La Comisión Nacional de Energía Atómica y el sector nuclear

Creada en 1950, esta institución dio lugar a todos los organismos y empresas nucleares del país. Posee una distribución que abarca gran parte del territorio nacional y cuatro grandes asentamientos: el Centro Atómico Constituyentes y el Centro Atómico Ezeiza, ambos en la provincia de Buenos Aires; y en la provincia de Río Negro están el Centro Atómico Bariloche y el Centro Tecnológico Pilcaniyeu.

En tecnología, la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) es una de las entidades rectoras de nuestro país, aún en temas más allá de lo nuclear. Su colaboración con la construcción y el desarrollo de paneles solares para nuestro satélite en el Centro Atómico Constituyentes es solo un ejemplo. Llegó a completar el ciclo de combustible nuclear, tanto en lo productivo como en lo que hace al conocimiento tecnológico, con un amplio conocimiento en las llamadas tecnologías sensitivas como la conversión del uranio, además del desarrollo de materiales, desde la metalurgia –aun la del uranio y de aleaciones especiales– hasta el desarrollo de materiales sintéticos.

Respecto al desarrollo de técnicas nucleares aplicadas, tenemos por ejemplo la producción de radioisótopos y radiofármacos que se producen en el Centro Atómico Ezeiza. Además, allí se producen los combustibles nucleares de nuestras centrales y nuestros reactores de investigación, como el viejo RA-3 construido en 1964 y actualizado en 2000-2003. También se tiene la producción de aleaciones especiales, que van desde el circonio y sus aleaciones hasta el titanio. Desde el punto de vista productivo, constituye el centro tecnológico nuclear más importante. Su sector de Medicina Nuclear es particularmente importante, con la Escuela de Medicina Nuclear de Mendoza y su presencia –no solo académica, sino de gran impacto social– en la zona de Buenos Aires y en Bariloche, entre muchos lugares. Por otro lado, el Centro Atómico Bariloche ha sido fuente de conocimiento con el Instituto Balseiro en los laboratorios de investigación básica y aplicada. También están las regionales de Salta, Córdoba, Mendoza y Trelew, nacidas al amparo de la búsqueda del recurso uranífero, pero que son asentamientos que le dan a la CNEA presencia en gran parte del territorio de la nación.

En lo académico, posee tres institutos con diferentes orientaciones, siempre con vinculaciones con lo nuclear: el mítico Balseiro, el Sabato y el más joven, el Dan Beninson.

Así, las actividades de la CNEA van desde la investigación básica y el desarrollo tecnológico hasta la producción. Su actividad desde 1950 dio lugar a empresas que permitieron expandir la actividad nuclear. Iniciado en 1976, INVAP –en principio, una sociedad entre la provincia de Río Negro y la CNEA, que en el año 2000 se retiró, dejándola en manos de la provincia– fue creado para comercializar los productos tecnológicos de CNEA, principalmente los reactores de investigación; CONUAR y FAE son empresas de CNEA con participación privada asentadas en el Centro Atómico Ezeiza, además de construir los combustibles de nuestras tres centrales nucleares y nuestros reactores de investigación, participan en otras industrias, tales como la aeroespacial, con los tubos de aleaciones especiales; DIOXITEK es una sociedad de CNEA y la provincia de Mendoza productora de dióxido de uranio, de fuentes de cobalto 60 y comercializadora de radioisótopos; ENSI, sociedad entre CNEA y la provincia de Neuquén, no solo opera la planta de agua pesada, sino que también brinda servicios de ingeniería.

No es nuestra intención hacer una descripción detallada de las empresas, cada una con sus virtudes y defectos, que escapa al alcance de este simple artículo. Las hay con alto perfil, como INVAP, y otras que no lo tienen, como CONUAR y FAE, cuya importancia no es menor. Pero corresponde destacar que CONUAR, FAE, DIOXITEK y ENSI son el corazón productivo de nuestro ciclo combustible nuclear. Además, de la antigua Gerencia de Área de Centrales Nucleares de la CNEA surgió la NA-SA, de la misma manera que de la Gerencia de Área de Protección Radiológica y Seguridad surgió la ARN, el organismo regulador de la actividad. La NA-SA, además de operar nuestras centrales nucleares, tiene importantes grupos de ingeniería.

 

¿Cuál es la situación de CNEA y el Sector Nuclear?

Todo organismo tiene –o debería tener– un objetivo. La CNEA nació con el fin de dominar todos los ítems relativos al uso de la energía atómica –nuclear– en todas sus etapas, desde la minería de uranio hasta la producción energética, más las tecnologías derivadas, como sus importantes aplicaciones medicinales e industriales. En lugar de transcribir las incumbencias que da la legislación desde 1950 respecto al tema, aquí se opta por describir someramente los logros y las falencias. Los logros nos deben dar satisfacción y orgullo, y las falencias son el empuje para seguir adelante.

Un breve análisis histórico muestra que hemos tenido, con las diferentes conducciones de la CNEA –al principio, Dirección Nacional de Energía Atómica–, varios periodos diferenciados. Allá por 1950, el coronel González y luego el almirante Iraolagoitia encabezaron CNEA durante el primer peronismo; luego, en 1955 fue el almirante Quihillalt hasta 1973 –con un corto periodo del almirante Helio López– para luego regresar entre 1973 a 1976 Iraolagoitia. Sin dudas, 1950-1976 fue el periodo de mayor progreso de la actividad nuclear en nuestro país. Prácticamente de la nada, la actividad de CNEA surgió del famoso intento fallido del doctor Richter, y en paralelo y en el mismo periodo se pasó rápidamente a poseer un importante dominio de la radioquímica y se instaló el primer sincrociclotrón de Latinoamérica. En poco tiempo nacieron los tres centros atómicos actuales, los reactores de investigación, el sistema productor de radioisótopos y radiofármacos y una central nuclear en operación –la primera de Latinoamérica: Atucha I– y comenzaba la construcción de la Central Nuclear de Embalse. Éramos capaces de construir los combustibles de esas centrales desde nuestras minas de uranio. Además, ya para mediados de los años 50 nuestra ciencia nuclear descollaba con sus investigaciones y el descubrimiento de nuevos radioisótopos. Éramos el segundo país de América que había reprocesado plutonio en 1969… Un observador podría preguntarse: ¿cómo pudo ser que desde 1950 hasta 1976, habiendo sido un periodo de nuestra patria con notables antinomias, peronismo-antiperonismo y demás, la CNEA pudiera avanzar con una relativa eficacia? Una posible respuesta nos la confesó en su casa el almirante Oscar Quihillalt a mediados de los 90. Allí nos contó de su amistad con su predecesor –que luego fue su sucesor– el almirante Iraolagoitia, y cómo ambos pusieron como condición a sus respectivos gobiernos que no existiera persecución política dentro de CNEA, además de un acuerdo global sobre los grandes objetivos que se tenían en esos momentos. Fueron factores de estabilidad que permitieron tal progreso. Y debemos sumar dos características presentes en esa época: liderazgo y conducción.

En marzo de 1976 llega el tristemente célebre Proceso de Reorganización Nacional. Asume la presidencia de CNEA el almirante Castro Madero. Todo lo mencionado anteriormente se acaba. Comienza la persecución política interna, con desaparecidos incluso dentro de las instalaciones de CNEA, y al mismo tiempo, paradójicamente, la aparición de enormes recursos económicos. Así se inicia un gasto superlativo en el sector. El presupuesto de CNEA llegó a ser mayor al de la provincia de Buenos Aires. Las Fuerzas Armadas son instituciones de la República, y al Proceso lo encabezaba una facción de esas Fuerzas que no representaba a la totalidad de sus integrantes, tal como nos consta. La CNEA se vio sectorizada, al igual que la Junta y otras áreas de la dictadura militar. Cada institución del Estado tenía representación de las distintas armas. En caso de la CNEA, la Marina tenía el control de la institución –como había sido de hecho hasta ese momento, aunque no oficialmente– pero el Ejército mantuvo una gran parcela. Se generó una disputa interna dentro de la institución: la Marina iba por el enriquecimiento de uranio, y el Ejército por el reprocesamiento y el plutonio. El almirante Castro Madero no pudo ejercer liderazgo ni conducción, más allá del alto perfil que tuvo en esa época.

En ese periodo se logró con demora (1983) inaugurar la segunda Central Nuclear Argentina: Embalse. Se inició la construcción de la Planta Industrial de agua Pesada –aunque fue proyectada en 1975 e inaugurada en 1993– y de la Central Nuclear de Atucha II, inaugurada recién en 2014. Nuestros científicos básicos tuvieron apoyo, como en la construcción del acelerador TANDAR, y el equipamiento de los laboratorios. La pregunta es si –con todos los recursos con que se contó– no deberíamos haber tenido logros mucho más importantes. Si tomamos los casos de la India o de Corea del Sur, que iniciaron sus actividades después que nosotros, ellos alcanzaron algo que aún no hemos logrado, como el diseño de centrales nucleares de potencia con tecnología propia.

Para el fin del Proceso nos quedamos –a un enorme costo– con una Planta de Enriquecimiento en Pilcaniyeu, con tecnología antigua. Una instalación –digamos– demostrativa, incapaz de cubrir las necesidades de uranio enriquecido para nuestros reactores de investigación, y lo que es peor: dejó una enorme instalación en Ezeiza, la Planta de Reprocesamiento para la obtención de plutonio que no funcionó nunca, una mala inversión de cientos de millones de dólares, habiéndose desmantelado la planta original donde ya se había obtenido plutonio.

Con el retorno de la democracia fue lógico que el monstruoso presupuesto fuera disminuido dramáticamente. Por otro lado, en el periodo posterior al Proceso se lograron éxitos, como la obtención de radioisótopos por separación de productos de fisión, la inauguración de nuevos laboratorios, el ciclotrón de producción, etcétera. Como ya mencionamos, era muy reciente la finalización de Atucha II, que desde el periodo del Proceso fue como un tapón del desarrollo nuclear. Se construyó el reactor de 10 MW RP-10 y su planta de radioisótopos en Huarangal, Perú, por parte de CNEA. También se podrían mencionar los éxitos internacionales de la empresa INVAP, Argelia, Egipto Australia… También se verificó la expansión de la empresa, bajo la conducción de nuestro querido y recordado Cacho Othegui, con su exitoso desarrollo. Radares, satélites, sus exitosas incursiones en el ámbito de la tecnología de defensa, entre otras.

Pero –como ya dijimos– Argentina no logró aún algo tan fundamental como una central de potencia con tecnología propia. En 1984 se inició el proyecto CAREM, una central de potencia modular. Pasó por varios diseños y potencias, la primera versión era de 15 MW eléctricos. Si bien se hicieron avances todavía faltan años para tener el CAREM versión 25 MW. En caso de lograrlo, sería el primer reactor de potencia de diseño nacional. Los últimos cuatro años –de 2016 a 2019– fueron casi mortales para el proyecto, como para casi toda la CNEA y las demás empresas asociadas.

En tecnología existen “hitos” que significan un escalón hacia arriba, no solo en el dominio tecnológico propio, sino por su impacto internacional –cuando decimos “propio” no excluimos el adoptar tecnología foránea si fuera necesario. Es decir que esos “hitos” significan un antes y un después. Un cambio de estatus en la tecnología. Por ejemplo, si vamos al desarrollo espacial argentino, sabemos lo bueno e importante que es como hito el poder construir satélites de gran complejidad, incluso de comunicaciones, pero debemos alquilar el servicio de ponerlos en órbita, lo que sin duda nos limita. El próximo hito es la obtención de un lanzador propio y la posibilidad de poner en órbita un satélite nacional. Esto representaría un impacto estratégico de primer orden a nivel internacional. Un antes y un después.

Volviendo a CNEA y al sector nuclear en general, podemos mencionar algunos impactos relevantes, o hitos: en 1958, primer reactor nuclear construido en Latinoamérica, el RA-1, el primero de una larga sucesión que no describiremos aquí; en 1969, la ya mencionada obtención de plutonio a partir de combustibles de RA-3, que fue la llave de desarrollos que nos permiten hoy tener radioisótopos a partir de radiación del uranio y sus productos de fisión nuclear; en 1974, la primer Central Nuclear de Latinoamérica –aunque adquirida llave en mano– y a partir de ese momento pertenecemos al club de países con generación eléctrica de origen nuclear; en 1983, la obtención de la tecnología de enriquecimiento de uranio, con importante impacto en su momento, conseguido a partir de la tecnología de los años 40, como es la difusión gaseosa.

¿Qué nos falta? Completar el desarrollo del CAREM y la planta de enriquecimiento en algo más que un laboratorio demostrativo, y además profundizar en tecnologías, como la ya probada centrifugación, o bien variantes de separación isotópica por láser.

Hoy se plantea una disyuntiva para una cuarta central nuclear, que también será llave en mano. Se habla de un PWR uranio enriquecido de origen chino –denominado Hualong– y hay quienes encarnizadamente bregan por un reactor del tipo de uranio natural y agua pesada. En los 60-70, en plena Guerra Fría, ya existió esa discusión para la primera central nuclear. La disyuntiva “uranio natural-agua pesada” tenía que ver con la necesidad de tener autonomía respecto al combustible de las centrales nucleares. Es decir, no depender del extranjero en cuanto a la provisión de uranio enriquecido en caso de un eventual bloqueo. Hoy las condiciones son diferentes. La Argentina ya firmó el Tratado de No Proliferación (TNP), lo que no había hecho en ese momento. Y más allá de que no hemos firmado el Protocolo Adicional del TNP, eso difícilmente sea una dificultad para obtener uranio enriquecido de menos del 20%, en caso de necesidad, ya sea de Estados Unidos, Europa, Rusia o China. Pero además debemos recordar que nuestro diseño de central nuclear, el único hasta ahora en marcha, es el CAREM, una central de uranio enriquecido que no es más que un “primo hermano” de los PWR. Existieron proyectos de centrales argentinas de diseño argentino de agua pesada y uranio natural, como fue el ARGOS –una evolución de Atucha I– y también se hizo un diseño nacional de tipo CANDU, pero en ambos casos todo quedó en carpetas y planos no concretados. En otras palabras, la construcción de una cuarta central no debe pasar por esa falsa disyuntiva. Antes bien, debemos sacar todo el provecho posible a nivel tecnológico si es una Hualong, y no descuidar nuestros trabajos en separación isotópica o, como se dice en forma más mundana, en tecnología de enriquecimiento de uranio. Por lo tanto, es relevante, para avanzar en esa dirección por parte de CNEA, congelar de una vez el diseño del CAREM 25. Con el reactor funcionando podremos hacer su evolución a módulos de mayor potencia, podremos comercializar y demás. Se habrá cumplido un hito. Todo será diferente tecnológicamente a partir de ese momento.

Volvamos entonces a lo que viene. El reemplazo de las autoridades de NA-SA ya se realizó. Lo mismo sucede con la ARN. Esperamos que las nuevas autoridades de CNEA pongan en pie la institución, devastada por cuatro años de mal manejo. Tenemos plantas que no funcionan hace años, como la Planta de Irradiación de Ezeiza, que hoy sería una herramienta importante ante la crisis sanitaria actual por la pandemia. Tenemos que evaluar el proyecto RA-10, que es el reemplazo del reactor RA-3. Pero no podrá reemplazarlo si no tiene las plantas de separación de productos de fisión y de radioisótopos a su lado, que no se han comenzado a construir y no se hacen en pocos meses.

El nuevo presidente de CNEA no tendrá recursos de sobra. Tendrá que definir dónde poner “los porotos” para ser eficaz. El desafío de lograr nuestra central propia y una planta “creíble” de enriquecimiento no será un tema de cuatro años. Pero sí se pueden establecer las bases para que esto sea posible, sin dispersión de recursos en tiempos razonables. Es menester no desviarnos de los objetivos antes de llegar a ellos. Y lo que es esencial, hacer un relevamiento de las instalaciones de CNEA. A modo de ejemplo y volviendo al RA-3 y las Plantas de Fisión y Radioisótopos, debemos prever que deben estar en condiciones –hoy no lo están– hasta que el nuevo complejo que sea creado con el RA-10 y sus nuevas plantas anexas estén en condiciones de reemplazarlos, tal vez en una década. El conjunto RA-3 y las plantas asociadas, que son las principales proveedoras de radioisótopos del país –y exportan– deben operar todo ese tiempo. Alguien que no sabe de operación de reactores y plantas insinuó la irradiación en el RA-10 y el uso de las plantas viejas que están al lado del RA-3. Eso es inviable, dada la distancia del orden de un kilómetro entre el RA-3 y el RA-10. Sería difícil que ARN autorice una práctica semanal de transporte de blancos de uranio irradiados, además de ser algo muy inseguro.

En otro orden de cosas, CNEA tiene una connotación estratégica desde lo tecnológico, pero en el ámbito civil, ya que hemos firmado el TNP. Algunos insisten con el desarrollo de un submarino nuclear, tarea que excede a CNEA que, si bien puede ser importante, debemos recordar que no podría tener misiles nucleares como las cinco potencias nucleares oficiales. Solamente tendría mayor autonomía. Desde el punto de vista de la estrategia nacional, consideramos que es mucho más relevante conseguir los lanzadores de satélites propios.

El avance o no de los proyectos no es un tema de presupuesto, simplemente. Como ya dijimos, es vital el liderazgo y la conducción de las nuevas autoridades de CNEA. Esperemos que así sea, porque no debemos perder de vista que cada peso malgastado es un peso menos para nuestro sistema de salud, o para nuestros maestros, entre las muchas necesidades que nuestra Patria tiene.

 

Carlos Rubén Calabrese es ingeniero nuclear (1982), doctor en Ingeniería Nuclear (1991) y magister en Defensa Nacional (1997). Fue gerente general de CNEA (2006-2015).

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