El beso y el mate, vehículos de contagio

En el número de enero de 1978 de la revista Todo es Historia, y en una nota sobre las luchas feministas, publiqué la contribución de Luisa Bravo Zamora al Primer Congreso Femenino Internacional, realizado en la ciudad de Buenos Aires en 1910, con la participación de figuras que –como la de Cecilia Grierson– están hoy en los billetes o, por lo menos, en el diseño de los nuevos billetes. Tuve la oportunidad de acceder al volumen de las ponencias del Congreso en la vieja Biblioteca Nacional de la calle México. Me llamó la atención el título de esa contribución, ya que aludía a dos costumbres ampliamente difundidas en nuestro país. Recuerdo que no faltó de mi parte una lectura un tanto pintoresquista de su contenido, habida cuenta de que en el año 1978 lo más parecido a una pandemia que conocíamos era el régimen represivo de la dictadura del Terrorismo de Estado.

Pandemia no era un nombre que circulaba, y de epidemias recordábamos la de la parálisis infantil del año 1956, felizmente superada, primero gracias a la vacuna Salk, y después a las gotitas de la Sabin. Más tarde, y entrando a los 80, lidiamos con una igualmente nociva, el SIDA, que aún no ha encontrado la vacuna, esa que Andrés Calamaro señala le haría brindar hasta la cirrosis.

El aporte al Congreso se ocupaba de la enfermedad vigente en la época –especialmente entre los sectores populares: la tuberculosis– y se inspiraba en su preocupación constante por la salud de las mujeres, castigada por las pautas discriminatorias que las afectaban. Va de suyo que el mate compartido y los besos eran los vehículos privilegiados para el contagio de esa enfermedad. Y los mecanismos de prevención requerían abstenerse de ese tipo de contactos, así como del difundido hábito de escupir en el suelo, del que conocemos la placa enlozada todavía presente en viejos boliches de la ciudad que señala: “prohibido escupir en el suelo” y se remonta a abril de 1902. Fue calurosamente apoyada por otras participantes.

En una entrevista que mantuve con una de ellas, Alicia Moreau de Justo, en su modesto departamento de El Hogar Obrero en la Avenida Rivadavia, se extendió sobre las enfermedades de transmisión sexual que eran resultado de pautas de conducta que expresaban la subordinación de las mujeres, que ejemplificó en el sexo fugaz en el zaguán, con sus consiguientes consecuencias, además de la mencionada, la de la maternidad no elegida.

La comunicación de Zamora distingue dos tipos de besos: “los que nacen de un sentimiento que atrae a dos almas y los que una costumbre social ha impuesto como el sello de intimidad y de simpatía aun cuando esta última no exista”. De esos besos sociales, su mayor preocupación es el contagio de los niños que “son las víctimas en general de los cariños y cientos de bocas depositan besos en sus frescas mejillas y boquitas que, incautos, no pueden esquivar y que contagiados sirven de intermediarios para consecutivos contagios”. Pero, además de los besos, su otra preocupación es la siguiente: “hay otra costumbre eminentemente criolla y que es medio transmisor de contagios: el mate. Aún se conserva en las ciudades esta costumbre primitiva y sobre todo en provincias en donde es el desayuno y el té preferido”.

La propuesta de la doctora Moreau era hacer propaganda en las familias y en la escuela para dar a conocer los peligros del beso y del mate. Iniciativa que es acompañada por la de la doctora Ernestina López, “que hace un voto para que se restrinja el hábito de besar a los niños”; por la de la señora María Espíndola de Muñoz por que se suprima el beso en los labios; y la de la doctora Julieta Lanteri para que “se suprima el beso en las salutaciones”, proposiciones que son asumidas y aprobadas por el Congreso.

Que la preocupación sobre la tuberculosis era un tema central en materia de salud pública se evidencia por las estadísticas de la época. El libro del historiador Diego Armus, La ciudad impura (2007), erudito, pero no por ello menos atractivo, se extiende en el análisis de la tuberculosis en nuestro país desde fines del siglo XIX hasta prácticamente el momento actual. Señala que entre 1878 y 1889 su índice de mortalidad alcanzaba entre 230 a 300 personas por cien mil habitantes, proporción que se ameseta en valores un poco inferiores hasta 1907, y que después de 1912 retoma un ciclo ascendente de 250 por cien mil. En su capítulo sobre la TBC femenina señala que hay tres tipos de tuberculosis: la tísica o TBC de enfermas por la pasión, un registro que a partir de 1920 quedó asociado a la neurastenia y se psicologizó; la de la mujer trabajadora que se enferma por sus largas jornadas y condiciones laborales; y, por último, las muchachas de barrio, “costureritas” que dan el “el mal paso”, se hacen “milonguitas”, fatigan la prostitución y terminan tuberculosas. Como se aprecia: la carne misma del tango y de la literatura costumbrista de la época.

Armus señala que cuando se hablaba de la enfermedad se lo hacía a la vez de las condiciones de vida, la vivienda, el saneamiento, el trabajo, la salud pública y los hábitos predominantes en la cultura de la época. El combate a la misma fue objeto de distintas perspectivas políticas, ideológicas o religiosas que abarcaron a toda la sociedad, y en las que se destacaron especialmente los aportes provenientes del higienismo –en general, positivista– que hacían foco en los factores biológicos y socio-ambientales. Las distintas vertientes y escuelas de tratamiento desarrollaron una formidable batería propagandística dirigida a públicos que hoy llamaríamos segmentados –niños, niñas, mujeres, madres, médicos, médicas, gobernantes– que intentaban difundir medidas de profilaxis dirigidas a reducir los contagios. Esas medidas iban desde la búsqueda de cambios en las condiciones de trabajo, hasta una preceptiva del cuidado doméstico dirigida especialmente a las mujeres, la lucha contra “el polvo” en las viviendas. Además, el combate contra la enfermedad fue una de las áreas en las que tempranamente se incorporó la sociedad en un modelo superador de la tradicional beneficencia y asistencialismo. Así, la Liga Argentina contra la Tuberculosis, creada en 1901, fue un actor permanente durante el período en los esfuerzos por erradicarla.

Ahora, ciento diez años más tarde, sí tenemos pandemia y las medidas de prevención son las mismas que Alicia Moreau reclamaba en el año 1910: no compartir el mate, no tener contacto físico y mantener distanciamiento social, aislamiento. Tal vez, la diferencia con la tuberculosis es que este COVID-19 es más democrático, ataca a todos por igual y por supuesto afecta más a los más pobres, tal como sucedía con la tuberculosis. Finalmente, ahora la misma CONMEBOL prohíbe en los próximos partidos escupir y sudar la nariz y besar el balón antes, durante y después del partido. Como hace un siglo, queda poner las esperanzas en el desarrollo de la ciencia, la búsqueda de la vacuna y la solidaridad entre la población y, sobre todo, la disciplina social y la autodisciplina para minimizar sus efectos. En fin, que Alicia Moreau tenía razón en su aserto, sólo que ya no la puedo mirar como una afirmación pintoresca. Es un simple y eficaz breviario de salud pública el que necesitamos ahora.

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