Lo que el viento (neoliberal) nunca se llevó

En el año 2003, la filósofa norteamericana Susan Sontag retoma una serie de interrogantes previamente abordados por ella en la década del setenta en un libro titulado Sobre la Fotografía, con el fin de volver a analizar la representación iconográfica del dolor y la “función” filosófica del espectador. Ante el dolor de los demás precisamente se titulará ésta, una de sus últimas obras antes de su muerte, destinada, por un lado, a poner el foco nuevamente en la pregunta por ese Otro quien, históricamente, siempre ha sido víctima de la desigualdad; y, por el otro, para impedir la naturalización –y acostumbramiento– de cualquier forma de crueldad local o global llevadas a cabo por diversos regímenes o bajo el “falso nombre” de cualquier Dios que los encubra y los constituya.

De esta manera, a través de la evocación de distintas imágenes y grabados que van desde los “Desastres de las guerras” por Goya, pasando por guerras civiles, hasta lo “inenarrable” de Bosnia, Ruanda, Israel y Palestina, entre otros tantos contextos, la pregunta acerca de ‘qué nos sucede’ con ese ‘dolor’ de aquel otro visibilizado-invisibilizado históricamente –y capturado– por la cámara podría reeditarse a la luz de aquello que estamos atravesando en nuestra región. Específicamente, quisiera aludir a la (im)potencia provocada por las imágenes que están circulando mientras escribo estas líneas, producto del horror que está aconteciendo en nuestra patria Andina: la primera de ellas hace referencia a las más de doscientas personas –mayoritariamente jóvenes– lastimadas seriamente –y de manera intencional– en sus ojos, perdiendo parte de ellos producto de esta agresión o, directamente enceguecidas, pero jamás cegadas por detener la lucha de otro mundo posible.

La segunda de estas imágenes nos ubica en la patria hermana de Bolivia, en donde una colección de ataúdes se amontona y confunde entre algunas whipala que –como siempre lo han hecho– siguen resistiendo, a pesar del agónico llanto de aquellas madres que reconocen en esos cuerpos abatidos, no solo a la barbarie cometida –una vez más– hacia la vida de sus propios hijos, sino, junto a ellos, el desprecio hacia la memoria indígena alojada en nuestros pueblos.

En el medio de todo este caos, algunas voces intelectuales “desafinan” sus lápices y lecturas, sosteniendo que son los ‘sectores evangélicos’ los responsables de semejante atrocidad política, en oposición al ‘colonialismo’, el cual, en todo caso, es el que verdaderamente sigue estando vigente y operando a través de ellos, y al que entonces se torna urgente identificarlo con todas las fuerzas necesarias para poder lidiar y desenmascararlo.

Por otra parte, si en esta breve cartografía regional incluyéramos a su vez los acontecimientos políticos más relevantes de estos últimos cuatro años –pero que, a diferencia de otros contextos, el neoliberalismo explícito en nuestro país “no se llevó”– podríamos resumirlos de la siguiente manera, aún a costa de una sobresimplificación, a partir de un nueva racionalidad política internacional y local expresada en la victoria de Macri en Argentina, de Trump en Estados Unidos y, ya posteriormente, Bolsonaro en Brasil. Bajo esta coyuntura podemos narrar y “señalar” los siguientes acontecimientos disruptivos para esta lógica de dominación:

  • El primer “no” colectivo frente a la posibilidad de crear un consenso común expresado por una editorial días posteriores a la victoria de Cambiemos, para que los genocidas de la última dictadura pudieran salir en libertad.
  • En 2017, la “toma” de escuelas y el empoderamiento político de cientos de jóvenes pertenecientes a los centros de estudiantes de distintas escuelas y colegios públicos; la calle como fuerte escenario en donde expresar pacíficamente los desacuerdos ante ideas retrógradas concernientes a reformas laborales y previsionales; y las luchas colectivas por lo acontecido con la desaparición forzada de Santiago Maldonado.
  • En 2018, las discusiones por la interrupción voluntaria del embarazo dadas por el colectivo feminista que significó un “antes y un después” en nuestra historia reciente; las diversas marchas limitantes al asedio neoliberal; las re-articulaciones sindicales; y las terribles muertes de Sandra y Rubén, representantes de la defensa de la escuela pública en la localidad de Moreno.
  • Y para lo que restó del año 2019, la reorganización política y ciudadana que permitió dar un giro a la oleada neoliberal vigente, que culminó, pero dejando a más del 51,7 por ciento de nuestros jóvenes y niños en situación de pobreza; la demanda y amplificación jurídica del concepto de ‘ciudadanías’ desde el punto de vista de aquellas identidades que, parafraseando a otra politóloga “disidente” del poder hegemónico de Estados Unidos, Nancy Fraser, quedan por fuera de las políticas de representación, distribución y reconocimiento; junto con las manifestaciones casi unánimes de rechazo al Golpe de Estado en Bolivia, al igual que de gestos éticos de solidaridad absoluta a nuestras hermanas y hermanos chilenos.

Este breve recorrido, incompleto, es el que nos permite inferir que al ‘dolor de los demás’ solo se lo compensa, mitiga y contrarresta cuando puede hacerse ‘propio’ en la arena política. De allí que estos indicadores simbolizan para nosotros aquello que el viento neoliberal nunca se llevó y que tampoco podrá hacerlo, a pesar de las mutilaciones históricas que están padeciendo a un lado y a otro de nuestra cordillera andina, como herramienta para llevar a cabo diversas formas de aniquilación y silenciamiento. Anular y disparar en forma directa a los ojos de las personas implica anular cobardemente su propia capacidad de vista “biológica”, pero jamás detendrá la visión –y el anhelo– por mirar y mirarse junto a otros, colectivamente, en la lucha por habitar un mundo distinto.

El filósofo boliviano Juan José Bautista Segales, en su libro llamado ¿Qué significa pensar desde América Latina? (2014), sostiene que “El problema no es demostrar que el pensamiento latinoamericano es superior al europeo. No. El problema es construir un marco categorial que permita entender en el plano de la filosofía la especificidad del problema del subdesarrollo, la dependencia, la opresión, el colonialismo, la miseria, la ignorancia, la negación, el sufrimiento y la exclusión latinoamericanos, y para ello no bastaba (porque era insuficiente) el pensamiento y la filosofía europeos, porque no era ni nunca lo fue su problema”.

Quizás haya llegado entonces el momento preciso para comprender que todas estas convulsiones políticas que nos atraviesan como región, nos hablan acerca de la necesidad –de una vez por todas– de hacerlos y volverlos propios. Las calles de una nueva Santiago ensangrentada, al igual que las de La Paz, Cochabamba, o cualquier lugar de nuestra América Latina, pacífica pero enérgicamente así lo reclaman.

 

José Tranier es doctor en Ciencias de la Educación, docente e investigador (UNR).

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