Lo que aún no alcanza

“Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma” (Julio Cortázar).

“Las palabras no alcanzan / para hablar de nuestrxs muertas / mujeres, tortas, travas” (Gabby De Cicco).

Empiezo a escribir estas líneas unas horas después del feminicidio de Úrsula Bahillo. Hay femicidios que levantan la piel y exponen la carne viva, un desgarro en la desgarradura de los feminismos. Muertes de pibas que traccionan cambios, modifican rumbos y motorizan. Pasó con Daiana García y con Melina Romero. Me atrevo a pensar que pasará también con Úrsula.

Es cierto, cuando mataron a Daiana y a Melina no existía el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad en Nación, ni secretarías provinciales o municipales. Todavía los diarios podían titular, sin demasiados problemas, que a una la habían matado porque era fanática de los boliches y usaba ropa corta. Está claro que, desde entonces, se recorrió un camino y que se lograron avances, y que es hermoso ver a mujeres gobernando, a funcionarias peronistas de alto rango compartiendo eventos y acciones. Ahora bien, ¿la existencia de estos ministerios y secretarías frenó el número de femicidios? No. En parte, la pandemia hizo estragos. Encerró a las víctimas con sus victimarios y los números son alarmantes. En 2020 aumentaron los casos y en lo que va de 2021 hay más muertas que días. No estamos contando los travesticidios, ni los crímenes de odio, ni tampoco la cantidad de niñas y niños que quedan huérfanas y huérfanos.

Creo que uno de los principales desafíos de los feminismos peronistas está en exigir ministerios y secretarías activos con comunicaciones claras, que no gestionen para la foto ni para las redes sociales, sino para el pueblo, que se salga de los despachos, y que no resulten meros recopiladores de estadísticas, sino que obren en función de ellas. Resulta curioso: estoy hablando de un ministerio como algo ajeno cuando, se supone, representa mis intereses. No debería ser de este modo. No debería sentir esta cierta ajenidad. Quizás, allí esté la clave.

Sé que se trata de políticas a largo plazo, que tienen que ver con las mujeres y las diversidades, pero también con las masculinidades y las infancias, y con la formación de recursos humanos interdisciplinarios especializados en el tratamiento de esta problemática. Además, mientras no se aplique efectivamente la Educación Sexual Integral (ESI), la violencia machista no se desarticulará. Los niños y las niñas que viven en hogares violentos seguirán reproduciendo modelos de violencias machistas. Por otro lado, sería interesante trabajar en protocolos nacionales, aunar los provinciales y los municipales, para casos de violencias contra mujeres, niñas y disidencias. ¿Alcanza el Plan Federal de Acción contra las Violencias por Motivos de Género 2020-2022? ¿Se está aplicando? ¿De qué modo?

La sensación es que no alcanza. Que nada alcanza. Que las comisarías de la mujer no funcionan. Que los botones antipánico son escasos. Que las fuerzas de seguridad forman y cobijan a hombres violentos. Que los refugios dan soluciones temporales, pero que las mujeres suelen volver al seno de la violencia, porque no logran una real independencia económica. Que la justica es un campo masculino por antonomasia y que los feminismos todavía no logramos poner un pie ahí y romper con esa estructura machista. Estos días, ciertos sectores de los feminismos peronistas lanzaron la consigna “sin reforma judicial no hay ni una menos”. Yo iría más lejos: “sin reforma judicial no hay justicia social”. La justicia social, a esta altura, no puede entenderse sino como predominantemente feminista. Entonces, el desafío: ¿cómo puede el colectivo acompañar a las mujeres del poder judicial para generar una reforma del sistema? ¿Estamos preparadas para ponernos esa campaña al hombro?

Hago esa pregunta porque todavía no logramos que la ESI se implemente del todo y la sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo no supone una victoria si aún tenemos provincias en las que resulta ilegal vender Misoprostol, si hay jefes de servicio de Obstetricia de hospitales que son objetores de conciencia, provincias que se autodenominan “provida”, sectores religiosos contrarios a la Ley 27.610 que siguen operando, y si en los centros de atención primaria el Misoprostol no se brinda de manera gratuita. También está la tímida aplicación de la Ley de Cupo Laboral Trans.

Además, se trata de un año electoral. ¿Está el cupo bien entendido o es sólo un relleno? ¿Quiénes representan nuestros intereses? ¿Qué mujeres, qué lesbianas, qué trans, qué travestis, qué no binaries? ¿Qué propuestas traen? Creo que resulta vital pensar estas elecciones en función de la próxima campaña a jefe o jefa de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, territorio enemigo del peronismo, pero tierra fértil para los feminismos. Si logramos entender el signo de los tiempos, hay una posibilidad. Si en las fórmulas “feminismo peronista” o “peronismo feminista” hacemos que el feminismo tenga tanta fuerza como el peronismo –no siempre se logra–, que el feminismo ya no tenga que demostrar nada, y que no compitan entre sí, tal vez haya una mejor chance.

Para terminar: los feminismos peronistas deberíamos entender, de una vez y para siempre, que no somos nada sin los feminismos villeros, populares, travas y originarios. Es nuestro deber que el feminismo peronista no sea un privilegio de mujeres blancas de nivel universitario que tienen acceso a ciertas lecturas. Debemos hacer que las vidas de todas las mujeres, lesbianas, trans, travestis y no binaries importen. Laburar en territorio es saber que las nociones de feminismos, maternidades y de vínculos son distintas en cada lugar, y que debemos aprehenderlas. Si no, no hay modo.

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