Destino latinoamericano: una aproximación a la obra de Methol Ferré

“Los hombres sólo se vuelven a la historia, en su auténtico valor, más allá de su presente, cuando una gran inquietud los acucia y necesitan entender y medir mejor su actualidad, escudriñar los signos del futuro” (Methol Ferré, El Uruguay como problema).

 

Marco de enunciación y matriz reflexiva

Alberto Methol Ferré (1929-2009), filósofo, teólogo e historiador uruguayo. Profesor, asesor político y académico, miembro del Consejo Episcopal Latinoamericano. Impulsor de la teología del pueblo y destacado promotor de una mirada geopolítica –en clave integradora– sobre la historia y el devenir de América Latina. La originalidad de su pensamiento y la elocuencia de su prosa capturan con inusitada precisión el espíritu de nuestra época, sus posibilidades y desafíos.

En efecto, los conceptos de Methol –verdaderas herramientas que permiten asomarse al espacio, la historia y la política– inauguran un enfoque situado, sólidamente fundamentado y no desprovisto de plasticidad, puntos donde se sustenta su inequívoca vigencia. En las líneas que siguen intentaremos reparar, de modo articulado, en los grandes núcleos de tres elaboraciones, tal vez las más relevantes o las que mejor permiten abordar las muchas dimensiones de su pensamiento: El Uruguay como problema[1] (1967), Los Estados Continentales y el Mercosur (1999)[2] y La América Latina del siglo XXI (2006).[3] La selección de trabajos y el rastreo de ideas –así como su orden y disposición– se basan, como es fácil suponer, en elementos subjetivos. Los criterios se hallan definidos por dos problemas, a nuestro juicio, fundamentales: a) la fisonomía geocultural, mítica, política y espacial de la región; y b) las perspectivas de integración de los países que la conforman. Ambas dimensiones problemáticas se irán urdiendo a lo largo del ensayo, en función de la ruta argumental que cada tema requiera.

¿De qué modo se configura la cartografía reflexiva de Methol? Discípulo de Luis Alberto de Herrera y asistente de Eduardo Víctor Haedo, referentes del Partido Nacional, no sorprende su temprana adhesión al revisionismo rioplatense. Promediando la década de 1950 se acerca a dos exponentes de esta profusa corriente historiográfica en la otra orilla del Plata: Arturo Jauretche, reconocido polemista y escritor criollo, y Jorge Abelardo Ramos, sagaz pluma de la izquierda nacional.[4] El cotejamiento de los postulados revisionistas con la encrucijada de un país que pareciera no dar con una salida para su inestable decadencia,[5] lo lleva a replantear los fundamentos clásicos de la política exterior nacional, pues allí, en el vínculo con sus más inmediatos vecinos, se inscribe un destino posible para el Uruguay. Sobre esa preocupación y en torno a aquella alternativa comienza a construirse el ideario metholiano: “El Uruguay es la llave de la Cuenca del Plata y el Atlántico Sur, y la incertidumbre de su destino afecta y contamina, de modo inexorable y radical, al sistema de relaciones establecido entre Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia. Seguramente, sus repercusiones son aún más lejanas. Por eso, una reflexión sobre su historia, raíces y prospectiva compromete y está empeñada directamente con sus vecinos. Tanto para ellos como para nosotros, una distracción acerca del otro equivale a un olvido de sí mismos. El Uruguay separado de su contexto renunciaría a comprenderse y caería en la irrealidad tentadora del solipsismo político” (Ferré, 2015: 53).

Comprender al Uruguay: he ahí el asunto capital. Desarmada la placidez insular a partir del ocaso del Imperio Británico, la pregunta por el destino y la viabilidad de la “Suiza sudamericana” aparece con fuerza.[6] Problematizar la génesis de la República: el proyecto artiguista, su derrota, el papel de la hábil diplomacia foránea. La historia reabre una vieja disyuntiva: Uruguay se hallará en su destino latinoamericano, materializando el sueño de Artigas, o se extraviará en el laberinto semicolonial, bajo la égida de un nuevo imperialismo.

Desde luego, al autor le interesa la realización de la primera posibilidad. Respecto a ella, cabe preguntarnos: ¿qué antecedentes históricos le dan sustento? ¿Cuáles son los argumentos que explican su vitalidad política? El pensador oriental recuerda, en referencia a esto, el panorama dispuesto por el triunfo independentista que conmociona a un vasto territorio unido durante tres siglos por el dominio ibérico, cuya huella se refleja en la articulación religiosa, cultural y lingüística de los pueblos allí esparcidos. El triunfo de la “fronda aristocrática” –tal el carácter que Methol asigna a la rebelión de las oligarquías portuarias contra la burocracia colonial– en simultáneo con la interesada acción diplomática o bélica (vía Portugal-Brasil) de Gran Bretaña –fundada en el principio divide et impera–, arrojan al mundo una bandada desacompasada de repúblicas formalmente soberanas, insertadas en la división internacional del trabajo como proveedoras de materias primas. Ese desenlace signará la derrota de Bolívar, San Martín y Artigas, es decir el desbaratamiento del anhelo profundo que, contra la codicia de mercaderes y terratenientes, caracterizó a la primera fase de la emancipación americana.

Montevideo o Colonia del Sacramento, Banda Oriental o Provincia Cisplatina, la tensión entre España y Portugal primero, entre la Argentina y el Brasil después, no se resolvió a favor de ninguna de estas alternativas. Ubicada en la puerta de entrada a la Cuenca del Plata, arteria fundamental de Nuestra América, los lores ingleses no dejarían esta zona estratégica librada al azar de las disputas intrarregionales, expuesta a ser imantada por uno de los polos de poder que se iban configurando espacial y políticamente en el sur del continente. En efecto, por intermedio de John Ponsonby, enviado de George Canning para afirmar el interés británico en esta parte del globo, toma forma un tercer corolario: el Uruguay que, tal como señala el autor, “no es hijo de la frontera, sino del mar, y el mar era inglés” (Methol Ferré, 2015: 62).

La política internacional espeja la situación del país en el orden de poder global. Uruguay, como hemos visto, es fruto de la geopolítica inglesa. Por tal motivo, la actuación que desempeña en el concierto internacional de naciones remite directamente a sus condiciones de origen, viene impresa en su genealogía. En su carácter de virtual protectorado británico, la lógica de acción –lúcidamente descodificada por Herrera en El Uruguay internacional– es la no intervención. Methol analiza su sentido profundo: “Desde el punto de vista uruguayo, la No Intervención es mucho más que una doctrina entre otras, o más justa que otras. (…) Es la razón de existencia del país mismo. En efecto, Inglaterra abrió un campo neutralizado en la boca del Río de la Plata, para desarticular la Cuenca y evitar su control por ningún centro de poder latinoamericano en el Hemisferio Sur. (…) El Uruguay aseguraba el desmembramiento de la zona óptima de América del Sur. Como reaseguro, las Malvinas custodiaban discretamente. No olvidemos que es la operación complementaria que sigue a poco la independencia del Uruguay. (…) Fuimos intervenidos, para no intervenir. Es el otro rostro del destierro de Artigas. Más que exilio de Artigas, hubo exilio americano del Uruguay. Tal el sentido de la Paz de 1828, origen del país. De ahí el mote por todos conocido: Estado tapón, ‘algodón entre dos cristales’” (Methol Ferré, 2015: 73).

Lo cierto es que la lógica explicitada pierde efectividad en la medida que se modifica la estructura de poder mundial y se desdibuja el Uruguay agrario, con su renta diferencial. El “realismo” de Herrera –“fundador de la conciencia externa del país”– pierde así su anclaje empírico.

El nuevo centro imperial se aloja, entrado el siglo XX, en la parte norte de la Isla Continental Americana –utilizando la denominación de Mackinder– y desde allí extiende sus tentáculos. La configuración geopolítica de la gran potencia contemporánea se desenvuelve en sentido opuesto a la que se observa en nuestra región. En aquellos dominios, el sur agrícola es derrotado y la expansión política, económica y territorial –vía conquista, proteccionismo e industrialización– se cumple a pasos agigantados. El autor ensaya una comparación elemental de los espacios –física e históricamente constituidos– a un lado y otro del Río Bravo: “Mientras que Norteamérica forma un triángulo cuya mayor extensión se encuentra con amplias llanuras y las mejores condiciones geoclimáticas, lo que ha facilitado su gigantesca expansión unificadora, América del Sur es también un triángulo cuya mayor anchura la cubre el ‘infierno verde’ de la olla amazónica. Así, un desierto ecuatorial descoyunta a América Latina en dos zonas principales, pero casi incomunicadas: la zona del Mediterráneo Caribeño, que comprende México, Centroamérica, las Antillas, Colombia y Venezuela, y la zona del ‘Cono Sur’, cuyo centro vital es la Cuenca del Plata. Y un como gozne mediador entre esas dos zonas, que son los países andinos. En tanto que lo mejor de Estados Unidos está en su zona más ancha, lo mejor de América del Sur está en su zona más estrecha. Pero en la desembocadura de esa zona óptima de América del Sur está el Uruguay” (Methol Ferré, 2015: 97).

El Uruguay aparece, en este esquema, como poseedor de la enzima a través de la cual puede fermentar el acercamiento entre hispano y lusoamérica. Lo veremos enseguida: en el anudamiento estratégico entre la Argentina y el Brasil reside el nervio decisivo de la vertebración regional.

Pero no podemos avanzar más en estas reflexiones sin formular algunas preguntas sustantivas, indispensables: ¿por qué, ante la crisis del orden decimonónico, el destino soberano de nuestros pueblos se cifra exclusivamente en la posibilidad de articularse económica y políticamente? ¿Cómo justificar esa –añorada– fatalidad? En la búsqueda por desenredar estos interrogantes cobra forma la propuesta programática de Methol, su paradigma geoestratégico.

 

Continentalismo

De aquí en adelante, comenzaremos a entrelazar la lectura del texto de 1967 con la de Los Estados Continentales y el Mercosur, otra de las obras que nutren estas líneas. Allí el autor diseña su concepto madre, sobre el cual se endereza todo su pensamiento y de cuyo seno se desprenden lineamientos indelebles para la voluntad integradora que recorre –en formas diversas– nuestra portentosa región. Nos referimos al Estado Continental Industrial. En rigor, el filósofo montevideano se topa con esta noción. Es Juan Domingo Perón quien, consciente de su perentoriedad histórica, anuncia la era del “continentalismo” en dos breves pero potentes discursos enunciados a comienzos de los 50.[7]

Vaya una digresión: tanto el presidente argentino, notable caudillo de masas, como el penetrante geopolítico oriental, organizan buena parte de sus reflexiones en torno a una idea de destino, por momentos vaga, otras veces inequívoca. Ambos manejan, pues, una filosofía de la historia: trazan sus presunciones alrededor de un gran itinerario cuyos quiebres internos se acoplan a las grandes transiciones espaciales y sociales de la humanidad. Así, sobrevuela en muchas de sus meditaciones un aire profético, providencial, aunque con hondas raíces analíticas. No obstante, la senda histórica –expuesta al tironeo incesante entre necesidad y libertad– está sujeta a desvíos, y su concreción no siempre respeta el cauce de las grandes lógicas. Exactamente allí, en esa intemperie ríspida, operan las relaciones de poder. En este sentido, Methol sostiene: “La historia es a la vez lógica y novela, universal e individual, cantidad y cualidad, ley y libertad, en unidad indisoluble. Lo necesario alienta en lo contingente, y lo contingente, el azar, la libertad, se construye sobre la necesidad” (Methol Ferré, 1966: 7). Conforme a esto, el destino de la región no se inscribe en un rumbo preestablecido. Pero, si se mira bien –y aquí la apuesta política– es posible divisar una encrucijada, un punto donde se definen las probabilidades soberanas de América Latina. De allí el categórico dilema: “Unidos o dominados”. Y su prolongación axiomática: “Quienes aspiran a un protagonismo histórico, no tienen otra vía que la participación de un Estado Continental” (Methol Ferré, 2009: 99). Estas son las disyuntivas tatuadas en el horizonte regional.[8]

Retomemos. En la obra que escribe en los confines del siglo XX, el ensayista rioplatense hace un esclarecedor repaso por los autores que, desde diferentes ángulos, han trabajado con dedicación la cuestión geopolítica. A su vez, para entrar con mayor recorrido a su planteo, describe el papel histórico del Estado-Nación, bisagra en el desplazamiento planetario –pero dispar– desde las sociedades agrarias hacia las industriales, donde gruesos conjuntos poblacionales se unifican y homogenizan bajo los cánones de la modernidad.[9] Según Methol, los Estados nacionales en América Latina expresan una suerte de “mixturación” entre los polos “agrario-urbano” y “urbano-industrial”.[10] De las proporciones que cada polo tributa a dicha conjunción se desprende el “atraso” o “progreso” de nuestros pueblos respecto a un movimiento histórico que, en este punto, el autor considera irreversible, aunque enmarcado en un “sentido” más amplio.

Esta vuelta sobre la historia, el estudio de su movimiento, tiene como objeto “escudriñar los signos del futuro”. Esa, y no otra, es la vocación de Methol. Desde ese ángulo, avizora con claridad una reconfiguración del Estado, en sintonía con un proceso de adecuación al nuevo patrón de poder que, a partir del dominio acabado sobre los espacios,[11] opera en una escala planetaria: “Parece ser que el proceso de globalización no tiene otro desenlace terminal que un solo Estado-Mundial. Cualquiera con sentido común y prudencia puede vislumbrarlo totalmente emergido en uno o dos siglos más. Es algo que empieza a integrar el horizonte normal. Está en la lógica histórica de lo más probable. Ese Estado-Universal no es el fin de la historia. Es sólo el fin del proceso de unificación mundial. Le seguirá la historia del Estado-Global, de la Tierra. No habrá más guerras internacionales, sino sólo guerras civiles. El Estado de la aldea total tampoco será el fin del conflicto en la historia. Pero el pasaje a ese Estado-Mundial, saldrá del Concierto y lucha de los Estados-Continentales” (Methol Ferré, 2009: 69).

Lentamente, vamos divisando una respuesta para los enigmas planteados más arriba. En el nuevo cuadrilátero planetario, el paradigma del Estado-Nación queda rebasado, pues el agente que influirá verdaderamente en el diseño del orden en ciernes no será otro que el Estado-Continental. Luego de las guerras mundiales que sacuden la primera mitad del siglo XX, el rumbo global comienza a dirimirse con claridad entre actores de dimensión continental. La Guerra Fría abre una nueva era que, lejos de cerrarse con la caída del Muro de Berlín –como pudo creerse durante la década de 1990–, tiene una quemante vitalidad. La multipolaridad expresa, precisamente, esta dirección. La rearticulación interna de Rusia y China, así como sus movimientos geoestratégicos en el último decenio, así lo reafirman.[12] Estados Unidos, pionero en la consideración política de los “grandes espacios”, tiene –tras la disolución de la Unión Soviética– al menos dos contrincantes de su especie. Ahora bien, ¿qué acontece con las demás regiones? ¿De qué manera dilucidar la lógica intrínseca a este fenómeno –el continentalismo– que con su curso aspira a rubricar el siglo XXI?

Como marco analítico general para aproximarse a la cuestión, Methol incorpora –con matices– la mirada del politólogo estadounidense Samuel Huntington.[13] No es fortuita esta constante invocación de autores procedentes del “centro” global, pues para el pensador uruguayo son las grandes potencias las que más han meditado sobre la Tierra en forma holística, con una “mirada de largo alcance”, y es por eso que debemos “atravesar sus pensamientos para poder vernos mejor” (2009: 91). El ex miembro del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, fallecido en 2008, formula una sustanciosa categoría: los Estados nucleares civilizatorios. En su opinión, son los actores determinantes del nuevo orden global –multipolar y multicivilizatorio– toda vez que cuentan con la capacidad de dirigir y potenciar a sus respectivas regiones en la arena mundial, logrando intervenir en su diseño. Esta forma estadual articula a su alrededor –y emana de– un círculo histórico-cultural: “el ámbito nacional mayor posible”, que abarca hasta allí donde comienza a languidecer la identidad común.

Methol completa aquello que Huntington no acaba por decir: un Estado de esas características sólo puede ser continental, y esto corre para todas aquellas regiones que anhelan participar de forma activa en la edificación del orden multipolar. En suma, América Latina se encuentra ante el desafío de constituir su Estado nuclear civilizatorio: su unidad continental –concomitante con una vigorosa industrialización– a menos que, indolente, asuma un mendicante lugar en el “coro de la historia”. En otras palabras, la soberanía de esta gran Nación deshecha es inseparable de su mancomunión. Y ese es el sentido de nuestra fatalidad.

 

América Latina

El diagnóstico que realiza Huntington sobre nuestra región especifica un rasgo neurálgico: la cualidad bifronte de América Latina, hija de la frontera idiomática trazada por la Conquista española y portuguesa. Esto dota de una marcada particularidad al reto integracionista: aunque Brasil cumple con las condiciones objetivas para devenir Estado núcleo, la diferencia lingüística –con probables repercusiones socioculturales– circunscribe su representación al área lusoamericana. El resto de los países, a excepción de Haití, componen Hispanoamérica.[14] Sus principales entidades son Argentina, México y Venezuela.

Esta dualidad, empero, no arroja por la borda el programa de unificación. Le exige, sí, la articulación de sus poderes internos. A este respecto, Methol (2009: 103) asevera: “Sin poderes internos efectivos, no habrá unificación, ni parcial ni total. Y en la historia, los poderes no son difusos, por el contrario, se ubican en determinados ámbitos espaciales. Se concentran y concertan. Sin centros, no hay poderes reales. Los poderes en la historia son, si son ‘centros de poder’, constelaciones. Si son señalables geopolíticamente, geoculturalmente, geoeconómicamente. Tendremos política latinoamericana en la medida que tengamos claramente en la cabeza la dinámica de nuestros ‘centros de poder’ reales y potenciales, y sus articulaciones viables y probables. Si esto no lo tenemos en la cabeza, pues sólo habrá humareda política, primitivismo”.

Este aliento unificador, piensa el autor, se corporiza lentamente en el Mercosur, desembocadura de un proceso histórico, político y reflexivo muy extenso. Veamos: la refundación literaria –si cabe el término– de la autoconciencia latinoamericana, tras el hiato de las luchas intestinas[15], está animada por la Generación del ‘900 –Rodó, Ugarte, García Calderón, Vasconcelos, Blanco Fombona, entre otros–, un grupo de pensadores comprometidos con la unidad de la Patria Grande, continuadores –en un plano solitario y retórico, pero militante– del proyecto de los líderes independentistas.[16] En efecto, la secuencia del latinoamericanismo es armas, ideas, política. Todas las etapas se ordenan en virtud de la lucha contra las variadas caras del imperialismo. En la última “estación”, de carácter político, se juega la supervivencia del proyecto integrador que forjaron los sables y las lanzas, y que más tarde animaron la palabra y la tinta. El primero en ejercitar el traspaso de las ideas a la escena política es el peruano Haya de la Torre –fundador de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA)–,[17] pero el intento más hondo y de mayor escala se manifiesta con el despliegue del peronismo y su llamado a la alianza entre Argentina, Brasil y Chile (Pacto ABC) en la segunda posguerra. Es la primera fase nacional-popular. En los 60 tendrán lugar iniciativas ambiciosas, pero con una visión de la región “indeterminada y a ‘bulto’”, sin “punto de aglutinación”.[18]

De este modo, entrever el sendero de la integración regional supone localizar su punto de aglutinación o, en términos del teórico estadounidense, su Estado nuclear. Algunos párrafos más arriba anticipábamos la importancia del enlazamiento argentino-brasileño en la arquitectura metholiana. Es momento de cruzar estos enunciados y, por fin, explicarnos.

El razonamiento del pensador uruguayo tiene como fondo la absorción de México por el eje norteamericano (EEUU-Canadá) mediante el TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte). Ensombrecida temporariamente la confluencia con el país azteca, el “bulto” se rompe y Suramérica queda frente a dos posibilidades: abroquelarse vía Comunidad Andina y Mercosur, o exponerse al avance del coloso yanqui que, en esos momentos, intenta normativizar el libre mercado como dinámica continental –nos referimos, desde luego, al ALCA: Área de Libre Comercio de las Américas; tentativa frustrada en la IV Cumbre de la OEA debido al accionar conjunto de los gobiernos populares que, por aquel tiempo, proliferaban en la región.

Ante el panorama descripto, Methol ensaya una proverbial disección del mapa austral y alumbra –con claridad meridiana– su infraestructura geopolítica. Allí Brasil representa, sin margen de duda, el “mayor poder sudamericano”. Su presencia consagra a esta zona como lo más consistente de la Nación latinoamericana. Tanto su corpulencia como la posición céntrica que detenta lo convierten en el “mayor ámbito posible de articulación interna entre el norte y el sur de América del Sur” (Methol Ferré, 2006: 116). No obstante ¿qué juego de equilibrios puede destrabar la formación de un Estado nuclear que refleje –y potencie– las dos caras de América Latina? El autor lo explica del siguiente modo: “Para un brasileño comprender sus fronteras es pensar el conjunto de América del Sur. Por eso el ángulo de la geopolítica brasileña es el más accesible para pensar América del Sur. (…) La tendencia natural de los hispanoamericanos del sur es más fragmentaria, por sus vecindades limitadas respectivamente. El Perú es su lugar central (…) pero no nuclear. Entonces ¿cuál es la alianza hispanoamericana con Brasil que realmente importe y sea nuclear? Dijimos que al norte y oeste de Brasil está la Amazonia. O sea, un gran espacio, como un desierto verde que divide a América del Sur en dos. Ese espacio vacío está convirtiéndose en ‘frontera histórica real’ sólo en estos últimos años. (…) Entonces, la única frontera histórica de Brasil con Hispanoamérica es la Cuenca del Plata. (…) Solo allí ha existido una vecindad íntima entre los dos rostros de América Latina. Y allí está el mayor poder hispanoamericano de América del Sur, la Argentina. Así, la única frontera verdaderamente bifronte, en rigor la primer gran frontera ‘latinoamericana’ es la de Brasil y Argentina. Y esa frontera latinoamericana abarca necesariamente a Uruguay, Paraguay y Bolivia. (…) Lo ‘nuclear’ sólo pude ser bifronte. (…) La Alianza Argentino-Brasilera es ‘el núcleo básico de aglutinación’ latinoamericana en América del Sur. El Mercosur y sus asociados es así la ‘base’ latinoamericana en América del Sur. Es la Argentina la que hace verosímil, confiable y fraterna la alianza con Brasil. Este, asociándose con cualquier otro país hispanoamericano del sur, hubiera establecido forzosamente una dependencia. En cambio, Brasil con la Argentina abre realmente un camino fraternal con todos. Argentina es ya potencialmente representativa de los nueve países hispanoamericanos de América del Sur. (…) Brasil necesita de nuestra fortaleza para fortalecerse y a su vez, sólo se puede fortalecer si nos fortalece. Se unifica con nosotros, facilitando también la unión de los hispanoamericanos del sur. Este es el círculo virtuoso que genera la lógica interna del Mercosur (Methol Ferré, 2009: 118).[19]

Con estos rudimentos podemos regresar sobre el primer trabajo y comprender, cabalmente, el llamado que el escritor rioplatense realiza a su patria chica: “Que seamos frontera que une y no que separa. Que el Uruguay sea no la anulación de la Banda Oriental y la Provincia Cisplatina, sino su conjugación. Nexo y no neutralización. (…) La Patria Grande empieza para nosotros por la Cuenca del Plata” (Methol Ferré, 2015: 106). Aún más: “Sin esta estructurada, América Latina no se podrá vertebrar jamás. Porque sus núcleos decisivos, Argentina y Brasil, tampoco se podrían vertebrar jamás, y en su separación histórica está la derrota de América Latina. Lo demás se dará por añadidura” (Methol Ferré, 2015: 113). Dicho en otros términos: “El Uruguay como problema problematiza a toda la Cuenca del Plata. Es que la crisis del Uruguay pone en crisis a toda una época histórica. En efecto, el Estado Tapón era como el arco de bóveda que sostenía los compartimentos estancos rioplatenses, era la clave de la balcanización, su punto de equilibrio. Pero si el Estado Tapón se destapa, todo el equilibrio se rompe y todas las aguas se confunden. Pues el Uruguay es también el talón de Aquiles de la balcanización en el Hemisferio Sur latinoamericano. La inserción del Uruguay en la Cuenca (…) será el punto de fusión de las historias argentina, paraguaya, brasileña, etc. (…) Por aquí comenzará el deshielo de la balcanización latinoamericana (Methol Ferré, 2015: 117).

 

Examinados los elementos geopolíticos sustanciales, nos toca, finalmente, referirnos al semblante cultural de América Latina.

 

El sentido

Posiblemente, el texto que mejor puede ayudarnos a terminar de auscultar la estructura ética y cultural de los pueblos de la región, dentro de la lacónica obra metholiana, es La América Latina del siglo XXI.[20] Allí, el teólogo montevideano condensa las ideas trabajadas en la publicación católica Víspera, así como en el Departamento de Laicos del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM)[21] y en la segunda etapa de la revista Nexo durante la década de los 80.

Al igual que en los escritos explorados más arriba, donde asevera: “Los Estados-Nación que dividen a América Latina fragmentan un mismo y dilatado ‘circulo histórico-cultural’ homogéneo aún en sus mestizajes, que permite decir a Felipe Herrera ‘América Latina es una gran Nación deshecha’” (Methol Ferré, 2009: 74), en La América Latina en el siglo XXI Methol (2006: 92) ratifica ese supuesto fundamental, que es más precisamente el supuesto que cobija a la gran mayoría de las propuestas latinoamericanistas: nos referimos a la afinidad cultural entre los pueblos de la región. A tal punto que dice: “La integración de América Latina tiene una base cultural fuerte y un tejido conectivo económico muy débil. El panamericanismo de Estados Unidos tiene una base económica fuerte, pero carece de una realidad cultural unitaria”.

Como fue señalado al comienzo de este trabajo, los siglos de sujeción al Imperio Hispánico gestan las condiciones culturales de la unidad regional. El escueto mosaico lingüístico que predomina en Latinoamérica es, a todas luces, un facilitador del proyecto integracionista: “El proceso europeo se las tiene que ver con veinte lenguas; el latinoamericano con dos, que nacen de una misma raíz: del latín vulgar del Imperio Romano en su fusión con la fonética indígena, surgen el galaico-portugués, el castellano y el catalán” (Methol Ferré, 2006: 93).

Ahora bien, además de la lengua, hay otro vehículo que facilita la afirmación de una cultura aparentemente homogénea en toda América Latina: la religión. Durante la Conquista, la Iglesia católica desempeñó el rol crucial en los territorios ocupados por Castilla y Portugal, pues introdujo en América el sistema de creencias y valores del Mediterráneo. En efecto, su tarea pastoral incrusta al cristianismo en medio del abanico de cosmovisiones preexistentes y da curso a un proceso de encuentro –y, diríamos, yuxtaposición– cultural nunca antes visto, que va barriendo con las desemejanzas y culminando –según la mirada del filósofo– en una potente aleación. El autor indica: “El círculo cultural latinoamericano tiene su raíz en la Iglesia Católica: por esto los movimientos nacional-populares no caen en el anticlericalismo oligárquico del siglo XIX” (Methol Ferré, 2006: 28). Y más adelante contrasta: “Sin duda puede hablarse de un círculo histórico-cultural latinoamericano en cuya base existe el ethos católico, así como en Estados Unidos existe el ethos protestante” (Methol Ferré, 2006: 48).

Avalado por su rica trayectoria en el debate religioso latinoamericano, Methol (2006: 97) conecta el proyecto integracionista con las preocupaciones que se hallan, a partir del Concilio Vaticano II, en el centro de la agenda de la institución eclesiástica: “Integrarse es, para la Iglesia, un acto de sensatez pastoral: con estados separados no habrá desarrollo seguro ni lucha eficaz contra la pobreza. En el problema de la integración está contenido en síntesis el de la lucha por la justicia, por la investigación científica, por la adquisición de técnica y tecnología, problema que no están al alcance de países individuales y separados. Y es también un acto de inteligencia de los tiempos: una presencia católica importante será todavía más importante en un continente unido”.

De modo que, además del precepto geopolítico según el cual “la integración es el único modo de participar en la globalización, (…) [de] poder entrar verdaderamente en el concierto mundial de las potencias contemporáneas sin ser aplastados” (Methol Ferré, 2006: 84), aparece un precepto ético –que no es más que la otra cara de la moneda–, en virtud del cual la integración es una condición necesaria para alcanzar mayores grados de justicia y de elevación civilizatoria, con base en el desarrollo científico-tecnológico.

Intuimos, en relación a esto último, un vacío, una pieza ausente sin la cual no logramos acceder a la lógica integral del sistema metholiano, asignarle un orden. Lo pronunciado en el párrafo anterior arroja algunas pistas, pues refiere al intento del pensador uruguayo por desentrañar el rumbo civilizatorio de una especie que se precipita hacia la fase final de la globalización. Pensar esta difícil cuestión supone, en primer término, reconocer los signos de la contemporaneidad, rastrear su génesis histórica y proyectarlos en el futuro.

Exonerándonos de la –por demás necesaria– enumeración y caracterización acabada de dichos signos, queremos señalar la existencia de, al menos, una coordenada irrevocable en el planteo del uruguayo: la sociedad industrial. Aspiración troncal de nuestra “actualidad histórica”, aparece como un eje nítido en prácticamente todos los escritos del autor. Hay incluso, un texto temprano donde trabaja en profundidad la cuestión.[22] Allí dice lo siguiente: a “pesar de la diversidad y peculiaridad de cada situación, hay notas comunes que unifican el horizonte de todas las situaciones actuales. Una de las principales, en la que todos participan, es el desvelo e impulso generalizado por la industrialización. Esta es una exigencia mundial, denota una finalidad que traspasa e imanta toda la actualidad histórica a través de la evanescencia múltiple de los sucesos. Apunta una aspiración general y significa un momento de la historia universal del hombre. (…) Sociedad Industrial es un concepto complejo compuesto por dos términos: Sociedad significa el conjunto de hombres convivientes, tomados en su totalidad indivisa, no en cuanto individuos solitarios, como Robinson. Industrial significa un hacer, un modo de relación con la cosa, una forma de acción humana con la cosa que imprime un modo de ser a la cosa. Sociedad Industrial apunta así a la bipolaridad hombre y cosa en relación, en acción recíproca. Es un modo especial de relación hombre-naturaleza. (…)El tercer grado cualitativo-cuantitativo de la relación hombre-cosa, la Sociedad Industrial, no ha sido aún alcanzado históricamente. Es el horizonte que da sentido y al que apuntan los procesos de industrialización actuales, es el fin que cualifica y define el concepto mismo de Desarrollo. (…) La mixtura es inherente a todos los regímenes de industrialización actuales, que no alcanzan el nivel de Sociedad Industrial, que estrictamente es el de la automatización generalizada. (…) La industrialización es un deber, y cumplirlo más y mejor es ser mejor. Este proceso trágico y promisor de Industrialización que apunta hacia la universalidad de la Sociedad Industrial, implica, de suyo, acumulación colectiva de inteligencia, de formas objetivadas o ‘espíritu objetivo’, es decir, acumulación de capital y aumento de la productividad del trabajo. Se inicia el gran tránsito del trabajo como arte servil al trabajo como arte liberal. A una mayor cantidad de tiempo libre para el hombre conquistado, no enajenado en la pereza; tiempo libre por creación humana, no por omisión. Y éste es el gran clamor, la gran rebelión y la gran esperanza de los pueblos por su industrialización, es decir, liberación del peso ciego de la materia. Todo aquello que obstaculice el destino del hombre, en su relación de señorío con la naturaleza, es condenable y está condenado por la ontología histórica, por la eticidad concreta de la historia y su sentido. Todo lo que impida al hombre participar de la victoria del hombre en la cosa, es contrario al hombre y a Dios” (Methol Ferré, 1966, párrafos 15, 17, 52, 54 y 56).

Pero, si sólo nos ciñéramos a los tres textos examinados durante este trabajo, encontraríamos toda una serie de referencias que corroboran nuestra presunción. En varios pasajes del tan lejano como vigente escrito de 1967, Methol (2015: 107) subraya la importancia de este aspecto y su vinculación con la integración continental: “No hay independencia ni desarrollo sin industrialización, a la altura de la técnica de nuestro tiempo. Nuestra industrialización está esencialmente ligada a la de la Cuenca, a la argentina y a la brasileña. Todo otro planteo es ilusión y mistificación. Es pedir ‘Liberación’ aferrándose a las condiciones de la dependencia”.

Mientras en otro pasaje señala: “No ya semicolonias, sino viejas y poderosas naciones europeas carecen ya de dimensiones mínimas –a pesar de su alto nivel– para el adecuado desarrollo tecnológico de sus empresas, de sus fuerzas productivas; y deben romper fronteras, sus exiguos mercados internos, y complementarse y ensamblarse, so pena de ser también colonizados hasta los tuétanos. Si en Europa es así ¿qué queda para nosotros? ¿Pueden acaso Argentina y Brasil creer que tienen en sí la fuerza para realizar por sí la tarea? ¿Pueden creer sostenerse sin apoyo recíproco? Si lo creyeran, les espera sólo el triste destino de capataz, de ‘satélite privilegiado’” (Methol Ferré, 2015: 115).

Incluso, apunta el déficit técnico-industrial como la razón del estancamiento ibérico y, por ende, del desencuentro latinoamericano: “La segregación del Portugal de España la dejó, a la emprendedora burguesía comercial lusitana, raquítica, sin base productiva nacional y, por otra parte, repercutió en la consolidación de los señores en Castilla, quienes vieron facilitada su tarea de ahogar a sus burguesías, en especial catalana. Esa segregación portuguesa fue el golpe definitivo contra las posibilidades históricas de la revolución burguesa en la península ibérica, y condujo al mutuo estancamiento, del que hoy todavía pugnan por salir. (…) Aquí está el nudo de la gran frustración nacional hispánica y la raíz de la disgregación hispanoamericana” (Methol Ferré, 2015: 115).

De esta manera, aparece ante nosotros una visión global del planteo de Methol Ferré. A partir de la identificación de la “Sociedad Industrial” como horizonte civilizatorio de la humanidad, podemos dar con una dirección, un sentido que recupera todos los hilos de su pensamiento y los urde en una trama común: el ingreso soberano de la región en una nueva era histórica –la de los “grandes espacios”–, caracterizada por una elevación técnico-científica, productiva y moral, y dotada de mayores grados de eticidad y justicia, presupone la conformación de un Estado Continental latinoamericano, cuya condición de posibilidad reside en la semejanza religiosa, cultural y lingüística entre los diferentes pueblos que la habitan.

 

Palabras finales

Hablar de Methol es, probablemente, hablar del más importante y original pensador uruguayo de la segunda mitad del siglo XX. Aunque, con mayor justeza, podríamos decir que se trata de uno de los grandes intelectuales del siglo XXI, pues su palabra suena con rigurosa actualidad y, desde marzo de 2013, ha adquirido resonancia ecuménica. Ese hombre, convencido de que “una política nacional empieza por un saber verdadero”, salió de la “historia-isla” –cuidando de no naufragar en la “historia-océano”– para abastecer de coherencia al derrotero de su patria chica, y en esa búsqueda terminó articulando un conjunto de hipótesis de análisis fundamentales para descifrar la suerte de la región latinoamericana.

En efecto, toda su producción ha estado orientada a desenmarañar el rostro del tiempo venidero y a pavimentar los caminos por los cuales América Latina puede reencauzar su inseparable destino, participando activamente en el diseño del gobierno mundial cuya aproximación es, en la mirada del autor, inexorable.

Pero, ¿de qué se trata este despliegue de ideas? ¿Cómo nombrarlo? Latinoamericanista, católico, con notas rotundamente progresivas. Su maquinaria reflexiva navega aguas diversas y, en todas ellas, da con nuevas cuerdas interpretativas, funde historia y territorio y abre paso a fórmulas políticas inexploradas. Es que Methol se prolonga en la potencia de su obra, y sólo el tiempo –implacable agrimensor– dictaminará la precisión de su extensa mirada, de su ingenio filosófico aplicado a nuestra desmesurada realidad.

 

Bibliografía

Methol Ferré A (1959): La crisis del Uruguay y el Imperio Británico. Buenos Aires, Peña Lillo.

Methol Ferré A (1966): La dialéctica hombre-naturaleza. Instituto de Estudios para América Latina.

Methol Ferré A (1967): El Uruguay como problema. Montevideo, HUM, 2015.

Methol Ferré A (1999): Los Estados Continentales y el Mercosur. Merlo, Instituto Superior Dr. Arturo Jauretche, 2009.

Methol Ferré A y A Metalli (2006): La América Latina del siglo XXI. Buenos Aires, Edhasa.

Vignolo L (sf): Biografía de Methol Ferré. www.metholferre.com/methol_ferre/biografia.php.

 

Carlos Javier Avondoglio es licenciado en Ciencia Política (UBA), integrante del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana Manuel Ugarte (UNLa).

[1] Geopolítica de la Cuenca del Plata en su edición argentina.

[2] Se publica recién una década más tarde (Luis Vignolo, sf).

[3] Entrevistas, artículos y conferencias de menor envergadura que servirán de apoyatura en distintos pasajes del escrito.

[4] Parte de estas vinculaciones se generan a partir de la fundación de la revista Nexo, que bajo la dirección de Methol abordará la cuestión latinoamericana desde el punto de vista uruguayo. La segunda etapa de esta publicación, en la década de los 80, asumirá un perfil marcadamente católico (Luis Vignolo, sf).

[5] Los síntomas de esa decadencia ya están perfilados por el autor en La crisis del Uruguay y el Imperio Británico (1959).

[6] “La renta diferencial fue el paraíso de la paz uruguaya y el desfonde de la renta diferencial será el infierno tan temido” (Methol Ferré, 2015: 88). La peculiar posición de las regiones ubicadas en los márgenes del Plata se vincula con, en palabras del autor, una maravillosa “cibernética natural” que, mediante una inversión ínfima, posibilita la obtención de una extraordinaria renta diferencial. A través de la misma se conforman las oligarquías dispendiosas y parasitarias, pero también, en función de los vaivenes del mercado internacional y los cambios de la política interna, se financian la industria liviana y el mercado interno, posibilitado márgenes apreciables de redistribución social y hábitos de consumo masivo improbables en el resto de América Latina. En este marco, se fortalece notablemente el sindicalismo, cuya influencia en el esquema de poder de aquellos países sureños se vuelve determinante. Sin embargo, el resquebrajamiento de este modelo –cuyos síntomas Methol precisó- se profundiza sensiblemente con la llegada del neoliberalismo en los 80 y 90, en la medida que la vieja división internacional del trabajo pierde sus papeles y cede terreno ante un nuevo diseño, donde las corporaciones transnacionales absorben –mediante sus múltiples redes geoeconómicas– cuotas cada vez más importantes de la renta sobre la cual descansaba la “armonía de clases”.

[7] Nos referimos al discurso que pronunció el 22 de septiembre de 1951 por el aniversario de la independencia de Brasil –que luego se publicó bajo el título de Confederaciones continentales– y a la exposición “La Integración Latinoamericana” dictada el 11 de noviembre de 1953 en la Escuela Superior de Guerra. Además de arrojar los fundamentos básicos de la llamada Tercera Posición, el presidente argentino advierte sobre la era del continentalismo y, en esa línea, pone de relieve la importancia de la unión argentino-brasileña para alcanzar la integración regional.

[8] La fatalidad, bajo esta luz, es la opción por el proyecto unificador, no la suerte que el mismo correrá.

[9] Los estudios decoloniales en boga tienden a afirmar que la homogeneización nacional se da en términos compulsivos y fragmentarios, y que los cánones modernos encubren un sesgo, una supremacía y una invisibilización. Methol no omite la cuestión. Por su parte, reconoce y valida el papel de la “cultura occidental”, cuyo desenvolvimiento da forma al Estado moderno. Sostiene, apoyándose en Gellner, que dicha “contingencia” –el predominio de Occidente– responde a “necesidades universales”.

[10] Los arquetipos del Estado-Nación industrial clásico –pues reúnen de modo estable burocracia estatal, industria, ciencia y tecnología, y uniformidad cultural– han sido, para nuestro autor, Gran Bretaña y Francia, seguidos por Alemania, Italia y Japón.

[11] “Existe globalización cuando un círculo se cierra y se vuelve imposible que exista otro” (Methol Ferré, 2006: 39).

[12] Rearticulación efectuada en una clave que, tal como indica Ratzel, supone población, industria, interconexión y cultura. La desmesura y la mengua de los viejos imperios agrarios reside, justamente, en que carecían de estos elementos, sin los cuales se vuelve impensable una amalgama política duradera en territorios mayúsculos como los que detentaban.

[13] El autor recupera los conceptos vertidos en, probablemente, la obra más significativa de Huntington: El choque de civilizaciones y la configuración del nuevo orden mundial (1996).

[14] Methol afirma que, en realidad, la denominación “Hispanoamérica” comprende a los dos rostros de la región, pues remite a un pasado común. Hasta el final de sus días, persistirá en la difusión de esa verdad histórica: “Todo comenzó en los seis siglos de la Hispania romana, origen común de Castilla y Portugal. E incluso Portugal fue un condado de Castilla, que se independiza en el siglo XII. Hay un vaivén incesante de alianza y conflicto entre Portugal y Castilla. Desde la paz de Alcaçovas (1478) hay una sólida ‘alianza peninsular’ con tensiones menores. Esta Alianza Peninsular culmina en el período de 1580-1640 en que los Felipes de Habsburgo heredan la Corona de Portugal. De tal modo los brasileros y nosotros tuvimos un mismo rey durante 60 años. Es el mayor antecedente de nuestra unificación. (…) Las Españas comprendían por igual a Portugal y Castilla. Porque sencillamente España es la castellanización de Hispania. Son lo mismo. Luego de la separación de Portugal, en 1640, el nombre de España queda como propio del conjunto de los otros reinos. (…) Al producirse la Independencia, en las decadentes España y Portugal surge el ‘iberismo’ para intentar una recuperación común al modo de los movimientos de unificación nacional italiano o alemán. (…) Este iberismo decimonónico fue importante por dos razones. La primera que intenta retomar la ‘Alianza Peninsular’ que corre de 1478 hasta la separación de 1640. (…) Es la era de la ‘Alianza Inglesa’ de Portugal, en intenso conflicto con España en especial en la frontera de la Cuenca del Plata. En esta ‘era conflictiva’ se formó un nacionalismo portugués extremadamente anti-español, filo-inglés que preside una historiografía negadora de la anterior ‘Alianza Peninsular’. De esa ‘era conflictiva’ son oriundas nuestras historiografías brasileras, argentinas, uruguayas y paraguayas, que suponen una ‘eterna rivalidad’ entre Portugal, España y sus vástagos. (…) ‘Hispanoamérica’ es más rigurosa en cuanto al origen, la Hispania romana, que ‘Iberoamérica’. Esta designa una geografía y una etnia prehistórica que poco tiene que ver con nosotros. Pero además es el término de ‘hispanoamericanos’ el que empieza a difundirse desde las últimas décadas del siglo XVIII en los reinos de Indias. (…) Por otra parte, para terminar, ‘América Latina’ es perfectamente legítima, se refiere a la actualidad del latín vulgar, del que son contemporáneamente sus ramas: el castellano, portugués, francés, italiano, catalán, etcétera” (Methol Ferré, 2009: 45).

[15] Nos referimos a las guerras civiles –o nacionales, si admitimos la huella de las intrigas imperialistas.

[16] A diferencia de la generación previa, identificada con la constitución de los Estados oligárquico-liberales, los pensadores del 900 parten del hombre americano real para pensar el devenir de la región, y no desde los modelos provenientes de Europa y Estados Unidos (Methol Ferré, 2006: 47). Esta desemejanza es, con toda seguridad, la que les permite identificar los problemas comunes al conjunto de los pueblos latinoamericanos y bregar por su aproximación.

[17] En La América Latina del siglo XXI (2006: 46) Methol aduce que Haya de la Torre es quien, despojado de la imitación maquinal que afecta a las clases dirigentes latinoamericanas, plantea “las tres exigencias de base: democratización, industrialización e integración”, estrenando la “lucha consciente por la construcción de una sociedad industrial moderna en América Latina”.

[18] El autor refiere, principalmente, la ALALC (Asociación Latinoamericana de Libre Comercio) promovida por la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), el Mercado Común Latinoamericano, el foquismo y los regímenes de la “seguridad nacional”. Valora positivamente la firma del Pacto Andino, pero considera que no tiene la potencia suficiente para funcionar como espacio de aglomeración.

[19] El Uruguay como problema permite, por lo demás, extraer conclusiones sobre las alternativas de la Argentina para actuar como contrapeso y adalid hispanohablante frente al poderío brasileño: “Si alguna vez Argentina abrigó ilusiones competitivas en un mano a mano con Brasil, hoy es asunto descartable. Esta situación lleva hacia una radical modificación de la política tradicional argentina. Si queda algún destino especial para Argentina en América Latina, ese destino se juega en el espinazo andino, hacia él océano Pacífico. Los caminos de San Martín son los caminos del futuro argentino, en el sentido de ensamblar con el proceso de liberación nacional de los otros países latinoamericanos, poniendo su potencial industrial a su servicio, como único medio de consolidación y expansión industrial real. El futuro latinoamericano de Argentina se juega en la ‘zona andina’, pero su conservación más elemental en el Uruguay (…). Argentina también se latinoamericaniza como cuestión ya, de supervivencia. Claro, no le va a ser sencillo reorientarse desde el Atlántico al Pacifico y los Andes, desde Buenos Aires hacia el norte, pero no tiene más remedio. Si Argentina nació desde el Perú, o vuelve hacia el Perú, o no tendrá posibilidad alguna de vertebrarse y alcanzar la viabilidad” (Methol Ferré: 2015: 139).

[20] Estrictamente, se trata de un libro-entrevista resultante de una serie de diálogos con el italiano Alver Metalli.

[21] A su vez, es el primer laico en integrar el Consejo Teológico Pastoral y llega a desempeñarse como secretario de monseñor Antonio Quarracino cuando éste queda al frente del organismo (Luis Vignolo, sf).

[22] “La dialéctica hombre-naturaleza” (1966). Para comprender en detalle la dialéctica hombre-cosa y la secuencia histórica en que se cristaliza la “emergencia racional del hombre por sobre la naturaleza” –así como otras consideraciones de importancia–, consultar el artículo completo.

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