La “derechita cobarde” peruana

Tácticas contrarrevolucionarias mediante laptop y tablets: la derechita peruana “batalla” desde las redes sociales. Salir a las calles, en pleno verano: “ni loco, cholo, ni hablar”. Otros pretenden responder “virtualmente” a las protestas desde las placenteras playas del sur, “luego del sunset, darling”, o “mejor después de escuchar a Beto y a Carla, mi gordo”. Y la realidad es que la gran mayoría de la derechita peruana no conoce ni las particulares dinámicas políticas del sur peruano, ni su terrible pobreza, ni su atraso. Si algunos realmente las conocen, soslayan con cierto cinismo las reales necesidades de los pueblos olvidados del sur. Probablemente, hasta hace unos años, mientras disfrutaban los ricos potajes de la gastronomía arequipeña –por ejemplo, un riquísimo soltero de habas– no sabían que esos vegetales fueron cultivados con agua con caca –las aguas residuales iban al Chili y la ciudad se estaba contaminando a vista y paciencia de las autoridades regionales y nacionales. Civilización versus barbarie: la elitista Lima representa la modernidad y el cosmopolitismo frente a los revoltosos regionalistas del sur: “Si no fuera por Lima, este país sería inviable”.

Preocupa sobremanera este romance entre la derechita cobarde,[1] la Policía Nacional del Perú (PNP) y las Fuerzas Armadas (FFAA). La frágil y muy selectiva memoria de la derechita olvida que existió un Plan Verde, una corrupta y genocida alianza cívico-militar con Fujimori, un terrorismo de Estado en la lucha contra los sanguinarios terroristas, con alta corrupción dentro de los institutos castrenses –es bien sabido cómo traficaban con la gasolina, no nos hagamos los tontos, señores. Dudo de la vocación democrática de la gran mayoría de los miembros de la PNP y las FFAA. Pero no dudo de la cobardía de la derechita para aclamar la “valiente” intervención de las FFAA y la PNP, tal como lo hacía en tiempos de la dictadura fujimorista.

Preocupa, también, que esta situación vuelva a unir a las PNP y FFAA con los intereses oligárquicos. La victoriosa derecha peruana no acepta que el modelo de desarrollo dependa de fuera, de los precios internacionales de las materias primas; que la pandemia destruyó el emergente sector servicios y “reprimarizó” la economía; que el Estado peruano no es un modelo eficiente y tecnocrático, sino un simple Estado mercantilista. Si Castillo es un golpista y un corrupto, si no reunía las condiciones políticas ni morales para gobernar, ello no quitaría que, en la configuración actual del Estado, la corrupción se encuentre enquistada en esas agencias de empleo llamados gobiernos regionales y en las “puertas giratorias” de los ministerios. Como la famosa frase repetida hasta el cansancio por oportunistas convertidos en políticos: el Perú es ese mendigo –los pueblos de las provincias– sentado en un banco de oro –las cuentas de los inoperantes gobiernos regionales.

La derechita tiene sus culpables: esa alianza entre el castro-chavismo, el narcotráfico y los mineros informales –no puedo dejar de recordar a Francisco Franco cuando, en la Plaza de Oriente, denunciaba el complot judío-masónico-comunista internacional. Lo interesante es que esta pobre gente, que seguramente no tiene medios para informarse, no sabía que todo eso existía desde hace muchísimo tiempo: ¿no sabían acaso de las investigaciones a Kenji Fujimori y sus supuestos vínculos con el narcotráfico? ¿No sabían que los mineros informales compran maquinaria a los grandes proveedores mineros? ¿Que el narcotráfico juega en tándem con los senderistas y con un sector corrupto del ejército? ¿Cuál es el descubrimiento?

Si la derecha –aquella que no es fascista ni entreguista al capital financiero foráneo– no toma con decisión la iniciativa de plantear un nuevo pacto social con los sectores populares, seguramente el país sucumbirá a alguna de las peligrosas alternativas “antisistema”. Por ello, consideramos que, en lugar de celebrar la represión, deben proponer reformas que apunten a desmantelar el Estado mercantilista usando los propios mecanismos del libre mercado, promoviendo una mayor competencia en los sectores que evidencian una peligrosa concentración empresarial; replanteando el modelo de descentralización; y rompiendo con los oligopolios del crédito, de los alimentos y de los medios de comunicación. Advertidos están que, si no lo hacen ellos, serán otros actores los que se harán cargo.

La lucha que desangra al Perú no se ganará con proscripción política, ni con criminalización. A los enemigos de la democracia y de la justicia social hay que ganarles electoralmente. Pero aún la derecha no quiere entender que estamos ante un proceso social irreversible en ciernes, y que la única vía civilizada para hacer política es la democracia.

La respuesta tiene que ser política, pero hay que caminar, debatir, persuadir, convencer. Es un trabajo de corto, mediano y largo plazo. Ir a los lugares donde existe una evidente desafección con el sistema democrático y confrontarlos en un debate de ideas; explicar a la ciudadanía que la violencia no soluciona los problemas estructurales del país; que necesitamos un esfuerzo común de todos los peruanos para lograr condiciones que garanticen la vida digna de aquellos que aún no la tienen. Y nuevamente, en democracia.

[1] El concepto de “derechita cobarde” no es invención propia: es el rótulo que usa VOX para mencionar al Partido Popular en España. Lo tomé prestado ya que es muy apropiada para el actual escenario en Perú.

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