Geopolítica, pospandemia y reconstrucción

Un mundo amenazado

Contar con una geopolítica en este momento especial de la Argentina es necesario para recuperar una visión amplia y estratégica de mediano y largo plazo que dé cuenta de los cambios que se están produciendo en el mundo y en la región. Tal vez la pregunta central de este análisis sea si en este contexto incierto y turbulento la Argentina logrará evitar riesgos, aprovechar las oportunidades para generar un modelo de desarrollo sostenible, lograr un sueño emancipador, o repetirse y volver a reproducir el ciclo de subordinación, empobrecimiento y elitismo.

Paradojalmente, esta visión se necesita en un mundo que es de alta incertidumbre y complejidad, pero donde el dato saliente es la crisis de hegemonía occidental, de más de dos siglos, y el surgimiento de nuevos poderes globales. La pandemia puso en cuestión un contexto de hiperglobalización que se inició con el Consenso de Washington y la gobernanza del G7, y la caída del muro. En la continuidad de una crisis irresuelta del capitalismo neoliberal desde 2008 están en cuestionamiento los organismos de Bretton Woods, el comercio internacional y la desglobalización iniciada con el Brexit y continuada luego por Trump.

Asistimos a la crisis del modelo de globalización unipolar imperial, y en ese nuevo contexto hay una disputa intensa entre dos proyectos diferentes, tanto de formas de acumulación y distribución capitalistas, como de valores e instituciones. Uno, el de los Estados Unidos, más influido por el poder corporativo sobre su sistema político democrático, de cultura más individualista y de reglas, orientado en su política exterior al control, la instalación de bases en todo el mundo, la acumulación por desposesión, y una fuerte supremacía cultural y financiera. El otro, el de China, de orientación cultural más colectiva, que es fuerte en la orientación política de la economía, en producción industrial, infraestructura y conectividad. China parece buscar un orden asociativo distinto al orden liberal vigente, conformado por un orden económico abierto, un orden político relativamente más igualitario y un enfoque cooperativo en materia de desarrollo y seguridad. Un mundo menos asimétrico. Y, a diferencia de la guerra fría de Estados Unidos con la ex Unión Soviética, Beijing no busca extender la revolución o subvertir otros sistemas políticos o influir ideológica y comunicacionalmente. Su presencia es esencialmente económica-comercial y sus instrumentos son básicamente financieros, como su iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) y el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura (AIIB), o acuerdos comerciales como la Asociación económica Integral Regional (RCEP) o el anunciado acuerdo de libre comercio con Uruguay (Arredondo, 2021: 36).

 

Primera tendencia: entre la multipolaridad y el intento de volver a la hegemonía anterior

En efecto, este avance de China se evidenció en la primera década de este siglo –en particular el crecimiento exponencial comercial e inversor de China, la creación de las BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y el empuje de los emergentes en la primera década de este siglo. Luego se potencia su importancia con la crisis financiera de 2008 generada por las hipotecas subprime, y la necesidad de configurar una nueva institucionalidad que abarcara a la mayoría los países importantes del mundo para resolver la crisis: el G-20, ya que el G-7 era insuficiente para hacerlo. Luego de casi una década en que Occidente creció a tasas bajas, China siguió su ritmo expansivo. Sobre la pospandemia se calcula que en tres o cuatro años el PBI de China será igual o mayor que el de Estados Unidos, y ya encara un proyecto de autonomía tecnológica. Es decir, en estos años se termina el momento en que el mundo era decisión de unos pocos países de Occidente desarrollados y liderados por los Estados Unidos.

Esto obviamente no es del todo aceptado por la anterior potencia hegemónica. Ya se habían generado políticas de contención de China por Obama con países aliados, más tarde con sanciones comerciales de Trump a empresas chinas, y ahora la política exterior de Biden es más agresiva en términos no solo diplomáticos o comerciales, sino también armamentísticos, mostrando que el mundo anglo y sus aliados –que había dominado los últimos dos siglos el mundo– se resiste pese a su declinación. En cierta forma ocurre lo mismo que se conoce como ‘la trampa de Tucídides’ de la antigua Grecia, donde Esparta ante el crecimiento de Atenas decide atacarla antes de que se vuelva más grande e imparable.

El sueño americano con el advenimiento de Biden es ahora el de América is back again, que significa buscar recuperar liderazgo global y supremacía militar, que se trasunta en configurar una alianza militar entre Gran Bretaña, Australia y Estados Unidos, el KUKUS, que empieza por dotar con submarinos nucleares a Australia, y sigue con una política de contención diplomática y acuerdos políticos con la India y Japón y dotando de armamentos a Taiwán, isla que la China popular considera como parte suya e irredenta. En cierta forma, el consenso bipartidista más fuerte en Estados Unidos es precisamente esta perspectiva antagónica a China, que asimismo vincula el deep state con el complejo militar industrial. Sin embargo, este giro hacia Asia y a la región del Índico-Pacífico en estos términos confrontativos genera riesgos de provocar conflictos bélicos, aumentar gastos armamentísticos y generar una incertidumbre ampliada. Tal vez no promueva una guerra abierta, pero sí son posibles conflictos militares puntuales en el Mar de la China y Taiwán, o quizás en la frontera de China con la India. Lo cierto es que la retirada de la OTAN de Afganistán ha modificado la geopolítica del corazón de Asia. De manera que –de forma menos abierta pero posiblemente más importante– China ha estado trabajando para sacar lo mejor de una situación delicada. Los chinos han invertido 62 mil millones de dólares en el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), el proyecto más grande de su Iniciativa Transnacional de la Franja y la Ruta, y están ansiosos de que los extremistas talibanes no lo pongan en peligro. En cierta forma China tiene un rol transformador y estabilizador de la región y de la economía mundial.

Por otro lado, ‘el sueño Chino’ apunta a alcanzar en unos años la autonomía tecnológica, salir de las humillaciones coloniales del siglo XIX, y realizar un giro hacia la gran masa continental central de Asia. Es decir, ya no va hacia el oeste y hacia la modernización de sus sistemas y hacia Estados Unidos como aliado –como fuera en la época del acuerdo Deng-Nixon (1971)– sino que ante esta tensión creciente se dirige ahora hacia el este, hacia la región menos desarrollada de China, hacia el corazón de Asia, queriendo llegar atravesando Eurasia hasta la Unión Europea, con el proyecto BRI de cooperación múltiple sintetizado en la ‘Franja y la Ruta’. El nuevo líder Ying Ping busca evitar por un lado las hipótesis de conflicto, y por otro trata de bajar la contaminación climática de su modelo industrial y al mismo tiempo superar la crisis energética actual.

Estas tendencias llevan a una multilateralidad débil para la resolución de problemas globales, sin órganos de aplicación de decisiones conjuntas. Asimismo, se inicia una polarización ideológica mediática de parte de occidente, entre democracias que defienden los derechos humanos –que serían Estados Unidos y los países occidentales desarrollados– versus las ‘autocracias electivas’ –particularmente señaladas en China y Rusia– lo cual tiende a polarizar al mundo como en la anterior guerra fría, y promover situaciones de chantaje a países en desarrollo.

 

Segunda tendencia: el giro a Asia de Estados Unidos y el resquebrajamiento de la Alianza Atlantista

Este giro a Asia de Estados Unidos, y la toma de decisiones unilaterales respecto de sus aliados clásicos desde la segunda guerra mundial, generan malestar en la Unión Europea y llevan a preguntarse cómo salir de una vinculación subordinada a los Estados Unidos, que en principio consideraban favorable en términos de la primera guerra fría. Pero luego fue el Brexit, y ahora con el KUKUS –los que serían la misma moneda de la estrategia anglo autónoma– promueve iniciativas en Francia –sobre todo, luego del retiro de Merkel en Alemania– para intentar conformar una Unión Europea como actor que pueda conformar una defensa europea autónoma. Macron, en ese sentido, ya ha hablado de “salir de la ingenuidad”, de seguir haciendo un seguidismo de aliados sin contraprestación alguna. Al mismo tiempo, pesan las humillaciones de Trump contra la Unión Europea en la ruptura del pacto nuclear con Irán, y luego la de Biden: rever la venta de submarinos franceses por americanos de carácter nuclear.

Asimismo, la Unión Europea está en una situación social, cultural y política conflictiva: también allí la desigualdad y la precarización han aumentado. Esto se expresa en el referéndum en Berlín por expropiar inmuebles para todos aquellos que no pueden pagarlos. En España, el gobierno socialista prepara un paquete de medidas para limitar los precios de los alquileres y la construcción de viviendas sociales. A su vez, la gestión de la crisis energética amenaza con enfrentar a los países del sur, este y centro de Europa con los del norte. La velocidad y el alcance de la transición energética están en juego.

Como señala Francois Dubet (2020), “en la [Unión Europea] se está en una época de pasiones tristes y de creciente derechización, donde con el pretexto de liberarse del discurso bien pensante y de lo políticamente correcto se puede acusar, denunciar, odiar a los poderosos o a los débiles, los muy ricos o a los muy pobres y desempleados, los extranjeros, los refugiados, los intelectuales, los expertos. Apenas más veladamente se desconfía de la democracia representativa, acusada de incapaz y corrupta, de estar lejos del pueblo, sometida a los lobbies y que lleva por las riendas a Europa por las finanzas internacionales. Iras y acusaciones que tiempo atrás pasaban por indignas, tienen ahora carta de ciudadanía. Invaden Internet. Y en gran cantidad de países se encuentran expresiones políticas de los nacionalismos y populismos autoritarios”.

 

Tercera tendencia: la América Latina como región en disputa e insumisa

Se podría decir que la región latinoamericana en los últimos años está en el centro de la disputa entre estas dos grandes potencias, tanto de los intereses de Estados Unidos de sacar en todo lo posible a China de América Latina y, a la vez, del hecho de que China ya es el segundo socio comercial de la mayoría de los países. Pero el segundo consenso bipartidista en Estados Unidos, no explicitado, es mantener controlada y fragmentada América Latina como “patio trasero”, e impedir toda iniciativa de integración regional con rasgos de autonomía. La geopolítica del lawfare para descolocar gobiernos progresistas y de izquierda y perseguir líderes indeseables –la geopolítica de Nisman, la causa memorándum para enjuiciar a la expresidenta CFK, o el lavajato para encarcelar a Lula, o la persecución a Correa y Evo Morales– como así también y posteriormente iniciar la geopolítica de las vacunas en defensa de la supremacía de las producidas por Pfizer, son formas continuas e incesantes de controlar y debilitar los intentos de autonomía de los países del sur por parte de la potencia hegemónica y sus aliados más directos – Gran Bretaña, Israel y los Emiratos Árabes Unidos.

En medio de esta disputa está el surgimiento de una nueva ola progresiva de países como México, Argentina, Bolivia y Perú, que parece reemplazar al neoliberalismo tardío e iniciar un nuevo ciclo de cambios en otro sentido, de más Estado y más gasto público y social, y de no confrontación con Estados Unidos, tomando una suerte de distante equilibrio.

América Latina aparece configurando luchas populares, insurrecciones de la sociedad civil democratizadoras, que denominamos la América Latina insumisa. En ella, además de los países anteriormente nombrados, Chile entra en un proceso de transición de un neoliberalismo de tres décadas y de conformación de una nueva constitución post-autoritaria. Asimismo, están presentes movilizaciones populares en diversos países contra gobiernos elitistas para pedir modificaciones drásticas de sus políticas económicas: hay ejemplos en Colombia y Ecuador, y también las que buscan cuestionar a Bolsonaro en Brasil, tanto por un impeachment o por armar una coalición democrática lo suficientemente amplia como para derrotarlo en las elecciones de 2022.

Al mismo tiempo, frente a esta segunda ola se genera una tensión fuerte con las elites latinoamericanas en búsqueda de una regresión hacia un neoliberalismo que no puede satisfacer ya las demandas de sus sociedades y se vuelve cada vez más a la derecha neofascista y antipolítica. La región carece de instituciones para impulsar el proceso de integración, como fuera en la primera década y media del siglo, por una fragmentación iniciada con la disolución de la UNASUR por el neoliberalismo tardío. También faltan instituciones financieras, como la pérdida de bancos multilaterales con liderazgos propios, como era antes el BID, junto a la sombra de la OEA que coordina las acciones de los organismos de inteligencia y seguridad de Estados Unidos para intervenir en Venezuela, pero sin decir ni actuar en países como Colombia, donde se matan 54 activistas sociales por año.

Así, hay gobiernos democráticos progresistas de segunda ola amenazados por coaliciones de derecha que también buscan erosionar procesos de integración regional que llevan varias décadas de duración –30 años– como es el Mercosur. En ese sentido, Bolsonaro, así como el presidente de Uruguay, Lacalle Pou, apuntan a una desaparición del Arancel Externo Común (AEC) del Mercosur, que es lo que posibilita la Unión Aduanera sancionada en el tratado de Asunción y que protege sus industrias de la competencia extranjera, o peor aún, que los miembros puedan negociar por sí solos tratados de libre comercio, como pretende el Uruguay de la coalición de derecha de Lacalle Pou.

Esto para Argentina es tensionante y dilemático, porque preservar el Mercosur como unión aduanera es clave para garantizar su proceso de industrialización, su propio proyecto político nacional, ya que Brasil es el país al que le vendemos nuestros productos con mayor valor agregado. Y Brasil, asimismo, en caso de cambiar su liderazgo actual, es clave por su tamaño y escala para consolidar un proceso distinto en la región frente a la actual fragmentación.

En ese sentido, podemos decir que estamos en un momento de transición, tanto en lo interno o regional, como en lo global, donde un mundo del capitalismo neoliberal, de financierización, concentrado y elitista, tarda en declinar, y otro, el modelo progresista sostenible, productivo, con valor agregado, tarda en surgir. En este difícil escenario nos toca tener la capacidad estratégica de ubicarnos en esta transición de la mejor forma posible, para que no sea una amenaza de mayor subordinación, sino una oportunidad para que el país y la región puedan dar un salto de calidad en autonomía y unidad. En todo caso, para poder romper el techo de cristal que impide un desarrollo con distribución del ingreso y las ataduras que reproducen la desigualdad y la subordinación.

 

La geopolítica como política pública: propuestas

La política internacional, y lo que se suele considerar como geopolítica, es también política pública. Más aún en política exterior, donde se toman decisiones que impactan a todos los ciudadanos. En ese sentido, la Cancillería no es un ente aislado, separado de los demás ministerios, o vinculado solo a un grupo de funcionarios y funcionarias, con su propio entorno de institutos de capacitación y destinos en el exterior: forma parte de un mismo proyecto político, lo mismo que las otras agencias del Estado.

Además, en este contexto, la Argentina no se encuentra muy bien parada. “Sus principales socios comerciales –como vimos, China, India, Brasil y la Unión Europea– están transitando transformaciones tecnológicas profundas y con signos políticos bien diferenciados. El PBI de la Argentina viene estancado desde 2012 y empeoró notablemente con el macrismo, la recesión de 2018, y luego con la pandemia” (Kozulj, 2021). Muchos se han empobrecido, pero más allá de responsabilidades concretas de la coalición Cambiemos y la pandemia, los medios hegemónicos lo traducen como si nada hubiera ocurrido en ese periodo neoliberal, y como si la Argentina fuera inmune a lo que sucede en el mundo, incluida la pandemia.

En el nuevo contexto de esta situación pospandémica, el aumento de la presencialidad y el crecimiento económico son avances positivos en el sentido de la reconstrucción del país. Pero ante la derrota de las PASO, el Gobierno debe decidir entre profundizar el contrato social que se configuró con la sociedad en 2019, o si se va a un debilitamiento de esos objetivos, continuando con la pérdida de ingresos por alta inflación y elevados precios. También, si seguimos pensando en la cuestión regional y global como importantes para nuestro destino, o si las consideramos como tendencias y conflictos que no nos conciernen, ajenos o distantes a nuestros intereses.

A partir de este diagnóstico, se presentan a continuación algunas propuestas para un debate que intente revertir las tendencias más riesgosas que se observan en el mundo y la región, y aprovechar las oportunidades que también están y se presentan para contar con un rumbo estratégico.

Primero se requiere apuntar a reconstruir algún tipo de bloque regional, a tener una voz común para el conjunto de América Latina, ya que de lo contrario no tendremos ningún peso ni presencia en el mundo que se está gestando, que es de grandes bloques, regiones y países de nivel continental, y en donde los pequeños países –o aquellos de ingresos medios como el nuestro– solos no pesarán. En ese sentido, la CELAC puede ser una buena oportunidad para empezar a construir esa voz común, en la medida que representa a toda la América Latina y el Caribe y es vínculo principal de articulación con China. Además, no sería improbable que el próximo presidente de esta institución fuese argentino, a instancias de México.

En ese sentido, la vinculación México-Argentina iniciada por ambos presidentes para la producción conjunta de vacunas contra el COVID-19 puede ser profundizada en organismos internacionales como el G-20 y apuntar a esta revitalización de la CELAC como organismo representativo de la región, de tener una voz común en las importantes decisiones que se van a tomar en este mundo, en esta tensa transición del poder global.

Esto no significa abandonar el Mercosur a los objetivos del neoliberalismo tardío –de eliminar el arancel externo común– sino negociar con capacidad estratégica, pragmatismo y flexibilidad reducciones arancelarias, particularmente con Brasil, para modificar aquellos aranceles que no impliquen impactos sensibles para el sistema industrial de estos países –ejemplos: industria automotriz, textiles, zapatos, etcétera. En el dilema ‘libre comercio o unión aduanera’, lo que se impone es el salvataje del Mercosur como Unión Aduanera y convertirlo en plataforma amplia de vinculación comercial con el mundo. Y en este propósito no estamos solos, porque tampoco el PT de Brasil, ni los empresarios de San Pablo, ni Itamaraty, están de acuerdo en una política de apertura y liberalización total que aumentaría el desempleo y la precarización, ni tampoco en admitir que los socios del grupo puedan generar tratados de libre comercio con otros países, sin consensos previos, como lo intenta hacer Lacalle Pou.

Como segunda cuestión para una visión estratégica, se requiere aprovechar las diversas fuentes de masa crítica e investigación y propuestas que fluyen por varias instituciones de la región, y no comprar paquetes enlatados de los países centrales: instituciones como la CEPAL, que apoya fuertemente esta orientación de tener una voz común de la región y realiza propuestas a favor de un modelo de desarrollo sostenible, con valor agregado y cuidado ambiental; el Grupo de Puebla, que trabaja en la línea del Foro de San Pablo, es importante también, y está considerando desde varios países un rumbo progresista común para las opciones de políticas conjuntas; y, finalmente, y no menor, el contar con la influencia regional y global del Papa Francisco, en sus posiciones internacionalmente conocidas a favor de los movimientos populares de la región y defensa de los pobres, el medio ambiente y la paz mundial, así como la reivindicación de la política para la construcción de un mundo distinto y más solidario.

Una tercera cuestión es encarar la lucha contra los paraísos fiscales en defensa de la democracia. “Los Pandora Papers han terminado de demostrar cómo algunas de las personas más poderosas del mundo ocultan su riqueza. Los documentos de Pandora han expuesto los detalles de un sistema global cuyos contornos básicos ya eran bien conocidos. Las leyes de propiedad han sido redactadas durante mucho tiempo por y para los ricos, lo que le da al público una amplia razón para sospechar que el sistema está manipulado” (Pistor, 2021). Pero lo que ha demostrado esta investigación, y las dificultades de esta tarea, es cómo juristas, legisladores y tribunales han inclinado la ley en favor de las elites. Esto último es una de las principales contradicciones que impiden a la región el desarrollo, generan inflación y erosionan la democracia, en particular en Argentina, que figura tercero en el ranking de los países que más evaden. La cultura evasora de las elites regionales facilita el ocultamiento de la acumulación de sus ganancias que desfinancia a los Estados. Con ello no invierten productivamente y paralelamente generan desempleo y pobreza. Porque lo cierto es que nadie hace una offshore si no es para hacer un fraude al fisco. Es un mecanismo del sistema capitalista que va a significar la ruina de todo el mundo, porque muchos se aprovechan para lucrar a expensas del Estado y de los trabajadores y las trabajadoras. Porque, finalmente, ¿por qué la gente va a confiar en la Justicia, si sabe que los ricos se llevan la plata que acumularon, no pagan sus impuestos y todo eso aparece como legal?

Cuarto, es necesario despolarizar el conflicto y desideologizar las agendas centrales, al entrar en una nueva etapa ideológica en que se busca mostrar el conflicto global a través de los medios masivos de Occidente: si antes era contra el terrorismo y el Islam, ahora es contra China y Rusia, considerándose los Estados Unidos como el país democrático y defensor de derechos humanos y del mundo libre por excelencia y defensor de países amenazados. En ese sentido, se trata de despolarizar y considerar que el bien común global no es patrimonio de un reducido grupo de naciones, ni se requiere un liderazgo unificado que vele sobre éste, sino mostrar que el interés general remite a una construcción colectiva que implica el diálogo, el reconocimiento de la multipolaridad y la necesidad del multilateralismo y de reformas institucionales para zanjar los conflictos y resolver problemas que afectan al conjunto de la humanidad; que hay diversos modelos de sociedad y de sistemas políticos, pero que no hay uno único válido para todo el planeta, porque todos los países son necesarios para salvarlo de las amenazas sistémicas: el calentamiento global, la desigualdad o las migraciones, como de aquellas propuestas no equitativas en la resolución del calentamiento global. En ese sentido, en la cumbre climática de Glasgow es necesario abrir un debate mundial acerca de la injerencia y la responsabilidad que cada país tiene en el calentamiento global. La transición hacia una política sustentable global requiere que haya una posición unánime respecto a cómo frenar la contaminación y quiénes, cómo y cuánto deben aportar para revertir la actual situación.

Quinto, debemos salir de una matriz productiva primarizada. El ciclo de armonía entre China y Occidente y de una extraordinaria bonanza económica para la Argentina, y en cierto punto en el mundo entero, comenzó a esfumarse hacia 2012, cuando Estados Unidos empezó a ver a China como una amenaza competitiva seria. Las tendencias a la polarización estuvieron a la orden del día a escala planetaria a partir de 2015 y se acentuaron con la pandemia. Sin embargo, el producto industrial de los países desarrollados duplicó su valor promedio anual entre 2014 y 2019, mientras que el correspondiente a los restantes países que albergan más del 80 por ciento de la población del planeta se redujo en 23 por ciento en el mismo período. Por tanto, se trata de buscar negociar y cooperar con todos los países y regiones, y tener un no alineamiento activo. Esto es importante y remite a una tradición de Argentina y de los países en desarrollo, del Grupo de los 77 de la ONU, para salir de polarizaciones ideológicas, tanto de la anterior guerra fría como de la actual. Y sobre todo, potenciar alianzas y negocios con países que favorezcan la cooperación en términos de equidad y promuevan la exportación de valor agregado de bienes agrarios e industriales y de servicios, y produzcan transferencias tecnológicas para el armado integrado de cadenas de valor. Se debe exportar bienes no tradicionales, potenciar las pymes y la economía popular, y regular a sectores monopólicos con actitudes extorsivas hacia el gobierno en los precios de los alimentos, para preservar el consumo de las mayorías. Se trata de cambiar la matriz productiva y exportar mayor valor agregado, y en esto la política exterior tiene un rol creciente para lograrlo. En ese sentido, la Argentina ya tomó la decisión de ingresar en la BRI, que es el plan de infraestructura más importante existente actualmente en el mundo, y que apunta a la cooperación mutua y la propuesta de un mundo multipolar. Ello puede ampliar nuestra capacidad exportadora, potenciando el desarrollo económico con mayor capacidad de generar buenos empleos y no primarizarnos.

Sexto, se requiere tener una posición más activa en la geopolítica del Atlántico Sur y sobre nuestros ríos, y que no sea solo declamativa. La soberanía del Atlántico Sur es la defensa de la soberanía de Malvinas, en contra de los tratados de Macri, y por el riesgo que se cierne sobre el control de la Antártida y del estrecho del Drake y la pesca en la plataforma continental. Tampoco debemos aceptar las presiones de Estados Unidos para desactivar la construcción de las represas del sur, y dejar de generar en Tierra del Fuego un polo científico tecnológico y una base logística de vinculación con la Antártida. En términos institucionales, esta realidad de soberanía y desarrollo en peligro debería llevar a tener un Ministerio del Mar que posibilite una articulación entre lo productivo, la pesca y la extracción de petróleo y de minerales, potenciando la cadena de valor de la construcción naval. Es tan extenso nuestro litoral marítimo y tan importante nuestra condición bicontinental, y sin embargo nuestro Estado y su configuración ministerial hasta ahora conciben al país básicamente como agrícola-ganadero, no marítimo. En esta defensa de nuestro mar, también está el rechazo a la pretensión del gobierno de la República de Chile de extender los límites de su plataforma continental por sobre territorio argentino. Esto tiene la misma lógica de una visión estratégica de defensa de la soberanía de nuestros ríos, particularmente del Paraná: debemos dejar de seguir privatizándolo, haciendo concesiones y remendando el esquema del Consenso de Washington, como es la Hidrovía. Se trata de poner balanzas, para saber qué y cuánto se exporta y no de concesionar; se trata de generar un nuevo tipo de empresas públicas con participación de actores, de productores medianos y pequeños; de tener políticas para lograr la soberanía alimentaria y no caer en la tentación de no intervenir por evitar el conflicto, o esperar que se arregle solo o, peor aún, que lo arregle la Justicia, como pasó con Vicentin, donde el poder político no intervino en el momento en que se podía y ahora la empresa está desguazada, no va a pagar a nadie y lo poco que queda de valor ya es de otra multinacional –Glencore. Se trata de defender la soberanía alimentaria y tener un Estado eficiente en la regulación de sus exportaciones y de las multinacionales.

Séptimo, debemos modificar el modelo de poder financiero que busca imponerse por sobre la vida de los pueblos. Por un lado, teniendo posiciones firmes en la negociación con el FMI para no quedar entrampados en la deuda permanente, exigir no pagar la sobretasa y extender el número de años para pagar. Se trata, asimismo, de ser equitativos sobre quién paga una deuda irresponsable, si el pueblo –que no se benefició en absoluto con ella– o quienes la fugaron. Para ello es importante avanzar sobre la evasión fiscal de quienes se fugaron los 45.000 millones de dólares, ya que cada vez están más esclarecidos por la información del Banco Central, los Panamá y los Pandora Papers. No debemos hacerlo en términos de blanqueo de capitales, sino de persecución jurídica por evasión y, en todo caso, negociando esos activos exteriorizados para que retornen como inversión en cadenas de valor locales.

Esto requiere también incidir en el debate sobre la reforma de la arquitectura financiera internacional que se pretende, donde se necesita de una reforma global y un ambicioso impuesto mínimo global sobre las multinacionales que vaya más allá del 15 por ciento que está ahora sobre la mesa de la OCDE, “y que sea lo más cercano posible al 25 por ciento para acabar con la dañina competencia fiscal entre países y reducir el incentivo de las multinacionales a trasladar sus beneficios a los paraísos fiscales” (Comisión Independiente para la Reforma del Sistema Impositivo Corporativo, ICRICT). A su vez, esta institución propone gravar las ganancias de las multinacionales, no en función de dónde establecen su casa matriz, que suele ser en lugares de opacidad fiscal como Luxemburgo, Suiza, Hong Kong o el Reino Unido, sino en base a sus actividades reales, es decir, donde se ubican los factores clave: empleo, ventas y activos. Asimismo, en esta reforma de la arquitectura financiera internacional debe incluirse una forma distinta de encarar la reestructuración de deudas soberanas, para que no impliquen la deuda permanente.

 

A modo de cierre: la importancia de los valores

La geopolítica es una política pública de inserción regional e internacional que apunta a la reconstrucción del país y que requiere de un rumbo estratégico que pueda articular las dos realidades: la construcción de un modelo de desarrollo sostenible, productivo, con valor agregado; y una geopolítica que favorezca el Mercosur como una unión aduanera expansiva y consensual, y la CELAC como construcción de una voz para toda la América Latina y el Caribe.

Por último, una visión estratégica y geopolítica para esta época pospandémica y de reconstrucción no es solo una cuestión de agenda político-técnica, de diplomáticos y funcionarios, sino que requiere de valores como los de la solidaridad, el diálogo y la justicia, como así también del apoyo popular y la participación. Particularmente en este tiempo de elecciones de medio término, donde se juegan dos modelos distintos de país: el de una riqueza que se distribuye y genera calidad de vida y un mejor futuro para todos, o el de la concentración, el individualismo, la fuga y la impunidad para la elite. La derecha quiere una catástrofe como final del Frente de Todos, porque eso generaría el clima social para producir la tan ansiada restauración conservadora de un saque: la vuelta hacia atrás, hacia las reformas laborales y previsionales. “Por esto es que la operación de pinzas con Rosatti como presidente de la Corte Suprema y Vidal anunciando que está dispuesta a quedarse con la presidencia de Diputados, rompiendo con una regla de convivencia política histórica, no son meros fuegos de artificio. La idea no es solo que el Frente de Todos pierda en 2023. Es que termine en catástrofe para que el terreno esté preparado para ‘ir por todo’” (Verduga, 2021: 13).

En estas particulares circunstancias, cabe preguntarse –como lo hacen otros países– cuál es nuestro sueño. ¿Es el de solo sobrevivir en un escepticismo individualista, en la incertidumbre y el desencanto cotidiano, con la desconfianza en cada medida pública y que construye la antipolítica que propalan los medios concentrados? ¿O el de reconstruir la esperanza de un país para todas y todos generando un modelo de desarrollo sostenible y productivo que genere empleo de calidad y una democracia más sustantiva y en una región más autónoma? ¿Es salir de la desigualdad de un país con casi la mitad de población pobre y del país evasor, especulativo y de captura de rentas, para evitar nuevamente la restricción externa, el endeudamiento y la pérdida de soberanía? Sí, se trata de ir por un sueño de reconstrucción, pero de uno que esté enraizado en nuestra mejor historia y tradiciones políticas.

 

Referencias

Arredondo R (2021): “Aviones sobre la isla para asegurar el frente interno. Aukus, el rearme chino y la proliferación nuclear”. Perfil, 10-10-2021,

Dubet F (2020): La época de las pasiones tristes. De cómo este mundo desigual lleva a la frustración y al resentimiento, y desalienta la lucha por una sociedad mejor. Buenos Aires, Siglo XXI.

Kozulj R (2021): “Recuperar la cohesión social”. Página 12, Suplemento Cash, 10-10-2021.

Pistor K (2021): “The Pandora Papers and the Threat to Democracy”. Proyect Syndicate, 11-10-2021.

Verduga D (2021): “Operación de pinzas: la derecha va por todo”. Tiempo Argentino, 10-10-2021.

 

Daniel García Delgado es director del Área Estado y Políticas Públicas de la FLACSO Argentina.

Share this content:

Deja una respuesta