El día después de mañana: reflexiones sobre la educación, aislados en el último confín de la tierra

Cómo será nuestro futuro…
me he preguntado una vez más
mirando el turbio desayuno
que siempre tomo al despertar

(Ahora imaginalo, Víctor Heredia)

 

La situación originada a nivel mundial por la aparición repentina a fines de 2019 del coronavirus que causa la enfermedad COVID-19 deja al descubierto la desigualdad social y económica, transformando la realidad y generando cambios de hábitos y de comportamientos en la mayoría de los seres humanos, no vistos desde hace más de 75 años, cuando finalizaba la Segunda Guerra Mundial.

Gran parte de la población se encerró en sus casas por temor a lo desconocido, recibiendo en exceso mensajes contradictorios y datos e información con explicaciones confusas, poca previsibilidad de los posibles acontecimientos y mucha incertidumbre sobre el futuro. En los primeros meses de la cuarentena comenzamos a emplear términos no habituales y poco conocidos: aislamiento social, distanciamiento preventivo, pacientes asintomáticos, falsos positivos, respuesta temprana y muchos más, que nos van dando indicios de cambios abruptos en el comportamiento de nuestras sociedades. Las preguntas que más se escuchan en estos días son: ¿cómo será el día después de la Pandemia? ¿Es este el fin del capitalismo? En el medio de estos interrogantes se filtran otros: ¿se cumplirá la predicción de Zizek? ¿O surgirá con fuerza la afirmación de Byung Chaul-Han sobre una sociedad hipervigilada y controlada, debido a la apropiación de nuestros datos?

La COVID-19 irrumpió en el planeta y sacudió las estructuras de todos los países, sin contemplar el grado de desarrollo ni las formas políticas. Con escasa o nula capacidad para hacer frente a una crisis de tal magnitud, deja al descubierto la fragilidad humana frente a las catástrofes sanitarias. La nueva pandemia se cierne sobre la humanidad, sin discriminar en principio niveles sociales ni sexo, pero sí haciendo estragos sobre los adultos mayores –llamados Maestros o Sabios por otras sociedades– y sobre las personas de cualquier edad con afecciones subyacentes graves, que corren mayor riesgo de enfermarse gravemente a causa de esta nueva enfermedad.

Las medidas tomadas por los gobiernos para contrarrestar el avance del virus han sido variadas. Desde los que consideraron al virus como una simple gripe, hasta los que decretaron cuarentenas estrictas, encontramos en el medio diversidad de matices que nos muestran distintas políticas públicas en materia sanitaria, social y económica.

Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz, escribió: “La COVID-19 no tiene fronteras, no selecciona ideologías de naciones o clases sociales y continúa provocando miles de muertes y tensiones, dejando en la superficie la grave situación social de discriminación y pobreza. El miedo provoca inseguridad y algunas personas sufren la acción psicológica de pánico por las condiciones de encierro impuesto por las restricciones a la circulación. El miedo paraliza y del miedo a la cobardía hay un solo paso, lleva a la pérdida de la identidad y valores”.

Sin embargo, cuando hablamos de las políticas de los gobiernos en materia de educación, la gran mayoría de los países se mostraron consustanciados en preservar a las y los estudiantes, en todos sus niveles. Desde el IIPE-UNESCO se ha explicitado que es histórico el número de niños, niñas, jóvenes, adultas y adultos que no asisten a escuelas o universidades. Gobiernos de todo el mundo han cerrado las instituciones educativas en un intento por contener la pandemia. Sin embargo, la educación debe continuar.

Los sistemas educativos deben afrontar el reto de garantizar el derecho a una educación inclusiva, equitativa y de calidad, guiándose por el compromiso asumido con el ODS4 y la Agenda Educación 2030. Las lecciones aprendidas durante este periodo permitirán a los países desarrollar un planeamiento educativo capaz de reducir el impacto social de la crisis vivida y preparar sus sistemas para futuras crisis. Es evidente que cuando pase la pandemia nada será igual. Las relaciones, los vínculos y las formas de socializar serán diferentes. Y dentro del universo de modificaciones que nos legará esta enfermedad, indudablemente está la educación. Las comunidades educativas –docentes, no docentes, estudiantes y padres– se vieron obligadas a enfrentar nuevos desafíos, promoviendo nuevas formas de aprendizaje a través de la educación en línea, a distancia o virtual, y las propuestas multimediales. Esto dejó al descubierto la poca formación de los y las docentes para afrontar situaciones de crisis como la vivida, así como la magra estructura digital de una importante porción de la población para recibir información y dar “normal” seguimiento a las clases. Indudablemente, esta situación tenderá a ampliar enormemente la brecha educativa en las poblaciones más humildes y pobres del planeta, sin acceso a equipamiento ni a conexiones indispensables.

Cabría preguntarse entonces cuáles son los nuevos comienzos para una educación que sea la garantía –como lo plantea Hannah Arendt– de la continuación del mundo. Nadie duda que descubrir la vacuna es imprescindible; la necesidad de tener sistemas de salud públicos de calidad es indiscutible; y un nuevo sistema de salud mundial es necesario, para prevenir futuras pandemias que claramente aparecerán. Pero también un sistema económico que no mercantilice lo común y lo público y dé apertura a la vida, y que se pueda medir el crecimiento en términos de protección de la vida de la naturaleza y de los más vulnerables. Que la felicidad sea un indicador mundial, pero la felicidad no como goce del consumo, sino una que rompa con ese desequilibrio inmoral y escandaloso que indica que el 1% es dueño del 80% de la riqueza mundial y deja a más de un 50% sin nada, mientras ese otro 49% se reparte el 20% de la riqueza y defiende la injusticia asesina de ese 1%. Luego de la pandemia deberían debilitarse los gobiernos que destruyen la naturaleza como condición para el desarrollo, porque nos hunden en el subdesarrollo mental y nos condenan a una muerte silenciosa.

Al igual que las políticas que construyen fronteras y se cierran al “otro”, los países discriminadores y expulsivos terminan por echar las semillas de su propia decadencia. Vivimos en un mundo en donde toda acción hacia afuera repercute adentro. Esto es fácilmente observable en la educación como el lugar para construir los nuevos comienzos, los comienzos que se hagan cargo de lo peor y de lo mejor. Los caminos por delante son nuestros, más que del sistema, por lo que debemos comprometernos a transformar esta realidad para romper con dinámicas de inequidad y exclusión en nuestras sociedades y en el mundo. Debemos pensar en la construcción de la identidad, de la autonomía y la sustentabilidad en nuestros territorios.

 

Nuevos ladrillos en la pared…

La historia de la educación está plagada por el mito de la fabricación de un ser humano nuevo. El doctor Frankenstein y su monstruo –como Pigmalión y su estatua, o Gepetto y su Pinocho– son ejemplos de esos ensueños educativos que todavía hoy perduran en obras de ciencia-ficción. Colocando un ladrillo sobre otro se construyen edificios, casas. Cada ladrillo cumple un rol, una función. Y la ubicación que ocupa en esa edificación es de vital importancia. Ahora bien, cuando los ladrillos se resquebrajan o se dañan, la edificación sufre sus consecuencias, hasta llegar a desestabilizarse. Los edificios que construimos están pensados para cada ambiente, geografía o clima. Pero todo esto no es lineal. Las calamidades y catástrofes naturales demuestran lo endeble que podemos ser los seres humanos. La pandemia que vivimos es un claro ejemplo. En la educación podemos observar la analogía del ladrillo.

Las sociedades se construyen y se solidifican con pilares básicos que aportan a sus cimientos. La educación es uno de esos pilares. Y una vez más afirmamos que sólo en la educación podemos crear los nuevos comienzos posteriores a las catástrofes.

Es el ladrillo que le cabe a la educación el que se encuentra en las bases de la sociedad a reconstruir. Porque la educación no es un asunto de magia, o de poder. Se necesita dinero para educar, pero mucho más se necesita creatividad, decisión política y audacia. No por tener dinero se es más educado, ni se tiene un sistema educativo superior. No por tener poder se puede conocer más.

La educación requiere trabajo, pasión, dedicación y compromiso. La burocracia es un insulto para la educación. Los nuevos comienzos, como el que estamos viviendo, es el de las y los comprometidos con la humanidad y los nuevos tiempos por venir, de las y los que sueñan con diferentes mundos en un mismo mundo, de las y los que creen en la diversidad como otro cimiento constitutivo de las sociedades nuevas y modernas. Cada niña, niño o adolescente educado desajusta las estadísticas de los aristócratas agoreros, distorsiona las cifras de los gurúes economistas, pero por sobre todas las cosas le pone freno a la tentación autoritaria de los poderosos. La educación es un no al destino, y nos hacemos eco del principio de educabilidad de Mierieu: todo ser humano es educable. Sin ninguna duda afirmamos que no habrá un nuevo comienzo sin que la educación sea un derecho humano, un bien público y un deber del Estado.

 

Bitácora de los nuevos comienzos

¿De qué dependen los nuevos comienzos de la educación? Los sistemas nacionales de educación suelen ser, salvo honrosas excepciones, tan mediocres como sus gobernantes y directivos; y tan buenos como sus docentes y estudiantes. Los comienzos se gestan desde abajo, con ideas fuerza, sueños, sacrificio y entrega. Es cierto, siempre es necesario que una autoridad empuje y guíe las acciones, pero lo importante nunca estará allí.

Para imaginarnos nuevamente el futuro, tenemos antes que nada revisar cuál es la destrucción del presente. Solamente tratar de hacer un diagnóstico preciso y adecuado es un desafío grande para nuestras capacidades y pone en tensión buena parte de los paradigmas cognitivos sobre los que hemos actuado. Y como siempre ocurre en las instancias en que uno debe recomenzar, no puede hacerse evitando las rupturas. Por eso, una buena forma de comenzar nuevamente es romper con el matrimonio entre capitalismo y educación. Esta unión afirma que la educación no puede parar, y que la continuidad debe darse a como dé lugar. Ahora bien, ¿por qué no puede parar? ¿Acaso tenemos que hacer creer a las y los estudiantes –sin importar sus edades– que fuera no pasa nada? No nos damos cuenta de que tienen tanto miedo como nosotros, pero que esperan una respuesta de quienes en situaciones “normales” somos los ladrillos sobre los que reposan sus formaciones.

Como bien indica Laura Lewin, con la claridad que la caracteriza, “vivimos un momento en donde pasamos de docentes que enseñan a docentes que aprenden”. Entonces cabe preguntarse por qué repetir la perversión entre realidad y fantasía, cual si fuera una película de ficción. El esloveno Slavoj Zizek se abocó en los últimos meses a profetizar un escenario en el que ve brillar el fin del capitalismo, opinando que el verdadero virus del cual el mundo debería librarse es el sistema económico y cultural que impera a nivel planetario. En cierto modo, no resulta sorprendente que vea en la pandemia una chance de liquidarlo, ya que se mueve a la vanguardia de la crítica anticapitalista y es un férreo defensor de sistemas alternativos. Cree que la pandemia que ha puesto en cuarentena a buena parte del planeta revela que el capitalismo es insostenible. El colapso económico que se augura debería llevarnos a imaginar formas de organización económicas que no estén basadas en el incremento del consumo o la acumulación de bienes materiales.

La aceleración del capitalismo es nuestra aceleración. Vivimos dentro de un sistema que nos hace sentir culpables de no producir, aún en el confinamiento, y donde pensar se volvió una pérdida de tiempo. Un buen comienzo es reconciliarnos con La lógica de lo viviente. Solo nos acordamos de la existencia de la naturaleza cuando ella nos demuestra la capacidad de destruirnos, como ahora, con un virus que todavía los científicos no se ponen de acuerdo si es biológico o no. Charles S. Cockell, biólogo de la Universidad de Edimburgo, dice: “no importa si el virus está vivo o no y que no nos pongamos de acuerdo, lo relevante es conocer su biología, cómo interactúa y cómo lo podemos vencer”. Indudablemente que la noción de vida siempre ha sido un problema, mientras la vida sólo era atribuible a un cierto grupo, los animales, los llamados salvajes, y la naturaleza debía estar a su servicio.

Si hay algo que debiéramos aprender luego de esta pandemia es que la capacidad de destrucción de la naturaleza está por encima de cualquier gobierno. Se trata de un enemigo más destructor que el de las guerras convencionales. Pero se sabe, el ser humano es el único que tropieza más de una vez con la misma piedra. Hasta la segunda guerra mundial los enemigos eran los países, los estados. Desde 2001 los enemigos fueron los terroristas que solo podían estar en el mundo árabe. Ahora, “el enemigo” es global e impredecible. Aunque encontremos pronto una vacuna, tendremos que aprender a vivir con él, con ellos, porque los virus nunca desaparecen. Por tal motivo, lo que se avecina es reconstruir un mundo discriminativo –tanto racial, cultural, como regionalmente– y eso es indispensable para que los agentes principales de la economía –y parte de la política– se legitimen en lo social. Si el mundo capitalista, con sus empresas como alfiles, tiene un grave problema de legitimidad, también lo tienen los políticos. Necesitamos empezar a pensar, imaginar y pelear por un mundo en el que haya lugar para todos, con el mismo estatus, el trato adecuado y la consideración que corresponde a personas, no solo a ciudadanas.

En su informe Efectos de la Crisis del Coronavirus en la Educación los expertos convocados por la OEI señalaron que “cuando evaluemos a los alumnos dentro de un año, descubriremos que las brechas de rendimiento por nivel socioeconómico se han ampliado. Diferencias en el acceso a la tecnología, apoyo de los padres, seguridad económica”. Explicitaron, además, que el desigual acceso a la tecnología en el hogar va a agrandar –cada semana que dure el confinamiento– las brechas de aprendizaje. Ya que no se trata de tener un dispositivo en casa: si padres, madres, hijas e hijos están todos confinados, el número de dispositivos es también clave.

En este sentido, sería un error para cualquier sistema de educación seguir formando estudiantes competitivos y exitosos para un modelo de desarrollo que enriquece a unos pocos y empobrece a la mayoría; que desarrolla nuestra inteligencia, pero que humanamente nos hace miserables; que cree dominar a la naturaleza, cuando en realidad nos encierra en nuestra casa y en un tipo de vida estresante, en ambientes contaminados, en delirantes ritmos de consumo y en la soledad de nuestras vidas, mientras la naturaleza hace implosión, ahora con sus límites desconocidos para la ciencia e inadvertidos para el planeta; y que sigue apostando por las ciencias sin filosofía. El individuo no es autónomo; la sociedad no es omnipotente; el Estado no es un Leviatán que debe destruir el estado de naturaleza; la ciencia es una forma de conocimiento entre otros; el mercado no es la solución central de una sociedad. Tenemos que defender la vida dentro de la lógica de lo viviente.

El coronavirus ha logrado la profanación de lo inevitable, nos coloca a todas, todos y todes en el momento de lo posible. En Los cuadernos de la peste, el filósofo italiano Bifo Berardi escribe: “Lo que no ha podido hacer la voluntad política, podría hacerlo la potencia mutagénica del virus. Pero esa figura debe prepararse imaginando lo posible, ahora que lo impredecible ha desgarrado el lienzo de lo inevitable”.

 

Mientras tanto, en el sur del sur…

Según datos de UNICEF, en Argentina la suspensión de las clases presenciales afecta a más de 10 millones y medio de niñas, niños y adolescentes. El sistema educativo se enfrenta hoy al mayor desafío que haya tenido en su historia moderna: sostener una escuela masiva, basada en prácticas presenciales, bajo un formato de educación a distancia mediada por el uso intensivo de viejas y nuevas tecnologías. Realmente todo un desafío, si pensamos que el cuerpo docente en su conjunto no estaba preparado para afrontar un escenario de estas características. Así y todo, las batallas que no se dan son las que se pierden.

Sin embargo, el problema central es que el cierre de escuelas dejó al descubierto un conjunto de desigualdades existentes en la educación y en la sociedad que afectan de manera desproporcionada a estudiantes más vulnerables. Expertos del sector educativo alertan que puede crearse una mayor desigualdad educativa, que los alumnos no consigan aprender los contenidos ni desarrollar las competencias previstas, y que haya más repetidores de curso. Por ello, los gobiernos trabajan para que los alumnos y las alumnas vuelvan a las aulas tan pronto como sea posible. El gobierno central, en conjunto con las administraciones provinciales, han desplegado políticas orientadas a asegurar la continuidad de los aprendizajes en las casas y sostener el vínculo de las escuelas con las familias: cuadernillos impresos, programas de televisión y radio, portales educativos y plataformas. Se trata de un esfuerzo enorme para un conjunto de sistemas educativos con disparidad de recursos, capacidades de gestión y acceso a las tecnologías.

La encuesta COVID-19 realizada por UNICEF muestra que se ha logrado en gran parte la continuidad: 81% de los hogares con las niñas y niños tiene actividades escolares, y esto aumenta en los hogares con niños y niñas de primaria y secundaria. Sin embargo, el 21% señala que no tiene retroalimentación por parte de las y los docentes. Al consultar a adolescentes, se advierte que 9 de cada 10 está recibiendo tareas, pero en este grupo el 31% indicó que no cuenta con una devolución y un 23% dijo no haber tenido contacto directo con la escuela. El 18% declara no tener acceso a Internet y el 37% no contar con computadora. Si vamos a los hogares más vulnerables, estos datos se hacen más críticos.

La pandemia impacta también en la situación emocional y, como ocurre siempre, nuestros niños, niñas y adolescentes son los más afectados: se sienten preocupados o angustiados. Será clave entonces fortalecer a los equipos escolares y las familias para brindar contención frente el aislamiento social y fortalecer el contacto y el diálogo con las y los estudiantes. Más aún, teniendo en cuenta que el presente no brinda datos concretos sobre cuándo podrá retomarse la presencialidad. Otro dato relevante, y con perspectiva de género, indica que las tareas escolares recaen más en las madres (68%) que en los padres (16%). Y otra vez, estos datos se profundizan en los hogares más pobres, en donde las tareas de acompañamiento con los pequeños del hogar es casi exclusividad de las madres. He aquí otro de los tópicos a trabajar de cara a la post pandemia: la desigual distribución del trabajo y su consecuencia en las próximas fases de reconstrucción social.

Los países que avanzan en la reapertura de escuelas coinciden en algunos criterios: escuelas seguras, gradualidad en el retorno, decisiones contextualizadas territorialmente y con participación local, sostenimiento de estrategias presenciales y a distancia. ¿Cómo avanzar en Argentina? ¿Cómo asegurar las condiciones y recursos necesarios para priorizar el interés superior del niño y garantizar su bienestar, protección y aprendizajes? Las políticas educativas por venir deberán mitigar la profundización de las brechas en el acceso al conocimiento, un bien estratégico en el siglo XXI y un derecho inalienable para todas las niñas, niños y adolescentes.

Pérez Lindo plantea el aporte que deberían realizar las universidades y el sistema científico tecnológico del país para salir adelante: “El país tiene que reformular sus estrategias de desarrollo y las universidades pueden jugar un rol importante. El crecimiento del potencial científico y educativo ofrece la oportunidad para abordar proyectos de reconstrucción e innovación en el marco de un modelo de desarrollo inteligente, solidario y sustentable”. En Argentina, por un lado, hay un crecimiento constante del acceso a la educación superior comparable a lo que aconteció en otras partes; por el otro lado, se percibe una gran incapacidad para aprovechar el capital humano de las y los profesionales e investigadores en el funcionamiento del Estado y la economía.

Además, todas las universidades, públicas y privadas, se dotaron en 2020 de plataformas adecuadas para la enseñanza virtual y realizaron capacitaciones aceleradas de docentes para el uso de esa herramienta. Todo este proceso abrió una nueva dimensión del sistema de educación superior argentino: un programa para organizar un Estado inteligente en todos los niveles y jurisdicciones, utilizando las tecnologías informáticas y nuevos modelos de gestión para superar las prácticas burocráticas, pero también para humanizar las relaciones con las y los ciudadanos.

A pesar del esfuerzo de las y los profesionales de la educación y la rapidez con la que las instituciones educativas han tratado de adaptarse a esta situación, lo cierto es que no todos los alumnos ni todas las alumnas pueden seguirlas de la misma manera. Las y los estudiantes más desfavorecidos económicamente sufren mucho más las consecuencias de la llamada “brecha educativa”, que es la diferencia que existe entre la educación que reciben las y los jóvenes con menos recursos y con situaciones familiares complicadas, y quienes provienen de entornos más estables o adinerados.

 

Conclusiones inconclusas…

Luego de estas breves ideas, consideramos que lo planteado hasta aquí solo sirve a modo de apertura para nuevas estrategias. Uno de los dilemas que se nos plantea es si avanzamos hacia modelos más equitativos, o si seguimos aumentando y profundizando la desigualdad, característica estructural en nuestra región. Salvamos a las empresas o cuidamos a las y los trabajadores. Aplicamos modelos de ajuste estructural que legitiman la concentración de la riqueza –también propio de nuestra región– o, por el contrario, fomentamos el empoderamiento a nivel social, a nivel comunitario, para, entre otras cosas, poder garantizar un ingreso mínimo, un ingreso básico de características universales. Defendemos la salud y la educación y el cuidado como derechos humanos esenciales, o permitimos que la iniciativa privada los mercantilice, es decir, los consolide como mercancía. En resumen, fortalecemos los Estados o los debilitamos.

Esto nos lleva a re-preguntarnos: ¿qué tipo de Estados van a necesitar las sociedades que emerjan de esta crisis? Sin dejar de tener presente que esta es la más grande de la historia reciente, no sólo de nuestra región, sino a nivel mundial. Quizás este sea por tanto un buen momento para empezar a pensar ese nuevo modelo y, a su vez, un nuevo contrato social que permita la construcción de un mundo más igualitario, más justo, más equitativo y alejado de esa narrativa neoliberal que en nuestra región –a partir de los años 80, salvo por alguna década reciente– se impuso como la dominante. Para la cual, recordemos –y eso por supuesto que antecede a la pandemia–, los seres humanos, las personas, somos lo menos importante, porque todo se regula por el mercado: lo que está en el centro es el mercado y no las personas.

Quizás el primer desafío que tenemos es ese: desplazar el modelo para que la vida de las personas, el ambiente y el entorno, estén en el centro. Allí, las instituciones de educación superior con énfasis en las Ciencias Sociales tienen un papel protagónico para poder trabajar con las herramientas que tenemos como científicos, para orientar la toma de decisiones, para pensar políticas públicas de carácter estructural y, consecuentemente, para esbozar alguna propuesta colectiva en la región. Es allí donde la educación, cual ladrillo de las bases, deberá afirmarse en la construcción de las sociedades y las comunidades pospandemia.

 

Referencias

Arendt H (1968): Entre el pasado y el futuro. Barcelona, Península.

Berardi B (2020): Crónica de la psico-deflación. www.purochamuyo.com/una-cronica-italiana-del-coronavirus.

Cockell C (2020): El enigma: ¿el coronavirus es un ser vivo? www.diariodeciencias.com.ar/el-enigma-el-coronavirus-es-un-ser-vivo.

Han BC (2020): “Byung-Chul Han: ¿Vamos camino a una nueva sociedad disciplinaria?”. Revista Ñ, 7 de abril.

IIPE-UNESCO (2020): Respuesta del IIPE UNESCO frente a la COVID-19. www.buenosaires.iiep.unesco.org/difusion/covid-19.

Jacob F y R Jakobson (1975): Lógica de lo viviente e Historia de la Biología. Barcelona, Anagrama.

Lewin L (2020): “Docentes, aulas y coronavirus”. Perfil, 9 de abril.

Meirieu P (2003): Frankenstein educador. Barcelona, Alertes.

Núñez P (2020): Desigualdades educativas en tiempos de coronavirus. www.flacso.org.ar/noticias/desigualdades-educativas-en-tiempos-de-coronavirus.

OCDE (2020): A helping hand: Education responding to the coronavirus pandemic. https://oecdedutoday.com/education-responding-coronavirus-pandemic/ 2020.

OEI (2020): Efectos de la Crisis del Coronavirus en la Educación. www.oei.es/uploads/files/news/Science-Science-and-University/1747/informe-covid-19d.pdf.

Pérez Esquivel A (2020): “El día después de la Pandemia, es hoy”. Tiempo Argentino, mayo.

Pérez Lindo A (2020): “Educación Superior Argentina 2030: El Futuro Necesario”. En Tendencias e Incertidumbres de la Educación Superior en el Marco de la Transformación Productiva y Educativa. CYTED.

Zizek S (2020): El coronavirus es un golpe al capitalismo a lo ‘Kill Bill’ que podría reinventar el comunismo. https://actualidad.rt.com.

 

Walter Bogado es coordinador de Ciencia y Tecnología (Universidad Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur).

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