Manadas compartiendo espacios

Las dificultades en la convivencia entre diferentes especies siempre ha sido materia de análisis y de transformaciones profundas. La lucha por la ocupación del territorio, por apoderarse de sus recursos para posibilitar la supervivencia y el crecimiento del más fuerte siempre acarrean dificultades y consecuencias.

 

Vivir en el humedal

Si a la expansión urbana no la regula el Estado, lo hace el mercado. Es imposible escapar de esa definición. Y convertir suelo rural en suelo urbano es un negocio muy rentable. Por diferentes razones y marcos políticos, la expansión de urbanizaciones cerradas fue un boom privado a finales de los 90. La movilización de activos económicos internacionales –y su impacto local– generó una ola globalizadora que desequilibró la relación entre lo público y lo privado. La desigualdad evidente entre municipios pequeños y grandes capitales condicionó la articulación entre la gestión pública local y los grandes inversores. El Estado minimizado –tanto en inversión pública como en normativa reguladora– dejó lugar a las inversiones privadas en la producción de espacio urbano alternativo. Se alejó de su rol regulador de estos procesos de crecimiento del capital, y se acercó a los intereses económicos sectoriales, descuidando los intereses generales de las comunidades.

Un exponente de esa megaurbanización cerrada es Nordelta, en el municipio de Tigre, que muestra la manera de articular –o no– iniciativas públicas y privadas con consecuencias que se han puesto de manifiesto a lo largo del tiempo. Mediante un plan maestro, Nordelta se planificó hasta el mínimo detalle. Su estrategia de marketing mencionaba que la ciudad había sido diseñada con el objetivo de buscar un balance entre espacios verdes, agua y áreas urbanas… el ambiente fue caracterizado por su armonía urbana y estética, las diferentes densidades de población y la distribución adecuada del tráfico. Puesto en esos términos, sólo podrían acceder a una mejor calidad de vida quienes tuvieran la posibilidad de comprar una vivienda dentro de las planificadas urbanizaciones. Para el resto de la población sólo quedaba conformarse con el espacio urbano deteriorado, administrado por un Estado en crisis.

Las urbanizaciones de este tipo se convierten en una nueva forma de diferenciación socioespacial, con actores económicos que tienen un rol central y reniegan del resto de las ciudades, armando un mundo propio, completamente separado de la realidad local. Así lo expresa su propio sitio web: “Nordelta nació de una idea de Julián Astolfoni que se originó en 1972, tiene como antecedentes las Villes Neuves de París y otros emprendimientos urbanísticos de Europa. La intención era atender una demanda insatisfecha, dado que en Gran Buenos Aires no había urbanizaciones que pudieran ofrecer adecuadas infraestructuras de saneamiento y demás servicios, junto con una planificación urbanística racional, integrada y previsible en el futuro. El proyecto fue aprobado en 1992 por la Provincia de Buenos Aires. En 1998 Julián Astolfoni y Eduardo Costantini se asociaron para comenzar a hacer realidad la idea. 1999 fue el año de lanzamiento del primer barrio, La Alameda, y en el 2000 se entregó el primer lote para su construcción. En menos de 15 años Nordelta se convirtió en la primera Ciudad Pueblo de la Argentina, con más de 30.000 habitantes disfrutando un nuevo estilo de vida”.

 

Las especies del humedal

Vivir en contacto con la naturaleza muchas veces es sólo una expresión de deseo, pero no se toma en cuenta en toda su dimensión. El año pasado los carpinchos fueron noticia por las “dificultades de la convivencia”. Miles de memes aún recorren las redes sociales. Quienes no los conocían han aprendido las características de este roedor, el más grande del mundo, presente en esteros, lagunas, humedales y cursos de agua de todo el litoral argentino y zonas cálidas y húmedas de Sudamérica. Los carpinchos tienen dientes de crecimiento continuo –como los conejos, chinchillas y castores– y necesitan gastarlos mordiendo permanentemente las cortezas de los árboles. Viven unos diez años y pesan hasta 60 kilos en la edad adulta. Como son mayoritariamente herbívoros, comparten espacios con vacas y caballos sin inconvenientes. Sus enemigos naturales son el yaguareté, el ocelote y los yacarés, que pueden comer sus crías. Pero en la actualidad los principales depredadores son los perros y fundamentalmente el ser humano, que puede consumir la carne y el cuero.

Los carpinchos tienen un fuerte sentido de territorialidad. Se mueven en manadas de 8 a 40 individuos, marcando el territorio con sus glándulas sudoríparas. La marcación sirve para defender al grupo familiar, a la manada y al propio individuo solitario. Sus actividades de pastoreo, reposo, baño y nado, reproducción y cópula se realizan dentro de un territorio o localidad que aporta una cantidad apreciable de agua. Al detectar la presencia de un intruso, alertan emitiendo un ruido gutural muy estridente.

No son agresivos, pero son animales silvestres que deben vivir en su hábitat y no como mascotas. No son animales domésticos. Son fundamentales en el ecosistema del pastizal. Reciclan el nitrógeno de manera más eficiente que los demás animales, ya que en cuestión de horas –a través de la orina principalmente– hacen solubles muy importantes cantidades de nitrógeno, que regresan de nuevo al pastizal y mantienen su fertilidad.

 

Ecosistemas acuáticos

En nuestro país, la valoración de los ecosistemas acuáticos como fuente de biodiversidad, provisión de beneficios sociales y funciones ecosistémicas es aún un tema pendiente. Se ha avanzado en el estudio y el conocimiento de los humedales de Argentina, pero en la gestión cotidiana del territorio aún se asocian los humedales como áreas “vacías” sin prioridad para la conservación, o bien se aplican enfoques y herramientas de gestión del suelo propias de ecosistemas terrestres que no incorporan la variabilidad y la conectividad que caracterizan a los humedales.

Argentina es un país altamente vulnerable a los efectos del cambio climático, que necesita adaptarse de manera urgente, dada la gran diversidad de áreas sensibles. Cuando se mencionan los humedales se piensa inmediatamente en el Delta paranaense, pero los humedales de Argentina tienen distintas características y están en todo el territorio nacional: esteros y bañados, vegas altoandinas, mallines y turberas patagónicas, humedales marinos costeros, entre otros.

En los últimos tres años, el déficit hídrico en gran parte del territorio nacional ha mostrado una imagen severa de los impactos del cambio climático, así como exhibe una muestra de los riesgos posibles que depara el futuro. Las consecuencias de la escasez de lluvias y la bajante de los ríos impactan fuertemente en todo el litoral: incendios de enorme magnitud, desaparición de playas por la bajante de los ríos, descenso del nivel de los embalses de las represas. Las pérdidas no solo están en el sector de la producción primaria, sino en el sector servicios, como el turismo, el transporte y la baja en la inversión.

Es importante la regulación de los usos del suelo en estos ecosistemas, que permitan la conservación, pero también es prioritario el desarrollo de las comunidades que los habitan y los utilizan. Comprender la dinámica propia de los humedales significa también trabajar en las áreas de amortiguación. No es posible lograr resultados sin la participación de todos los actores: organismos gubernamentales, comunidades rurales, pueblos originarios, emprendedores de servicios turísticos, proveedores de bienes y servicios del sistema primario, universidades e institutos de investigación.

 

El desafío de crecer

No es simplemente una cuestión de convivencia. Se trata de la ocupación de espacios, de balance ambiental. Ese balance no cierra cuando se achican los espacios y los elementos para capturar carbono y producir oxígeno. La pérdida de los ecosistemas acuáticos intensifica los impactos de las demás amenazas climáticas, conexas al cambio de uso del suelo y la extracción de recursos naturales.

Es simple tener una postura a favor de la conservación cuando se tiene un ingreso estable. Desde las grandes ciudades se idealizan muchas cosas, pretendiendo “no tocar nada”, manteniendo los espacios vírgenes y considerando que la intervención del ser humano degrada el paisaje. Difícil de entender para un joven lugareño que busca empleo y su alternativa es el desarraigo.

Una opción interesante es el turismo vinculado a la naturaleza. Sería importante asegurar que los ingresos provenientes de ese tipo de turismo puedan llegar a manos de las pobladoras y los pobladores de estas grandes extensiones, aisladas en distancias o de alturas impensadas. De cualquier manera, solo algunos podrán trabajar en el sector hotelero o gastronómico en la temporada, ser guías turísticos, o vender productos artesanales en los mercados de fin de semana. Estos ingresos no alcanzan para sostener a las familias, por lo que el modelo no cierra sin asistencia estatal.

Nada se logra en la inmediatez. La transición hacia un modelo sustentable demandará años, pero es el único camino posible. El debate es político, y dejar de crecer no es una opción.

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