Mejor que decir es hacer

Como puede notarse, el título de este artículo[1] es el comienzo de un dictum peronista famoso. Lo utilizaré como estímulo para reflexionar sobre la relación entre teoría del conocimiento y las prácticas laborales. Por una parte, examinaré brevemente el tipo y el lugar del conocimiento en el capitalismo cognitivo actual. Sintetizaré algunos de los aportes de Charles Peirce y Michael Polanyi respecto al conocimiento acumulado. Retomaré la cuestión de la función del hacer en la adquisición o la producción cognitiva, para luego relacionar esos asuntos con uno de los desafíos implicados en un sistema educativo capaz de incluir el saber y el hacer. Lo haré expresando mi acuerdo con aquellos que piensan que es preciso romper con los restos de la torre de marfil y colaborar con las empresas ligadas al desarrollo nacional, entendiendo que esa apertura es necesaria para nuestro crecimiento como sociedad e indispensable para que la educación superior provea los actores del nuevo tipo de capitalismo en el que ya estamos.

Con relación a la dupla educación-trabajo, el general Perón cumplió aquel dictum no solo mejorando la universidad en general, cuya población creció en los cuarenta en forma inusitada,[2] sino también creando la Universidad Obrera. Experiencia que debe ser en este momento una de nuestras luces. No para repetirla, pues las épocas han cambiado. Pero sí para retomar su impulso respecto a dos modos de entender la educación. Uno de ellos fue su carácter federal e inclusivo. El segundo fue la íntima conexión entre educación-trabajo y teorización-práctica, tendiente a la formación integral de profesionales mediante: a) horarios de clases que permitían la continuidad en el empleo en la industria o especialidad en la que se estaba estudiando; b) seminarios y talleres vinculados a la práctica; c) asistencia obligatoria; y d) una revalorización de las experiencias laborales expresado en el “saber hacer” en contraposición al “saber decir”. Tales iniciativas marcan un rumbo que hoy cobra peculiar importancia, debido a los desafíos que impone la época en los frentes laboral y educativo, en los que se incluye la necesaria interacción con la economía social, pues es un área de las relaciones sociales que deberán ser atendidas por mucho tiempo.

En su carta de octubre de 2020, Cristina Kirchner se refirió a la necesidad de crear una voluntad nacional tendiente a romper con el bimonetarismo. De ese modo, en forma actualizada, hizo referencia a nuestras tres banderas –soberanía política, independencia económica y justicia social–, señalando la necesidad de romper con la deuda y con el control extranjero de la moneda nacional en curso, que son el principal recurso de dominación de las trasnacionales. Este es un acuerdo que incluye a todas y todos los que apuesten fácticamente a la recuperación del país y al que, desde el comienzo de su mandato, Alberto Fernández dio alcance federal, proclamando que gobernaría con los 24 gobernadores. Así, nuestros Fernández convocan a sumarnos al movimiento en cada lugar del territorio. Cruzada patria que no puede menos que engarzarse con aquel “que florezcan las mil flores” con que Néstor, sumándose a otras tradiciones revolucionarias, aludió a la unidad de objetivos desde la diversidad de cualidades y capacidades. Estos tres puntos, añadidos a las enseñanzas del General, producen una línea y una dirección en la que pretendo instalar este artículo relacionado con el sistema educativo: uno de los temas en los que el movimiento nacional y popular debe actuar sabiamente.

A diferencia de lo que podrán hacer otros compañeros y compañeras, no examinaré este asunto desde la pedagogía, sino desde un análisis de los conocimientos necesarios en la nueva época. Juzgo pertinente este tema pues, si la actividad educativa tiende a reelaborar, transmitir y crear conocimientos, el qué y el cómo encararla son aspectos indispensables. Esta convicción me condujo a relacionar las epistemologías constructivistas con los aportes de Charles Peirce y Michael Polanyi. Un cruce a mi juicio muy productivo. Me concentraré en una síntesis de dichas sugerencias, pero no sin antes resumir el momento en el que nos encontramos en la Argentina y el mundo, ya que dicho encuadre permitirá ubicar mejor los desafíos pendientes.

Capitalismo cognitivo y saberes necesarios

Particularmente desde la década del sesenta, que Immanuel Wallerstein denominase sistema-mundo, fueron produciéndose cambios aparentemente inconexos, aunque incluidos en lo que el autor denominó un ciclo largo, en el que ocurren transformaciones civilizatorias profundas. A partir de finales de dicha década, entre esos cambios podrían recordarse: a) una sucesión de movimientos de liberación nacional en América Latina, Asia y África que rompieron con la geopolítica colonial previa; b) la aparición de “paraísos fiscales” que contribuyeron al desfinanciamiento de los Estados; c) transformaciones en la gran industria y su tránsito hacia lo que luego se denominó cuarta revolución industrial, aportando al fortalecimiento de corporaciones transnacionalizadas propias de un nuevo tipo de capitalismo; d) la masiva digitalización que hizo posible la deslocalización de los procesos laborales y la expansión inédita de las sociedades accionarias –permitiendo la ilusión de compartir la propiedad–; e) la emergencia de un nuevo tipo de trabajadores y trabajadoras, “los analistas simbólicos” (Reich, 1993), y de movimientos estudiantiles que, desde finales de los años sesenta, mostraron la emergencia de nuevos sectores sociales propios de la sociedad que se iba construyendo; f) las derrotas de los movimientos revolucionarios posteriores al de Cuba, la implosión de la URSS y el triunfo del pensamiento neoliberal, incluso en partidos socialdemócratas y en movimientos nacionales y populares; g) revitalización de las funciones de los sistemas educativos y de formación de opinión en los procesos hegemónicos; h) un masivo control de la vida social –trabajo incluido– permitido por el perfeccionamiento de la inteligencia artificial y la utilización de la big data, ya en este siglo. Junto a otros, esos acontecimientos –y los que olvido o no conozco– se fueron sintiendo como esos roces entre placas tectónicas que producen los comienzos de una nueva era civilizatoria, detectados por algunos ya en el siglo pasado (Bell, 1976; Foucault, 2001; Negri, 1980; Offe, 1992; Reich, 1993; Gorz, 1980).

Dentro de esa era estamos y dentro de ella debemos buscar nuestro destino como sociedad. Para eso estamos obligados a evitar las armadijas intelectuales tendidas por quienes afirman que dichos cambios corresponden a inevitables tendencias científico-técnicas. Idea expuesta o supuesta por la casi totalidad de la bibliografía sobre la época, en la que sus causas y rasgos se muestran como un efecto necesario y venturoso de las nuevas tecnologías. Desde esa perspectiva, es la ciencia y sus aplicaciones lo que nos lleva a estos cambios. Tema sobre el que retornaré con la brevedad que corresponde a este artículo, ya que con esas razones se cierra el abanico de posibilidades, atribuyendo a los Einstein y no a los Rockefeller o los Larry Fink la capacidad de dirigir las inversiones en ciencia y tecnología y los modos de usar sus productos. Esa falsa atribución oculta que son estos últimos quienes dirigen la ciencia y la tecnología, conduciéndola hacia una alocada búsqueda de ganancias en la que se devasta el ambiente y se devoran vidas, en un extraño paraíso en el que son integrados o integradas quienes “lo ameriten” y condenados o condenadas a la desposesión y a la servidumbre los y las restantes.

Este futuro es evitable si tomamos la dirección de nuestras vidas como pueblo, entendiendo que los cambios socioculturales son un producto de luchas pasadas y presentes y que, para impedir aquella barbarie disfrazada de progreso, debemos sortear y refutar las trampas de las y los expertos en la sociedad del conocimiento y de los augures del Foro Económico Mundial. En esta gesta las y los peronistas izaremos las banderas de independencia económica, soberanía política y justicia social, pero sabiendo que incursionaremos en terrenos minados por las usinas neoliberales que pueden servirse de una muy variada red de propagandistas y organizadores. Para ello utilizan tanto el monopolio de las redes telemáticas y los medios de comunicación, como de los empresarios de la religión que trabajan en todos los sectores de la vida social. No podemos luchar contra ellos exactamente con las mismas armas, pues requieren de una inversión que excede nuestras actuales posibilidades, razón por la que debemos aguzar nuestra creatividad usando de aquellas que podamos –como plataformas puestas al servicio de los pequeños productores, por ejemplo– e inventando otras –cuya tecnología se adecue a montos de inversión de menor cuantía o que faciliten la gestión de ONGs populares o empresas de la economía social, por ejemplo. Sin perder de vista que frente al control de la big data sobre los saberes y disposiciones de nuestros ciudadanos y ciudadanas debemos oponer nuestra participación activa y personalizada –quizá con redes sociales o de comunicación ligadas a intereses sectoriales o regionales, porque esa presencia es nuestro fuerte, aunque el cara a cara, el timbreo o la presencia en reuniones tomen la forma de un zoom con tecnología propia, que pueda sobrevivir a la guerra cibernética que, por ejemplo, impidió la concentración virtual planeada para el 17 de octubre– y otras mil formas que podremos inventar si las compuertas de la creatividad se abren a todos, en cooperación (Rivoir y Morales, 2019).

Sociedad del conocimiento: desconocimiento de la sociedad

Como afirmásemos en otro trabajo, “sociedad del conocimiento” nombra a una época por aquello que escasea, en un torbellino de obsolescencia y renovación cognitiva (Saltalamacchia y Mundt, 2018). Lo hace dentro de un contexto teórico que, dirigiendo la atención hacia los fuegos de la ciencia y la tecnología, oculta una pugna civilizatoria, con nuevas formas de dominación en curso. Lo cierto es que no son ni la ciencia ni la tecnología, en sí mismas, las que han producido los cambios que estamos viviendo; y tampoco son ellas las que conducen a la enorme concentración de riquezas mundiales que organizaciones como OXFAM (Fuentes-Nieva, Galasso, 2014; Hardoon et al, 2016; Hardoon 2017) y autores como Susan George (2014) y Thomas Piketty (2014) dieron a conocer todos estos años. Por el contrario, ellos, como muchos otros investigadores e investigadoras, han demostrado que esa enorme concentración de riquezas –y los cambios en la función y la dirección del conocimiento– son correlatos de una inédita concentración de la propiedad y del control efectivo de los principales resortes de conducción –políticos, económicos e ideológicos–[3] en un grupo muy reducido de empresas (Glattfelder, Vitali y Battiston, 2011).

Tal concentración de riquezas va acompañada o, mejor dicho, es producida por la búsqueda de tasas de ganancia incrementadas más allá de sus crisis –financieras y de superproducción– y por la vertiginosa subordinación –política-social-económica– de todos los continentes a las poderosas corporaciones trasnacionales. Ellas son las que hoy expresan el modo en que existe el capitalismo entendido como relación social.[4] Se trata de una modalidad de articulación que no solamente se ha extendido por casi todo el mundo, sino que ha incorporado a sus formas de acumulación las actividades cotidianas en todas sus formas de expresión. Estos procesos incluyen a los países denominados “centrales”. Al mismo tiempo, ocurren cambios ecológicos que ponen en peligro la propia subsistencia de la especie y se generaliza una masa marginal (Nun, 1969) que parece condenada a crear una suerte de humanidad de segundo orden (Saltalamacchia, 2001, 1998, 2012). Estos cataclismos no impiden que muchos de los bendecidos y las bendecidas por la inclusión vayan perdiendo lugares en la vinculación salarial y, con ello, el goce de la seguridad social de épocas pasadas: salud, vacaciones, etcétera. Salariado trocado en trabajo autónomo, en el que el control de los jefes toma la forma de un superyó directamente alimentado por necesidades de consumo y lazos virtuales que tienden a parecerse a un renovado panópticon. Sobre estos asuntos retomo a autores como Fumagalli (2010), Caputo (2010), Jessen (2020), Moulier-boutang, Negri, y Oper (2007), Albertani (2002), Artopolus (2011), Carmona y Míguez (2017), Foucault (2007), Stiglitz (2012) y Virno (2003).

 

Los sectores implicados y sus cambios

Para mejor comprender cuáles son las áreas de la organización socioeconómica a las que hacen referencia los conceptos de “sociedad de la información” o “del conocimiento”, recurriré a la descripción de Roberto Verzola (2005). Según él, en 1967, en la nueva economía capitalista Marc Uri Porat distinguió dos sectores, que denominó sector primario y sector secundario de la información. El “sector primario de la información” es el de la creación o gestión de la información: los científicos, escritores, bibliotecarios, etcétera. El “sector secundario de la información” es el de aquellos que principalmente trabajan en cuestiones no relacionadas con la información, pero cuya labor implica un trabajo de información: generan información para uso interno en la producción de mercancías agrícolas, industriales o de servicios.

En el sector primario, Porat incluye: a) producción de conocimientos e invención, públicos y privados; b) distribución de la información y comunicación –educación, servicios de información públicos, telecomunicaciones–; c) gestión de riesgos –industrias de seguro y finanzas–; d) búsqueda y coordinación –industrias de correduría, publicidad–; e) servicios de procesamiento y transmisión de la información –procesamiento de la información por computadoras, infraestructura de las telecomunicaciones–; f) mercancías de la información –calculadoras, semiconductores, computadoras–; g) actividades gubernamentales seleccionadas –educación y servicio postal–; h) instalaciones de apoyo –edificios, mobiliario de oficina–; y i) la venta al por mayor y al por menor de productos y servicios de información. Mientras en el sector secundario incluye a “todos los servicios de la información generados para consumo interno por el gobierno y las empresas no pertenecientes a la esfera de la información”, exceptuando las actividades gubernamentales que pertenecen al sector primario de la información, como la educación y la impresión, pero incluyendo actividades gubernamentales tales como planificación, coordinación, supervisión, control, evaluación y toma de decisiones, así como las áreas de empresas e industrias privadas no pertenecientes a la esfera de la información involucradas en labores de información o de la producción de información, no destinada a la venta o arriendo en el mercado, pero que apoyan a la producción de productos no pertenecientes a la esfera de la información –entre los que se incluyen los servicios internos de procesamiento de datos y de biblioteca. Sin duda, toda clasificación es relativamente arbitraria y depende de sus usos. Pero, sin entrar en el mérito de la cuestión –ya que solo la tomo en carácter indicativo– lo dicho sirve para mostrar uno de los modos en que se entiende el conocimiento en la nueva economía. Es útil porque nos muestra que toda la organización socioeconómica de la producción y circulación de bienes, incluido el control social, implica la existencia de trabajadores y trabajadoras capaces de crear o administrar ese bien intangible que es el conocimiento.

En ese sentido, podemos distinguir entre dos grandes grupos de actores: los gestores y los creadores. Quienes, según la combinación específica en que se ubican en relación con esa distinción, podrían continuar o no con trabajos rutinizados. Estos actores operan con instrumentos tangibles –máquinas, computadoras, alimentos, películas cinematográficas, etcétera– y sus saberes pueden ser destinados a generar productos tangibles –alimentos, vestimenta, etcétera. Lo cierto es que utilizan saberes anteriores –intangibles y en gran medida tácitos– creando también nuevas obras que –como las artísticas, los aspectos estéticos de todo producto, la contabilidad pública o privada, el conocimiento sobre preferencias religiosas, electorales o de consumo alimentario, la gestión empresarial y un sinfín de otros productos– son carentes de peso y dimensión espacial: son total o parcialmente intangibles.

Basten esas alusiones para mostrar y ejemplificar hasta qué punto ocurre la generalización de los bienes y medios intangibles, entendidos como: las habilidades de gestión y relaciones públicas, el “capital social” (Arriagada, 2003; Burt, 1995; Saltalamacchia, 2015), los programas digitales, el diseño, la cooperación y la comunicación, la creatividad, etcétera.[5] Estos saberes ahora son atributos de los nuevos trabajadores y trabajadoras y participan con ellos cuando son contratados, como sucedía con los antiguos artesanos antes del taylorismo. Dichos saberes constituyen para ellos y ellas un recurso en la negociación y el conflicto, y para los empleadores, un problema a ser controlado.

¿Cómo es el conocimiento de la “sociedad del conocimiento”?

Con independencia de las historias de su constitución, lo peculiar de las formaciones sociales capitalistas es una progresiva incorporación de nuevos conocimientos, sea para triunfar en la competencia con otros empresarios, sea para disciplinar la fuerza de trabajo, convertida en parte del capital. Esa doble interacción, cuyo escenario comenzó en los estados nacionales para luego ir hacia la globalización, condujo a la concentración y centralización de capitales en el interior de un nuevo orden social mundializado. Es dentro de esa tradición donde el saber-poder (Foucault, 2007) produjo nuevas tecnologías de dominio –sobre los seres humanos y el ambiente natural– mediante el estímulo de ciertos saberes por sobre otros. El concepto “capitalismo cognitivo” alude a ese ordenamiento, apuntando a la subordinación del todo social a la lógica de la ganancia, entendida como recurso de poder político y social y no como recurso de consumo, ya que, como se sabe, ni orgías rituales sin pausa que durasen décadas alcanzarían para que los ricos de hoy consumieran sus ganancias. Veamos pues la síntesis siguiente, no con los lentes de la distinción entre economía y política, solo útil en la distinción entre recursos de poder en las instituciones, sino como un proceso que implica todas las formas de vida.

Carlos Marx ya se había referido al conocimiento como fuerza del capital diciendo: “las fuerzas productivas del trabajo directamente social, socializado (colectivizado) merced a la cooperación, a la división del trabajo, a la aplicación de la maquinaria y en general a la transformación del proceso productivo en aplicación consciente de las ciencias naturales (…) y de la tecnología (…y el) desarrollo de la fuerza productiva del trabajo objetivado, por oposición a la actividad laboral más o menos aislada de los individuos dispersos (…) todo ello se presenta como fuerza productiva del capital” (Marx, 1997: 59). Al hablar de subordinación formal del obrero en el capital, dicho autor evoca el modo de trabajo que se produjo cuando las manufacturas reclutaron artesanos y los unificaron bajo la dirección de un capitalista, situación en la que los trabajadores eran explotados por quien los reuniera bajo su mando, pero mantenían el saber del oficio –transmitido por generaciones. Eso dificultaba disciplinarlos, debido a que aquel saber era un buen recurso de negociación de los buenos artesanos. Por eso la subordinación era formal, incompleta. Este no solo es un dato de interés histórico, ya que existen semejanzas entre esos artesanos y el modo en que retienen el saber los actuales trabajadores y trabajadoras del conocimiento, que pueden ser útiles como inspiración.

Ahora interesa destacar que, examinando el pasaje de la subordinación formal a la subsunción real –internalización subordinada– del obrero en el capital, el autor alemán hizo alusión a cambios en la organización de la relación capitalista mediante la cual el obrero se convirtió en capital –variable, pues crea valor–, las técnicas –frutos del conocimiento socialmente producido– pasaron a ser capital –fijo, pues solo aportan el valor de su producción– y la dominación apareció como un simple modo de administración y los productos del trabajo como un fruto propiedad del capitalista.

Si bien en el grueso de su obra el amigo de Federico Engels aludió a esas dos primeras etapas de la relación capitalista, en sus Apuntes (1982) intuyó una evolución muy semejante a la actual, cuya peculiaridad radica en que se produce la reasunción del saber en los trabajadores y el conocimiento se convierte, mucho más ampliamente, en una función de toda la sociedad. Este cambio tiene inmensas consecuencias pues, a diferencia de otros medios de producción o de productos, el conocimiento se caracteriza porque: a) no se agota, sino se enriquece con su uso; b) puede burlar los controles de la apropiación privada gracias a su intangibilidad y por ser parte de la entidad de los trabajadores y c) requiere para su cultivo de un trabajo cooperativo que trasciende las posibilidades de producción de cualquiera de las unidades de control hasta ahora conocidas. De allí que sea tan mezquino e íntimamente contradictorio que esos medios y productos estén encorsetados por los aperos de la propiedad privada intelectual (Peugeot, 2011a; Foro Social Mundial, 2011; Coriat, 2018; Christin y Brédif, 2009; Aigrain, 2011; Bauwens, 2011; Li, 2011; Peugeot, 2011b). Mezquindad y limitaciones de la propiedad como forma de control que ha conducido a que se refuerce de forma inédita el control de actitudes, creencias y opiniones mediante ese renovado panópticon al que antes hiciese referencia y que corrompe los límites de la democracia liberal y del Estado de Derecho del mismo cuño.

Dentro de ese nuevo espíritu de época, acariciado por múltiples usinas ideológicas que promueven el “emprendedorismo”, se generan modos de vida propios de una nueva servidumbre voluntaria del trabajador. Los trabajadores del conocimiento son, tendencialmente, desplazados de la relación salarial y asumen el carácter de trabajadores autónomos, independientes o “emprendedores”, a quienes se paga por producto y deben hacerse cargo de financiar los momentos en que no reciben trabajo, así como los gastos de salud, tiempo libre, vacaciones, ancianidad, etcétera. Mientras que aquellos y aquellas que no llegan a ser incluidos en esa clase de trabajadores o trabajadoras del conocimiento –más o menos rutinizado– son relegados a trabajos mal pagados –por ejemplo, en las áreas de limpieza doméstica o urbana y de otros servicios– y sometidos a la pobreza o inanición.

Contra esas tendencias es preciso reconocer que: a) como nunca, la verdadera política es la política internacional, ya que el marco de todas nuestras acciones está generado no solo por aquellas fuerzas que vemos actuando dentro de nuestras fronteras, y más que nunca, para el capital ellas se han convertido en una franja porosa que permite a los poderosos actuar desde dentro y desde fuera de ellas;[6] b) en esas relaciones de fuerza nuestros gobiernos son una forma superior de organización, pero aun llegando a ellos estamos lejos de El Poder –tal como sabemos, aunque a veces olvidamos, los peronistas, también apresados por el efecto ideológico de las constituciones liberales– y por eso debemos esforzarnos por darles potencia a esos gobiernos, multiplicando nuestras organizaciones a todo lo ancho del Estado nacional y trascendiéndolo hacia la Patria Grande, junto con movimientos como la actual Internacional Progresista y otros de su tipo,[7] pues sin esa sinergia somos relativamente débiles frente a los poderes corporativos trasnacionales; c) si nos organizamos inteligentemente, podemos inventar despliegues que superen las formas civilizatorias hasta ahora cristalizadas en la cuarta revolución industrial, permitiendo una sociedad en la que el trabajo sea una creación y la subalternización una pieza de museo.

Sin embargo, lejos aún de esos sueños, lo que en este artículo quiero explorar son fórmulas de formación laboral y de producción científica y tecnológica que impiden que quedemos del lado de los totalmente excluidos del poder. Para lo cual uno de los secretos es recuperar los laureles que supimos conseguir en el campo de la educación, la ciencia y la técnica. Este propósito puede y debe sintonizarse con un tipo de economía social con la que establezcamos interacciones profundas y creativas, pues en ello se juega que las nuevas tendencias no destruyan esa cultura de la igualdad que nos caracterizó por mucho tiempo y dio origen a movimientos sociales y organizaciones comunitarias tan propias de nuestro país.

 

Saber hacer y aprender haciendo

El conocimiento propio del nuevo modo de relación capitalista es parte de un saber hacer dirigido a resolver problemas concretos de mayor o menor importancia y novedad. Un saber hacer que se parece al cultivado en algunas profesiones como la medicina u otras que se aprenden experimentando la profesión en sus principales facetas, adquiriendo los secretos del oficio mediante el necesario ensayo y error de toda creación, incluso el implicado en un diagnóstico.

Se trata de un conocimiento cuya práctica obliga a reorganizar los sistemas educativos en todos sus niveles, superando las limitaciones de las fronteras disciplinarias y la ausencia del trabajo practicado, como medio de producir conocimientos. La meta está directa o indirectamente relacionada con la determinación o satisfacción de una necesidad, y reúne saberes en forma cooperativa inter y transdisciplinaria, de manera variable, en pro de objetivos conjeturalmente necesarios y posibles, dentro de parámetros socialmente producidos.[8] Este modo de producción ha recibido de Gibbons et al (1997) el nombre de “Modo 2 del conocimiento” (Jiménez-Buedo y Ramos Vielba, 2009). Es una forma de encarar la cuestión en que se produce sinergia inter o transdisciplinaria en torno a cierto objeto de trabajo, que se alimenta de redes comunitarias en el seno de espacios reales o virtuales en las que el conocimiento adquiere ese tono de intelecto general que es lo que las nuevas tecnologías facilitan. Estas actividades suponen relaciones que se encienden o apagan temporalmente según necesidades, y cuyos puntos se encuentran dentro del universo educativo, pero también fuera de él, en centros de investigación, organismos públicos, laboratorios industriales, centros de estudio, consultorías, cooperativas, empresas privadas de diferente tamaño y oportunidad de creación cognitiva o socialmente útiles, redes sociales y un gran etcétera. Desde esta perspectiva, se toma en cuenta que las distancias geográficas y los obstáculos implicados en las superpoblaciones urbanas pueden ser superadas mediante la distribución espacial de centros de F+I+D+i[9] y mediante las interacciones que la telemática en sus distintas modalidades permite. Al mismo tiempo en que dichos centros, sobre todo los de formación, se abren a formas activas de actualización, superando la ya obsoleta idea de terminalidad educativa –ya que el conocimiento es una tarea que abarca la vida entera. Todo esto desemboca en una certeza: se ha superado ese momento de la sociedad cuya organización se hizo en torno al taylorismo y el fordismo. Ciertamente, ello ocurre en un proceso en que se combinan aquellos modos de entender la organización social. Es cierto que los medios de comunicación, incluidas las redes sociales y los viajes, difunden hábitos de consumo que hacen que la producción y el mercado fordista permanezcan. Pero incluso en dichas producciones, los equivalentes a las formas rutinizadas de la cadena de montaje tienden a ser asumidos por robots e inteligencia artificial, mientras que el denominado “capital humano” se destina a producciones y servicios personalizados, o continúan empleados a costa de que sus pagos sean irrisorios. En ese marco, al que hice referencia en este apartado, debemos conseguir que nuestros ciudadanos sean empleables en las nuevas formas –evitando ser reducido a ciudadanos descartables o de poco valor– al mismo tiempo en que debemos fortalecer a aquellas empresas de interés nacional e interesadas en el desarrollo nacional. Ese es un desafío que excede mis posibilidades de tratamiento adecuado y que solamente puede ser enfrentado mediante acciones colectivas y cooperativas de práctica e invención. Pero en lo que hace al tema de este número de Movimiento, de lo que estoy convencido, junto a muchos otros y otras, es que hoy resulta totalmente inadecuadas: a) la formación entendida como producción en serie de títulos habilitantes para educandos estandarizados –que evoca más una cadena de montaje que al ideal de los Humboldt– y b) la autonomía universitaria comprendida como “torre de marfil”, sino una institución incluida diariamente en la producción de la vida, según intereses nacionales. Por supuesto, no soy capaz de abordar las respuestas a ambos desafíos sino mediante breves sugerencias, referidas a algunos de sus subtemas. Uno en los que creo poder aportar algunas líneas, referidas a un tema recurrente en la bibliografía sobre “sociedad del conocimiento”, es el relativo al modo de producción cognitiva y su correlato, el tipo de conocimiento que esa modalidad hace posible. Tipo y modo dirigidos: un “saber hacer creativo”, capaz de actuar efectivamente dentro de la vertiginosa producción y obsolescencia de conocimientos y tecnologías. Lo haré refiriéndome a uno de los componentes intangibles más tematizados actualmente: el aspecto tácito del conocimiento, que es por muchos entendido como el aspecto principal del conocimiento en su relación con la creación. Ello abrirá paso a un apartado en el que me referiré a lo que debemos ir afianzando o cambiando en nuestros centros de enseñanza, para conseguir estudiantes capaces de ejercer ese conocimiento, ya no en el conocido “oficio de estudiante”, sino como actores de los desafíos de la época, a los que hiciese referencia, dentro de los marcos del interés nacional, que es un modo de aportar a los intereses generales de la humanidad.

Conocimiento codificado, conocimiento tácito y prácticas

Desde el Humanismo y el Renacimiento las mercancías alargaban el alcance de los mercados. Incluso si las instituciones religiosas seguían teniendo el control sobre la producción cognitiva, desde la práctica de los gremios de oficio –algunos de ellos convertidos en artesanos artistas, como Leonardo Da Vinci– también lo sublime cobró dimensiones y precio. Fue un retorno a lo terrenal desde el que Galileo Galilei –endiosando las matemáticas, dando un nuevo rigor a la idea de movimiento y aportando pruebas sólidas de que la tierra no era el centro del universo– burló las fronteras en que la Iglesia se identificaba como vocera divina. En esa época los aldeanos y los inquietos habitantes de las ciudades, aunque asistiendo a rituales, ya no guiaban sus acciones por los ecos de discusiones metafísicas, sino por el valor de sus productos, medidos por tamaño, peso y distancia desde la que ellos o sus componentes provenían. Era pues el momento de los bienes tangibles, tal como mostraron Bassanio, Antonio y Shylock (Shakespeare, 1872). En ese mundo de bienes tangibles se perdió el imperio y la pompa de las creencias religiosas medioevales, pero no el deseo de certezas, compartido por empiristas y racionalistas. Entre ellos existían diferencias importantes, pero tenían en común que buscaban leyes ciertas, con algunas excepciones, que incluso decepcionaban a quienes llegaban a encarnarlas, como le ocurrió a David Hume.

Certezas que también buscaron los más ilustres epistemólogos del siglo XX, positivistas o empiristas lógicos. Ellos fueron los que cautivaron y siguen cautivando a muchos epistemólogos de la actualidad. Pero ni Max Planck, ni Albert Einstein, ni Thomas Edison abonaron el terreno de las verdades ciertas, ni lo hicieron los neokantianos alemanes, ni lo hizo Hébert Marcuse (1993), impugnando tempranamente los estragos posibles de la razón tecnológica. Así, si bien las epistemologías de la complejidad y la incerteza no predominaron, en el occidente del siglo pasado hubo grandes exponentes de ese pensamiento. Aunque para los propósitos de este artículo solo me detendré en dos: Peirce y Polanyi. Ellos me permitirán proponer algunas guías sobre cómo se produce conocimiento en general y conocimiento creativo en particular.

La abducción como forma de producción cognitiva

Del extenso trabajo del pragmático norteamericano Charles Peirce solo recordaré dos propuestas: a) la abducción y el experimento como teoría para la creación cognitiva; y b) la función de los conocimientos preexistentes en la generación de las abducciones indispensables para la exploración, la investigación, la acción y la innovación.

Contra lo afirmado en las teorizaciones vigentes, Peirce (1931) propuso a la abducción como una forma de razonamiento indispensable para la creación de nuevos conocimientos, ya que ni la deducción produce nuevos conocimientos –pues estos están implicados en las premisas–, ni tampoco la inducción –pues para inducir previamente se deben investigar y determinar a qué clase pertenecen los elementos que se suman. Ambas formas de razonamiento son indispensables en la articulación de los conocimientos existentes, pero es la abducción aquella forma de razonamiento innovador, pues, guiada por los hechos conocidos sobre lo que se trata de explicar, genera las conjeturas que guiarán investigaciones y acciones cuyo resultado será elaborado mediante deducciones e inducciones que harán posibles nuevos saberes (Peirce, 1931). Es necesario aportar algunas explicaciones que permitan comprender mejor esta propuesta.

Cerca del Convento en que se desarrollará la novela El nombre de la rosa, Guillermo de Baskerville le dice a su discípulo: “Al descifrar un mensaje, la primera regla es adivinar lo que significa”. Con ella, el monje investigador hace un juego sorpresivo, pues parece afirmar dos cosas: al conocer hacemos gala de nuestro desconocimiento y superamos ese desconocimiento mediante el azar (Eco, 2005). Sin embargo, no es eso lo dicho. Bien interpretada, esta frase significa que debemos conjeturar a partir de saberes acumulados. Veamos un ejemplo: sé que en tal pueblo se especializan en fabricación de muebles y otros objetos de carpintería. Juan habita ese pueblo y puedo arriesgar, conjeturar, tratar de adivinar, afirmando que Juan es carpintero. Es un buen comienzo para una investigación, evitando una búsqueda desordenada en un mundo infinito de posibilidades.

En realidad, quizá sin saberlo, la abducción está presente en todas las acciones que, por ser proyectadas hacia un futuro, están siempre guiadas por conjeturas –reconocidas como tal cuando afirmamos “nos vemos mañana, si Dios quiere”. Esas conjeturas hacen posible cualquier proyecto, que siempre será corroborado o rectificado luego de cada momento de la acción, casi sin darnos cuenta. Tales conjeturas producen todos nuestros saberes, tal como ocurrió con Cristóbal Colon –quien utilizó sus conocimientos y los de muchos otros para crear la hipótesis sobre un camino alternativo para llegar a las Indias y sobre el tipo de buques y vituallas que necesitaría, y muchos etcéteras. De tal manera que es indispensable subrayar que los conocimientos acumulados, el trabajo y las rectificaciones sucesivas se realimentan vertiginosamente, incluso sin darnos cuenta –por ejemplo, al cambiar la inclinación de un instrumento o las revoluciones con que hacemos girar un taladro, según el tipo de dureza y cien otras condiciones–, pues nunca sabemos desde antes todo lo que debemos saber, debido a que toda acción futura nos introduce en un mundo complejo, con determinaciones que solo percibimos cuando ellas aparecen en nuestro horizonte cognitivo –incluso porque es nuestra propia intervención en el objeto y sus respuestas las que producen esa novedad a tener en cuenta– (Bourdieu y Wacquant, 1992) y que no percibiríamos si estuviéramos cegados por cualquier dogma.

Por eso es que debemos formar ciudadanos y ciudadanas que aprendan a estar atentos a lo que requiere, en cada momento, el proceso de conocimiento-acción en el que estén abocados y que sepan aplicar sus saberes anteriores. Necesidad en la que, lo que en nuestros institutos denominamos “teorías”, serán modos de transmitir conocimientos acumulados, pero nunca de un modo tal que se pretendan acabados –porque el conocimiento es infinito– sino como herramientas que quizá permanezcan tácitas hasta que un día las necesiten. Esto es, teorías que sean entendidas como una caja de herramientas y que también les indiquen cómo y dónde buscar aquello que no aprendieron y necesitan. Estas capacidades se adquieren y se confirman trabajando bajo el comando o el estímulo de otros u otras que más saben, hasta que podamos ser nosotros los maestros o las maestras en nuestro oficio. Incluso productos intangibles, como la adaptación de un sistema de información para ayudar a que las empresas trabajen de forma más rápida y eficiente, obliga a mantener una estrecha colaboración con el personal de todas las categorías para averiguar los problemas que surjan en el sistema existente, solucionar los problemas que se produzcan, producir soluciones relativamente óptimas incorporándose en una serie casi infinita –y usualmente poco perceptible– de pequeñísimos ensayos, cuyos resultados serán evaluados según lo que se obtenga como producto medido a la luz de saberes divulgados. No hay pues teorías que prevean y den respuesta a todo lo que se necesita en la acción o en la creación, ni misteriosos ¡Eureka!

Ahora bien, ¿cómo conceptualizar esos conocimientos que ponemos en juego? Michael Polanyi permite reflexionar sobre cómo y cuándo operan.

El conocimiento tácito y el hacer

Si Charles Peirce rompió con empiristas y racionalistas, generando una teoría sobre el proceso de creación cognitiva que no solamente fue psicológica, sino también lógica,[10] Michael Polanyi redescubrió y teorizó sobre esos saberes preexistentes que para Peirce están en la base de nuestros quehaceres. A ellos aludió denominándolos “saberes tácitos”, que descubriera mediante un lúcido examen de su práctica y la de sus colegas.

Este investigador, cuya formación y práctica inicial fue en el campo de las ciencias –con un doctorado en fisicoquímica– desplegó sus ideas respecto al tema con conocimientos vagos sobre otras contribuciones coincidentes, aunque menos precisas, en el campo de los conocimientos de sentido común o de los saberes inconscientes. Su ajenidad a esas tradiciones hace más interesante su contribución, pues fue producto de su observación sobre la práctica científica (Polanyi, 1966, 2005).

Sabemos que, con nuestras socializaciones, incorporamos recursos cognitivos y comunicativos. La mayor parte de esos recursos no actúan conscientemente y su carácter inconsciente permite que centremos nuestras energías en aquello que requiere de nuestra atención creativa, incluso en los actos más cotidianos. Tal es lo que Polanyi trajo a la actividad científica de forma original y lo sintetizó en aquel: “sabemos más de lo que podemos expresar”. Señaló que en nuestro trabajo utilizamos conocimientos que no están discursivamente expuestos o cuya previa textualización no recordamos conscientemente y, por ende, no podemos explicar. Entre esos conocimientos, Polanyi hace alusión a todo lo que incorporamos en las diversas experiencias socializantes, incluyendo el uso del lenguaje. Alternativas que Michael Polanyi (2013: 12) sintetizó diciendo: “Desde mi punto de vista, (…) el conocimiento humano es de dos clases. Lo que generalmente se describe como conocimiento, tal como se establece en palabras escritas o mapas, o fórmulas matemáticas, es solo un tipo de conocimiento; mientras que el conocimiento no formulado, como el que tenemos de algo que estamos haciendo, es otra forma de conocimiento. Si llamamos al primer tipo de conocimiento explícito, y al segundo, conocimiento tácito, podemos decir que el conocimiento tácito que poseemos sostiene la veracidad de nuestro conocimiento explícito”. En esta cita se hace referencia explícita a dos conocimientos: un conocimiento al que denomina “explícito” –y en otros momentos de su obra, “codificado”– que es aquel del que somos conscientes en nuestras acciones y del que podemos hablar o escribir; y otro conocimiento al que denomina “tácito”, que no es consciente y sobre el que podemos adquirir consciencia solo parcialmente y podemos trasmitir mediante nuestros actos a quienes comparten el oficio. Con una peculiaridad: no atribuye a ambos conocimientos el mismo rango, lo que es evidente cuando afirma: “podemos decir que el conocimiento tácito que poseemos sostiene la veracidad de nuestro conocimiento explícito”. ¿Por qué postula esto? Veamos uno de sus ejemplos. Al ejecutar sus conciertos, un pianista no puede atender a la actuación de sus dedos, en lugar de concentrarse en la partitura, sin fracasar en su intento artístico. Por ende, el pianista moviliza su cuerpo en forma inconsciente, con movimientos que incorporó en un larguísimo y arduo adiestramiento, pero no para escribir sobre el modo en que su cuerpo fue aprendiendo a ejecutar interpretando una partitura en la que invierte su peculiar sentimiento y preferencia estética. El resultado es que todo su cuerpo es parte del instrumento que utiliza en su interpretación. Pero, aunque, a diferencia del piano, el instrumento-cuerpo sea su cuerpo, en el momento de la ejecución los movimientos de éste son absolutamente ajenos a su conciencia. Tal es el saber práctico, del oficio, que el maestro puede en parte transmitir en un hacer conjunto con el aprendiz. Tal es el que Polanyi denomina “saber tácito”.[11]

El largo aprendizaje de un pianista, un nadador, un artesano, un científico-investigador, son producidos aprendiendo de otros y practicando: esto es, en un proceso infinito de superación de errores. Por eso Polanyi puede decir que: “Las principales novedades solo pueden ser descubiertas por los mismos poderes tácitos que las ratas usan para aprender un laberinto” (Polanyi, 2013: 18). Pues “las palabras pueden transmitir información, una serie de símbolos algebraicos pueden constituir una deducción matemática, un mapa puede establecer la topografía de una región; pero ni las palabras, ni los símbolos, ni los mapas pueden decirse que comuniquen una comprensión de sí mismos”, pero su comprensión requiere de capacidades de análisis y comprensión que no se incluyen en esos textos. Por eso, “cuando entendemos o damos sentido a algo, cuando reorganizamos nuestro entendimiento o cuando asumimos una afirmación sobre los hechos a los que nos referimos, ejercemos nuestros poderes tácitos en busca de un mejor control intelectual sobre el asunto en cuestión” (Polanyi, 2013: 21-22). Concepto “comprensión” para el que desde una perspectiva gestáltica entiendo como “un ensamble de las partes desarticuladas en un todo integral” (Polanyi, 2013: 28). Un ensamble sobre el que agrega: “Descubrimiento, invención: estas palabras tienen connotaciones que recuerdan lo que he dicho antes sobre la comprensión como una búsqueda de una realidad oculta. Uno puede descubrir solo algo que ya estaba allí, listo para ser descubierto. La invención de máquinas y similares produce algo que no existía antes; pero en realidad, es solo el conocimiento de la invención lo que es nuevo, su posibilidad estaba allí antes. Esto no es un simple juego de palabras, ni pretende derogar el estado de descubrimiento e invención como actos creativos de la mente. Simplemente me refiero al hecho importante de que no puedes descubrir o inventar nada a menos que estés convencido de que está allí, listo para ser encontrado: significa que usted se ha topado con un problema real y está haciendo las preguntas correctas” (Polanyi, 2013: 35). Esta actuación, por otra parte, es impulsada por un deseo apasionado, que es el que tensa nuestras capacidades intelectuales. Unidad de razón y pasión, cuya confirmación es uno de los grandes aportes de la actual neurobiología (Damasio, 2000).

Así, lo que proponen Polanyi y Damasio se articula con lo que antes indicara Carlos Marx en sus famosas Tesis sobre Feuerbach. Esto es, que el conocimiento es una actividad práctica que solo puede terminar su ciclo cuando es aplicado y cuando, desde esa aplicación, emergen nuevos problemas, que obligan a reiniciar el proceso cognitivo con otros desafíos, y que conduce a que Polanyi reconozca con tal énfasis el hacer como forma de ir aprendiendo. Esta convicción, articulada con los antes referidos requerimientos de la actual actividad laboral, conduce a buscar alternativas a un tipo de enseñanza aprendizaje reducido al dictado de clases y estudio de textos –en forma de palabras o imágenes– sin otra práctica que la de memorizar, repetir y saber cómo dejar contento al profesor o profesora en los exámenes, que es lo que mejor se aprende en nuestras casas de estudio, pues eso es lo que se practica.

Esta crítica de la enseñanza abstracta, en materias cuyos profesores y profesoras no saben cómo se articula lo dicho en su clase con lo dicho en las restantes, obliga a resolver el problema de acercar la enseñanza a la vida a la que la disciplina hace referencia. Esto, por supuesto, evitando que la institución se convierta en un simple apéndice destinado a resolver problemas inmediatos o tendientes, por ejemplo, a mejorar la rentabilidad empresarial. Por el contrario, se trata de incluir a la universidad en una discusión sobre problemas que hagan al bien común –local, regional o nacional– y promover, a partir de esa discusión, los lineamientos dentro de los cuales la Formación es un momento –en una escala diferente a la de los centros especializados en ciencia y tecnología– de la fórmula I+D+i (investigación, desarrollo e innovación). Ciertamente, hay carreras o titulaciones en las que eso se aplica, como es el caso de la medicina. En el aprendizaje de dicha profesión, la teoría y la práctica se articulan desde el comienzo. A tal punto que Conan Doyle afirmó que aprendió como médico las capacidades de diagnóstico e investigación con que construyó su personaje, idea que consolidó atribuyendo su aprendizaje al haber aprendido de un profesor en específico, que era capaz de describir al paciente antes de que él hablase y dijese quién era y qué lo aquejaba.

Dicho lo anterior, la pregunta es: con las especificidades necesarias, ¿podemos generalizar ese tipo de aprendizaje del oficio, poniendo en estrecho contacto el saber explícito con el saber tácito, y ambos relacionados con un modo de saber hacer?

Fabricarnos

La Universidad Obrera Nacional estaba orientada a la formación integral de técnicos e ingenieros de fábrica, en la que los trabajadores y las trabajadoras afianzaban y jerarquizaban sus saberes con títulos universitarios destinados al fortalecimiento de la industria nacional. Ante esas creaciones, como ante tantas otras, el gorilaje con comando imperialista reaccionó tratando de borrar hasta sus últimos rastros. No pudieron. Pero lograron avanzar sobre nuestras conquistas, y hoy lo siguen intentando con el mismo odio. ¿Podremos superar los obstáculos impuestos por ese odio que es promovido por quienes se creen dueños de la Argentina y hoy creen compartir su estatus con quienes se creen dueños del mundo? Ese es el desafío. El premio es un ambiente en el que nos integremos sanamente y un tipo de relaciones sociales fraternas, en las que los productos de la ciencia y la técnica puedan ser gozados por todos, según sus deseos y capacidades.

 

Educación Superior, PYMES y economía social

Un gran mérito del peronismo ha sido crear una red de universidades, sobre todo en el conurbano bonaerense, lugar en el que se radica una parte importante de las PYMES y las empresas de la economía social. Eso otorga a las universidades un rol preponderante a la hora de establecer lazos de colaboración y co-aprendizaje: un camino poco conocido, pero menos opuesto a los circuitos de prestigio aludidos.

Frente a lo que muchos empresarios parecen creer, construir competitividad no solo supone una política impositiva o de créditos blandos. Ambas políticas son indispensables, pero al mismo tiempo son difíciles en el páramo de las dos pandemias –Macri y COVID-19. Por el contrario, nuestras casas de conocimiento pueden ser auxilios si aprendemos a trabajar en ese sentido. Por citar solo uno de las ayudas posibles y menos obvias: dados los cambios globales antes comentados, se requiere potenciar la capacidad de gestionar crisis, de la que los empresarios poseen sobrada experiencia tácita, que conviene explicitar para convertirla en experiencia útil en la crisis actual –que, por otra parte, debe ser mejor conocida. Para ambos propósitos pueden ayudar las universidades en cada uno de los territorios que atienden. Este desafío supone alicientes para profesores-investigadores y profesoras-investigadoras y cambios de lo que sea necesario en los planes de estudios, para conectarlos con la práctica, y una aceitada formación continua.

La línea y la dirección de la que antes hablé, aunque reconocían antecedentes en toda nuestra historia, fueron iniciadas con los primeros mandatos peronistas. Debemos retomarla actualizada, de modo tal que todas las ciencias se sumen a la fórmula F+I+D+i (formación, investigación, desarrollo, innovación).

Dadas las condiciones en que Cambiemos dejó el gobierno, debemos reconstruirnos como sociedad, incluidas nuestras capacidades productivas, incluidos bienes y servicios. Para ello, todos y todas debemos esforzarnos por adquirir bienes y servicios nacionales –incluyendo el ahorro en pesos y no en dólares. Mientras que nuestras empresas deberían abastecer el mercado local con la menor cantidad de componentes importados, o exportar para conseguir las divisas que impidan la dependencia de quienes quieren condicionarnos como sociedad mediante el monopolio de la obtención de divisas vía exportación de bienes agrarios. Como todos sabemos, no se trata de construir una economía cerrada, sino una economía abierta en forma autodirigida, para lo que debemos comenzar solucionando la carga de deuda dejada por los radicales y el PRO. Se trata por ende de reconstruirnos y entrar en las cadenas de valor trasnacionales, cuando sea necesario, pero en forma controlada, de modo que todos podamos ser parte del beneficio de esa organización socio-productiva: propósito incumplible si solamente contáramos con los recursos de esas empresas transnacionalizadas que pugnan en sentido contrario. Proyecto en el que se deben concertar cambios en los sistemas educativos y de producción de opinión, cambios en nuestras culturas ciudadanas, cambios en nuestra producción de bienes y servicios y en una organización gubernamental que conduzca esos desafíos, dando a esa palabra el contenido propuesto por el general Perón (2011).

¿Cuáles son entonces las empresas relacionadas con el interés nacional en las que apoyarnos, sin que sus dueños estén tentados a fugar capitales en lugar de invertirlos? En nuestro bagaje discursivo no faltan respuestas a esas preguntas: las PYMES. Incluso podemos imaginar una serie de ellas, de diverso tamaño, en una sofisticada cadena de valor, incluso relacionadas con empresas con inversión pública. Formas de asociación en las que, como muchas veces afirmó Eduardo Dvorkin: “la participación del Estado es fundamental, liderando un entramado de PYMES y organismos de ciencia y tecnología, usando en forma dirigida, no imparcial, el compre estatal y asumiendo el rol de Estado empresario, como ya lo ha venido haciendo exitosamente desde Nucleoeléctrica Argentina, INVAP, FAdeA y desde el polo de desarrollo YPF-YTEC-CONICET” (Dvorkin, 2020). También sabemos que ese desarrollo debe incluir una intensa participación del conocimiento y la innovación destinada a esas empresas y a otras que, como las ligadas a lo que la ley denomina economía del conocimiento, ha tenido tanto crecimiento, incluso exportador. Lo que, desde lo antes dicho, implica resolver algunos problemas de concepción y organización.

El INTA y el INTI poseen una organización que los liga a los productores y las productoras, y ello puede facilitar un mayor grado de comprensión de sus necesidades. Eso implica generar investigaciones hacia o en colaboración, para generalizar esos saberes y protegerlos de la apropiación de las transnacionales que tienen la permanente disposición a captar conocimientos aborígenes y patentarlos en su beneficio, así como medios para pagar la gestión y la defensa de dichas patentes. ¿Pero qué ocurre con el resto del sistema científico y las universidades?

Para la mayor parte se imponen los siguientes desafíos, que Bozu y Canto Herrera sintetizan diciendo que la internacionalización tiene importantes implicaciones en las formas de hacer investigación, los modelos de acreditación, la competitividad y las estructuras de gobierno de la universidad: a) un trabajo más estrecho de colaboración entre diferentes instituciones y grupos de investigación, y con otros actores sociales, como la empresa y el Estado; 2) grados y credenciales reconocidas internacionalmente, pues en una economía global hay un aumento en la demanda de calificaciones reconocidas internacionalmente, lo que requiere de modelos de acreditación estandarizados que hagan posible comparar las ofertas educativas de las universidades de distintos países; c) universidades internacionalizadas, que pueden abrir una sucursal en cualquier parte del mundo o atravesar fronteras usando el Internet o los enlaces de comunicación vía satélite, compitiendo efectivamente con cualquier universidad nacional en su propio territorio. Por eso proponen que, dado el entorno globalizado, las universidades deben renovar sus estructuras de gobierno y desarrollar su capacidad para insertarse en las redes mundiales de producción de conocimiento y tecnología. Preocupación que supone el desarrollo de la competencia para trabajar cooperativamente, la competencia para comunicarse en una segunda lengua y el dominio de las tecnologías informáticas –por las posibilidades que éstas ofrecen para acceder a la información, acortar las distancias, desescolarizar la educación, viabilizar programas de educación virtual y nuevas formas de enseñar y aprender (Bozu y Canto Herrera 2009). Refiriéndose a la relación entre universidades y empresas, dicen: “La relación universidad-empresa conlleva beneficios recíprocos para ambas. Al tiempo que las empresas se hacen más competitivas, las universidades encuentran nuevas formas de orientar su actividad investigativa hacia la solución de problemas sociales. Por otra parte, mientras los estudiantes universitarios tienen la oportunidad de aplicar y de ampliar sus conocimientos, mediante los programas de prácticas que realizan en las empresas, los empresarios que dedican una parte de su tiempo a la docencia contribuyen con su experiencia profesional a enriquecer y a renovar el currículo de la universidad”. Tarea que cobra interés con la propuesta de Mariana Mazzucato (2014) respecto al modo en que hoy deben comprometerse el sector público y el privado en acciones conjuntas.

 

F+I+D+i en perspectiva nacional

Durante la pandemia COVID-19 sabemos lo mucho que aportaron las científicas y los científicos ligados al área de la salud o ciencias auxiliares. Deberemos trabajar mucho para que todas las instituciones universitarias y del sistema científico tecnológico sean capaces de conocer las necesidades y soluciones posibles semejantes. ¿Pero en qué debemos fijarnos para que ello sea posible?

Uno de esos desafíos es asumir el control de nuestro sistema científico técnico. Proposición que apunta al forcejeo en esa conducción con los centros de poder trasnacional. En relación con ese tema vale evocar lo dicho por ciertos autores. Entre ellos, Joseph S. Nye Jr. (2004) afirmó que el poder asume muchas apariencias y que, entre ellas, el poder blando no es un recurso menor, que debe mantenerse en la estrategia de Estados Unidos hacia otros países. Como se sabe, soft power es la capacidad para obtener lo que un país desea por medio de la convicción o la atracción; y no necesariamente por medio de la fuerza explícita o la corrupción de los liderazgos. Estados Unidos usó esa estrategia, recurriendo a su monopolio de los circuitos de distribución de su cine, su programación televisiva, sus becas –para estudiar maestrías y doctorados–, la invitación a dar conferencias o clases, el financiamiento de líneas de investigación que les interesan –como lo hace la Fundación Ford– y otras formas de tentación. El resultado es la producción de una amplísima red de caballos de Troya que, con la mejor buena voluntad, creen que piensan según saberes, gustos o preferencias políticas propias, ignorando que se forjaron allá y que se mantienen porque ellas mantienen abiertos circuitos muy rentables, entre los campeones de la libertad.

Como toda relación institucionalizada, las comunidades poseen normas –explícitas e implícitas– que regulan el prestigio e incluso las posibilidades de pertenencia o no a ellas. Sus prestigios relativos y su carrera toda dependen de sus producciones y del modo en que se mide su valor. Es usual que las comunidades se valgan de revistas que, además de vincular a los miembros, constituyen el metro de sus producciones en esa comunidad. Revistas que son editadas en Estados Unidos –o en los más poderosos países europeos– y cuyo idioma oficial es el inglés. Por supuesto, otro tanto ocurre con el valor diferencial de una conferencia en inglés o en español, y con las líneas de financiamiento abiertas por las fundaciones, usualmente privadas. El resultado es que monopolizando esos resortes fijan las agendas de investigación.

Lo que ocurre en la “economía con corbata” o con las producciones en ciencias políticas son ejemplos que conozco directamente en la Argentina. Pero, para las otras ciencias, me basta con sumar, a lo que averigüé, el testimonio de Darío Codner –secretario de Innovación y Transferencia Tecnológica de la Universidad Nacional de Quilmes– quien narró en un reportaje los resultados de una investigación. Allí dice: “identificamos un flujo de inversión pública en forma de investigación científica que es tomado por empresas extranjeras. Ese mecanismo se retroalimenta porque muchas de esas empresas después nos venden un producto tecnológico”. Luego, cuando el entrevistador lo provoca con: “¿Un científico puede decir, bueno: lo que yo hago es ampliar la frontera del conocimiento y eso es un aporte a la ciencia, que es universal?”, Codner responde: “La pregunta sobre: a qué estoy contribuyendo como científico debería ser más amplia. La libertad por ampliar la frontera del conocimiento tiene bordes éticos y acá tenemos un dato objetivo, que hay patentes que están capturando conocimiento. Al principio, cuando se los mostrábamos a los investigadores, no lo podían creer”. Al decir eso se refería a que descubrió que muchas de las publicaciones de investigadores argentinos formaron parte de los fundamentos de patentes de grandes transnacionales. Son productos que, una vez patentados, serán aplicados en la Argentina, pero pagando royalties. ¿Ocurrió acaso que los artículos fueron escritos y publicados con el objetivo de beneficiar a esas empresas trasnacionales? ¿Es cierto que nuestros politólogos propugnan una imagen de lo que es una democracia, o lo que es el populismo, con el propósito consciente de auxiliar a la hegemonía norteamericana? Cierto que no. No obstante, dada la organización del sistema, si hacen esas investigaciones y no publican –o no lo hacen dentro de esos sistemas de evaluación–, no podrán progresar. He allí un desafío. Mientras tanto, debemos avanzar en otros frentes, ya que competir con esos poderes no siempre es imposible. Aunque era otra época, recuerdo bien que, en los sesenta, en las investigaciones sobre la fuga de cerebros se descubrió la existencia de muchísimos investigadores e investigadoras que se quedaban, o que volvían, pero manteniendo sus identidades nativas. La captación no es solo cuestión de dinero: podemos neutralizarla produciendo una cultura nacional en la que todos y todas nos sintamos parte y responsables. Pero deberemos enfrentar el desafío que imponen los sistemas de evaluación. Resolverlo llevará un largo tiempo. Y también debemos avanzar por otros caminos. Esta vez en las universidades conectadas con el territorio, trascendiendo las meras organizaciones de vinculación tecnológica (Kababe, 2010) y las tareas de extensión universitaria (García Delgado y Casalis, 2013), e incluso incorporando saberes digitales en sus cursos de educación continuada (Baum, Nemirovsky y Sabelli, 2008).

 

Economía social y F+I+D+i

Entiendo aquí economía social según lo define el Manifiesto internacional por una economía solidaria: “Esta economía asume propósitos sociales, ecológicos y culturales y se opone a la creciente desigualdad, al calentamiento climático, a la pretensión de uniformar las pautas de comportamiento; y está en favor de una mayor justicia, del reparto equitativo de los recursos y de la expresión de las diversidades. En resumen, es una economía que necesitamos para el mañana, en un momento en que el agotamiento del sistema dominante se vuelve más evidente”.[12]

La Argentina se distingue por muchas experiencias que apuntan en esa dirección. Como afirmé respecto a las PYMES, las universidades no pueden limitarse a crear incubadoras de esas empresas, sino que, para formar las y los profesionales a los que me referí antes, necesitan aprender y emprender formas de asociación que permitan prácticas profesionales serias a sus alumnos y alumnas y solucionen problemas –productivos, financieros o de comercialización– a los empresarios. Para ello, como las PYMES, estas empresas ofrecen mayores posibilidades relativas, y no se me ocurre qué carrera podría no estar relacionada. Sobre todo, si se incluyen las múltiples formas de acceso al crédito que favorecen la inclusión financiera, así como formas de ahorro colectivo: las cooperativas de crédito, la banca ética y los microcréditos son algunas de estas formas.

Concluyendo

Si bien conozco los esfuerzos que han comenzado a hacerse desde las universidades en su apertura hacia el exterior, el brío requerido incluye transformaciones más profundas y, seguramente, más difíciles, sabiendo que la actual organización lleva siglos. Pero es un esfuerzo que puede ir comenzando a probarse desde iniciativas parciales que preserven las experiencias ya logradas y estimulen otras que pueden incluir la creación de carreras nuevas, como es el caso de la de Artes Electrónicas de la UNTREF (Saltalamacchia y Mundt, 2019); a lo que deben sumarse políticas nacionales, tal como sucedió con la federalización de las becas CONICET y la creación de Centros de Investigación universitarios ligados al CONICET desde el año 2005, que ha producido un salto cualitativo en la formación de posgraduados que se han incorporado al sector de servicios y productivo y a la universidad.

Lo que espero haya sido claro en mi exposición son dos temas, ligados al aprender haciendo: a) que todo aprendizaje implica el aprendizaje de una práctica y una valoración de su utilidad: contra la “universidad” que enseña capacidades de repetición y el oficio de estudiante –que busca el título sabiendo cómo agradar a las y los profesores–, la enseñanza entendida como la práctica del oficio enseña el saber tácito requerido en dicho oficio y el arte creador; b) que, para llegar a generalizar el aprendizaje como fruto del hacer, se requiere una nueva reforma del sistema científico-técnico, incluida la universidad (F+I+D+i), reforma que debe ligarlo a los desafíos que van enfrentando todas las instituciones de la sociedad, colaborando para un mejor futuro.

Dicha reforma, como todo cambio, supone dejar de hacer ciertas tareas para hacer otras. Eso implica abandonar ciertos conocimientos y hábitos, y adquirir otros. Encararla supondrá el poderoso bombardeo de aquellos que pretenden mantener –o cambiar de otro modo– el sistema de formación y producción científico técnico, pues nos reservan otro lugar en la nueva época. Pero también implicará negociar con aquellos que, incluso deseando ser útiles a la patria, se sienten atacados en su entidad cuando se les propone aprender nuevas formas de hacer y enseñar a hacer.

 

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[1] Agradezco a María I. Silveti y a Natalia Saltalamacchia por su revisión de una redacción que debería haber gozado de un tiempo de cultivo que no pude dedicarle.

[2] Entre los años 1906 y 1946, la matrícula de Educación Superior –universitaria y no universitaria– fue del 8,5%, entre 1947 y 1954 subió a un 14,8%, llegando al 21,2% en 1980.

[3] Distinciones entre economía, política y sociedad son útiles solamente para ocultar de dominio, a menos que las utilicemos para clasificar recursos de poder en las relaciones sociales (Saltalamacchia, 2014).

[4] Esto es, no solamente como parte de lo que se denomina economía y en la que “capital” no refiere solo a una serie de recursos productivos, sino una forma de conformación de la sociedad en que la distinción entre economía, política e ideología es un eje central de dominación ideológica.

[5] Ese tipo de cooperación, gracias a las TICs, no necesita ser controlado agrupando a los trabajadores y las trabajadoras en un mismo establecimiento, ni mantenerlos bajo un régimen salarial que era el adecuado a la anterior etapa en que el trabajo se reducía a pura energía desplegada en el uso de la máquina. Eso permite desvincular a trabajadores y trabajadoras y proporciona el sustento mistificado de la ideología del “emprendedorismo”, figura tan generalizada en nuestro medio por ideólogos liberales.

[6] En recuerdo al gran Pino Solanas, ver: www.youtube.com/watch?v=K5qj3y9D1EM.

[7] https://progressive.international/about/es.

[8] M. Gibbons bautizó este modo de producción de conocimiento “Modo 2”, que no considera el conocimiento como un fin en sí mismo, ni como un medio para obtener una comprensión meramente especulativa del mundo, sino como un conocimiento orientado a la solución de problemas, en contextos concretos de aplicación y con la participación de distintas disciplinas, con sus propias estructuras teóricas y métodos de investigación.

[9] El por qué agrego la F de Formación a la fórmula I+D+i lo explicamos en (Saltalamacchia y Mundt 2018).

[10] Hay que recordar que Karl Popper afirmaba que la creación no puede ser conceptualizada desde la lógica, sino desde la psicología, lo que fue refutado por Peirce, tal como estoy mostrando.

[11] Los apasionados por el deporte pueden leer con provecho el artículo de Morgado Bernal (2016).

[12] https://www.ruess.com.ar/sites/www.ruess.com.ar/files/adjuntos/manifesto_internacional_para_la_economia_solidaria_le_monde_24.10.20_.pdf.

La revista Movimiento se edita en números sucesivos en pdf que se envían gratis por email una vez por mes. Si querés que te agreguemos a la lista de distribución, por favor escribinos por email a marianofontela@revistamovimiento.com y en asunto solamente poné “agregar”.

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