Peronismo, moderación y odio

Si se presta la suficiente atención, cualquier tema al que se aluda habla en definitiva del peronismo. Por eso es posible también hablar del peronismo para expresar pareceres de cualquier otro tema de la vida, y viceversa. Porque se habla de un movimiento político que aun a su pesar lo atraviesa todo. Se lo califica, a la vez que indefectiblemente se califica uno mismo, y a la vez se hace alusión al pasado y al presente y al futuro. Como una suerte de ‘todos los peronismos el peronismo’. Lo cierto es que en este país el peronismo, por sobre todas las cosas, es.

La última de las intenciones de este texto es desembocar en un lugar meramente abstracto o –mucho peor– solemne, sino solo dar contexto para expresar un parecer. La intención es ver al gobierno desde el peronismo, antes que al revés. La realidad que atraviesa el gobierno es desfavorable, sobre todo en cuanto a la relación entre el margen para aplicación de políticas y las expectativas que la sociedad deposita en él. Se trasluce al claro en las dificultades que encontraron el impuesto a las grandes fortunas, la intervención de Vicentin y actos de mucha menor trascendencia. Ahora bien, no hay motivo para creer que estas hostilidades tiendan a ceder comunicando bien. Por el contrario, en los últimos días la intensidad crece en cada nuevo punto de la agenda, de forma inusual para un año no electoral. Probablemente sea porque, a pesar de no haber elecciones, evidentemente se están jugando cosas.

Como nunca nada es poco, ya hace unos años sabemos que el statu quo de las democracias liberales de occidente se encuentra cuestionado y ve incursiones reaccionarias con una efectividad creciente. Si bien en Argentina ninguna de esas expresiones autoritarias logra –por ahora– tener representatividad electoral, sí nos encontramos al día con la principal causa de su anclaje. Al igual que en los lugares donde el autoritarismo de derecha logró asentarse, hace tiempo que no se logra ofrecer un sendero de movilidad social ni mucho menos un programa efectivo de distribución del ingreso. Por lo pronto, la realidad pareciera estar rodeándonos de restricciones para cualquiera de estas dos salidas.

Aquí va mi punto. Es una gran oportunidad para que otra vez el peronismo dé forma a la excepcionalidad argentina y detenga la expansión de este fenómeno. Al disiparse la niebla de la pandemia y la reestructuración de la deuda, el gobierno se va a encontrar eyectado a definirse. Lamentablemente, la iniciativa no aguarda a ser tomada y en caso de no proyectar su marca en la gestión hay otros que lo van a hacer por él. Basta con ver los últimos desencuentros comunicacionales. Ya fueron agenda un comentario, una declaración o hasta un retweet que no buscaban ningún impacto específico. Actos vacíos fueron llenados de significado enseguida por la oposición. Parte del problema es que nos llenen de significado. Es momento, también, de significar.

Ya sabemos que ofrecer una salida de igualdad y redistribución a este contexto agresivo no va a ser fácil. Pero nunca lo fue. En esto que intentamos, de pensarnos a partir del peronismo, tenemos noción de que todas las expresiones de los peronismos tomaron siempre cuenta de su realidad y mantuvieron un hilo conductor: la gravitación. Un gobierno peronista nunca puede permitirse la levedad. Es una obligación para ser conscientes de nuestra época empezar por comprender que el sustento de los extremismos no es solo una gran cantidad de boludos enojados, sino que hay un bagaje de frustraciones sociales irresueltas: esa falta de movilidad de la que hablábamos. Para combatir esta ola de odio creciente no basta –como para tratar con la oposición actual y los medios– solo con un posicionamiento discursivo inteligente. En este nuevo mundo pareciera que el amor no vence al odio, o por lo menos no por sí solo. El discurso moderado –el cual creo indispensable– es difícil de mantener si del otro lado solo se hacen oír las voces más extremas. Yo también creo, como decía Guillermo Moreno, que es muy difícil tomar decisiones acertadas si no es desde el amor. Pero, como en la vida, si es uno solo el que ama, no basta. Por esto creo que el camino es no solo encontrarle el pulso a la moderación, sino también volver trazar un camino de crecimiento y distribución.

Cuando decimos tomarle el pulso a la moderación lo hacemos sabiendo que es un verdadero arte. La moderación es un desafío porque no implica, como muchos creen, dejar satisfechos a todos, sino muchas veces es no dejar satisfecho a ninguno. Tampoco brinda el cobijo de los incondicionales, así que se debe pensar cada paso con la suficiencia para que se pueda defender por sí mismo. No obstante, no hay plafón para otra cosa. Es imposible encarar una agenda reformista con una parte del país decididamente en contra. Y estimo que aquí no debe haber contradicción, porque lo que se pretende es un discurso moderado que genere las mejores condiciones de posibilidad para medidas audaces.

Por otro lado, cuando sostenemos trazar un sendero de crecimiento y distribución también sabemos que las condiciones objetivas no son similares a las de 2003, no como para esperar un despegue en ese sentido. Pero a la vez contamos con herramientas que por ese entonces no existían, como programas sociales, universidades en las periferias y desarrollo en ciencia y tecnología. Aquí podría estar el eje para pensar un plan que nos permita salir de esta trampa de estancamiento y proveer movilidad social. No se trata de buscar idear un programa desde una nota, sino de plantear la necesidad de generar las condiciones políticas que permitan desarrollarlo, y para eso no hace falta esperar al fin de la pandemia.

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