Los balcones, como las crisis, pueden ser una gran oportunidad

No es una catedral, pero es la vista que me toca desde mi cuarto. Tampoco son álamos. Ese edificio lejano ocupa buena parte de la vista desde mi cuarto y ahora mi lugar de trabajo “cuarentenista”. Es un edificio de la manzana de enfrente a la mía y está bastante retirado, porque su entrada da a una calle transversal. Frente a mi departamento hay unas casas bajas y estoy en el cuarto piso. Es un edificio común, sólo veo la medianera y, de refilón, los balcones que dan al pulmón de mazana. Es lo que hay, qué va a hacer.

Pero quizás una brisa-musa, como dice mi amigo Osvaldo, me impele o motive a crear algo. No será un cuadro, como hicieron Monet o Jawlensky sobre la vista que tenían desde sus ventanas. Pero sí tal vez me anime a escribir un relato.

Por ejemplo, podría relatar sobre la comunicación q establecí con un vecino, vecina, niño, joven o vieja –porque nunca la o lo pude ver– de ese edificio, cuando en los primeros meses de la cuarentena se salía a los balcones a aplaudir por los médicos, médicas, enfermeras, enfermeros, bomberos y fuerzas de seguridad que nos estaban protegiendo. Creo que esto se inspiró en casos de Italia y España en que los vecinos salían a cantar en los balcones, generándose así un vínculo, un nosotros, un colectivo. Yo salía todas las noches y las manos me quedaban ardiendo, porque no éramos muchos los que salíamos. La gran mayoría de los balcones estaban vacíos. Qué gente de mierda, qué poco solidaria, ahí se quedan en su comodidad individual y sectaria. No son capaces del más mínimo gesto de algo colectivo y común, algo que nos una y vincule lo suficiente para significar que no estamos solos, que estamos todos en la misma. No son capaces de salir un minuto y medio a aplaudir a las nueve de la noche. En fin, estamos jodidos.

Pasadas las semanas y ante los primeros “caceroleos” opositores que empezaron a hacerse a las ocho de la noche, los aplausos de las nueve se convirtieron –así me gusta creerlo– en gestos de apoyo al gobierno nacional y popular. ¡Más ardiendo me quedaban las manos! Yo trataba de ubicar de cuáles balcones salían esos aplausos compañeros y solidarios. Insisto, no eran muchos y, además, como ya expliqué, no tengo edificios enfrente, y por lo tanto tampoco balcones cercanos.

Una vez, escudriñando en la oscuridad, veo que en un balcón de aquel edificio aparecen dos luces de linterna de celular agitándose y moviéndose al son de los aplausos. Veo que se repite noche a noche. De ese balcón medio lejano no se aplaudía, se agitaban dos lucecitas. Entonces incorporé esa técnica. Mitad de tiempo aplaudía, mitad agitaba mi linterna del celular. Una noche sentí que desde ese balcón salía una señal de sus linternas dirigida a mí, me imaginé que tal vez me estaban retribuyendo el gesto. Me pareció: insisto en que es muy lejos y que nunca distinguí una figura humana. No le di importancia. A la noche siguiente siento lo mismo. ¿Será verdad que me están mandando una señal o me lo estoy inventando? A la tercera noche entonces fui yo el que dirigí con mucha timidez e incertidumbre mi linterna hacia la dirección de ese balcón. Tenía miedo a la exposición, a quedar en ridículo. Ridículo fue ese sentimiento porque, insisto por tercera vez, no se veían las personas, por lo que presumo que tampoco me veían a mí. De todas maneras, me costó, no me animaba, pero lo hice.

De golpe ese gesto me pareció correspondido. No estaba seguro. Lo volví a hacer a las noches siguientes y ya tuve casi certeza de que se había establecido un vínculo. A partir de ese momento empecé a mirar hacia ese balcón durante las horas de luz del día, para ver de quién o quiénes se trataba. También intenté distinguir cuál sería la entrada de ese edificio, ya que veo solamente la parte que da al pulmón de manzana.

Bueno, nunca vi a nadie y las salidas al balcón fueron decayendo, y al final se suspendieron, por agotamiento o por el frío. Pasaron los días y me empezaron a rondar algunas ideas. Me puse a pensar en esa experiencia tan particular de establecer un vínculo superficial, aparente. Me puse a pensar en qué tipo de relación había establecido con esa gente, con esos vecinos absolutamente desconocidos. En primer lugar: ¿se la podía catalogar, definir como una relación? ¿Se podía decir que hubo una comunicación? Pero luego, los pensamientos tomaron vuelo y se dirigieron al terreno de las potencialidades. ¿Este tan particular y leve vínculo podría ser el inicio de algo mayor? Digo: ¿una gran amistad? ¿Un germen de asociación vecinal para la lucha contra la pandemia? ¿El amor de mi vida? ¿Una asociación ilícita para entrar a robar en aquellos balcones que nunca se iluminan? ¿La constitución de un grupo comando peronista para escrachar a los vecinos gorilas “caceroleros”?

Aquí se abren una infinidad de posibilidades y potencialidades. Pero todo quedó allí. Nunca más nos mandamos señales. Nunca más salió nadie al balcón. Tampoco ellos, tampoco yo. En fin, tal vez me estoy perdiendo la oportunidad de iniciar y establecer una relación que podría ser grande, importante, determinante, trascendental, definitoria y definitiva, más allá de su naturaleza o característica.

Esta situación tan crítica que estamos viviendo, como dice el viejo apotegma, tal vez sea una oportunidad. Ya me animé a escribir. Tal vez mañana me anime a ir y tocar el timbre.

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