El peronismo en la CELAC

Aprovechamos dos acontecimientos contemporáneos y dos hechos históricos para hacer una reflexión que podría denominarse de “actualización doctrinaria”. Los contemporáneos: el anuncio del canciller Felipe Solá de que el presidente Alberto Fernández asumirá en septiembre la presidencia “Pro tempore” de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC); y el asesinato, hace pocas semanas, del presidente de la República de Haití, Jovenel Moise, reflejo de la triste crisis endémica de ese país.

Los dos hechos históricos –que tienen en común a la República de Haití– nos inspiran una invitación a revisar –y en todo caso modificar– las características de la visión que el peronismo ha venido elaborando sobre el continente americano: la expedición de principios de 1816 del libertador Simón Bolívar, retornando al continente después de su doloroso exilio en Jamaica; y la salvación de un grupo de fugitivos perseguidos por la autodenominada “Revolución Libertadora” tras el intento de golpe del general Valle en 1956. La primera fue el inicio del contraataque contra las fuerzas realistas en un momento particularmente dramático de la Guerra de la Independencia (1815-1816). En esos años, el contexto internacional estaba signado por la derrota napoleónica y la constitución de la Santa Alianza. En prácticamente todo el subcontinente las fuerzas militares realistas se habían impuesto. Solamente el gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata se mantenía en pie. La suerte de los patriotas americanos parecía echada.

Bolívar tuvo que refugiarse en Jamaica, donde buscó infructuosamente apoyo de Gran Bretaña para poder armar un nuevo ejército y regresar. Por los compromisos internacionales con las potencias europeas, Gran Bretaña, más allá de su interés comercial en la región, no podía comprometerse en ese momento, según evaluó su diplomacia. Tal era la sensación del Libertador de haberlo perdido todo que estuvo al borde del suicidio. La salvación le llegó desde Haití. La República de Haití había declarado su independencia en enero de 1804 y la abolición de la esclavitud, lo que causaba un extremo rechazo, tanto en la Europa de la revolución francesa como en la nueva y “democrática” República de Estados Unidos. Pero este rechazo era también muy notable y especial entre las élites criollas de América del Sur, que empezaban a madurar su independencia de la antigua metrópoli. La consigna de hierro era que esta revolución no debía ser a costa de perder sus privilegios y propiedades, entre las cuales los esclavos eran de las principales. En lo que además todos coincidían era en no permitir que prosperara una revolución y una nación dirigida por negros, como era Haití, por el ejemplo escandaloso que eso representaba en el mundo de esos años.

En ese contexto, Bolívar se dirigió a Haití y fue recibido por el presidente de la República, el general Pétion: “Al poco de arribar, Simón Bolívar pasó a Port au Prince y mantuvo una serie de reuniones con Alexandre Pétion en las cuales establecieron un pacto por el cual el presidente haitiano aportaría armas, municiones y buques al líder venezolano a cambio de que éste declarase la abolición de la esclavitud en la Tierra Firme. Dicho acuerdo resultó de enorme relevancia porque salvó a los patriotas del desastre en que se encontraban, y porque introdujo la cuestión social en la causa de la independencia de Venezuela y Nueva Granada. Ahora bien, ¿qué motivó a Simón Bolívar, que hasta ese momento era dueño de esclavos y sentía aversión por la revolución haitiana, a aceptar dicho pacto? No hay una respuesta clara, pero parecería que la necesidad fue el factor clave que lo avino a tomar esa medida. Sin embargo, también es posible pensar que su estancia en Haití coadyuvó a que diera ese paso. Al ver que los haitianos no eran unos bárbaros sanguinarios como se imaginaba, seguramente sus ideas deben haber mutado, llevándolo a aceptar –aunque con ciertas ambigüedades– las tesis antiesclavistas propuestas por Pétion. Por su parte, es posible pensar que en el presidente haitiano pesaron más los ideales que el pragmatismo, ya que tenía una larga tradición de lucha antiesclavista y anticolonial, y desde la expedición de Miranda había buscado la expansión de aquellos ideales. Empero, también puede haber pesado el hecho de que Haití se encontraba aislada y auxiliar a los republicanos era una forma de encontrar en el futuro un aliado en la arena internacional” (Martínez Pería J, 2016: “Entre el terror y la solidaridad: La influencia de la revolución haitiana en la Independencia de Venezuela y Nueva Granada”. Anuario del Instituto de Historia Argentina de la UNLP, 16-1).

Bolívar fue rechazado por las tropas realistas al llegar al continente en un primer intento. Regresó a Haití y Pétion lo volvió a equipar. Se rearmó una expedición de 300 hombres que incluían 30 voluntarios haitianos. Bolívar desembarcó en la zona de la Barcelona venezolana y desde allí inició su gloriosa campaña que culminó con la victoria del Mariscal Sucre en Ayacucho, consolidando la independencia de nuestro continente en 1824. Hay que reconocerle a Bolívar que intentó cumplir con su compromiso. En lo personal, cuando recuperó sus haciendas liberó a todos los esclavos que restaban de los más de mil que había poseído. En lo institucional, promovió la abolición de la esclavitud en todos los documentos políticos y jurídicos en los que intervino, como en la primera constitución de Bolivia de 1826 que redactó personalmente. Pero, lamentablemente, no logró nunca que las leyes surgidas de estos instrumentos fueran aplicadas en este tema. Es triste recordar que no logró ni siquiera que Haití fuera invitada al frustrado pero tremendamente simbólico Congreso de Panamá, que había promovido soñando con la confederación de repúblicas americanas en 1826.

En la primera reunión de la CELAC realizada en Caracas en diciembre de 2011, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, anunció que condonaba la deuda que mantenía hasta ese momento la República de Haití con su país por la venta de petróleo. Haití había sufrido meses antes un terremoto que la había devastado. Dijo Chávez en esa oportunidad: “los pueblos suramericanos tenemos una deuda grande con Haití. Yo no tengo duda como revolucionario que a Haití le cobraron muy caro. (…) En esa lucha los haitianos derrotaron cuatro imperios y luego aportaron su esfuerzo por la Independencia de Latinoamérica. El imperio le ha cobrado muy caro a Haití haber sido la primera nación en emanciparse”.

El segundo de los hechos históricos que nos hace recordar a Haití transcurrió en la Provincia de Buenos Aires en 1956. Lo rescata, entre otros, Salvador Ferla en su clásico libro Mártires y Verdugos. Fue en Vicente López, donde se encontraba ubicada la embajada de la República de Haití al producirse el levantamiento militar del general Valle. Como es conocido, el levantamiento del 9 de junio fracasó y se produjo una sangrienta represión de la dictadura de Rojas y Aramburu, incluyendo el fusilamiento del general Valle y un gran número de civiles y militares. En momentos en que los grupos revolucionarios se dispersaban y huían buscando refugio, un grupo de siete compañeros peronistas, entre los que se encontraba el segundo jefe de la rebelión, el general Raúl Tanco, fueron refugiados en la embajada por su titular, el poeta haitiano Jean Brierre y su esposa Thérese.

El 14 de junio el embajador se dirigió a la Cancillería para realizar el trámite formal de dar carácter de refugiados a sus huéspedes. Durante su ausencia, 20 hombres armados, al mando del general Juan Quaranta, jefe de la entonces Secretaría de Informaciones del Estado, irrumpieron violentamente en el edificio de la Embajada y secuestraron a los refugiados, pese a la dignísima y heroica resistencia de Thérese, que puso en riesgo su propia integridad. Ferla sostiene que, gracias al escándalo que pudo armar Therése, que fue golpeada e insultada con el consabido “negra de mierda” por los agresores, Tanco y sus compañeros no fueron fusilados en ese mismo momento en la calle. Se los terminaron llevando en un colectivo que pasaba y fue secuestrado.

Thérese Brierre comenzó inmediatamente una campaña, llamando a todas las agencias de noticias y generando el inicio de un durísimo enfrentamiento diplomático. Como resultado, los secuestrados debieron ser devueltos a la Embajada. El embajador los fue a buscar personalmente a la oficina militar donde se encontraban. Cuenta Alicia Olivera en una nota periodística sobre el incidente que el paquete que le entregaron al general Tanco con su ropa tenía una etiqueta que decía: “Pertenencias de quien en vida fuera el Gral. Raúl Tanco”. Rodolfo Walsh al mencionar el episodio sostenía que uno de los empleados de la embajada había dicho: “Nosotros somos todos descendientes de esclavos, por eso somos peronistas”.

El 8 de diciembre del 2004 el entonces ministro de Relaciones Exteriores de la Nación, Rafael Bielsa, realizó un homenaje al embajador y poeta Jean Brierre y su esposa Thérese, con un discurso de reconocimiento sobre su accionar y sobre la historia de Haití. “La integridad, la solidaridad y la profunda valentía que en aquel momento aciago de nuestra historia demostraran Jean Brierre y su mujer nos exigen ejercer activamente la memoria”.

El relato surgido de la tradición liberal sobre la historia de la conquista y la independencia –y por lo tanto de la identidad de América– difiere del surgido del hispanista en muchos aspectos. Las concepciones neomarxistas, más emparentadas en su esencia filosófica al liberalismo, agregaron también muchos aspectos valiosos a los análisis estructurales y económicos. Pero en general todos coinciden en partir de un punto de vista eurocéntrico desde el cual comprender el fenómeno.

Es útil recordar entonces la necesidad de rescatar nuevamente y profundizar la visión de los pensadores nacionales –y en especial los del peronismo– que han planteado hace ya varios años la necesidad de construir una cosmovisión original y esencialmente americana sobre el mundo. Por lo pronto, las tres corrientes europeístas han coincidido por distintos caminos y en distinta forma y profundidad en negar, ocultar, justificar o por lo menos disminuir en su importancia, dentro del proceso de conquista y explotación del continente americano, el tema de la esclavitud y el comercio de trata de seres humanos esclavizados. El grado de evolución actual de la conciencia sobre los derechos humanos y la inaceptabilidad del racismo en sus diversas formas, así como la maduración política e intelectual de los pueblos descolonizados de África, Asia y América, hacen que se comience a revisar toda la historia desde otro punto de vista. Es posible, por ejemplo, que, por influencia de estos pensamientos de origen europeo no hayamos incorporado todavía la importancia y la dimensión de la cultura africana a lo largo y a lo ancho del continente. La trata de esclavos efectuada por las potencias europeas significó el traslado de millones de africanas y africanos arrancados de sus poblaciones naturales para ser explotados en condición de seres no humanos en las minas de pata y oro y en las plantaciones de algodón, cacao, caña de azúcar y otros productos. Surgida de la necesidad de reemplazar la mano de obra aborigen diezmada por la explotación y las enfermedades, y menos adaptada al trabajo brutal del sistema de explotación colonial, fue el principal negocio global, especialmente en los siglos XVII y XVIII. Fue parte sustancial de la acumulación de capital inicial para el originario desarrollo protoindustrial europeo que se consolidó con la apropiación de las materias primas coloniales. La industria textil, por ejemplo, una de las que modelaron inicialmente organización del modo de producción capitalista moderno, fue abastecida por el trabajo esclavo de los algodonales americanos durante toda la primera mitad del siglo XIX.

Pareciera que en la Argentina tendemos a ver al mundo afroamericano del norte y caribeño como algo lejano y un tanto exótico. En el peronismo es por ejemplo muy fuerte aún la influencia de la tradición hispanófila, seguramente debido a la incorporación en el origen mismo del movimiento de importantes grupos provenientes del nacionalismo católico. Fue muy importante también la más tardía coincidencia con el denominado “revisionismo histórico clásico”. Tal vez esa impronta haya hecho ver muchas veces con demasiada distancia a los pueblos americanos de habla no española. Probablemente en los últimos años vimos un poco más de cerca la realidad del pueblo brasileño, pero en realidad sin conocerla demasiado, o sin conocer por ejemplo que recién en 1888 fue abolida allí la esclavitud. Tampoco tenemos muy presente que en la mayor parte de la América hispana –incluyendo la propia Argentina– la abolición definitiva de la esclavitud se produjo en la década de 1850 y en Estados Unidos en 1865, después de una de las guerras civiles más cruentas de la historia, producida por ese motivo. No es tan extraño, habida cuenta que en la Francia de los Derechos del Ciudadano y la Liberté, Egalité, Fraternité recién lo fue en 1848.

El primer paso importante de actualización doctrinaria en este rubro lo hizo el mismo Perón, cuando en la década del sesenta en diversos mensajes y declaraciones sintetizados en las publicaciones que denominó La hora de los Pueblos y América Latina, Ahora o nunca, comenzó a ligar la Tercera Posición con los países del Tercer Mundo y los “No alineados” que surgían en ese momento en Asia, África y América. No fue casual que hablara entonces de “Latinoamérica” y ya no de “Hispanoamérica”, no limitando la definición a los países de tradición y de habla hispana. Son muy conocidos, por otra parte, los antecedentes que dejó el general Perón en su accionar de gobierno e inclusive como jefe del Movimiento en el exilio sobre la importancia de “la Unidad latinoamericana” para ingresar al mundo globalizado o universalizado.

El Papa Francisco parece conocer sobradamente la necesidad de actualización de las doctrinas. Hay un párrafo en su última encíclica, Fratelli Tutti, que tal vez no ha sido suficientemente subrayado: “A veces me asombra que, con semejantes motivaciones, a la Iglesia le haya llevado tanto tiempo condenar contundentemente la esclavitud y diversas formas de violencia”.

Los países miembros de la CELAC son 33: Antigua y Barbuda, Argentina, Bahamas, Barbados, Belice, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Cuba, Chile, Dominica, Ecuador, El Salvador, Granada, Guatemala, Guyana, Haití, Honduras, Jamaica, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas, Santa Lucía, Surinam, Trinidad y Tobago, Uruguay y Venezuela. El organismo nuclea a las actuales naciones surgidas de un continente que fue conquistado y explotado entre el siglo XVI y el XIX por las coronas europeas y sus socios comerciales, de cuya tradición hoy derivan España, Portugal, el Reino Unido y Países Bajos, entre los principales. Entre ellas hay enorme cantidad de historias comunes. Por ejemplo, en todas hubo esclavos. También particularidades resultantes de la mezcla cultural. Por ejemplo, las lenguas que se hablan en cada una. Si bien Haití sería “latinoamericana”, ya que es francófona, nuestra distancia intelectual y empática con su realidad es muy grande. Mucho mayor aún lo es con los países de habla inglesa y holandesa.

La CELAC, el organismo creado en 2010 y que funciona desde 2011, se define como “un mecanismo intergubernamental de ámbito regional que promueve la integración y el desarrollo de los países latinoamericanos y caribeños”. Ante la crisis de credibilidad de la OEA y la desactivación del UNASUR, aparece hoy como un instrumento muy importante para mantener viva la llama de la anhelada unidad de los pueblos americanos, para poder enfrentar los enormes desafíos del mundo global. Actualmente es presidida por México, cuyo gobierno impulsa la profundización de los mecanismos institucionales de integración que hoy son todavía muy débiles. Brasil suspendió recientemente su participación, por considerar que desde allí se toleraban regímenes que el gobierno de ese país condena. Que nuestro presidente, el compañero Alberto Fernández, esté al frente de este instrumento de la hermandad de los pueblos americanos, podría ser un buen impulso para avanzar y reflexionar sobre estos temas. A lo mejor empezamos a soñar con la “Unidad Latinoamericana y del Caribe”.

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