo lo dicho, es necesario recuperar al Estado, no solo como aparato institucional con relativa autonomía, sino también como espacio de condensación de relaciones sociales con un “Enfoque Estratégico Relacional”, como postula el politólogo británico Bob Jessop (2017). Relaciones sociales que incluyen espacios de ampliación de derechos, prácticas de ejercicio del poder, conformación de discursos y acciones de gobierno. En los últimos años, la devaluación de las administraciones públicas ha incidido en el desencanto democrático y el discurso de la anti política para expandir la influencia del mercado sobre la devaluación de los bienes públicos y la gestión de los servicios esenciales para la vida. El camino por el que debemos transitar es muy estrecho. Se trata de la recuperación de las capacidades del Estado –no más Estado, sino mejor Estado– para recuperar competencias estratégicas junto a una mejor calidad del liderazgo político de las instituciones y un ejercicio creciente de la participación democrática.

 

Referencias

Berardi F (2020): Más allá del colapso. https://calderon094.wordpress.com.

Harvey D (2005): El “nuevo” imperialismo: acumulación por desposesión. Buenos Aires, CLACSO.

Jessop B (2017): El Estado. Madrid, La Catarata.

Lewkowicz J (2020): “Dani Rodrik propone un ‘nuevo Estado de Bienestar’”. Página 12, 24-8-2020.

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