Manuel Ugarte

“Hay un ejemplo acabado, en América Latina, de aquel proverbio según el cual ‘nadie es profeta en su tierra’. Lo encontramos en el argentino Manuel Ugarte, quien encarna cabalmente el penoso refrán. […] El párrafo anterior podría corregirse en un sentido trascendente: si por ‘su tierra’ entendemos a toda la América hispánica, Manuel Ugarte sí fue uno de sus profetas, y de los mayores. Y así deberíamos hacerlo, siguiendo el mismo orden de su razonamiento y sentir, pues fue Ugarte quien más empeñosamente propuso la designación común de Patria Grande para nuestra América” (Carlos Piñeiro Iñíguez, 2014).

 

Manuel Baldomero Ugarte había nacido en Buenos Aires en 1875, miembro de una familia acomodada. Era hijo de Floro Ugarte, administrador de propiedades que poseía buenas relaciones con la clase alta porteña, y de Sabina Rivero, descendiente de españoles. Su hermano Floro Melitón era nueve años menor. Realizó estudios secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Hacia fines del siglo XIX llegó a sus manos un ejemplar de la Revista Nacional de Ciencias y Letras, editada en Montevideo por José Enrique Rodó, Víctor Pérez Petit y los hermanos Carlos y Daniel Martínez Vigil. Ugarte encuentra el modelo que busca. Allí publica un conjunto de escritores provenientes de distintos países del continente: el peruano Santos Chocano, el venezolano Blanco Fombona, el boliviano Jaimes Freyre. Encuentra en el llamamiento americano de Rodó la revelación de algo confuso que alienta también en él y que tiene origen en la propia raíz de nuestra historia. La revista uruguaya le sirve de norte a su Revista Literaria, cuyo primer número data del martes 8 de octubre de 1895.

Los inicios de la publicación reflejan el ecléctico ideario de este joven de apenas veinte años, en su agotadora tarea de director, redactor y compaginador. Los textos de Almafuerte encuentran difusión. Adolfo Saldías le facilita algunos escritos propios de un libro en preparación. Osvaldo Magnasco traduce poemas. Ugarte publica poesías con el seudónimo de Carystus. En un mismo número entrevista a Bartolomé Mitre y publica una carta de Facundo Quiroga, facilitada por el mencionado Saldías, un pionero del revisionismo histórico. En el mes de diciembre, la revista comienza a vincular a diferentes escritores latinoamericanos. Recibe poemas y relatos del peruano Sixto Morales, el salvadoreño Isaías Gamboa, la uruguaya Adela Castell o los chilenos Emilio Rodríguez Mendoza y Guillermo Mata, entre otros. El venezolano Rufino Blanco Fombona le escribe: “Su revista merece bien de la América porque tiende a estrechar lazos que en vano las distancias nos aflojan”.

En diciembre de 1896 aparece en número 28 de la revista. La experiencia llega a su fin con este ejemplar. A principios del año siguiente, y siguiendo el derrotero común a los muchachos de su clase social, efectúa un viaje al continente europeo, recalando en suelo francés, que se prolonga hacia mediados de 1899, en una visita inicial a Estados Unidos. En este primer contacto comenzaría a forjar las dos principales columnas de su futura posición ideológica: un fuerte antiimperialismo y la necesidad de consolidar la Unidad Latinoamericana. “Es necesario dar el alerta en defensa de la Patria Grande”, piensa Ugarte. Prepara tras retornar a Francia un artículo para el diario El País, dirigido por Carlos Pellegrini. Se titula “El peligro yanqui”. Se publica el 19 de octubre de 1901. Así inicia la lucha de toda su vida.[1]

En Francia abraza las ideas socialistas, sin renegar por ello de su marcado nacionalismo de cuño latinoamericano. En 1903 está de regreso en nuestro país. Se afilia al Partido Socialista. Retorna a Europa al año siguiente. Participa en los congresos realizados por la II Internacional Socialista, en Ámsterdam (1904) y Stuttgart (1907), como representante argentino, en los que interactúa con las grandes figuras de las organizaciones de izquierda de aquella época: Lenin, Rosa Luxemburgo, Jean Jaurés, Kautsky, Plejanov. Declina una candidatura a diputado en 1906, aduciendo su origen burgués (Galasso, 1973).

 

El porvenir de la América española

La América española tuvo durante el período colonial una coparticipación en el sistema imperial común, sin la efectiva comunicación de sus piezas componentes. La dirección se ejercía desde la metrópoli, sin existencia en el continente de eficaces canales por los que circulara el espíritu de una familia cultural. Naturalmente, los tres siglos de coloniaje no dejaron de echar las bases de la futura integración: tradiciones históricas compartidas, lengua, religión, costumbres.

Las revoluciones independentistas lo cambiaron todo. Más allá de las formulaciones y las conexiones políticas dirigentes, la movilización militar fue estableciendo al nivel de los pueblos una vinculación de los grupos humanos entonces apartados entre sí, de las capitanías y virreinatos, y al cabo, de todo el continente, con la culminante conjunción de Ayacucho en 1824 (Ardao, 1987, 16). En 1895 el escritor uruguayo José Enrique Rodó publicó un ensayo titulado “El americanismo literario”. En aquel escrito puso el acento en la idea dominante de originalidad, con su correlativa de emancipación. Apenas un año después hizo conocer otro, en que el acento era puesto en la unidad continental. Tal escrito lo constituyó la carta que escribió a Ugarte en abril de 1896 con el sugestivo título de Por la Unidad de América que Rodó publicó al mismo tiempo en la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales, que codirigía en Montevideo (Ardao, 1987: 57).

La necesidad de dotar a Nuestra América de una identidad propia, unificadora de las naciones en las que se fragmentó, está presente dentro de los escritos de los pensadores de la región, en los albores de la nueva centuria. El 22 de septiembre de 1910, el mexicano Justo Sierra pronuncia el discurso inaugural en la Universidad Nacional de México, frente a las autoridades principales del país. Apenas dos meses antes del inicio de un proceso revolucionario sin precedentes en la región que destruirá por completo a la clase dirigente, cancelará el “Porfiriato” y terminará por construir al México moderno. Sierra dijo: “la historia del contacto de estas que no parecen extrañas culturas aborígenes, con los más enérgicos representantes de la cultura cristiana, y la extinción de la cultura, aquí en tan múltiples formas desarrollada, como efecto de ese contacto hace cuatrocientos años comenzando y que no acaba de consumarse, y la persistencia del alma indígena copulada por el alma española, pero no identificada, no fundida, ni siquiera en la familia propiamente mexicana, nacida, como se ha dicho de Hernán Cortés y la Malitzín; y la necesidad de encontrar en una educación común la forma de esa unificación suprema de la patria” (Zea, 1980: 90).

En marzo de 1910, Ugarte se encontraba en la ciudad balnearia de Niza y regresa a París. Resulta significativo que el Partido Socialista no lo designe como representante ante el nuevo Congreso de la II Internacional a efectuarse en la ciudad de Copenhague, ocupando Juan Bautista Justo –el principal dirigente del Partido– dicho lugar. Ugarte publica por entonces numerosos artículos antiimperialistas, algunos de los cuales son adelantos de El porvenir de la América Española. En el Ayuntamiento de Barcelona, como parte de las celebraciones por el centenario de la Revolución de Mayo, Manuel Ugarte expone un discurso titulado Causas y consecuencias de la Revolución americana (Galasso, 1973: 236): “El movimiento de la Independencia sólo fue un gesto regional… Una parte de la Nación juzgó excesivos los beneficios de la otra. En ningún caso se puede decir que la América se emancipó de España. Se emancipó del estancamiento y de las ideas retrógradas que impedían el libre desarrollo de su vitalidad… ¿Cómo iban a atacar a España los mismos que en beneficio de España habían defendido algunos años antes las colonias contra la arremetida de Inglaterra? Lo que estaba en lucha era el espíritu oficial y el instinto popular” (Ugarte, 1922: 26). Las clases sociales sometidas son las que se levantan, aquí y en España, contra el absolutismo. Es refutada la versión mitrista de una revolución dirigida por una minoría culta que pretende terminar con el atraso español (Galasso, 1973: 237). Carlos Piñeiro Iñíguez (2014: 133) expresa: “En abierto rechazo a las ideas entonces imperantes del racismo científico, ‘cultivando el orgullo de lo que somos’ –y Gilberto Freyre ha afirmado que Ugarte era mulato–, sostiene que ‘hoy no cabe el prejuicio de los hombres inferiores. Todos pueden alcanzar su desarrollo si los colocamos en una atmósfera favorable’. Naturalmente era un hombre de su tiempo, y comparte con compañeros de su generación –por caso, Ricardo Rojas– una idea de raza algo confusa, atravesada por conceptos románticos, y una acentuada valoración de las necesidades morales por sobre las materiales”.

A fines de ese mismo año, Ugarte publica El porvenir de la América Española, analizando en la primera parte los orígenes del continente. Los españoles, al llegar a América procedentes de tierra europea, portan tanto un espíritu heroico como una violencia fanática, e impregnan la atmósfera de ambas características: “En 1492 la marea de sangre nos salpicaba aún. Hacía doscientos años que los restos de la última cruzada habían abandonado para siempre la Judea. […] El símbolo de la civilización seguía siendo una espada. El Continente empezó a vestir así el color de la atmósfera en que había visto la luz. […] Lejos de ser un mundo verdaderamente nuevo donde, al margen de la historia, sin la presión de los cadáveres, reaccionan los hombres contra el pasado para crear una vida inédita, las vastas extensiones vírgenes resultaron, privadas de todo contralor, una agravación gigantesca de la barbarie social de Europa” (Ugarte, 2015: 46). Pero en las líneas siguientes del libro matiza esta reflexión, y dice: “A pesar de todos los crímenes, el descubrimiento fue la más noble victoria del espíritu humano, la remoción más formidable de lo existente. Al encallar en la tierra desconocida, la humilde carabela se trocó en catapulta del espíritu nuevo (Ugarte, 2015: 47)”. La usurpación de tierras y vidas se extendió por el Continente. La esclavitud no era discutida, y el derecho del más fuerte se hallaba validado. Pero España no era el único país que ejercía el terror en suelo americano. Ugarte tiene claro que los crímenes no son los de una nación, sino los de un siglo. Colonos, colonizadores y aventureros que procedían de Europa septentrional no procedieron de manera disímil. Lo antedicho no pretende lavar los vejámenes de los españoles, sino ubicarlos en un contexto adecuado. España refleja el estado social de Europa.

Las antiguas civilizaciones americanas fueron destruidas, las ciudades fundadas contienen los restos de las víctimas del pasado en su suelo. Pero el viejo dueño del territorio es parte ineludible de esta mezcla original e insegura que expresa a la América española: “Aparte del indio puro que guarda más o menos visibles sus caracteres, asoma la categoría intermedia nacida del roce entre los conquistadores y los conquistados. En los arrabales de los puertos cosmopolitas o en las vastas haciendas que prolongan a veces en el Nuevo Mundo las costumbres patriarcales de otros tiempos, pulula la herencia doliente que impusieron a las indias vencidas los aventureros victoriosos” (Ugarte, 2015: 55). La figura del mestizo surge de este acto violento. Se codea tanto con el blanco, como con el indio. El autor no idealiza su figura, e incluso cuestiona algunas de sus características: su supuesta pereza y superstición, la tendencia a la ilegalidad, prejuicios derivados de algunas de las concepciones del socialismo reformista de aquellos años, al que todavía no ha dejado de pertenecer. Pero asume por otro lado que fueron mestizos quienes engrosaron, especialmente en el Río de la Plata, los primeros escuadrones independentistas, los que después de vencer a la metrópoli entregaron su sangre a los primeros caudillos –Artigas, Ramírez– que pusieron en un brete a la dictadura portuaria. “Aventureros o bandidos, resultan los colosos borrachos de la Edad de Piedra Americana, los que trajeron el ímpetu que dio a las revoluciones su perfil épico y pasó en cabalgatas de demencia sobre las llanuras enormes, despertándolas para la civilización” (Ugarte, 2015: 57).

Los latinos, mezclados con los pueblos indígenas o de origen africano, conforman la población que deberá plantearse la defensa, al sur del Río Bravo su lengua, costumbre y carácter, del avance de los anglosajones de América que aspiran a apoderase del continente en su totalidad. Territorio, lengua, cultura y origen histórico eran los factores que habían alimentado tanto la unión alemana como la italiana. Todos esos factores se reproducían en Iberoamérica: Manuel Ugarte asume entonces cuál es la tarea pendiente en nuestra región. Sin unidad política, la unidad moral típica del arielismo no tendrá sustento. Aceptando las limitaciones de la realidad propondrá por lo menos una coordinación internacional (Piñeiro Iñíguez, 2014: 134).

Indios, españoles, mestizos, negros, mulatos y criollos son los componentes del ser latinoamericano. La América anglosajona se ha cohesionado, logrando expandirse, mientras que la América latina se ha balcanizado, cayendo en el atraso (Galasso, 1973: 241).

 

Las características del nuevo imperialismo

Lenin (1973) señalaba que tanto la política colonial como el imperialismo eran anteriores al sistema capitalista. El principal rasgo en la fase capitalista, propia de los inicios del siglo XX, es el dominio de las asociaciones monopolistas de los grandes empresarios. Los monopolios adquieren mayor robustez cuando se apoderan de todas las fuentes de materias primas. La posesión de colonias es lo único que garantiza a un monopolio el éxito frente a sus posibles competidores. Cuanto más desarrollado se encuentra el capitalismo, más cruda es la competencia, y más necesarias las materias primas, más encarnizada resulta la lucha por la posesión de las colonias. El orbe no solo se encuentra repartido entre los países conquistados y los países conquistadores. Existen formas variadas de países dependientes que, aun gozando de independencia política formal, están en la práctica atrapados en las redes de la dependencia financiera, cultural y diplomática. Se trata de las semicolonias o colonias informales.

El imperialismo estadounidense ha entendido la complejidad de las relaciones geopolíticas propias de la modernidad, adaptando su estrategia a cada nación, sin dejar de tomar en cuenta sus particularidades, ni acopiar información sobre los matices que las caracterizan. El mantenimiento de un gobierno aparentemente autónomo, el control de los ingresos aduaneros, la acción militar, son, de acuerdo con las circunstancias, las cartas que juega, con mano de prestidigitador. “Añadiendo a lo que llamaremos el legado científico de los imperialismos pasados, las iniciativas nacidas de su inspiración y del medio, la gran nación ha subvertido todos los principios en el orden político, como ya los había metamorfoseado dentro del adelanto material. Las mismas potencias europeas resultan ante la diplomacia norteamericana un espadín frente a una Browning. En el orden de ideas que nos ocupa, Washington ha modificado todas las perspectivas. Los primeros conquistadores de mentalidad primaria, se anexa aún los habitantes en calidad de esclavos. Los que vinieron después se anexaron los territorios sin los habitantes. Los Estados Unidos, como yo he insinuado en precedentes capítulos, han inaugurado el sistema de anexarse las riquezas sin los habitantes y sin los territorios, desdeñando las apariencias para llegar al hueso de la dominación sin el peso muerto de extensiones que administrar y muchedumbres que dirigir” (Ugarte, 1962: 177). La voz de Ugarte refiere las características particulares que manifiesta este imperialismo de nuevo talante. La América española se encuentra en peligro. No conoce las estrategias que Estados Unidos ha comenzado a implementar para someterla a sus intereses.

En México y América central los resortes de las actividades socioeconómicas ya están en manos de los estadounidenses. La construcción del Canal de Panamá, en una antigua provincia colombiana que se “independizó” para tal fin, se constituye en un nuevo hito de esta avanzada, que tiene como objetivo a las naciones de la América del Sur. ¿Los pueblos de Nuestra América se encuentran en reales condiciones de impedir este avasallamiento integral? Habla Ugarte. “1. Somos inferiores en términos comerciales; los estadounidenses no sólo se han planteado producir para su mercado interno, sino que, superando los límites del consumo nacional, inundaron el orbe con sus bienes. Nuestros países, condicionados por la división internacional del trabajo a ser fuentes de alimentos y materias primas, se hallan a expensas del capital y la ciencia de otras naciones. 2. Carecemos de un ideal que dirija y encauce nuestro esfuerzo. Vivimos al día. Sin ímpetu superior ni política internacional. 3. La desunión nos consume. Los anglosajones se encuentran coordinados en un solo organismo, bajo única dirección. Nosotros estamos subdivididos en una veintena de naciones. Ellos se constituyen en un bloque. Nosotros no hemos cesado de fraccionarnos” (Ugarte, 1922: 88).

La América Latina constituye un territorio dos veces más grande que Europa, que a principios de 1910 contaba con ochenta millones de habitantes divididos en veinte repúblicas. En aquel momento el territorio iberoamericano se podía dividir en tres zonas, tomando en cuenta sus diferencias económicas y morales, según Ugarte. “1. La del extremo Sur, que comprende Argentina, Chile, Brasil y Uruguay, en plena prosperidad y libre de toda influencia norteamericana. 2. La del Centro (Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela), que goza de gran adelanto también, pero que trabajada en parte por las discordias y menos favorecida por la inmigración, solo puede ofrecer una resistencia muy débil. 3. La zona del Norte, dentro de la que advertimos dos subdivisiones: la república de México, que progresa al igual que las del primer grupo, pero que por ser limítrofe con los Estados Unidos se encuentra atada a su política y sometida en cierto modo a una vida de reflejo; y los seis estados de la llamada América Central, que con las Islas de Cuba y Santo Domingo parecen particularmente expuestos a caer en la esfera de la América anglosajona” (Ugarte, 2015: 89). Los tres grandes estados del sur del continente: Argentina, Brasil y Chile, cuentan con libertad de maniobra frente a la pretendida hegemonía norteamericana. Por consiguiente, tienen la responsabilidad histórica de asumir la defensa de Nuestra América. Deben amparase en una política de colaboración con alguna potencia europea, en función de conseguir sus objetivos regionales. Ugarte aún confía en las bondades que puede ofrecer a la América española la cultura francesa y los bienes británicos. Posteriormente cambiará su parecer. El imperialismo norteamericano ya no será el único en su horizonte analítico.

 

Nacionalismo y chovinismo

Las diferencias entre el nacionalismo de los países imperialistas y el de las semicolonias aparece claramente en los escritos de Ugarte (2015: 183): “Si alguien moteja de chovinismo este amor a la tierra en que nacimos, será porque no descubre las intenciones que me guían. La discordia es una catástrofe. Todos somos enemigos del empuje que arrastra a las multitudes a exterminar a otros pueblos y a extender dominaciones injustas a la sombra de una bandera ensangrentada; todos somos adversarios del empaque orgulloso que nos mece por encima de los demás hombres y nos hace mirar con desdén cuanto viene del extranjero; todos nos erguimos contra el culto de las supervivencias bárbaras que prolongan las costumbres de la tribu o el rebaño. Pero hay otro patriotismo más conforme con los ideales modernos y con la conciencia contemporánea. Y ese patriotismo es el que nos hace defender contra las inmiscusiones extranjeras la autonomía de la ciudad, de la provincia, del Estado, la libre disposición de nosotros mismos, el derecho a vivir y gobernarnos como mejor nos cuadre. En ese punto no hay fórmulas. Los cerebros más independientes, los hombres más fríos, tienen que simpatizar con el Transvaal cuando se opone a la arremetida de Inglaterra, con Marruecos cuando se encabrita bajo la invasión de Francia, con la Polonia cuando, a pesar del reparto, tiende a reunir sus fragmentos en un ímpetu admirable de bravura, y con la América latina, cuando contiene el avance del imperialismo que se desencadena sobre ella”.

Ugarte condena el nacionalismo reaccionario de las potencias imperiales, pero va a ponderar el nacionalismo de las naciones oprimidas que luchan contra el avasallamiento que pretende el imperialismo. Este nacionalismo rebasa las fronteras de las “patrias chicas”. Los mejores patriotas serán los que pospongan los patriotismos locales al patriotismo continental. La revolución nacional en los países oprimidos aparece como progresiva en dos sentidos: uno, termina con la opresión imperialista y la expoliación colonial; otro, reintroduce la crisis en los países centrales, creando las condiciones para el socialismo (Godoy, 2018: 69). En América latina, el socialismo debe ser nacional, porque aquí no solo se plantea la cuestión nacional como liberación del yugo imperialista, sino en términos de reconstrucción de una nación balcanizada (Galasso, 1973: 8). Manuel Ugarte planteaba que el socialismo tenía que ser nacional, pero con vocación latinoamericana. Las tendencias patrióticas en su caso no se hallaban disociadas de la defensa de un igualitarismo social.

En Nuestra América, la mayoría de las corrientes socialistas ortodoxas fue antinacional, convencidas de que las naciones y los nacionalismos eran inventos burgueses destinados a separar en forma artificial a los trabajadores. El Partido Socialista argentino liderado por Juan B. Justo tenía una tendencia predominante de este tipo. Por lo tanto, no resulta extraño que en 1913 determinara la expulsión de Ugarte. En 1936 fue perdonado y vuelto a admitir en sus filas, pero solo unos meses más tarde se lo volvería a expulsar debido a sus posturas patrióticas y nacionalistas (Piñeiro Iñíguez, 2014: 130).

 

La Patria Grande

En octubre de 1911 Ugarte emprendió un viaje por América Latina que se prolongó por casi dos años. Un periplo que atraviesa Santo Domingo, Cuba, México, Honduras, El Salvador, Costa Rica, Panamá, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Uruguay, Paraguay, Brasil. Incluso en Nueva York pronunció su mensaje antiimperialista. Las organizaciones juveniles y obreras reciben con júbilo sus palabras, pronunciadas en actos que en algunos casos llegan a ser masivos. Momentos significativos del viaje son sus días en el México revolucionario, donde las movilizaciones estudiantiles son las que permiten que su palabra sea escuchada en el teatro de México; su disertación en la Federación Obrera de San Salvador, donde integra el mensaje latinoamericanista con el socialismo; sus contactos con los desterrados de Nicaragua; su discurso que en Bogotá es escuchado por unas diez mil personas. Algunas de las arengas que despliega en la gira son: “¡La América Latina para los latinoamericanos!”; o “¡Somos indios, somos españoles, somos latinos, somos negros, pero somos lo que somos y no queremos ser otra cosa!” (Tarcus, 2007: 668). El secretario de Estado de Estados Unidos, Philander Knox, organiza una gira paralela y articula el boicot a la presencia de Ugarte en diferentes puntos de su periplo, lo que nos dice mucho de la preocupación que generó a las autoridades de dicha potencia imperialista el recorrido de este prestigioso impugnador. Tras finalizar la gira, Ugarte retorna a la Argentina en 1913.

El 21 de abril de 1914 la escuadra estadounidense bombardea el puerto mexicano de Veracruz y luego los marines se apoderan de la ciudad. La invasión norteamericana a México es una realidad. En medio del proceso revolucionario iniciado cuatro años atrás, Estados Unidos había impulsado un golpe de Estado dirigido por el general Huerta que implicó el derrocamiento y el posterior asesinato del presidente Francisco Madero, elegido primer mandatario tras la caída del viejo dictador Porfirio Díaz en 1911. La embajada norteamericana había prohijado el golpe. Sin embargo, con el transcurrir de los meses, el gobierno de Huerta había adquirido una línea probritánica. La inquietud de los petroleros estadounidenses ante los avances de la Royal Dutch Shell toca la sensibilidad del presidente Wilson, quien, aprovechando un incidente sin importancia, decide la ocupación. El atropello conmueve a Manuel Ugarte y lo lanza a la lucha. Entiende que, más allá del carácter reaccionario del gobierno de Huerta, su deber es denunciar al imperialismo. El mismo día inicia conversaciones con estudiantes universitarios que se encuentran bajo su influencia, para llevar a cabo una campaña de agitación denunciando la invasión. Nace el Comité Pro México con el apoyo de la Federación Universitaria. El comité encabezado por Ugarte en Buenos Aires emprendió una enérgica campaña contra la intervención, y a su alrededor se agruparon unas diez mil personas (Galasso, 1973, II, 7).

La cuestión petrolera en América Latina reaparece en Ugarte a lo largo del tiempo. En 1923 señala: “La conflagración reciente ha puesto de manifiesto la suprema importancia que puede alcanzar el petróleo en sus diversas formas, desde el refinado hasta el mazout, y no cabe duda de que todas las repúblicas hispanoamericanas tendrán que considerar como un asunto de mayor trascendencia la posesión y la explotación del combustible líquido” (Ugarte, 2015: 300). Arturo Orzábal Quintana le envía a Ugarte una carta fechada el 15 de julio de 1928, en la que solicita su apoyo a la lucha encabezada por el diputado radical yrigoyenista Diego Luis Molinari contra la Standard Oil –vehículo del imperialismo estadounidense en nuestro país– y apoyo a la sanción de la ley del petróleo por el Senado nacional (Ugarte, 1999: 71). El vínculo entre Ugarte y Molinari se había iniciado durante la conformación del citado Comité Pro México y se mantendrá con vaivenes a lo largo de los años, finalizando con la confluencia de ambos en el naciente movimiento peronista a mediados de la década de 1940.

 

El pensamiento de Ugarte en Perón

El patriarca de la tendencia nacionalista popular anterior al peronismo, Manuel Ugarte, se relacionó en forma accidental con Perón. Él había sido el primero en utilizar entre los argentinos la expresión “socialismo nacional”. Un auténtico maldito en la sociedad argentina, Ugarte vivía en Chile cuando se produjo el 17 de octubre. Comprendió entonces el giro de la historia y volvió a la Argentina, siendo ya un hombre de setenta años. Poco después se entrevistó con Perón, siendo su contacto para el encuentro el historiador Ernesto Palacio. Perón lo nombraría embajador, primero en México, después en Nicaragua y luego en Cuba (Piñeiro Iñíguez, 2013: 357). La relación no finalizó de buena manera, pero de todas formas Ugarte retornó brevemente al país para votarlo en las elecciones presidenciales de noviembre de 1951. “Si he vuelto especialmente de Europa para votar a Perón es porque tengo la certidumbre absoluta de que alrededor de él debemos agruparnos en estos momentos difíciles que atraviesa el mundo, todos los buenos argentinos… Perón, ésa es la voluntad nacional y en eso reside actualmente la salvación de la Patria… Poco importan las críticas que se puedan formular sobre un gobierno. Poco importan las quejas de sus amigos sacrificados. Por encima de los errores inevitables en todo gobierno y de las mismas injusticias, tan inevitables como los errores, está la trayectoria de la gigantesca obra emprendida y el resplandor de la Patria nueva que está surgiendo” (Galasso, 1973, II: 287). Ugarte retorna a Europa tras sufragar. Según su biógrafo, Norberto Galasso, se quita la vida en la ciudad francesa de Niza el 2 de diciembre de ese mismo año.

El general Juan Domingo Perón publica a lo largo de catorce meses –enero de 1951 a marzo de 1952– una serie de artículos periodísticos en el diario Democracia con el seudónimo de Descartes. En varios de ellos retoma alguno de los tópicos que Ugarte había tratado en sus escritos. “Varios estudiosos del siglo XIX ya habían predicho que, al siglo de la formación de las nacionalidades, como se llamó a este, debía de seguir el de las confederaciones continentales… Hace ya muchos años un brasileño ilustre que veía lejos –Río Branco– lanzó la idea del ABC, pacto político regional destinado a tener proyecciones históricas. América del Sur, moderno continente latino, está y estará cada día más en peligro. Sin embargo, no ha pronunciado aún su palabra de orden para unirse. El ABC sucumbió abatido por los trabajos subterráneos del imperialismo empeñado en dividir e impedir todo unión propiciada o realizada por los ‘nativos’ de estos países ‘poco desarrollados’ que anhela gozar y anexar, pero como factorías de ‘negros y mestizos’… Entretanto, ¿qué hacemos los sudamericanos? Vivimos en pleno siglo XIX en el siglo XX, cuando el porvenir puede ser nuestro según las reglas del fatalismo histórico y geográfico, a condición de despertarnos a tiempo… El signo de la Cruz del Sur puede ser la insignia de triunfo de los penates de la América del hemisferio Austral. Ni Argentina, ni Brasil, ni Chile aisladas pueden soñar con la unidad económica indispensable para enfrentar un destino de grandeza. Unidos forman, sin embargo, la más formidable unidad a caballo sobre los dos océanos de la civilización moderna. Así podrían intentar desde aquí la unidad latinoamericana con una base operativa polifacética con inicial impulso indetenible” (Perón, 1952: 243).[2] En alguna medida, Perón recuperó y homenajeó de manera póstuma la memoria de Ugarte, retomando tres semanas después de su muerte su viejo anhelo: la Patria Grande.

 

Referencias

Ardao A (1987): La inteligencia latinoamericana. Montevideo, UDELAR.

Galasso N (1973): Manuel Ugarte. Buenos Aires, Eudeba.

Godoy J (2018): Volver a las fuentes. Buenos Aires, Punto de Encuentro.

Lenin (1973): El Imperialismo, fase superior del capitalismo. Buenos Aires, Anteo.

Perón J (1952): Política y Estrategia. Buenos Aires, Democracia.

Piñeiro Iñíguez C (2013): Perón. La construcción de un ideario. Buenos Aires, Ariel.

Piñeiro Iñíguez C (2014): Pensadores Latinoamericanos del Siglo XX. Buenos Aires, Ariel.

Tarcus H (2007): Diccionario biográfico de la izquierda argentina. Buenos Aires, Emecé.

Ugarte M (1922): Mi campaña hispanoamericana. Barcelona, Cervantes.

Ugarte M (1962): El destino de un continente. Buenos Aires, Patria Grande.

Ugarte M (1999): El epistolario de Manuel Ugarte. Buenos Aires, Archivo General de la Nación.

Ugarte M (2015): El porvenir de la América Latina. En Obras Elegidas, Remedios de Escalada, UNLa.

Ugarte M (2015b): La Patria Grande. En Obras Elegidas. Remedios de Escalada, UNLa.

Zea L (1980): Pensamiento positivista latinoamericano II. Lima, Biblioteca de Ayacucho.

[1] Los datos biográficos reseñados fueron tomados de Piñeiro Iñíguez (2014), Galasso (1973) y Tarcus (2007).

[2] El artículo se publicó con el título “Confederaciones Continentales” el 20 de diciembre de 1951.

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