Demandas, fronteras e identidades

I. De acuerdo a lo sostenido en La razón populista de Ernesto Laclau (Buenos Aires, 6 de octubre de 1935-Sevilla, 13 de abril de 2014), el pueblo constituye una totalidad o, si se prefiere, un conjunto de particularidades que, por la circunstancia de ser diferentes entre sí, conforman una “relación diferencial”. Pero, en un momento dado, una parte de las particularidades que integran esa totalidad excluye a otra. La primera de ellas –nosotros la llamaremos “parte excluyente”– comprende a los responsables de una “demanda popular”: entendiendo por tal a una demanda que se encuentra integrada por un conjunto de “demandas sociales” –reclamos vinculados con la educación, la salud, el hábitat, etcétera– que son “democráticas” –porque cada una está en un estado de aislamiento con relación al resto– y “equivalenciales” entre sí –porque todas están en un estado de irresolución como consecuencia de un sistema institucional que no las satisface de un modo diferencial, o sea, por separado. A su vez, la otra –nosotros la llamaremos “parte excluida”– comprende a quienes aparecen como responsables de la desatención de las demandas mencionadas. A partir de la concreción de este suceso, una “frontera interna” divide a la totalidad originaria –hoy no hablamos de una “frontera”, sino de una “grieta”. Tras esto, la “parte excluyente” conforma una nueva totalidad que, por una cuestión lógica, es más chica que la anterior –aquí estamos ante el esquema clásico que establece una distinción entre el pueblo y la oligarquía.

II. A veces, la eliminación de esta “frontera” o “grieta” no admite el desarrollo de una negociación que satisfaga por completo a las partes involucradas. Por ende, sólo acontece cuando una de esas partes vence a su adversaria de un modo que resulte incuestionable. Tal situación, por ejemplo, se produjo con la “frontera” o “grieta” que existía en Francia, entre quienes defendían y quienes objetaban la abolición del antiguo régimen; con la que existía en Hispanoamérica, entre quienes defendían y quienes objetaban la declaración de independencia; con la que existía en Estados Unidos, entre quienes defendían y quienes objetaban la prohibición de la esclavitud; con la que existía en la Argentina, entre quienes promovían y quienes rechazaban la instauración del voto femenino; y con la que existía en Sudáfrica, entre quienes defendían y quienes objetaban el fin de la segregación racial. Dicho de otra forma, la historia de la humanidad, en cierto modo, consiste en una multiplicidad de “fronteras” o “grietas” que posibilitaron el progreso de las sociedades. En concordancia con lo expuesto, en La Revolución de Mayo, Norberto Galasso dice, al analizar la polémica que se suscitó durante el desarrollo del Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 –una exteriorización de la “frontera” o “grieta” que dividió a la sociedad del Virreinato del Río de la Plata–, que la misma no consistió en un debate amable y meduloso entre respetables patricios y sesudos abogados, sino en una disputa entre un grupo de revolucionarios y un grupo de privilegiados que resguardaban sus fortunas y su posición social con uñas y dientes: una apreciación que podemos utilizar para comprender a quienes se encuentran a cada lado de la “frontera”, reclamando la consagración de un derecho o defendiendo la vigencia de un privilegio.

III. La totalidad aludida más arriba emerge como algo que es “imposible” –porque la tensión que existe entre la lógica de la equivalencia y la lógica de la diferencia es insuperable– y “necesario” –porque la necesidad de una significación demanda un cierre, aunque el mismo sea precario. Estamos así ante una totalidad fallida, ante una totalidad inalcanzable. No obstante, la “parte excluyente” asume la representación de la totalidad del pueblo. Y, por ello, adquiere el carácter de un “significante vacío”. Aquí no nos encontramos ante un significante que no tiene un significado, aunque el sentido literal de la expresión indique eso, porque un significante sin un significado no es un significante. Nos encontramos ante un significante que no tiene un significado único y unívoco, ante un significante que admite una multiplicidad de significados. Por ejemplo, dentro de un contexto determinado, los términos “orden”, “justicia”, “igualdad” y “libertad” operan como significantes vacíos. Expresado de otro modo, no expresan un contenido positivo. No tienen un contenido conceptual. Simplemente, denominan una plenitud ausente. “En una situación de desorden radical, la demanda es por algún tipo de orden, y el orden social concreto que va a satisfacer ese reclamo es una consideración secundaria (lo mismo puede decirse de términos similares como ‘justicia’, ‘igualdad’, ‘libertad’, etcétera). Sería una pérdida de tiempo intentar dar una definición positiva de ‘orden’, o ‘justicia’ –es decir, asignarles un contenido conceptual, por mínimo que fuera. El rol semántico de estos términos no es expresar algún contenido positivo, sino, como hemos visto, funcionar como denominaciones de una plenitud que está constitutivamente ausente. Es porque no existe ninguna situación humana en la cual no ocurra algún tipo de injusticia, que ‘justicia’, como término, tiene sentido. En tanto nombra una plenitud indiferenciada no tiene ningún contenido conceptual en absoluto: no constituye un término abstracto sino, en el sentido más estricto, vacío” (Laclau, 2005: 126).

IV. En una parte de su obra, Laclau sintetiza la cuestión manifestando que lo “populista” –nosotros preferimos hablar de lo “nacional y popular” o de lo “popular y nacional”, ya que el orden de los factores no altera el producto– remite a tres dimensiones: la unificación de una pluralidad de demandas en una “cadena equivalencial”; la constitución de una “frontera interna” que divide a la sociedad en dos campos; y, por último, la construcción de una “identidad popular”.[1] Es decir, la construcción de esa identidad a partir de una pluralidad de “demandas sociales” –“democráticas” y “equivalenciales” entre sí– por la “parte excluyente” –la parte que reclama ser el todo– resulta imprescindible para la constitución del pueblo. “El campo popular presupone, como condición de su constitución, la construcción de una identidad global a partir de la equivalencia de una pluralidad de demandas sociales” (Laclau, 2005: 110).

V. La sociedad argentina relaciona los términos “pueblo” y “peronismo” desde 1945 –fecha del surgimiento de este último–, aunque la mayoría de los gobiernos que se sucedieron desde ese año, por métodos democráticos o antidemocráticos, no fueron peronistas. La permanencia de esta relación tiene una explicación: la perdurabilidad del peronismo, más allá de los avatares de su existencia, como la expresión más auténtica del pueblo. Sin lugar a dudas, esto no es accidental. Es la consecuencia de una habilidad evidente y, por ello, innegable para representar al pueblo argentino durante más de setenta años y para impedir que un movimiento social y político de características similares a las suyas aparezca y ejerza su rol. Con relación a esto, cabe señalar que la doctrina peronista –doctrina que reúne, reinterpreta y reelabora partes sustanciales del pensamiento concebido por la línea yrigoyenista de la Unión Cívica Radical, la izquierda en general, el nacionalismo, el movimiento sindical y la Iglesia Católica– reivindica al “pueblo” y, por extensión, a lo “popular”: “La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere, y defiende un solo interés: el del pueblo”; “El peronismo es esencialmente popular”; “En esta tierra lo mejor que tenemos es el pueblo” –primera, segunda y vigésima de las Verdades Fundamentales del Justicialismo. El surgimiento de un vínculo tan estrecho y tan fuerte como para borrar algunos de los límites que definen al pueblo y al movimiento social y político que lo representa, logrando que ambos se confundan en ciertas circunstancias, plantea un interrogante que vale por varios. ¿Quién condiciona a quién? ¿El pueblo condiciona al movimiento? ¿El movimiento condiciona al pueblo? ¿O ambos protagonizan un condicionamiento mutuo, una interacción permanente con continuidades y rupturas que, en más de una ocasión, desconciertan a quienes tratan de predecirlas o interpretarlas? La idea de un pueblo que condiciona a su representante y, por otro lado, de un movimiento que condiciona a su representado, crea un juego de idas y vueltas que resulta más que interesante.

 

Referencias

Galasso N (1994): La Revolución de Mayo (El pueblo quiere saber de qué se trató). Buenos Aires, Pensamiento Nacional.

Laclau E (2005): La razón populista. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.

Perón JD (1950): Discurso del 17 de octubre de 1950. En Perón y el 17 de Octubre, Buenos Aires, Biblioteca del Congreso de la Nación, 2002.

 

[1] “Estas dimensiones son tres: la unificación de una pluralidad de demandas en una cadena equivalencial; la constitución de una frontera interna que divide a la sociedad en dos campos; la consolidación de la cadena equivalencial mediante la construcción de una identidad popular que es cualitativamente algo más que la simple suma de los lazos equivalenciales” (Laclau, 2005: 102).

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