La sal de la tierra

Carlos Javier García

(Para el día después en el que el dolor nos pide un abrazo)

Que no nos gane el espanto, ni tampoco la tristeza.
Hagamos la bronca a un lado, porque es prima de la pereza,
y porque la vida espera nuestro abrazo solidario.

Dejemos que el llanto transcurra el desconsuelo de su cauce…
o mejor, que empape los surcos que el odio le hace al pueblo.

Y ahí, sobre la tierra recién mojadita,
volvamos a sembrar la semilla que la esperanza nos ofrece
y nuestros muertos nos reclaman.
Para esto hemos venido a este mundo de sinsabores
tal cual nos advirtió el que nos dijo
(y estaba con su cruz a cuestas)
que nuestra tarea consiste en ser la sal de la tierra.

Nosotros creemos en las ideas claras,
pero más en las penumbras fecundas de piel y de caricias.
Creemos en la alegría del pan que el amor multiplica,
hasta que de tantas risas nos sobren doce canastos
para que se cumpla el requisito esencial de la justicia:
para cada mano un pan, para cada pan una vida.

Nosotros creemos que la vida es peregrina,
y que la esencia humana se llama misericordia;
y aprendimos a caminar juntos,
porque así nos enseñaron que camina el pueblo.
No nos une el odio, sino el encanto
que produce en nuestro oído la palabra compañero.

Y porque, a pesar de tanta pena y tanta muerte,
de tanto esperar que se nos pase el hambre
y a pesar de tanto todo interminable,
seguimos creyendo que para compartirla se nos dio la vida,
como la comparten los que están convencidos
de que para esto estamos:
para ser la sal de la tierra.

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