¿Qué economía tendríamos si Macri hubiera sido reelegido en 2019? Un contrafáctico para entender las disputas vigentes

La Argentina tiene una historia muy complicada de gobernabilidad asociada al sector externo. Gobernar el dólar es gobernar la Argentina. Esto lo sabemos desde Diamand: “el desarrollo económico de las estructuras productivas desequilibradas [como la nuestra] se caracteriza por una divergencia crónica entre el consumo de divisas y su generación”. Resolver los problemas dados por la estabilidad cambiaria mejora la imagen de gobierno. Pero no es tan fácil: el problema emerge cuando se toman atajos fatales y esa estabilidad se sostiene sólo en base al endeudamiento externo. Recordemos que Dujovne decía al final de 2018: “en la Argentina nunca se hizo un ajuste de esta magnitud sin que caiga el Gobierno”. Notable.

Lejos de lo que se suele decir en la prensa, el plan macrista consistió en una verdadera estrategia de seguidismo de intereses extranjeros o transnacionalizados de la economía. ¿En qué datos nos basamos? El salario real del sector privado local, en promedio, cayó casi 20% durante los cuatro años de Macri, la industria cayó 14% en ese lapso, el PBI per cápita se redujo 8,3% y el PBI per cápita en dólares corrientes se redujo 36% en esos mismos fatídicos años. La pobreza subió desde 27% hasta 35,5%: casi 4,4 millones de personas más, mientras el negocio de deuda sumó un poco menos de 90.000 millones de dólares de deuda neta, con un perfil de deuda que empeoró en relación con 200.000 millones de dólares de deuda bruta contratada, incluyendo rolleo.

A pesar de estos niveles récord de deuda –2017 fue el año que más deuda total en dólares constantes se tomó en la historia de la Argentina– la volatilidad fue enorme y descontrolada. ¿Para qué tomar deuda en estos niveles si no se puede frenar la volatilidad cambiaria? Bueno, para permitir una ingente salida de recursos de la economía, con transferencias de los sectores populares a los sectores extranjeros. Los niveles de formación de activos externos llegaron a 88.000 millones de dólares –según el BCRA, absoluta línea con la deuda. Además, se destruyeron 280.000 empleos privados registrados y cerraron 25.000 empresas desde 2015, de todos los tamaños.

En ese contexto, el macrismo buscaba responder a la necesidad de dólares para atender los cada vez más inmanejables compromisos externos, de manera tal que la volatilidad empujaba las actividades vinculadas al mercado interno a una caída en picada, liberando en ese proceso la necesidad de importaciones para consumo o inversiones, y liberando dólares que se iban por la canaleta de la fuga, los pagos de intereses y la salida de fondos especulativos. Lógicamente, mientras tanto, los sectores con activos en dólares o con precios en dólares se disociaban del ciclo recesivo y obtenían poder político, verdadero objetivo estratégico –y logrado con cierto éxito– del gobierno del PRO.

¿Y si hubiera ganado Macri en 2019? ¿Cómo habría “profundizado” su modelo? ¿Habría seguido con la concentración, la extranjerización y los negocios de empresas afines? No es fácil la rigurosidad, porque no hay un solo camino. Pero algunas pistas tenemos, por lo que hizo en el pasado o por lo que critica ahora. No es exagerado suponer un nuevo tarifazo, sumado a un tipo de cambio aún más caro, que habría generado otro año de altísima inflación, similar al 54% de 2019. Para compensarlo, la única idea que probablemente habría aplicado ese hipotético gobierno sería más ajuste estatal. En medio de una pandemia y sin Ministerio de Salud, una política semejante habría generado un caos inédito para la Argentina, disparando las muertes y la pobreza por la depresión económica a niveles mucho más dolorosos que los actuales.

Este es un año inédito: el COVID-19 genera estragos en todo el mundo. En nuestra región, la pandemia no fue menor: las economías de Chile, Perú, Ecuador, Argentina, Honduras, República Dominicana, Colombia y Bolivia cayeron entre 14% y 10%, mientras que Paraguay, que es la economía que menos cayó, lo hizo en un 4%. No es difícil imaginarse qué habría pasado con nuestro país si la inversión en salud hubiera sido menor, y si además no se hubiese fomentado la economía con inyecciones monetarias a través de paquetes fiscales –el IFE y el ATP no entran en el dogma de Juntos por el Cambio– y empujándola así a una caída similar a la actual. La caída en la actividad provocada por una cuarentena “light” se habría visto compensado por el ajuste: una caída de la demanda y por ende de la oferta, en un contexto donde quizá el endeudamiento externo se habría profundizado para salir del default con una mala reestructuración.

Durante este año 2020, con un gobierno alejado del color amarillo, nos encontramos con un Estado decidido a gestionar la salud y la economía en pandemia, un verdadero desafío político y económico de gestión para sostener las necesidades sociales y productivas en un contexto de restricción externa con una deuda gigante heredada del gobierno de Cambiemos, que la profundizó a tal punto que defaulteó hasta la deuda en pesos en 2019.

Como prueba, basta revisar el pasado reciente: la inversión en obras bajó hasta 1,1% del PBI en 2019, el menor nivel desde 2005, según el mismo Dujovne. Claro, corrían tiempos de hacer lo que pedía el FMI: ajustar los gastos de capital, que son los mejores para ajustar toda la economía, por el efecto dominó que genera en la actividad, multiplicador del gasto autónomo. Entonces, el gobierno de Macri… ajustó el gasto en obras. Parecían muy felices es esa tesitura, pero dejaron de estarlo cuando el expresidente fue el primer mandatario argentino que se presentó a una reelección y perdió.

¿Qué cosas ocurrieron con Alberto Fernández que habrían sido improbables con Macri? Frente a la pandemia, se tomaron decisiones que fueron apuestas para sostener a flote el sistema económico argentino y para facilitar una recuperación medianamente buena cuando termine la pandemia. Esas decisiones implicaron alrededor de 6,7% del PBI según datos oficiales, y en gran medida se financiaron con emisión, en un contexto en el que no había crédito para la Argentina. El IFE llegó a 9 millones de familias y en el ATP llegaron a entrar 240.000 empresas en las rondas iniciales, y alcanzó a casi 2,3 millones de trabajadores y trabajadoras que recibieron el salario complementario. Esto requirió un esfuerzo estatal enorme, además de créditos a tasas negativas y gastos extraordinarios en los ministerios de Salud y Desarrollo Social.

En síntesis, los proyectos y las formas de gestionar de Macri y de Alberto son rotundamente opuestos. Mientras el primero seguramente habría activado sin dudarlo el resto del préstamo del Fondo por más de 13.000 millones de dólares y habría conseguido un arreglo pobre en la reestructuración de su propia deuda externa –con amigos del tamaño de Blackrock, Templeton, Fidelity y tantos otros–, Alberto en cambio tomó un camino de gestión productivo interno, aunque hoy entorpecido por la pandemia. El macrismo habría intentado reeditar la burbuja de deuda que le reventó en 2018, alargando la agonía hasta la ocurrencia de nuevas devaluaciones… en medio de la pandemia. Se puede por tanto suponer que la actividad económica habría tenido peores resultados.

La democracia trajo la solución necesaria para recuperar el Estado. Crecimiento o volatilidad; política de ingresos o fuga de divisas; independencia o subordinación; desarrollo regional o concentración; intervención del Estado en la economía o desregulación destructiva de las capacidades productivas… son las disyuntivas hoy. La Argentina tiene que aprender a convivir con la grieta y lograr que no sea un estorbo para crecer.

 

Hernán Herrera es miembro de la Fundación para el Desarrollo Urbano Sustentable y docente en UBA y FLACSO.

La revista Movimiento se edita en números sucesivos en pdf que se envían gratis por email una vez por mes. Si querés que te agreguemos a la lista de distribución, por favor escribinos por email a marianofontela@revistamovimiento.com y en asunto solamente poné “agregar”.

Share this content:

Deja una respuesta