El sindicato de amas de casa construye participación democrática, construye identidad colectiva

Para algunas personas, la sola idea de que haya un sindicato que nuclea a las amas de casa, es decir, a quienes trabajamos sin sueldo en nuestro propio hogar, les resulta una idea tan extraña como comer milanesas con dulce de leche. Sin embargo, 37 años hace que un 12 de marzo, cuando todavía la democracia no había regresado aunque se encaminaba, un puñado de mujeres, militantes políticas tucumanas, nos poníamos en marcha, retomando lo que fuera un sueño de Eva Perón: que las mujeres tuviéramos un reconocimiento económico por convertir cada casa en un hogar.

Parece un milagro haber logrado reunir dos conceptos tan diferentes: ama de casa remite a trabajo solitario, a esfuerzo no considerado ni retribuido, a mundo privado; sindicato lleva a pensar en trabajo en conjunto, en salario, en participación colectiva. El SACRA juntó esos dos conceptos y construyó la identidad colectiva de las amas de casa como trabajadoras.

Ahí nos encontramos todas, incluso más allá de que tengamos o no otro trabajo. Porque todas las mujeres en general nos ocupamos de cuidar, de atender a nuestra familia.

¿Por qué se nos ocurrió que fuera un sindicato? ¿Por qué no una liga, una fundación, un centro social? Porque desde el día uno en que empezamos a trabajar, nuestro objetivo fue lograr que el trabajo de las amas de casa fuera reconocido y, como tal, remunerado. Queríamos, queremos y luchamos para que el trabajo doméstico que hace cada mujer en su casa tenga derecho a salario, jubilación, sindicato y obra social, como el resto de los demás trabajadores y trabajadoras. Porque, como decía Evita, a las mujeres, al igual que las familias, los pueblos y las naciones, si no son económicamente independientes, nadie les reconoce derechos. Porque sólo la falta de autonomía económica de las mujeres explica que persista en nuestras sociedades la discriminación hacia ellas. Porque ya hace muchas décadas que el modelo del varón que provee dinero al hogar en exclusividad se terminó: ya pasamos la etapa en que trabajar fuera de la casa se discutiera como un derecho. Llegamos hace treinta años a la situación en que lograr un trabajo remunerado dejó de ser opcional para millones de mujeres, para convertirse en ineludible necesidad económica de las familias. Por no hablar de las familias que sólo tienen una adulta a cargo.

Preguntarán ustedes por qué cuento todo esto, si querían que escribiera sobre sindicalismo y democracia. Bien, les voy a decir: Argentina tiene un modelo sindical muy potente. En Argentina pasaron Perón y Evita, y los sindicatos fueron fortaleciéndose como interlocutores en la defensa de los derechos de los trabajadores y las trabajadoras. Se organizaron por rama de producción y resistieron firmemente todas las embestidas –de derecha o de izquierda– para que se fraccionaran. Los sindicatos también se consolidaron con un sistema solidario de cuidado de la salud a través de las obras sociales, y se constituyeron en la columna vertebral del movimiento nacional. En nuestro país los derechos de los trabajadores y las trabajadoras son sostenidos porque el sindicalismo peronista tiene un ADN fundamental: se construye en el marco de la comunidad organizada, compatibiliza las necesidades sectoriales con el proyecto de nación.

Y las amas de casa, desde nuestra familia, desde nuestro hogar, construimos comunidad. A nadie sorprende que en los momentos críticos estén las mujeres dando la cara, enfrentando las situaciones, por más difíciles que sean. Ocurrió cuando dieron vueltas en la Plaza de Mayo con su pañuelo blanco para recuperar a sus hijos y a sus nietos; ocurrió cuando el neoliberalismo arrasó con los productores rurales y salieron a defender que no les remataran sus tierras; y ocurre todo el tiempo con las madres del dolor que se fortalecen mutuamente frente a la indiferencia, la brutalidad y el flagelo de las drogas y la trata de personas; las encontramos en la movilización al grito de ‘ni una menos’ para enfrentar la violencia que sólo encuentra su causa en la discriminación de género; las encontramos nuevamente en la reaparición de comedores, merenderos y ollas populares; y las encontramos cada día, en cada hogar, dando la batalla para superar las dificultades y las crisis.

Por todas esas razones es importante el rol que ha cumplido el SACRA en esa construcción de identidad colectiva, como es indispensable defender nuestro modelo sindical para que no nos debiliten, para que podamos renacer cada vez de las cenizas. Hablo del SACRA porque es mi organización, pero son todos los sindicatos los que le dan cobertura, protección y su propio lugar a todas las trabajadoras y a todos los trabajadores en nuestro país.

Democracia, verdaderamente democracia, sólo puede haber si hay derechos, si hay justicia social, si hay comunidad organizada, y eso es lo que construyen los sindicatos.

 

Pimpi Colombo es secretaria general del Sindicato de Amas de Casa de la República Argentina.

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