La inclusión de las personas con autismo: ¿sueño o realidad?

En los últimos años asistimos a una mayor información sobre las condiciones del espectro autista (CEA). La producción de series populares tales como Good doctor o Atypical favorecieron el conocimiento de algunas características de las personas con CEA en la población general. Ha habido un creciente movimiento en torno a difundir las características de las personas con CEA. Quienes presentan estas condiciones tienen un desarrollo neurológico atípico: ciertas áreas de su cerebro funcionan de una forma diferente a la estándar, lo que da por resultado una percepción y procesamientos de los estímulos diferentes a los habituales. Esto se puede observar en ciertos comportamientos que suelen desconcertar a quienes desconocen el tema. La característica central son las dificultades en la comunicación y en la interacción social, tanto verbales como gestuales. Esta dificultad se acompaña con frecuencia de alteraciones en la sensopercepción, coeficiente intelectual bajo, movimientos estereotipados, intereses restringidos y rigidez cognitiva.

Quienes poseen estas características presentan diversos desafíos en la adaptación a una sociedad que en su mayoría funciona de otra manera, por lo cual se presentan obstáculos a sortear. Uno de los tantos inconvenientes con que se topan las personas y las familias con algún miembro con CEA es la dificultad para la inclusión en la educación formal. La escuela, como institución educativa y de socialización por excelencia, está pensada para personas con un desarrollo neurotípico. La inclusión escolar es un paso clave para la inclusión en la comunidad de todos los habitantes. Por esto es necesario repensar la educación. La neurodiversidad plantea un desafío para directivos, educadores, educadoras, padres, madres y estudiantes.

Si bien la inclusión escolar está garantizada legalmente en nuestro país –tanto con la ley 26.378 que reconoce el derecho a la educación integral de todas las personas con discapacidad, como con la Ley 27.043 Integral de Trastornos del Espectro Autista– los hechos aún distan de lo promulgado por el Congreso. La educación inclusiva no significa recortar el horario escolar, disminuir los contenidos u otorgarle una vacante a alguien para que asista con integración. La verdadera inclusión supone conocer las características de quienes poseen condiciones del espectro para aceptar y respetar las diferencias de un mundo heterogéneo.

Comprender y aceptar la diversidad, no como algo negativo, sino como parte de nuestra realidad, supone la posibilidad de aceptarnos a todas y todos en tanto seres humanos íntegros y únicos. Resulta imperioso ilustrar al mundo lo rico que sería para las nuevas generaciones recibir una educación inclusiva. Abrir el libro a la inclusión de personas con CEA nos obsequia la oportunidad de ser mejores personas, de tener miradas más diversas del mundo, de ampliar los intereses y despertar vocaciones, formar futuros líderes empáticos, un poder político más humano y la capacidad de adaptarse con mayor facilidad a diferentes ámbitos, como resultado de la posibilidad de crecer y ser educados y educadas con empatía desde lo emocional hasta lo racional.

El beneficio de la educación inclusiva no es sólo para quienes presentan CEA, sino también para todos los y las docentes, compañeras y compañeros que, al conectar con realidades diferentes, tienen la posibilidad de desarrollar una mirada más limpia de prejuicios y descubrir modos de ser, sentir y pensar diferentes.

Quienes tienen en su familia niños o niñas con CEA viven como una carrera de obstáculos cada paso del desarrollo. El progreso de cada habilidad suele ser un gran desafío, y el mayor desafío es la interacción social. La escuela es el espacio de socialización con pares por excelencia. Cada escuela tiene una lógica institucional: hay algunas que ponen a los alumnos y a las alumnas a competir entre sí, generando divisiones y roces entre ellos, dando lugar a una falsa idea de éxito, medida en notas de rendimiento académico mayormente memorístico. Hay otras escuelas que promueven la cooperación, el trabajo en equipo, la participación y el aprendizaje y los conocimientos como una construcción social en la que todos y todas pueden tener una voz activa. Respetar ideas nuevas, comprender que cada uno y cada una tienen puntos fuertes y débiles, colaborar con todas y todos los que nos rodean, nos hace más humanos.

Múltiples investigaciones muestran que el bienestar en la vida adulta no se correlaciona con la cantidad de dinero que posea una persona, sino la calidad de los vínculos que posea, y que brindar ayuda a un prójimo repercute positivamente en la autoestima y el bienestar de quien lo hace, al generar oxitocina.

Como sociedad tenemos la deuda de educar a las chicas y los chicos neurotípicos en la aceptación de la neurodiversidad, y a los niños y las niñas con CEA, de incluirlos en serio. Aún parece una utopía que las personas con CEA sean parte de un mundo que les otorga un lugar y los respeta: un mundo donde puedan convivir y coexistir con todas las personas, con educadores y educadoras con la formación adecuada para vincularse con ellos y ellas, y compañeros y compañeras que sepan cómo conectarse y acompañarlos. Un mundo en el que la ley no quede sólo en un voto de buenas intenciones. Un mundo en el que, cuando algún comportamiento sale de lo esperado, se los acompañe para regularse y se coexista en aceptación y armonía. Sabemos que la información hace más cercana la realización de esa utopía.

 

Giselle Vetere es profesora y licenciada en Psicología, especialista en Psicología Clínica e investigadora en Salud del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Daniel Maldonado es presidente de la Fundación por un Autismo Inclusivo.

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