Las raíces profundas del conflicto ruso-ucraniano

El mapa geopolítico de Europa ha venido cambiando desde hace unas décadas y se ha agitado con la llamada “era pos-Merkel”, en referencia al reemplazo de la ahora excanciller. Las intervenciones y gravitaciones de Berlín sobre el resto de las naciones europeas es algo que el espectro político alemán no ha discutido en cualquiera de sus variantes –social-demócrata hasta la extrema derecha. Por razones históricas que pueden remontarnos hasta la Guerra Franco-Prusiana de 1870 a 1871 –en que Francia perdió los territorios de Alsacia y Lorena frente al entonces Imperio Alemán– hasta la derrota alemana en dos grandes guerras mundiales, el arco político se ha convencido de que el dominio de Europa occidental debe ser un sistema bicéfalo germano-francés. La dificultad reside en que ambos países poseen concepciones diferentes. Francia considera, tras el Brexit, que es el único país que posee armas nucleares y, al ser miembro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, la construcción geopolítica europea debe subordinarse a su interés; pero para ello necesita del financiamiento y la cohesión económica europea que solo Alemania puede brindar (Streeck, 2022: 16).

Ahora hay un elemento que complica el plan galo: Rusia. Alemania tiene su apoyo firme en Estados Unidos, quien a su vez planifica su propia arquitectura sobre el orden político europeo. Los yankees tienen un número desconocido de cabezas nucleares apostadas en terreno alemán, ya desde tiempos del conflicto con la Unión Soviética en el período de Guerra Fría (Hobsbawm, 2012). Si la elección de Biden fue recibida en Berlín como signo de una nueva amistad germano-estadounidense, la decisión de retirar tropas de Afganistán sin consultar a la OTAN generó dudas sobre la política de multilateralismo. Sin embargo, la posición enfrentada por Ucrania entre estos y Rusia devolvió tranquilidad a la clase dirigente alemana.

Washington pugna por una Europa occidental unida capaz de controlar las pretensiones de Moscú, para lo cual se afana por incorporar a los países de Europa del Este a la OTAN, debilitando a Rusia.

¿Qué pasa en Rusia? Mucho ha cambiado desde la caída de la Unión Soviética en 1991. Cuando los medios hablan de Putin reproduciendo el lenguaje de la Guerra Fría que ocupó al mundo entre 1945 y 1991, sólo desinforman. El comunismo de tipo soviético despareció en la década del 90, aunque ya había comenzado un proceso de burocratización y consolidación de capas estatales que poco tenían que ver con el credo marxista en los años 50. A la muerte de Stalin en 1953, los países de Europa del Este tuvieron que reacomodarse a las nuevas directivas de Moscú, Ucrania entre ellos. Para mediados de los 70, las dificultades económicas por la extrema dependencia respecto a Moscú terminarían en una crisis crónica. La inflación y el endeudamiento exterior para sopesar los recursos que Moscú era cada vez más incapaz de proveer, empujó a estos países a las manos del FMI en la década del 90 (Bogdan, 1991). La caída del régimen en 1991 implicaba, en teoría, la desaparición de la OTAN –organización de países capitalistas que seguían a Estados Unidos frente a los países comunistas organizados en el Pacto de Varsovia, el primero de 1949, el segundo de 1955. El momento parecía propicio, ya que la desintegración de la Rusia soviética no implicaba mayores dificultades. A pesar de las quejas francesas, la unión de intereses alemanes y estadounidenses llevó a expandir la OTAN sobre Europa del Este, declarando la guerra a Yugoslavia en 1999, esquivando a la ONU para impedir el derecho de veto que posee Rusia en ella. Boris Yeltsin, quien colaboró desde adentro para la caída del régimen soviético, sintió la traición de la política exterior norteamericana (Brieger, 1991). La llegada de Putin en el año 2000 mejoró las relaciones ruso-estadounidenses.

Para 2008, Estados Unidos presionó para que Ucrania se incorporara a la OTAN junto a Georgia, a la vez que impulsó la independencia de Kosovo –nación de la península balcánica que reclama su autonomía, no reconocida por Rusia. La respuesta rusa fue la intervención de Georgia ese mismo año, manifestando que Moscú impediría la expansión de la OTAN en el este europeo. A fines de 2013, Estados Unidos y Europa occidental apoyaron un golpe de Estado a Viktor Yanukovich en Ucrania, a fines de que este país se incorporara a OTAN (Teurtrie, 2022: 26).

La posición política francesa carece de visión para bloquear la hegemonía pretendida por Estados Unidos, mientras estos en enero de 2022 giraron una ayuda militar de 200 millones de dólares, sumados a unos 450 millones acordados antes.

¿Por qué esta larga historia? Porque Wendy Sherman, subsecretaria de Estado norteamericano apela al Tratado de la OTAN de 1949 para justificar una asistencia a Ucrania, según sus declaraciones a la prensa (Tosas, 2022). La cuestión es compleja, no se trata de rusos malos contra ucranianos buenos, o estadounidenses salvadores, como en las películas de Hollywood: es una disputa geopolítica por la hegemonía continental entre dos potencias capitalistas.

 

Bibliografía

Bodgan H (1991): Historia de los países del Este. Buenos Aires, Vergara.

Brieger P (1991): Los últimos días de la URSS. Buenos Aires, Letra Buena.

Hobsbawm E (2012): Historia del siglo XX. Buenos Aires, Crítica.

Streeck W (2022): “Europa: los dilemas geopolíticos de la era pos-Merkel”. Le Monde Diplomatique, febrero, Buenos Aires.

Teurtrie D (2022): “Ucrania, ¿por qué la crisis?”. Le Monde Diplomatique, febrero, Buenos Aires.

Tosas G (2022): “Wendy Sherman, la astuta diplomática que pretende disuadir a Putin de invadir Ucrania”. La Vanguardia Internacional, 12-1-2022.

 

Nicolás Hernández Aparicio es profesor e investigador del Centro Interdisciplinario en Tecnologías y Desarrollo Social para el Noa-CONICET (Universidad Nacional de Jujuy).

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