Orígenes, personajes y mitos

I

Según El mito gaucho de Carlos Astrada (Córdoba, 26 de febrero de 1894-Buenos Aires, 23 de diciembre de 1970), una nación tiene su origen en un “alumbramiento político” que acontece en medio de una “realidad sociogeográfica”, bajo la advocación de un “destino a realizar”, es decir, de una “misión que cumplir”. Ese origen, a su vez, presenta los caracteres de un “gran comienzo”, de un “impulso inicial”, de un “esfuerzo heroico”, de un “mito” de alcance comunitario. Esto último adquiere una significación mayúscula cuando percibimos que, por ejemplo, el argentino no es un “hombre acabado en la totalidad de sus rasgos fisonómicos, con notas psicovitales inalterables, sino algo todavía plástico, que afanosamente busca su forma consistente, síntesis armoniosa de las más heteróclitas peculiaridades raciales, en las que un día se estampará muy hondo, indeleble, el sello de aquel estilo anímico y telúrico que, como virtualidad señera, germen de altísimo destino, estaba ya en la esencia misma de la argentinidad, en la vocación prócer de los fundadores” (Astrada, 1994: 37). En tanto hombre de la “pampa” o heredero del mismo, el argentino –que consiste en un “impulso errático”, en un ser “atraído por el imán de la lejanía”, en una “ausencia de todo límite” que hace que su “llegar sea ya un partir”– no es “ni europeo ni primitivo”, ni blanco ni indio. Esta apreciación coincide con lo expresado por Simón Bolívar en el Congreso de Angostura, respecto del americano en general y del venezolano en particular: algo que requiere inexorablemente la conquista de una conciencia nacional (Juan Bautista Alberdi) y la constitución de un gobierno que nazca del país (José Martí).

 

II

La existencia del argentino está “consignada a la preponderancia de las cosas, enteramente absorbida por éstas, sintiéndose indefensa y sin asidero frente al poderío de las mismas” (Astrada, 1994: 49). Dicha circunstancia anticipa, en cierta forma, lo manifestado por Rodolfo Kusch sobre la relación del indio cuzqueño con las fuerzas de la naturaleza, y por Juan Manuel Palacio sobre el vínculo del argentino con lo autóctono, lo telúrico, lo estable. Mas aquí esta particularidad –la de la coexistencia con un ámbito telúrico que es conmovido por fuerzas intimidantes– señala el inicio de un recorrido mítico que tiene como protagonista al gaucho y, en especial, a Martín Fierro. Sin duda alguna, la transformación del personaje de un poema épico en el intérprete central de un mito autóctono demuestra que ese personaje posee los rasgos de una figura arquetípica para el argentino medio. Tal personaje no es un semidiós, ni un rey, ni un príncipe, ni nadie que reconozca un origen excelso. Es un hombre común. Es un gaucho que, a diferencia de los demás, tiene una vida que representa, sintetiza y resignifica el avatar de la mayoría. Su destino –propio de un héroe trágico– lo aparta de su familia, de su rancho y de su ganado: de las personas y de las cosas que producen su felicidad. Después, lo arrastra hasta un fortín de la “frontera”, en donde conoce la crueldad de los oficiales, los padecimientos de los soldados y el poder devastador de los “malones”. Después, lo lleva hasta el territorio que yace a un lado de esa “frontera”, el de los “civilizados”, en donde experimenta la soledad de los desertores, las amarguras de los marginados y la acechanza permanente de la policía. Por último, lo empuja hasta el territorio que yace al otro lado, el de las tolderías, en donde descubre la rudeza de los indios, el calvario de los prisioneros y el paso implacable de la viruela. A lo largo de ese recorrido que tiene en más de un sentido los ribetes de una odisea, compartimos las vicisitudes de un hombre que atesora el recuerdo de su mujer y sus hijos; enfrenta la adversidad con entereza; hiere y mata cuando no tiene otra opción, aunque eso implique la violación de la ley humana; sufre con la muerte de su amigo “Cruz”; rechaza la suerte de la “cautiva”; reflexiona sobre la vida; etcétera.

 

III

Desde la perspectiva hernandiana, el gaucho –el “tipo humano de la pampa”– encarna el enfrentamiento del hombre con el “poderío de la naturaleza”, en cada punto de una extensión que es asociada con la tristeza y la soledad (Esteban Echeverría), con la bestialidad (Domingo Faustino Sarmiento), con la vaciedad (Leopoldo Lugones) y con el silencio y la quietud (Raúl Scalabrini Ortiz). Su epopeya atraviesa el tiempo. Por ello, articula el pasado con el presente y el presente con el futuro. “Si el argentino de hoy afina un poco su mirada introspectiva, verá al gaucho, y lo verá presente en el arte y las letras, y dispuesto a señorear, con sobrada aptitud, todas las modernas instrumentaciones de la técnica. Su tipo humano se reitera, y transformado, a tono con las exigencias de la época, sigue otorgando continuidad al alma nacional, prospección a lo raigalmente nuestro. Es cierto que estuvo a punto de irse del todo cuando, por la fuerza aluvional del aporte inmigratorio, colonizador, la patria comenzó a adquirir una fisonomía gringa. Y a buen seguro ella habríase convertido definitivamente en una factoría, en un emporio de mercaderes en franquía, si el alma gaucha, retraída en sus pliegues más íntimos, reconcentrada en la callada fuerza de su mito, no hubiese seguido atentando como potencia oculta e insobornable” (Astrada, 1994: 93). En lenguaje scalabriniano, su espíritu acompaña al “descendiente de meridionales europeos”, al “rubio de trazos nórdicos” y al “trigueño de pelo duro” o, expresado de otra manera, a los personajes míticos que protagonizan los inicios míticos del peronismo como partes integrantes del “subsuelo de la patria sublevado”, del “cimiento básico de la nación”, del “substrato de nuestra idiosincrasia y de nuestras posibilidades colectivas”. ¿Alguien puede afirmar en este punto que Martín Fierro no subyace en los “de nadie” y en los “sin nada” que, a partir de ese suceso, asumen el carácter mítico de los “descamisados”? ¿Alguien puede argüir que el gaucho no está presente en el peón rural, en el obrero industrial y en el empleado administrativo que echan los cimientos del movimiento social y político más importante de la Argentina y, quizás, de la América Latina? ¿Alguien puede sostener que el argentino que interviene en la guerra emancipadora y en las guerras civiles no sobrevive en los individuos que tuercen la historia en 1945, sin pedir ni esperar ningún permiso?

 

IV

La oligarquía local tendió un lazo entre la aparición del peronismo y el resurgimiento de lo nacional, de lo popular, de lo “bárbaro”, de acuerdo a su visión de la realidad y de la historia. Por dicha razón, lo retrató con los caracteres de la indiada que fue inmortalizada por Ángel Della Valle, en La vuelta del malón: esa pintura de título tan sugestivo alude a un conjunto de indios que, por un lado, galopa hacia su toldería con el producto de su saqueo, y que, por el otro, galopa o parece galopar hacia ella, en tanto observadora de la obra, con el ímpetu de su pasado. A causa de su sesgo ideológico, negó la existencia de un nexo entre el origen del peronismo y el origen de la Argentina, y la existencia de otro entre la figura del “descamisado” y la figura del gaucho. Para ella, el origen mítico del fenómeno que tenía a Juan Domingo Perón como punto de referencia no tenía nada en común con el origen mítico de una Argentina que era presentada como una encarnación preclara de la civilización, el progreso, el liberalismo económico y la cultura europea; y los atributos míticos del “descamisado” no tenían nada en común con los atributos míticos de un gaucho que era descrito como una representación romántica del individualismo, la soledad y el fatalismo histórico. Palmariamente, esta disputa entre mitos demuestra que nosotros, los argentinos, los necesitamos para existir como tales. Un mito no aparece por azar. Surge en medio de un contexto determinado porque explica algo de una manera frontal, entendible y convincente. Mantiene su vigencia a través del tiempo porque encierra una explicación que conserva su primacía a pesar de las que compiten con ella, a los efectos de sustituirla de un modo total o parcial. En muchas ocasiones, alude directa o indirectamente a otro, que es anterior, porque actualiza, en algún sentido, la forma, el contenido y la finalidad de éste.

 

V

Aunque algunos los caractericen como los exponentes de un mundo primitivo y, por lo tanto, como los representantes de una época precientífica y pretérita, la importancia de los mitos es innegable. “Debemos comprender y valorar el mito como la forma y la aneja disposición anímica en que el hombre, en tanto unidad inescindible, adherido a un suelo nativo y saturado de sus esencias, contempla figurativamente, es decir en imágenes, las omnipotentes fuerzas del ser y sus manifestaciones telúricas y vitales” (Astrada, 1994: 48). Esa contemplación –que evita que la existencia humana caiga en el absurdo– nos remite al ser, a las fuerzas que provienen de él, a la manifestación de esas fuerzas y, en síntesis, a la visualización de esa manifestación por parte del hombre que está adherido a su suelo. Entender esto, en nuestro caso, equivale a entender cómo somos y, asimismo, a entender por qué somos así. Desde más de un punto de vista, tratar de entender esto es más interesante que tratar de entender por qué no somos como otros.

 

Referencias

Alberdi JB (1886): Fragmento preliminar al Estudio del Derecho. En Obras completas, Buenos Aires, La Tribuna Nacional.

Astrada C (1994): El mito gaucho. Buenos Aires, Secretaría de Cultura-Catari.

Bolívar S (1999): “Discurso pronunciado por el Libertador ante el Congreso de Angostura”, conocido como “Discurso de Angostura”, 15 de febrero de 1819. En Escritos políticos, México, Porrúa.

Echeverría E (1979): La cautiva. El matadero. Buenos Aires, Huemul.

Hernández J (2005): Martín Fierro. Buenos Aires, Colihue.

Kusch R (1999): América profunda. Buenos Aires, Biblos.

Lugones L (1972): El payador. Buenos Aires, Huemul.

Martí J (1980): Nuestra América. Buenos Aires, Losada.

Palacio JM (1983): La revolución peronista. Buenos Aires, Temática.

Sarmiento DF (1989): Facundo. Buenos Aires, Losada.

Scalabrini Ortiz R (1973): El hombre que está solo y espera. Buenos Aires, Plus Ultra.

Scalabrini Ortiz R (1972): “Los enemigos del pueblo argentino”, conferencia pronunciada en el Instituto Hipólito Yrigoyen de la ciudad de Mercedes, 3-7-1948. En Yrigoyen y Perón, Buenos Aires, Plus Ultra.

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