La vida de Dardo Cabo

A propósito de la publicación de La vida breve de Dardo Cabo. Pasión y tragedia del peronismo plebeyo, Buenos Aires, Siglo XXI, 2021, 360 páginas.

 

No es posible escribir un libro sobre la vida de Dardo Cabo. Esto me fue observado a principios de 2017 por dos amigos míos que ni se conocen entre sí, y de orientaciones políticas e ideológicas muy diferentes. Sabían quién había sido Dardo Cabo, naturalmente, y me dieron sus razones. En el fondo, el motivo era el mismo para ambos: Cabo era un fantasma que no se debía conjurar. Pero esa interdicción tenía fundamentos distintos, y hasta opuestos. Para uno de ellos, escribir su vida era glorificar a un aventurero violento, convertirlo en un héroe, colocarlo en un panteón de grandes caídos que ya está demasiado lleno de ellos. Para el otro, no se debía escribir sobre Dardo, porque hacerlo equivalía a bajarlo del pedestal de militante heroico en el que aún estaba y que ofrecía una imagen pulcramente despojada de las sombras que lo habían acompañado en vida. En suma, no escribir para no glorificarlo, o no escribir para no manchar su gloria.

Yo seguí creyendo que se podía escribir sobre Dardo Cabo, y lo he hecho. He roto, deliberadamente, con los patrones interpretativos de mis dos amigos para eso. Hacerlo me exigió distanciarme de las imágenes establecidas, de los prejuicios, y de las memorias fabricadas, cuyos estereotipos pobres y reiterativos, y los tics que siempre proponen que el personaje debe ser “salvado del olvido”, mal contribuyen a la comprensión de una persona y una época. Escribir sobre Dardo Cabo me impulsó rudamente a meterme de lleno en los procesos de elaboración de memoria, en la política y en la historia, a buscar una comprensión de cuestiones que muchos se niegan a comprender, desde ángulos que creo diferentes a los establecidos de un lado y otro.

Es por eso que el libro tiene del principio al fin, entrelazada con momentos de la vertiginosa vida del protagonista, una morfología que hace posible que el lector, si así lo desea, entre en el diálogo, en las discusiones que se plantean. Lejos de una biografía convencional, el texto tampoco es un ensayo, sino más bien un conjunto de conversaciones abiertas que a su vez chacolotean como una herradura floja sobre el empedrado de la historia. El texto no es más que ese barullo disonante. Y en el hilo biográfico, histórico y argumentativo hay cuestiones, o aspectos, o acontecimientos, que no es necesario hacérselos explícitos al lector.

Al lector o lectora no debe decírseles todo: hay que confiar en él, o en ella. He aplicado quizás al extremo este criterio en el libro, de ahí su configuración elíptica. Lo que no se dice, así, es frecuentemente más elocuente que lo que está dicho y nos conduce a lo no dicho. Pero sobre todo esa elocuencia abre mejor la puerta de la comprensión, la que puede estar presente en cada lector o lectora de distintos modos: como lectores, empleamos la poca o mucha luz que nos proporciona lo dicho en el texto para iluminar lo que no es dicho, y ahí encontramos una comprensión. Que no tiene que ser necesariamente la del autor. Estoy pensando, como ejemplos –que no desarrollaré aquí por razones obvias– dos que además articulan grandes temas del libro, como la violencia política y el peronismo plebeyo: Armando Cabo, padre de Dardo, en los años postreros de Evita; y el vínculo de Dardo con las organizaciones armadas veinte años después.

No mastico para el lector o la lectora –sustituyéndolos– lo que creo que habría que entender. Trato de llevarlos a configurar sus propios interrogantes y su propia comprensión. Puedo proporcionar un ejemplo más –en verdad, entre decenas de ellos– que atañe directamente a la vida de Dardo, pero también afecta al peronismo plebeyo en sus señas identitarias, que es la tensión entre resentimiento y odio. Aunque en este punto he sido más explícito –a mi juicio, el odio salva a Cabo del resentimiento–, la forma en que la cuestión es presentada –que respeta la estructura de todo el libro– la mantiene abierta.

En suma, esta obra, que ni critica ni explica, ni está guiada por propósitos edificantes, se aparta del análisis causal y se propone comprender. Comprender los por qué de acciones históricas, centradas en una figura a un tiempo extraordinariamente expresiva de su época y muy poco o mal conocida. Una figura que no es tan multifacética: Dardo Cabo tiene en verdad una sola faceta, sólo que muy compleja y compuesta por los heterogéneos cauces de la vida social y política que la “lotería de la naturaleza” dispuso para él. Comprender a Dardo, comprender el sentido de sus acciones, me exigió, ineludiblemente, discutir sin tregua con él: identificar sus percepciones y sus valores, sus opciones y decisiones, sus orgullos y sus pretextos, sus amores y sus odios. Su vida: los episodios raramente apacibles, más bien turbulentos, que me fue posible extraer de la mina oscura de sus pasos por este mundo. Su humor: en contraste con la solemnidad de quienes hoy execran o heroizan como modos consagrados de fabricar memorias. Y sus ideas: las suyas fueron una época y una vida –muy al contrario de lo que se cree– de libros e ideas, hasta en exceso, y acompañando certezas. Excesos y certezas que inebriaron a sus protagonistas –Cabo entre ellos. Mi discusión con él no pudo terminar ahí: debí arrastrar a Dardo a construcciones analíticas que tenían por pilar la responsabilidad y por arbotantes cuestiones que a los protagonistas de la novela les quemaron en las manos, entre ellas tres enigmas: el del vínculo entre política y violencia; el de la relación entre voluntad popular y democracia; y, por fin, el del nexo entre orden, liderazgo y rebeldía plebeya en el peronismo. He tratado de escribir un texto tan lejos de la hagiografía como de la galería policial de manyamientos, y no me queda más que confiar en mis lectores y lectoras.

A mi juicio, sólo es posible comprender personajes complejos apartándolos de la banalización de los tópicos dominantes. Esto es necesario para la comprensión del proceso histórico y de sus protagonistas, que son mucho más que meros títeres: son responsables, y mi intención es hacerles dar cuenta de sus actos, libremente, como si pudieran –de ahí la ficción– argumentar, dialogar por sí mismos.

Pero otro de los propósitos no es tan fácil de explicar, es más hipotético, pero tal vez más ambicioso. Intento, por medio de este libro, contribuir sin mayores ilusiones a la organización de los términos de una discusión, un debate, hoy completamente inexistente. Ese debate inexistente se refiere no solo a nuestro pasado, sino también a nuestro presente y a las concepciones ideológicas y los valores que nos animan. En verdad hay simulacros de debate, de un campo y del otro nos la pasamos en unas conversaciones sin término con nosotros mismos, verificando que estamos constantemente de acuerdo entre nosotros, demasiado de acuerdo con nosotros mismos. No me interesa aquí aquilatar si en este ejercicio de redundancia “ellos” son menos o más elegantes que “nosotros”. Simplemente enfatizar que esto pasa. Que la Argentina realmente no dialoga y que arrollamos a los otros con nuestras certezas, mientras que quienes están –que son los más– no en el medio, sino fuera de las franjas activas, lo que reciben es ruido, mucho ruido, como diría Sabina.

En suma, ese diálogo indispensable brilla por su ausencia. Este potencial de la morfología del libro, a medida en que lo iba escribiendo, afortunadamente no lo capté, no percibí esta faceta. Afortunadamente, digo, porque descubrirla no me hubiera ayudado a darle vida al libro, a sus personajes, sus percepciones y argumentos. Fue entonces como el vuelo del búho de Minerva hegeliano: comprendí al final del recorrido. La morfología del libro –que no voy, desde luego, a adelantar aquí– hace posible –simplemente aporta lo suyo, no resuelve el problema, cuya magnitud es inabordable– la constitución de un espacio desde el cual el lector o la lectora son llamados, no a apagar los rescoldos de sus dudas bajo el peso de apabullantes certezas, sino a dudar en la pluralidad, la pluralidad de pasados, de percepciones, de hechos, relatos y argumentos. La pluralidad de protagonistas y de trayectorias históricas.

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