Al final del camino

1. La historia de América Latina está formada por las historias de las naciones que la integran. Cada una de estas historias constituye una expresión parcial y particular de la historia del territorio que se extiende desde el Océano Atlántico hasta el Océano Pacífico, y desde el Río Bravo hasta el Pasaje de Drake. A su vez, cada una de ellas consiste en una narración que sólo adquiere la totalidad de su sentido cuando es conectada con las otras y, además, cuando es incluida dentro de una mayor que describe, interpreta y explica la vida de los pueblos que viven en el territorio ya citado. La historia de América Latina, denominación que no excluye a la América India ni a la América Negra, es una historia de lucha y sobrevivencia que está protagonizada por un conjunto de pueblos que tratan de concretar un sueño: la construcción de la Patria Grande. Es cierto. Estos pueblos todavía no alcanzaron su objetivo. Y, con toda franqueza, no sabemos si lo harán. Pero, quienes están enfrente de ellos –los colosos empresariales que tienen sus sedes centrales en otras regiones, los gobiernos nacionales que defienden los intereses de esos colosos, los organismos internacionales que exteriorizan los deseos de esos gobiernos y las minorías locales que eligen como aliados a esos colosos, esos gobiernos y esos organismos– tampoco enterraron ese sueño de un modo contundente y definitivo. Desde los tiempos de nuestros libertadores, los pueblos de América Latina –pueblos cobrizos, blancos, negros, amarillos y mestizos que presentan los colores más diversos– saben que comparten una historia, un conjunto de caracteres y un destino. Y, desde esos tiempos, procuran constituir una unidad que tenga los rasgos de un Estado, una confederación o una alianza, a fin de tratar con los poderes mundiales en un plano de igualdad. Esto es así porque cada uno entiende que –a pesar de la magnitud de su territorio, sus recursos naturales, su población, su desarrollo económico y tecnológico, su poder militar o su influencia política– sólo será una patria chica si el conjunto permanece desunido.

2. ¿Qué tienen en común las ideas de Artigas, Bolívar, Sandino y Perón? ¿Y los textos de Moreno, Martí, Mariátegui y Jauretche? ¿Y las decisiones de Túpac Amaru II, San Martín, Solano López e Yrigoyen? ¿Y los actos de las multitudes que sacudieron el continente, de los pueblos que modificaron su realidad, de los sujetos que hicieron su historia? La respuesta no es tan complicada como parece. Esas ideas, esos textos, esas decisiones y esos actos tienen como trasfondo a la utopía de la Patria Grande, es decir, a una de las utopías más hermosas, extraordinarias y poderosas. Quien no entiende esto no entiende nada. Cree que una palabra constituye la totalidad de una novela, que una nota constituye la totalidad de una sinfonía y que una pincelada constituye la totalidad de un mural. No ve más allá de los límites de su mirada. Y, por esa razón, no percibe que la historia de América Latina es como un poliedro que presenta muchas caras. A raíz de esto, quien no cambia de posición, quien no contempla al poliedro desde una perspectiva diferente, quien no analiza las caras que están del otro lado, se queda con una pequeña imagen de las cosas. Renuncia al cielo que es visto desde la cima de una montaña para quedarse con el fragmento de cielo que es visto desde la ventana de una casa.

3. Aunque algunos no lo perciban o no lo admitan, tenemos que estudiar la realidad con una mirada de alcance continental, entendiendo que, desde el principio de todo, lo que sucede en Argentina repercute en Venezuela, lo que sucede en México repercute en Bolivia, y lo que sucede en Ecuador repercute en Cuba. Únicamente, unas pocas cosas constituyen un fruto autóctono en un cien por ciento. Únicamente, unas pocas no atraviesan las fronteras de una nación con sus efectos. Por lo general, la mayoría está relacionada de algún modo. A veces, ese modo es evidente. Y, a veces, es sutil. Por este motivo, tenemos que aprender a ver las redes invisibles que atraviesan la región desde que Colón llegó a la isla de Guanahaní, desde que el coloniaje emergió como un sistema de dominación racista, desde que el capitalismo emergió como un sistema de dominación económica que usufructúa al coloniaje, y desde que el eurocentrismo emergió como un sistema de dominación cultural que fundamenta al coloniaje y al capitalismo. Quien entrena su mente aprende a hacer eso. La tarea no es tan difícil. Y, cuando eso sucede, todo aparece bajo una luz diferente, bajo una luz que muestra las huellas de los cuatro proyectos continentales que surgieron para posibilitar o impedir la conformación de la Patria Grande: el proyecto continental de la Santa Alianza, o de la restitución de los territorios hispanoamericanos a la corona española; el proyecto continental de Monroe, o de la subordinación de América Latina a los Estados Unidos –el cual originó el Destino Manifiesto, el Corolario de Roosevelt, la Política del Gran Garrote y la Diplomacia del Dólar–; el proyecto continental de Canning, o de la subordinación de los territorios hispanoamericanos a la corona británica; y el proyecto continental de Bolívar o de la unión de América Latina –el cual condujo a la Gran Colombia y al Congreso Anfictiónico de Panamá.

4. Innegablemente, estos son tiempos oscuros. Los cóndores no reinan en las alturas. Los tigres no señorean en las selvas. Las divinidades no descienden de los cielos. Los héroes y las heroínas no andan por la tierra. Y la persona común y corriente que vive en esta parte del continente, un continente que no se decide a estar unido, se pregunta: “¿Qué comeré hoy? ¿Qué vestiré? ¿Cómo pagaré el alquiler de mi casa a comienzos de mes? ¿Por qué no puedo ganar lo suficiente con mi empleo? ¿Por qué no puedo tener unas vacaciones pagas? ¿Por qué no puedo usufructuar los beneficios de una empresa privada de medicina prepaga, de una obra social o de un hospital público que funcione adecuadamente? ¿Por qué no puedo adquirir un automóvil? ¿Quién me defenderá del individuo que incumple sus promesas electorales cuando ocupa una función pública; del que infringe las leyes laborales cuando administra su empresa; del que desatiende los derechos de sus representados cuando dirige un sindicato; y del que ignora la parte dogmática de la Constitución Nacional cuando emite una sentencia? ¿Quién me defenderá del individuo que practica la usura cuando efectúa un préstamo; del que remarca el precio de su mercadería cuando ejerce el comercio; del que aplica el gatillo fácil cuando desarrolla la función policial; y del que toma la vida de una persona cuando roba su dinero? ¿Quién me defenderá de ellos? ¿Quién? Sin duda alguna, las divinidades no están. Mas, las consecuencias de su ira –las epidemias, las olas de calor, las sequías, los temporales que siguen a aquéllas, la deuda externa, la inflación, el desempleo, las crisis económicas y la delincuencia: los males que provocan un desasosiego generalizado– permanecen.

5. La percepción de los hilos invisibles que atraviesan la realidad ayuda a entender que la producción de algunas situaciones y el agravamiento de otras no fueron acontecimientos espontáneos y aislados, sino que estuvieron conectados con otros que, al igual que ellos mismos, constituían partes de un todo, como la guerra que enfrentó a los mexicanos con los estadounidenses –que fue parte de un proyecto de expansión territorial que incrementó la superficie de Estados Unidos con la obtención de la mitad de Oregón, la anexión de la mitad de México, la compra de Alaska, la anexión de Hawái y la ocupación de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam–; o como la guerra que enfrentó a los paraguayos con los argentinos, los brasileños y los uruguayos –que fue parte de un proyecto de expansión comercial que favoreció la economía de Gran Bretaña con la subordinación de los mercados de América del Sur. Y esto, a su vez, ayuda a entender que la historia de América Latina es más que la suma de las historias de las naciones que la integran. Es algo que las reúne, las conecta y las supera. Es algo que está dentro y fuera de todas. Es algo que está encima, debajo, delante, detrás y a cada lado, de cada una. Quien profundiza el estudio de cada historia nacional, quien ve más allá de los límites de ellas, encuentra la historia del continente: es como el cielo que está más allá del cielo visible, como las placas que están más allá de la superficie terrestre, como los paisajes que están más allá del horizonte, como todo lo que no es perceptible y, no obstante, está más allá del “aquí”, en una lejanía que nos envuelve y nos contiene. Suponer que la historia de cada nación de América Latina es autónoma implica suponer que la existencia de cada una de estas naciones también lo es: algo que constituye un error grosero e imperdonable.

6. Como decíamos antes, este es un tiempo sin divinidades. Este es un tiempo sin héroes y sin heroínas. Quienes vagan por aquí y por allá –como excepciones más que notables– han caído en la vejez. Y, además, han caído en el olvidado más despiadado. En verdad, la amnesia de los pueblos es terrible. El olvido de la historia; la desaparición del pasado; el desvanecimiento de las epopeyas, las tragedias, los triunfos y los fracasos; hacen que un pueblo pierda su condición de tal. Hacen que el término “pueblo” sea sustituido por el término “gente”: un término que no dice nada. Y hace que los individuos que forman parte de la gente pierdan una parte de su alma. El olvido hace que los pueblos no tengan presente su punto de partida. Hace que pierdan su rumbo. Hace que interrumpan su marcha, que permanezcan inmóviles, que retrocedan. El olvido ayuda a preservar la “tupacamarización” del continente. En cambio, la memoria mantiene con vida el espíritu de los muertos, el fantasma de las víctimas que no descansan en paz, el recuerdo de las personas que alcanzaron la gloria y el vigor de los mitos, las tradiciones, las costumbres, las ceremonias, las fiestas y los actos de la vida cotidiana que nos diferencian, que nos distinguen del resto. La memoria nos muestra de dónde venimos. Nos relata cómo surgimos. Nos explica quiénes somos. Nos otorga una identidad, una finalidad, una razón de ser. Y, por otro lado, nos protege de quienes quieren que olvidemos nuestro pasado y, después, adoptemos uno que es falso. Quienes atesoran tal deseo celebran acaloradamente cuando un pueblo sufre de tanto en tanto los efectos de una amnesia momentánea. Quienes albergan tal deseo quieren que esos períodos de amnesia sean permanentes.

7. Hoy, organizaciones como el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), entre otras, no tienen su sentido ni su empuje originarios. Ninguna equivale a un triunfo total y definitivo, ni a una marcha progresiva y provechosa que anticipa esa clase de triunfo. Al contrario, todas equivalen –más allá de sus logros parciales y, a veces, temporarios– a un conjunto de aspiraciones, a un conjunto de anhelos que aguardan el momento de su concreción, a un conjunto de metas que conservan la plenitud de su vigencia. ¿Quiénes deben responder por esto? ¿Los gobiernos? ¿Los grupos de poder? ¿Los integrantes de las sociedades en general? Sinceramente, creo que todos –en mayor o en menor medida, según las particularidades de cada caso– han tenido un poco de responsabilidad. Nadie niega la incidencia de los factores externos. No somos tan necios. Sin embargo, los individuos también escriben la historia con sus miedos, egoísmos, terquedades, equivocaciones, descuidos. Por esa razón, ¿cuándo modificaremos nuestra actitud? ¿Cuándo elevaremos nuestra mirada? ¿Cuándo tendremos aspiraciones enormes, en lugar de tener ambiciones tan pequeñas que no merecen esa calificación? ¿Cuándo procederemos como los seres adultos y autónomos, como los seres que no necesitan tutores ni ejemplos ajenos? Hace mucho, en El porvenir de la América Latina, Ugarte escribió que el peligro no residía en las amenazas que acechaban a una comunidad, sino en las debilidades que la roían, y que las guerras desgraciadas, las derrotas económicas y los reveses históricos eran a menudo el resultado de esas debilidades. Esas palabras conservan la totalidad de su validez. El tiempo no ha erosionado sus caracteres. Por ende, corresponde que las tengamos presente. Estos tiempos tan oscuros nos invitan a recuperar nuestras creencias, a confiar nuevamente en ellas, para que los cóndores vuelvan a reinar en las alturas, para que los tigres vuelvan a señorear en las selvas, para que las divinidades vuelvan a descender de los cielos, para que los héroes y las heroínas vuelvan a andar por la tierra. Mucho queda por hacer en tal sentido. La unidad de América Latina espera al final del camino.

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