La construcción de la nueva normalidad

Las complejidades de la cuestión

Que la pandemia ha puesto al mundo patas para arriba es una imagen que ya puede sonar a muchos como repetida, pero creo que todavía no somos capaces de comprenderla en toda su significación.[1] El estado de las cosas que reina sin excepciones a lo ancho y lo largo del mundo muestra niveles inéditos de una incertidumbre que no nos permite evaluar qué cosas cambiarán, ni mucho menos asegurar en qué sentido lo harán;[2] también muestra niveles de una complejidad enraizada en interacciones profundas que existen entre los factores de poder económico, político y social, y que no son bien conocidas ni comprendidas por las grandes mayorías; así como una enorme volatilidad que imprime velocidad y sentido cambiante a los hechos; factores a los que se agrega una ambigüedad generada por la diversidad, el antagonismo y la relatividad de los valores con que cada actor visualiza los hechos. Lo dicho explica las dificultades que encierran los que parecen inútiles intentos de describir las características de la nueva normalidad, si es que esta llega a existir. Digo esto último porque estimo que será muy probable que no nos encontremos ante una única nueva normalidad, sino ante distintas normalidades en pugna.

¿Qué hacer ante este panorama? A partir de la imperiosa necesidad de avanzar y afianzar definitivamente la construcción de una Patria justa, libre y soberana con memoria, verdad y justicia, estoy convencido sobre la necesidad de trabajar en la construcción de una nueva normalidad acorde a nuestras convicciones, una que permita y promueva el cumplimiento de la principal oferta de la campaña que nos llevó al gobierno: generar empleo, reactivar la economía, mejorar la distribución de la riqueza y reducir la pobreza.

Para avanzar en esa construcción y en la medida de mis posibilidades, comenzaré por tratar de definir el camino a recorrer, de dónde venimos y hacia dónde queremos ir; en segundo lugar, intentaré analizar el estado de la situación presente; luego evaluaré los desafíos que presenta ese recorrido; y para concluir, trataré de establecer algunas conclusiones y recomendaciones que puedan aportar a la cuestión.

 

De dónde venimos y hacia dónde queremos ir

La primera impresión que surge naturalmente es que partimos del resultado catastrófico de los cuatro años del gobierno neoliberal encabezado por Macri, al que luego se vino a sumar el impacto de la pandemia, todavía en curso. Si bien esa impresión muestra la bisagra que generó el gobierno neoliberal de Cambiemos con respecto a los gobiernos de Néstor y de Cristina, creo que resulta insuficiente para nuestro análisis.

Para definir las características de la vieja normalidad, punto de partida de la construcción que propongo, conviene revisar la evolución económica a largo plazo, así como la de las relaciones de fuerzas políticas y sociales que condicionaron el desarrollo nacional. Desde hace más de 60 años y a lo largo de los distintos gobiernos, nuestro país viene mostrando un continuo subibaja, en el que se repiten períodos de crecimiento económico, seguidos por otros de crisis económica que recortan los avances alcanzados. Para no irnos tan lejos, revisé el comportamiento del PIB en los últimos 30 años a partir de los datos publicados por el INDEC. En 1990 se inició un período de crecimiento de ocho años de crecimiento económico[3] –excepto una caída en 1995– que generó entre puntas una mejora del PIB del 46%, un 4,9% anual acumulativo; a partir de 1998 se suceden durante cinco años consecutivos caídas del PIB, por un total entre puntas del 14%, un -2,6% anual; desde 2003 hasta 2011 comienza un nuevo período de nueve años de crecimiento –con caídas en 2008 y 2009, producto de la crisis internacional– que mejoran el PIB en un 68% entre puntas, un 5,9% anual; desde 2012 se reinicia un período de crisis, con siete años de estancamiento del PIB –con breves mejoras en 2013 y 2017– seguidos de las caídas de 2019 y del pandémico 2020, lo que significó una caída del PIB entre 2012 y 2020 del 23%: -2,4% anual acumulativo. Me parece de especial interés resaltar el estancamiento económico del período 2011 a 2019, que con una variación negativa del PIB del -0,3% entre puntas, alternó años pares con caída en el PIB y años impares de recuperación –excepto 2019, año también recesivo. El gráfico que sigue[4] es suficientemente ilustrativo del estancamiento económico que venimos padeciendo durante los últimos 10 años.

En resumen, en los últimos 30 años tuvimos dos períodos de crecimiento del PBI intercalados con dos períodos de caída, con un aumento neto entre puntas para todo el período del 63%, un 1,6% anual acumulativo, que según datos del BID muestran el menor crecimiento económico en toda la región.

También interesa analizar las evoluciones del tipo de cambio y de la inflación que sufrimos en esos mismos períodos, en los cuales resaltan importantes devaluaciones y saltos inflacionarios que acompañan a cada período recesivo, tal como se muestra en la siguiente tabla.

Para completar este apretado panorama creo importante revisar el comportamiento del salario frente a la inflación, cuestión íntimamente relacionada con la orientación política de cada gobierno. Durante el período neoliberal de 1995 a 2002, los salarios mostraron una caída acumulada de 41 puntos porcentuales frente a la inflación; en tanto, durante el período de 2003 a 2015, los salarios entre puntas superaron en 409 puntos porcentuales a la inflación acumulada; entre 2016 y 2019 la pérdida salarial totalizó 25 puntos porcentuales frente a la inflación; finalmente, en 2020, y a pesar de la pandemia, los salarios superaron en 1,1 puntos porcentuales a la inflación de ese año.

Las causas de este comportamiento económico parecen estar suficientemente claras y conocidas: en algún momento de los períodos de expansión económica, la demanda total de divisas –suma de las importaciones de insumos industriales y bienes de consumo final, intereses de la deuda externa, repatriación de utilidades de las multinacionales y fuga de capitales– supera a la oferta de divisas –suma de exportaciones, inversiones internacionales y créditos del exterior. El desbalance entre la mayor demanda y la menor oferta de divisas genera su escasez y origina una fuerte devaluación, la cual se traslada al costo de vida, reduce el poder de los salarios y el consumo agregado, poniendo así fin al ciclo expansivo y dando inicio al recesivo.

Las que no son tan claras y mucho menos difundidas son las causas políticas de esos fenómenos, toda vez que, a las necesidades fácticas de divisas, se agrega la fuga de capitales claramente dominada por los poderes económicos concentrados, aunque también incluyen, con mucho menor peso, la guarda de dólares ahorro “bajo el colchón”. Las mecánicas más habituales de esa fuga son la subfacturación de exportaciones y otras maniobras ilegales, tales como la declaración de cantidades o calidades de productos exportados inferiores a la realidad. A esas prácticas se agregan las presiones devaluatorias impulsadas por los poderes concentrados mediante la demora en el cumplimiento de la liquidación de las exportaciones, la retención de exportaciones y la sobrefacturación de importaciones que dan impulso a la inflación, presionando así la devaluación.

Interesa además notar que durante los períodos de expansión económica predomina la demanda de divisas con destino a la importación de insumos y bienes de consumo, mientras que, en los períodos de contracción económica, y en especial los neoliberales, la demanda de divisas se concentra en mayor medida en los servicios de la deuda y la fuga de capitales.

En definitiva, se puede pensar que los ciclos de expansión y contracción económica responden a cambios en las relaciones de fuerza entre los sectores y gobiernos populares, y los intereses económicos concentrados y sus aliados políticos, mediáticos y judiciales.

A estas causales económicas y políticas de los vaivenes económicos es necesario agregar algunos factores sociales que contribuyen a los cambios en las relaciones de fuerza: tal es el caso de los cambios en la opinión pública que naturalmente se derivan del estado de la economía y del mayor o menor éxito de la gestión gubernamental. En tiempo de pandemia, el estado de la opinión pública sobre la gestión gubernamental toma una lógica relevancia. Al respecto, es necesario tomar en cuenta la incertidumbre y el cansancio que viene aquejando a la población, aquí y en todo el mundo, que alientan conductas de rechazo a la situación y –en muchos casos– a las medidas sanitarias adoptadas por el gobierno según lo aconseja la ciencia.

A esos cambios, lógicos y razonables, se agregan otros que no lo son tanto: me refiero a la cooptación de la opinión de porciones importantes de los sectores sociales notoriamente antiperonistas que no pertenecen ni comparten los beneficios de los sectores concentrados. Esta situación se visualiza con claridad en manifestaciones convocadas bajo consignas tales como “todos somos el campo” o “todos somos Vicentin”, en las que participan personas que no tienen conciencia de sus intereses, ni más tierra que las macetas de su balcón.

Este breve recorrido por la evolución económica, política y social que vivimos desde hace ya muchos años es suficiente para caracterizar la vieja normalidad y para definir las características conceptuales de la nueva normalidad que deseamos construir. En un mapa conceptual, partimos de una vieja normalidad caracterizada por vaivenes económicos que impiden un desarrollo sostenido y sustentable; correlaciones de fuerza políticas cambiantes y con capacidad para incidir no sólo sobre el inicio o la finalización de los ciclos económicos, sino también sobre cuáles serán las fuerzas políticas a cargo de la administración; y una parte importante de la sociedad que no muestra un nivel suficiente de solidaridad y una muy baja percepción sobre el bien común.

La nueva normalidad debe ir corrigiendo los déficits de la vieja normalidad: en lo económico, poniendo fin o al menos morigerando los vaivenes en el crecimiento y el desarrollo; en lo político, generando una correlación de fuerzas más estable y favorable a los intereses de la gran mayoría del pueblo; y en lo social, la construcción de mayores niveles de solidaridad y de aceptación del bien común. Nada más, ni nada menos.

Para avanzar en la construcción, lo primero que necesitamos es pasar del mapa al territorio, o sea de lo conceptual a la realidad concreta en que nos encontramos a un año del inicio de nuestro gobierno.[5]

 

El estado de las cosas

A la debacle heredada después de cuatro años de gobierno de Cambiemos y a tres meses de asumido nuestro gobierno, se vino a sumar el impacto mundial de la pandemia que –en nuestro país, al igual que en el resto del mundo– generó un enorme desplome del nivel general de actividad económica, aunque con grandes diferencias entre los distintos sectores, entre los que resaltan algunos pocos favorecidos. En este marco, las prioridades del gobierno se enfocaron inicialmente en la reducción de daños ocasionados por la pandemia, incluyendo la adopción de medidas sanitarias, construcción de nuevas capacidades hospitalarias, equipamiento y capacitación de personal de la salud, seguida por la contratación de vacunas y la organización del programa de vacunación que pudo iniciarse en los últimos días de 2020. En este punto considero necesario destacar como una fortaleza el rol del presidente Alberto Fernández, poniéndose al frente de la emergencia sanitaria y coordinando acciones con el conjunto de los gobernadores, incluyendo a los de partidos opositores, así como el hecho de que a ningún argentino o argentina se hayan quedado sin la debida atención médica.

El gobierno diseñó y acordó protocolos sanitarios con cada una de las actividades y cadenas productivas para mantener la producción y cuidar a trabajadores y trabajadoras, de modo de garantizar en todo momento la producción, el transporte y la comercialización de alimentos y de los insumos necesarios para combatir el flagelo, tales como barbijos, alcohol e inclusive respiradores, así como de insumos industriales necesarios para las respectivas producciones, asegurando su abastecimiento en todo el territorio nacional.

Se implementaron medidas de contención social –ampliación de la AUH y creación del IFE, entre otros– destinadas a asegurar las necesidades básicas de las personas más necesitadas y de los sectores más afectados por la pandemia, con particular énfasis en la preservación del empleo y la supervivencia de las empresas – con ATP y créditos blandos, entre otras–, especialmente las PyMEs. Se logró así proteger a gran cantidad de empresas y a sus trabajadores y trabajadoras de los efectos de la pandemia.

En ese marco, el gobierno renegoció el endeudamiento externo privado con un ahorro de US$ 37.000 millones y se encaminaron las negociaciones que se vienen desarrollando con el FMI para la cancelación de las deudas por US$ 47.000 millones contraídas por la administración de Cambiemos, con plazos de gracia y de pago y tasas de interés que permitan y no limiten el crecimiento y el desarrollo económico. Destaco especialmente el reconocimiento internacional a la voluntad y el liderazgo presidencial y del equipo económico para el cierre exitoso y en plena pandemia de la renegociación de la deuda privada y el inicio de las negociaciones con el FMI.

A inicios de 2021 se evidencian mejoras de la actividad económica, tanto por reducción de las caídas de los niveles de actividad observados en relación con el mismo período de 2019, como por el inicio de un sendero de crecimiento de la construcción y de otras actividades productivas.

Para finalizar esta brevísima síntesis de la gestión de nuestro gobierno, resulta imprescindible destacar las visiones de género aplicadas a la totalidad de las políticas públicas, así como el cumplimiento del compromiso asumido en la campaña electoral de aprobar la ley de interrupción voluntaria del embarazo y la ley de protección de las y los recién nacidos durante los primeros mil días de existencia.

Para avanzar en el análisis del estado de la situación presente y poder evaluar las dificultades que se presentarán en la construcción de una nueva normalidad, conviene examinar el comportamiento que vienen demostrando las fuerzas opositoras y algunos sectores de la sociedad. Entendiendo que las fuerzas opositoras responden claramente a los intereses de los poderes económicos concentrados que cuentan con el soporte de los grandes medios de comunicación encabezados por Clarín y La Nación y de sectores importantes del Poder Judicial, y que en lo político se integran con partidos políticos conservadores y de la derecha neoliberal, y también con partidos minoritarios de una izquierda fuertemente antiperonista, que por lo general termina por hacerle el juego a la derecha.

A partir de la asunción de nuestro gobierno, la oposición reaccionó con algunas conductas que responden legítimamente a su rol, como las críticas ante algunos errores, como las marchas y contramarchas en algunas decisiones y los errores de comunicación. Pese a la falta de propuestas que encierran esas críticas, creo que son parte del juego democrático y que no pueden ser objetadas. Sin embargo, la acción opositora concentró muy mayoritariamente su accionar en otras conductas totalmente ilegítimas, destituyentes y contrarias a los intereses del conjunto de la sociedad, en las que parece primar el “cuanto peor para el gobierno, mejor para nosotros”, sin limitaciones éticas ni frenos de ninguna especie. La recomendación de Macri a Alberto Fernández al inicio de la pandemia –“que mueran todos los que tienen que morir”– aunque formalmente desmentida por el propio Macri y por los grandes medios, queda totalmente confirmada en los hechos por el propio Macri, sus socios políticos y los grandes medios concentrados, con sus continuados respaldos a las falsas opciones entre la salud y la economía, las posiciones de continuo cuestionamiento a todas y cada una de las medidas sanitarias de protección, la comparación con las políticas de otros países que terminan demostrando su absoluto fracaso, y el aliento a la desobediencia civil, que culminan con un inédito e impensable sabotaje a las vacunas y a la vacunación.

Estas posturas opositoras alientan el negacionismo[6] en grandes sectores de la sociedad y que rayan en lo criminal, y tal vez terminen por volverse en contra de sus propios autores y difusores. No estoy convencido de que ello ocurra, toda vez que las y los negacionistas, además de negar realidades objetivas que los perturban, al ser desbordadas sus defensas sicológicas, reaccionan proyectando el enojo –cuando no el odio– que les producen esas realidades hacia quienes hacen culpables de la situación, centralmente el gobierno.

Completo este breve análisis del estado de situación con unos pocos comentarios sobre el escenario internacional en que estamos inmersos. El primero, aunque resulte evidente, es el señalamiento de que la crisis sanitaria y sus consecuencias económicas, políticas y sociales, así como las reacciones, muchas veces irracionales e inclusive violentas de la sociedad ante la pandemia, no son exclusivas de nuestro país, sino que se extienden a lo largo y lo ancho del mundo. Estimo que recién cuando la pandemia pueda ser controlada podremos establecer cuáles fueron las estrategias nacionales y las políticas sanitarias y económicas más acertadas en el combate al coronavirus.

El segundo comentario está relacionado con la crisis en la democracia norteamericana, reflejo de la muerte del american dream a manos del neoliberalismo, de la cual hasta ahora sólo hemos visto la punta del iceberg y cuyas consecuencias se extenderán a lo largo de muchos años, generando además expectativas sobre el debilitamiento del neoliberalismo y la generación de mejores condiciones para el avance de consensos y de políticas destinadas a asegurar una mejor distribución de la riqueza, tanto entre países como entre cada una y uno de sus habitantes.

Para finalizar este breve e incompleto panorama sobre el estado de las cosas en el mundo, cabe pensar que el impacto de la pandemia, que sin dudas alcanza a todos los países y también a todos y a cada uno de los seres humanos, generará tendencias opuestas. Por una parte, los sectores económicos concentrados, beneficiados con el trabajo a distancia y por el aumento del desempleo, intentarán forzar una normalidad que incorpore y naturalice esas “mejoras competitivas”, manteniendo así la vigencia de una doctrina neoliberal recargada.

Por otra parte, se abre la oportunidad de una nueva normalidad construida sobre la base de nuestros valores de justicia social, independencia económica y soberanía política, que no sea exclusiva de nuestro país, sino acompañada por muchos otros. Como mencioné más arriba, podrán coexistir nuevas normalidades en pugna y –si bien la mayor comprensión de las causas profundas de la crisis ha permeado a grandes porciones de la opinión pública mundial, facilitando normalidades más acordes con nuestro pensamiento– los poderes concentrados han demostrado históricamente su capacidad para imponerse por encima del bien común. En definitiva, creo que no podemos caer en el exitismo, aunque sí podríamos ser un poco menos pesimistas que al inicio de la pandemia.

 

Los desafíos del recorrido

En lo político, el primer desafío será lograr un buen resultado en las elecciones legislativas que tendrán lugar dentro de apenas nueve meses, y que en gran medida definirán el clima político de los casi tres años que restan al mandato de nuestro gobierno, así como la mayor o menor factibilidad de avanzar y de dar continuidad en un segundo mandato a la construcción de la nueva realidad.

En lo económico, el principal desafío será avanzar rápidamente hacia una reactivación de la economía, asegurando simultáneamente una redistribución del ingreso hacia las y los más desfavorecidos y, una vez superada la pandemia, dar continuidad a esa mejora mediante un proceso sustentable a mediano y largo plazo de desarrollo económico y social basado en la producción, el trabajo, la generación de empleo y la inversión.

La redistribución del ingreso es condición básica para sostener el crecimiento con inclusión. No sólo hace a la justicia social que significa la disminución de la pobreza y la indigencia, sino que constituye la base del círculo virtuoso que implica dinamizar el consumo y con ello crear el ámbito propicio para estimular la producción local, el trabajo y las inversiones. La política económica que considero necesaria para la Argentina debe equilibrar las mejoras del presente con la sustentabilidad futura, promoviendo un mayor bienestar de la sociedad en el corto plazo, al tiempo que se generan las bases macroeconómicas favorables al desarrollo sostenible en el largo plazo. De ese desafío principal derivan otros dos que considero fundamentales para asegurar un buen resultado en las elecciones 2021: por una parte, poder controlar la inflación y el aumento descontrolado de los precios de alimentos y productos de primera necesidad; por la otra, corregir o al menos mostrar avances en la corrección de las inequidades de nuestro sistema tributario, contrario a los intereses de los sectores populares y de las y los más necesitados.

Específicamente en materia de desarrollo productivo, es necesario mejorar el análisis de las problemáticas de las cadenas productivas, el diseño de las soluciones necesarias para su desarrollo armónico y equilibrado, así como para la concreción de compromisos vinculantes entre el Estado nacional y los sectores productivos para el desarrollo del conjunto y de cada uno de los eslabones de cada cadena productiva. En igual sentido estimo necesarias políticas y acciones que permitan un conocimiento más profundo del territorio, para evitar la creencia de que se puede sustituir con plataformas informáticas la acción territorial, que es insustituible para verificar la disponibilidad efectiva de infraestructura de conectividad digital y la eficacia y el impacto de las políticas y los programas anunciados.

 

Algunas conclusiones y propuestas

La primera conclusión es que pensar el futuro es una actividad política de elevadísimo riesgo, pero que no solo vale la pena asumir, sino que es además imprescindible para el diseño de políticas proactivas.

La segunda es que pensar las características de una nueva normalidad e intentar el diseño de estrategias que permitan avanzar en su construcción encierra una complejidad infinitamente mayor que la que fui capaz de mostrar en este texto. Para poder avanzar con alguna probabilidad de éxito será imprescindible el aporte de múltiples visiones y experticias, incluyendo –además de la económica y del desarrollo productivo– las perspectivas desde la salud y el ambiente, la inclusión social y laboral, la educación, la cultura y la ciencia y tecnología, el desarrollo territorial y federal, la infraestructura y el hábitat, la defensa de la soberanía nacional y de nuestros recursos naturales y energéticos, la defensa de los derechos de las y los consumidores y de los derechos humanos, el desarrollo de los derechos personales de mujeres, géneros, niñas y niños, las comunicaciones, y –en el centro de estas visiones y experticias– los aspectos referidos al desarrollo institucional, la justicia y el rol del Estado y de la administración pública como motor de la construcción.

La tercera conclusión es que cualquier recorrido comienza con el primer paso: en nuestro caso, ese primer e imprescindible paso será lograr un triunfo electoral en las elecciones legislativas, que permita sentar las bases de una sucesión de gobiernos que den continuidad a la construcción y afiancen la construcción de la Patria justa, libre y soberana, con memoria, verdad y justicia que deseamos.

Para alentar un debate de las medidas que sirvan para apuntalar la construcción de la nueva normalidad, acompaño un resumen de algunas propuestas que estimo serán necesarias y que deberían ser analizadas en profundidad, diseñadas en detalle, puestas en marcha y –posteriormente– controlada su efectividad:

  • priorizar las medidas tendientes a controlar y dar continuidad a la reducción de la inflación, convocando y capacitanado a la población y a la militancia para una mayor efectividad en el control de precios; mejorando la eficacia de la Ley de Góndolas, recientemente reglamentada; fortaleciendo la oferta de productores de la agricultura familiar y artesanal, de las cooperativas y las PyMEs mediante un mayor y mejor acceso al crédito, requisito indispensable para que puedan cumplir las exigencias de los supermercados sobre constitución de stocks y plazos de pago; y fomentando el aprovisionamiento desde mercados más cercanos a las grandes ciudades;
  • priorizar políticas de desarrollo productivo que incluyan esquemas diferenciales, segmentados por región, por sector y tamaño de empresa, con foco prioritario en la promoción de las PyMEs más pequeñas y de los sectores con mayores debilidades estructurales: creo necesario que esas políticas estén focalizadas en el crecimiento de un mercado local pujante y una integración regional efectiva, que contemplen una protección razonable del mercado doméstico, la disponibilidad de créditos blandos y que faciliten la mejora y la innovación tecnológica;
  • impulsar una estrategia de inserción política y comercial sobre la base del Mercosur y el Mercosur ampliado, en un contexto de comercio mundial multipolar, con bloques regionales más proteccionistas, fundamentadas en normas técnicas, disciplinas y acuerdos no comerciales;
  • mejorar la comunicación pública mediante un mejor aprovechamiento de los medios y los demás componentes del sistema de comunicación pública, brindando una agenda diferenciada con información municipal, provincial, nacional e internacional de interés público que no es habitualmente cubierta, o que inclusive es escamoteada por los medios concentrados, y que incluya indicadores periódicos confiables que reflejen los avances en materia de reactivación de la economía, anuncios de nuevas inversiones, creación de nuevos empleos, etcétera: esa agenda debe ser complementada con programas educativos, de interés general y de entretenimiento inteligentes y de calidad, que permitan competir con los medios privados;
  • dar a conocer a la brevedad posible la integración y las reglas de funcionamiento del Consejo Económico y Social, dando inicio efectivo a su funcionamiento sobre la base del principio de supremacía del bien común.

Para finalizar, quiero agradecer especialmente los comentarios y aportes que, entre otros, me hicieron llegar Stella Martini, Agustín Colombo Sierra, Diana Guillén, Débora Giorgi, Juan Vendrell Alda, Mónica Hobert, Matías Strasorier y mi hermano Carlos Fumagalli, cuyas opiniones personales no comprometo, pero que me permitieron enriquecer este trabajo. Como siempre, mucho agradeceré cualquier otro comentario o contribución que permitan un debate más profundo sobre el tema.

 

[1] Para demostrarlo, cuando comienzo a escribir estas líneas el Capitolio de los Estados Unidos, hasta ahora paradigma del funcionamiento democrático, está siendo asaltado por fanáticos azuzados por el propio presidente Donald Trump, y obligaron a establecer el toque de queda.

[2] Basta ver las visiones de Slavoj Žižek disponibles aquí en o las de Naomi Klein y contrastarlas con las opiniones de Byung-Chul Han, que sostiene todo lo contrario.

[3] Crecimiento económico que en ese período no sólo no fue acompañado por un desarrollo social, sino, por lo contrario, destruyó empleo y gran cantidad de empresas, en especial PyMEs.

[4] Juan Manuel Telchea: “El serrucho de la economía”. Cenital, 24 de junio de 2020.

[5] Sobre el tema ver mi artículo “Cómo se vislumbra la salida de la pandemia”.

[6] Ver mi nota “Negacionismo y Negacionizadores”.

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