Reconstruir el pacto entre Estado, trabajadores y empresariado productivo

La necesidad de renovar y actualizar la acción sindical

Felicito a los compañeros de la Federación de Obreros de la Celulosa y Papel por organizar la jornada sobre “Innovación tecnológica, estrategias empresarias y su impacto sobre el empleo y las relaciones laborales”. Siempre charlamos con el compañero Ramón Luque, secretario general de papeleros, acerca de la necesidad de que el sindicalismo se renueve para que los sindicatos recuperen su legitimación como actor político y social en defensa de los trabajadores.

Para actuar eficazmente en defensa de los derechos y los ingresos de los trabajadores hay que conocer los mecanismos y las fuerzas actuantes en la transformación permanente que vive la economía y su impacto en el mundo del trabajo. Por ello vamos a enfocarnos en la evolución y la dinámica del sistema político-económico y social en el que nos toca actuar, para luego abordar las características del incesante proceso de cambio tecnológico en que estamos inmersos, analizando cómo ha sido la evolución del sistema capitalista y tratando de entender las razones del retroceso del poder del Estado y del sector del trabajo sobre el capital.

 

El 45 y la revolución keynesiana

El retroceso ha sido enorme si comparamos la actualidad con lo que sucedía a mediados de siglo pasado. Luego del 45 entrábamos en la posguerra mundial y comenzaba el apogeo del capitalismo keynesiano. Un Estado intervencionista disciplinaba al mercado por medio de la planificación y la redistribución. Era el “Estado de Bienestar”.

El punto neurálgico era que, al lograrse el crecimiento económico y el pleno empleo –como quería Keynes–, los sindicatos podían pelear un mejor salario directo y el Estado redistribuir un salario indirecto con el gasto social. El “combate” con el capital era parejo, pero lo más importante era que el capital se disciplinaba al sistema keynesiano y estaba a la defensiva, por la guerra fría y la amenaza comunista, entre otras razones. Fue la edad de oro del consumo, el crecimiento y la distribución, que duró hasta finales de los 70. Fue el ascenso de los movimientos nacionales y populares, de los movimientos de descolonización y de los países no alineados. En lo cultural predominó el proyecto colectivo frente al individual.

 

Los 80 y la contrarrevolución neoliberal

A fines de los 70 y comienzos de los 80 comienza otra etapa. El capital, como actor político y económico, no está dispuesto a seguir compartiendo la renta y se decide a romper el pacto keynesiano. No acepta que haya pleno empleo y que mediante ello el trabajador y los sindicatos le disputen el poder. Bajo la consigna de la libertad económica –o sea, solo del capital– carga contra el orden de postguerra keynesiano. Las hipótesis nunca comprobadas de Von Hayek y luego de Milton Friedman se adoptan como dogmas.

Es la contrarrevolución neoliberal monetarista que disparan Thatcher y Reagan. Con la apertura y la liberalización financiera se expande el capitalismo financiero global, con el dólar como moneda. Mandan los “mercados” que reclaman el “ajuste” del Estado y la desregulación del “mercado” y de la “mercancía” del trabajo.

Con la apertura y la liberalización comercial se expanden las multinacionales. Hay expansión y concentración de la capacidad productiva; incorporación de desarrollo tecnológico; reducción del empleo industrial; tercerización y precarización de los puestos de trabajo. Gana la cultura del individualismo y del consumismo. Es el desencanto por las utopías y la apatía por lo colectivo. Es el fin de la historia: democracia liberal y capitalismo brutal. Es la era de la llamada globalización.

 

La crisis de la globalización

Pero en vez de ser una era de prosperidad, la globalización ha generado un estancamiento general y un crecimiento exponencial de las desigualdades de la renta y del ingreso. Los mecanismos de valorización financiera sin control alguno dan paso a crisis e inestabilidades recurrentes.

Este capitalismo financiero, que fue comprando tiempo y pateando para adelante los conflictos por el ingreso, se va quedando sin salida. Fue apelando a la inflación, luego al aumento de la deuda pública y posteriormente al aumento de la deuda privada. Pero hoy la suma de la deuda pública más deuda privada –de hogares y empresas– equivale a tres veces el PBI mundial. Calculemos que esa deuda se incrementa a una tasa de interés compuesta anual y que por lo tanto solo un crecimiento constante de la economía mundial podría hacerla sostenible.

Pero un modelo que proponga el crecimiento constante sin límites puede ser un suicidio de la humanidad por las consecuencias ambientales. La Encíclica Laudato Si es un llamado de atención en ese sentido, así como a cambiar la cultura del descarte y a enfrentar los desafíos para lograr la inclusión social.

Luego de la crisis de 2008 se perdió la oportunidad de debatir el modelo. Pudo más el poder financiero-mediático. En vez de corregir el rumbo, todo el poder fue a los bancos centrales y los banqueros. Ahora son los votantes, en su mayoría trabajadores, que dicen “basta” a la globalización. Van en busca de otras opciones. Vino entonces el Brexit y el triunfo de un Trump proteccionista. Empieza a configurarse otro escenario, como la actual guerra comercial entre China y Estados Unidos. Estamos en el nacimiento de otra época.

 

La innovación tecnológica y su impacto en la economía y el trabajo

En este contexto, estamos inmersos en un profundo cambio tecnológico que tiene impacto en la estructura productiva y social. Es impulsado por fuerzas económicas, pero también culturales, políticas y sociales.

Desde el punto de vista económico, siempre existirá la tendencia a la incorporación de nuevas tecnologías para abaratar costos de producción o para mejorar productos. Siempre habrá una fuerza que se mueva en el sentido de la innovación para obtener ahorro de costos, mejora de precios o mayor rentabilidad. Un nuevo conocimiento permitirá implementar una nueva forma de producción, modificar productos e introducir cambios en la organización del trabajo. Es como el engranaje de una maquinaria, donde el motor de la innovación de un proceso productivo mueve el engranaje de la transformación de la estructura productiva y éste produce una transformación social.

El sector del capital desde siempre impulsa la automatización y a la vez la fragmentación o tercerización del trabajo. Con la automatización las máquinas simulan trabajo humano y lo reemplazan. Con la fragmentación se logra dividir el proceso productivo en diferentes tareas a ser desarrolladas por diferentes trabajadores, firmas o países. Mediante estos dos mecanismos se fortalece el poder del capital frente a los trabajadores y sindicatos.

No podemos oponernos a estos procesos ineluctables: tenemos que cabalgar con ellos. Como hicieron los trabajadores y los sindicatos desde la primera revolución industrial.

 

La cuarta revolución industrial ya llegó

Hoy estamos transitando la cuarta revolución industrial. La primera (1750-1870) fue la era de la mecanización y la máquina de vapor. La segundo revolución (1870-1914) fue la producción en masa y la electricidad. La tercera revolución, desde 1950, fue con la automatización y la computación. Y ahora la cuarta revolución ocurre con la robótica, la biotecnología, la nanotecnología, la inteligencia artificial, las plataformas tecnológicas, la uberización de la economía, la Internet de las cosas, las impresoras 3D y la nueva era de Internet con Blockchain. Cada una de estas tecnologías tendrá un impacto en procesos productivos, en productos y en la organización del trabajo y empresarial. Solo como un pantallazo diremos que: a) se afirma que los robots ocuparán la mitad de los puestos de trabajo para 2055, y que en la Argentina entre el 47 y el 49 por ciento de los empleos podrían ser reemplazados por las máquinas en las próximas cuatro décadas; b) la aplicación de biotecnología aplicada cambiará profundamente a la agricultura y la medicina; c) la nanoingeniería aplicada posibilitará el desarrollo de materiales “inteligentes” que se arreglan solos y el diseño de materiales más amigables con el medio ambiente –nuevos materiales, como la nanocelulosa, de múltiples usos industriales, tienen gran importancia para el sector celulósico, y otra novedad para el sector industrial papelero constituye la posibilidad de fabricar papel sin agua y producir celulosa casi sin energía–; d) la inteligencia artificial cambiará profesiones como la abogacía y la medicina; e) un factor clave a tener en cuenta es que en la economía digital se puede lograr el coste marginal cero, o sea que, luego de una inversión inicial, el costo de cada nueva unidad es casi nulo, lo que potencia el desarrollo de plataformas tecnológicas, las Tecnologías de la Información y la Comunicación y las industrias teleinformáticas; f) la tecnología de Blockchain, que es en esencia un algoritmo criptoinformático, puede hacer evolucionar Internet hacia el desarrollo de actividades financieras y monetarias descentralizadas totalmente novedosas, que desafiarán el poder financiero y bancario tradicional, ya que podrán “tercerizar” la confianza en un robot informático.

 

Reconstruir el pacto

Esas son a título de ejemplo algunas de las transformaciones que la innovación tecnológica nos depara. Los analistas se dividen entre los tecno-pesimistas –que vaticinan un futuro sin trabajo– y los tecno-optimistas –que entienden que habrá primero una ola de destrucción de viejos trabajos y luego la creación de nuevos y mejores.

Desde algunos sectores se discute la posibilidad del fin del trabajo, y que por lo tanto se debería –y se podría– garantizar una renta básica universal a todos los habitantes, una idea polémica porque hace desaparecer al actor del trabajo. Otros proponen un impuesto al robot que equilibre impositivamente los beneficios que obtiene el capital de la automatización del trabajo.

El escritor inglés Chesterton definió irónicamente a la tecnología como “un conjunto de conocimientos que reduce el número de trabajadores… y de dueños”. La pregunta pasa entonces por un dilema ético: ¿el cambio tecnológico va a servir para una sociedad más excluyente o más incluyente? ¿Más justa o más injusta? ¿Civilización humana o barbarie de un capitalismo salvaje?

La respuesta a ese dilema ético está en el plano de la política. ¿Será posible articular una nueva relación entre los tres actores: el Estado democrático, los trabajadores y sus sindicatos, y el capital productivo? ¿Una relación que no plantee la fagocitación o desaparición de alguno de estos tres sectores? ¿Un pacto para salir de esquemas económicos de alto desempleo, bajo crecimiento y de una economía de la escasez planificada y una frenética especulación financiera?

Necesitamos una nueva economía que distribuya equitativamente los esfuerzos y nos devuelva la justicia social perdida. Un nuevo acuerdo social donde los avances científicos y los procesos de innovación tecnológica apalanquen el desarrollo humano y social, y no solo los beneficios de los accionistas del capital. En los países periféricos y dependientes como el nuestro es estratégico para el desarrollo industrial no solo apoyar, sino “apoyarse en la ciencia y la tecnología”, como dice el documento de la Comisión de Innovación, Ciencia y Tecnología del Instituto Cafiero.

Tenemos que renovar la democracia representativa, avanzando en una democracia participativa que garantice progreso y distribución. Para ello es clave que los trabajadores y sus sindicatos “sepan de qué se trata”.

Podríamos hacer referencia a experiencias de otros países o regiones, pero entiendo que las presidencias de Perón, tanto entre 1946 y 1955 como luego en el breve período de 1973 y 1974, fueron muy buenos ejemplos de articulación y acuerdos entre Estado, trabajadores y empresariado productivo. La historia no se repite. Pero en nuestra historia está el futuro.

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