Un nuevo desafío para el movimiento nacional y popular

Hay encrucijadas de la historia en la que se juega no solo un cambio de elencos gubernamentales ni una gestión mejor o peor de lo público: se enfrentan giros culturales, reconfiguraciones de la geopolítica mundial y, con ello, de las condiciones en que los seres humanos vivirán durante muchas generaciones.

Uno de ellos ocurrió hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando comenzó una nueva etapa del capitalismo, que consolidó la hegemonía mundial de los Estados Unidos. A partir de ese triunfo, los embajadores del hegemon recorrieron países abriendo puertas a los vencedores de esa guerra: las grandes empresas norteamericanas. En la Argentina, esa fue la misión de Spruille Braden: hijo de un rico empresario yankee y, él mismo, dueño de varias empresas, una de ellas en Chile.

Desde su llegada estableció una cabeza de puente para el desembarco de otros empresarios. Para consolidarlo debía enfrentar a un grupo de militares nacionalistas. Entre estos militares se destacaba Juan Domingo Perón, aliado con distintos dirigentes populares y gremiales. Para contribuir a su derrota, Braden dedicó sus fuerzas a destruirlo políticamente. El periodista Gustavo Duran (entonces sin Barba) lo ayudó a redactar un texto, el Libro Azul, en el que resumió sus argumentos. Que Perón respondió con su libro Azul y blanco, donde refutaba las argumentaciones del cabeza de puente imperialista y lazaba una consigna que sintetizaba simbólicamente lo que estaba en lucha: Braden o Perón: colonia o soberanía nacional. Alternativa que, en las elecciones del año 1946, derrotase a la Unión Democrática, coalición organizada desde la embajada norteamericana y el eterno cipayaje liberal: Antecedente de otras coaliciones del mismo tipo en diversos momentos de nuestra historia; y hoy representada en Juntos por el Cambio: reunión de CEOs trasnacionales, empresarios, jueces, espías y el chiquitaje radical.

Esa epopeya −que comenzara el 17 de octubre y triunfase en las elecciones de 1946− produjo un cambio hacia la justicia social, la independencia económica y la soberanía política que impregnó nuestra sociedad con un sello de igualitarismo y organización popular, que nuevamente ha de ponerse en marcha en defensa propia[1].

Pues hoy, como nunca (dado el alcance de la globalización), se pone en juego una nueva etapa de la lucha. Como entonces (o más aún) debemos hacer frente a la posibilidad o no de reconstruir la Argentina contra los intentos de arrasar sus fronteras de justicia social, independencia económica y soberania política. Con una peculiaridad sobre la que quiero insistir. Esta nueva lucha no solamente es de argentinos para los argentinos, sino un momento de una guerra más difícil, contra el poder del 1 % de oligarcas mundiales. Una guerra en la que se juega el futuro de la humanidad. No solamente porque ese 1 % actúa como una raza superior, con derechos a utilizar el intelecto mundial en su propio beneficio. Peor aún, con sus acciones pretende una nueva forma de relaciones humanas, muy distinta a las sintetizada en la consigna: libertad, igualdad y fraternidad; mientras se esmeran en producir devastaciones ambientales, empobrecimiento generalizado y control robótico. Para lo cual ha iniciado una tercera guerra mundial de nuevo tipo, hecha de destrucción de estados nacionales y un grado tan intenso de explotación, que pone en peligro nuestra subsistencia en el planeta, como alertó el Papa Francisco en su momento.

Se trata de un choque de civilizaciones. Pero no como Samuel Phillips Huntington lo predijo; sino un choque entre la barbarie capitalista descontrolada y la humanidad.[2]

Hay compañeros que comprenden que en estas elecciones se juega nuestra posición en ese choque y que ese enfrentamiento continuará después de las elecciones. Pero no es lo que piensa la gran mayoría. Por el contrario, un buen número de nuestros compañeros piensa que en las elecciones nacionales se enfrentan fuerzas nacionales. Esa peligrosa miopía es el producto de un largo proceso de educación, que oculta cuáles son los centros del poder internacional y su injerencia en nuestras tierras.

Sin embargo, ese no es un error que pudiésemos cometer los integrantes del movimiento nacional. Pues ya en el año 1945, la opción entre Braden o Perón también se produjo en un escenario internacional. En el que nos enfrentamos a una coalición de adversarios internos y actores internacionales.[3]

Con la globalización y la concentración del poder en un grupo de empresas trasnacionales, ese enfrentamiento es mucho más riesgoso. Sobre todo, porque esas empresas son respaldadas por Estados militar y económicamente muy poderosos, que además dominan los principales organismos internacionales.

Dado ese nuevo contubernio la opción entre Braden y Perón hoy se denomina Macri-Trump versus Frente de Todos, todas y todes. Razón por la cual, recuperarnos de la derrota sufrida en 2015 implica la necesidad de una epopeya tanto o más difícil que aquella iniciada el 17 de octubre de 1945. Y triunfar en la primera batalla del 2019 implica asegurar que no hagan fraude ni busquen escusas para suspender las elecciones; y luego gobernar. Acciones llenas de dificultades, pues a diferencia de lo que nos han hecho creer, en el gobierno no están concentrados ni el monopolio de la violencia y ni los principales recursos de poder, salvo cuando el gobierno es de los CEOs.

Siendo así, al ganar las elecciones habremos avanzado nuestra calidad organizativa e incrementado nuestros recursos.[4] Pero el combate se hizo más complejo y sofisticado. Sobre todo desde el 2009, cuando el capitalismo financiero emergió de la crisis perfeccionando sus instrumentos de dominio. Particularmente en la administración de las deudas “soberanas”. Tal como podemos experimentar hoy, al percibir la total alineación del FMI y del gobierno de los Estados Unidos con el gobierno de Macri. Al punto que el organismo financiero viole sus propios estatutos, apostando al incremento de nuestra deuda. Movimiento mediante el que pretende asegurar la destrucción de todos nuestros derechos sociales y laborales, junto con el bastardeo de la educación pública, el jaque a todos nuestros organismos científico-tecnológicos, la venta de activos de dominio público y la monopolización de todos los eslabones claves de la cadena de valor (mediante los cuales pueden administrar la inflación, como arma), por citar solamente algunos de los instrumentos que ya han puesto en ejecución. Recursos a los que solamente podremos oponerle la creatividad de nuestra organización y la de todos nuestros conciudadanos, en todos y cada uno de los rincones de la patria. Por eso es que pienso que, superando el tipo de acción impuesta por las formas partidocráticas, debemos estar a la altura de lo que, en otro artículo de esta revista, denominé “Ante una nueva resistencia” (2018). En ese artículo, al referirme a los partidos políticos entendidos como la única forma posible de organización y acción política decía: “A diferencia de la forma-partido, el movimiento −siempre en proceso de reconstrucción− da lugar a formas de luchas e indispensables rearticulaciones, distribuido en complejas redes sociales e incluso reuniéndose en casas, si las organizaciones de base son intervenidas policialmente. Lo que permite comprender por qué Perón no hablaba de dirección sino de “conducción”, que acciona reconociendo y respetando la diversidad y dando lugar a negociaciones en una paciente operación política” (Saltalamacchia, 2018).

Y en otro artículo de esta revista, también aludiendo a este tema de la organización, hice referencia a la importancia de las organizaciones intermedias en la constitución de una comunidad organizada que esté a la altura de los nuevos desafíos.

Con esos antecedentes, en este artículo pretendo volver sobre esa cuestión, pues no la veo planteada. Al menos, no de la forma que corresponde a la tradición del movimiento peronista, para el que la política se hace todo el año y desde todas las organizaciones intermedias, comenzando desde el cara a cara de las unidades básicas, los gremios, las asociaciones vecinales, etcétera (Acha, 2004; Aiken, 2015; Barry, s/f.; Bonifetti, 2018; Borón, 2007; Castillo, s/f.; Correa & Quintana, 2005; Rabotnikof, 2012; Roggio, s/f; Zuccotti, 2019).

Como en varias reuniones con otros compañeros expuse (no sé si claramente), para la construcción de nuestra fuerza no solamente debemos producir una plataforma política que indique qué es lo que deberíamos hacer desde nuestro gobierno; sino también cómo podremos cumplir con esas promesas, con qué recursos.

Es cierto que en estos días comenzó la campaña, que las elecciones se aproximan y que es el tiempo de la producción de programas de gobierno. Pero, como antes sugiriera, debemos evadir la trampa de creer que las elecciones son algo más que un momento de una larga guerra.

Las plataformas son un modo de proponer bases de un acuerdo y un compromiso con los ciudadanos. También son formas de lucha ideológica por un modo de comprender las relaciones dentro de una sociedad. Son por eso importantes. Comprendiendo esa importancia, hay muchos grupos de compañeros que ya han elaborado propuestas programáticas y estoy convencido de que ellas cubrirán, poco a poco, casi todas las áreas. Y yo mismo trato de contribuir con ese propósito, con artículos y participaciones grupales. Sin embargo, en este artículo no me sumaré a la pregunta sobre el qué hacer y a qué comprometernos durante esta campaña. Porque ese ejercicio me parece ingenuo y mal encaminado si, al momento de pensar y proponer qué vamos a hacer, no pensamos en el cómo y en qué condiciones.

Yo creo que, en la economía política, como en todos los órdenes de la vida, el planeamiento (incluido en el contrato electoral honesto) debe ser la resultante de una evaluación de necesidades y posibilidades; entendiendo por posibilidades el cálculo de los recursos con que contamos, los que podremos construir y las dificultades que deberemos superar para lograr aquellos fines con esos instrumentos. Es un compromiso en el que, luego de la genial y paciente tarea de construcción colectiva en el Frente de Todas, Todos, Todes, todos debemos comprometernos.

Teniendo en cuenta esta convicción es que me propongo responder a dos preguntas: ¿A quién enfrentamos? ¿Cuáles son los recursos de nuestros enemigos y cuáles podremos utilizar nosotros? Es cierto que las respuestas que propondré serán limitadas, discutibles, precarias y hasta posiblemente erradas. De lo que en cambio no dudo es de la pertinencia de las preguntas.

Elecciones, gobierno, poder y desafíos

Como muchos sabemos, ni el gobierno es el exclusivo intérprete de los intereses comunes, ni es una unidad que permite un mando unificado, ni controla los principales recursos de poder.[5] Es cierto que nuestros intereses comunes son representados por el “Frente de Todos” y que lo demuestra el que en dicho frente aparezcan juntos varios tipos de organización: partidos políticos, sindicatos, asociaciones empresariales, organizaciones territoriales, asociaciones de fomento o similares, partes de iglesias, clubes de barrio, etcétera.

Esto es una inmensa ventaja. Pero pensando en gobernar, debemos tener en cuenta que ningún gobierno es capaz de controlar eficazmente la complejísima red de redes que constituyen las burocracias; por lo que el Estado es el nombre de una especie porosa, en la que se intercalan las asociaciones de intereses, los grupos de presión, las organizaciones empresariales e, incluso, directamente, algunos de los enviados de poderosos CEOs de trasnacionales. Y tal es su complejidad que incluso cuando el gobierno ha sido monopolizado por una parte de esos CEOs (como en el gobierno actual) hay disonancias en el modo de ejecutar las políticas emanadas del centro, aun cuando están respaldadas por la disposición de estrictas y sofisticadas modalidades de control y represión. Cuál será entonces la magnitud del desafío cuando el gobierno es encabezado en un gobierno nacional y popular. Pues desde su inicio tendrá en contra el difuso poder del 1 % y sus representantes; un poder que adopta formatos diversos, aunque todos pueden traducirse a ese equivalente universal que es el dinero, y que ellos atesoran en cantidades siderales (Arrighi, 1998; Barrios, 2017; Caputo Leiva, 2010; Cárdenas, 2014; Chen & Tan, 2009; Class, 2014; George, 2015; Sánchez, 2008; Schlosberg, 2017; (TNI) “Trasnational Institute”, 2016). Con esos recursos poseen en grado de cuasi monopólico de los mercados, considerable capacidad para formar opinión pública e imponer agendas, auxiliados por burócratas, políticos, Jueces, economistas, politólogos y otras especies de intelectuales (corrompen mediante alguna mezcla de dinero y prestigio); condicionar el nivel de vida de la población invirtiendo o desinvirtiendo según aconsejen las circunstancias (recuérdese como actuaron contra Raúl Alfonsín), etcétera. Por eso es que podemos decir que el gobierno no es el poder, pese al interesado diseño de las estructuras institucionales como la Constitución, los códigos, las leyes y la secular prédica liberal que acompaña a esas instituciones, garantizando el poder de las minorías sobre las mayorías.

Dado ese encuadre, ¿contra quién debemos luchar? ¿Cuáles pueden ser los recursos de nuestros enemigos y los nuestros? ¿Cómo crear las condiciones para que no nos roben las elecciones y cuáles para poder gobernar?

 

El complejo industrial, financiero y militar al ataque

En la década fatal de los noventa se difundieron dos textos que nos permiten comenzar. En 1989, Francis Fukuyama publicó el artículo ¿El fin de la historia?, continuado en 1992 por el libro “El fin de la historia y el último hombre”. Ahí se auguraba el triunfo definitivo del capitalismo occidental y del liberalismo en el mundo. Anuncio que refutó Samuel Huntington, afirmando que ese fin no había aun llegado pues era precedido por un nuevo choque entre dos civilizaciones, que identificó como una guerra entre religiones, ocultando que ella era la apariencia de otro tipo de enfrentamiento, impulsado por una fuerza que un presidente de los Estados Unidos denunciara al comienzo de los años sesenta: “Nuestro trabajo, los recursos y los medios de subsistencia son todo lo que tenemos; así es la estructura misma de nuestra sociedad. En los consejos de gobierno, debemos evitar la compra de influencias injustificadas, ya sea buscadas o no, por el complejo industrial-militar. Existe el riesgo de un desastroso desarrollo de un poder usurpado y [ese riesgo] se mantendrá. No debemos permitir nunca que el peso de esta conjunción ponga en peligro nuestras libertades o los procesos democráticos” (Dwight D. Eisenhower en su discurso de despedida a la nación, 17 de enero de 1961).

Hoy, en un país en que las empresas privadas pueden libremente financiar a sus candidatos e incluso a todo el andamiaje de producción cultural, lo que podemos encontrar es con una plutocracia que ha puesto al estado, a su poder militar y a todas las organizaciones que, mediante los diversos medios de comunicación y creación de opinión (Universidades, cinematografía, radio, televisión, manejo de la bigdata como forma de control etcétera), respaldan el poder del 1 % y sus proyectos de rediseño de la división nacional e internacional del trabajo.

Lo que vio Eisenhower en 1961 se ha multiplicado y perfeccionado. Esto sin duda no significa que las contradicciones y oposiciones dentro de ese bloque de trasnacionales no exista. De hecho, hay lucha entre ellas y lucha entre las de origen occidental y Japón con las chinas y rusas. Como también es cierto que, en las plutocracias del norte, han aparecido los Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez;[6] como también los Jeremy Corbyn u otros líderes que en las naciones europeas luchan contra el neoliberalismo y sus contracaras fascistas.

Pero esas contradicciones y la emergencia de posibles aliados en el seno del Imperio no hacen menos aguda y difícil la pelea en la que estamos y para la que debemos prepararnos. Por eso valía la pena traer el testimonio de Eisenhower. Porque, como anuncié arriba, debemos estar atentos a los recursos de nuestros adversarios. Más allá de la eficacia de las máquinas de producir opinión a las que hoy debemos enfrentar, las fuerzas trasnacionales poseen todo el poder que les da ser las principales fuentes de trabajo en los países y las que cuasi monopolizan el comercio exterior de las naciones y que, al mismo tiempo ya que pueden invertir o desinvertir, según aconsejen sus intereses, pueden sabotear nuestros intentos de defendernos de sus propósitos. Ese es el marco en que debemos combatir para ocupar un lugar diferente en la división internacional del trabajo, al mismo tiempo que luchamos (junto a otros movimientos nacionales) para lograr que la nueva sociedad sea para bien de todos; esto es, un mundo en el que vayan desapareciendo las principales fuentes de desigualdad y de explotación, dado que la riqueza hoy es producto del “intelecto general” y no de la audacia de ningún empresario (Aigrain, 2011, 2012; Bauwens, 2011; Bollier, 2011; Coriat, 2018; (Foro Social Mundial), 2011; Guedon, 2011; Helfriche, 2011; Kneen, 2007; Li, 2011; Linebaugh, 2011; Peugeot, 2011; Rey, 2011; Sultan, 2011). Lucha para la que es imprescindible tensar nuestras fuerzas al máximo para recuperar terreno en el campo educativo y en el de la producción científico-tecnológica.

 

Una nueva época a nivel global

Por lo dicho, y tal como dicen los discursos de nuestros líderes, en este año habrán de enfrentarse dos modelos de país. Eso es claro y cierto. Pero ese enfrentamiento tiene un costado internacional que debemos tener muy en cuenta. Pues ya no nos encontramos en una época en la que los estados-nación se autodeterminan.

Si esa autodeterminación alguna vez fue cierta, ya no es así. Hay muchos Estados que, por diversas razones, no poseen real jurisdicción o capacidad de control dentro de sus fronteras: sea por la pérdida de control físico del territorio (o del monopolio en el uso legítimo de la fuerza); porque se ha erosionado la autoridad legítima en la toma de decisiones; por su incapacidad para suministrar servicios básicos; o porque se han endeudado de tal forma (cerca o por encima de lo que es su PBI), que pierden su capacidad de manejo de la economía interna. Esa pérdida de control dio lugar a la aparición del concepto de “estados fallidos”. Concepto que indudablemente fue una creación políticamente interesada. Pues sirve para justificar la intervención de tropas extranjeras u otro tipo de “asistencia”, pero lo importante para nosotros es que este gobierno nos ha puesto en esa situación, auxiliado por el poder financiero internacional, y en ese contexto es que debemos actuar hoy.

Incluso para las grandes potencias, la debilidad de los gobiernos “democráticos” ante el poder de las corporaciones es real por la incapacidad para autofinanciarse, debido a la evasión fiscal de sus trasnacionales, debilitando el presupuesto de los gobiernos y los servicios que brindaron en la época dorada del Estado de bienestar. Manifestación importante, aunque no única, de que estamos en los umbrales de una nueva época. Una época que algunos dan en denominar “sociedad del conocimiento” (poniendo énfasis en el tipo de economía y división del trabajo propia de las nuevas sociedades) u otros “capitalismo cognitivo” (poniendo énfasis en las formas de dominación que serán las propias de esta nueva etapa). Y lo que hoy está en juego es cuál será el tipo de civilización hacia la que marchamos como especie y cómo, quién o quiénes gobernará(n) en ese nuevo tipo de civilización.

Lo que es indiscutible es que, en todas las opciones, la ciencia y la tecnología permitirán un tipo de producción, circulación, consumo y control sociales, y que el trabajo manual y la organización taylorista-fordista de la economía y de la sociedad irá revirtiéndose y cobrando formas nuevas. Al paso en la que el trabajo con símbolos y otros intangibles, así como la potencial producción de riquezas nos permitirá un nuevo tipo de existencia.[7] Pero lo que diferencia a los proyectos enfrentados es el tipo de organización social, cuáles habrán de ser las formas de dominio que les corresponderán y quién o quienes gozarán de sus beneficios.

Lo que muestran las acciones de las trasnacionales y sus organizaciones, como el Banco Mundial, el FMI, la Organización Mundial de Comercio y el Foro Económico Mundial, es que quieren ir forjando un tipo de economía política que dejará sin trabajo (en un modo de ser humano inferiorizado) a millones de habitantes de un planeta y que pretende ser conducido por un reducidísimo grupo, integrado por los CEOS de grandes grupos empresariales trasnacionales, sus familiares y sus empleados directos. En la tercera guerra mundial antes aludida, ese grupo va consolidando su poder. Eso es grave para el futuro de la democracia. Y aún más, dado que continuarán en la búsqueda enloquecida del lucro, serán al mismo tiempo incapaces de hacerse cargo de la responsabilidad de cuidar el ambiente de tal manera que la especie humana pueda sobrevivir. Tal es el proyecto global en cuyo marco la destrucción de la patria, a cargo de Cambiemos adquiere su real dimensión.

Hasta el año 2015 la Argentina no estaba entre los “estados fallidos” pero hoy es uno de ellos, (aun cuando las vendas y muletas financieras que brinda el FMI permitan disimularlo) y lo que se está jugando es si podremos frenar y dar vuelta el proyecto de las potencias centrales para abrir mercados, abaratar mano de obra y apropiarse de recursos estratégicos en el campo de la energía o de otros insumos. Proyecto al que apuntan con sus Tratados de Libre Comercio.

Tal como sabemos, pese a otros intentos liberales como los de Martinez de Hoz y los Cavallo, con nuestro último gobierno mucho habíamos recuperado, incluso habiendo transitado por la crisis de 2009. Como parte de esa reconstrucción fuer lentamente recuperándose nuestro sistema educativo. Nuestro sistema científico técnico comenzaba a producir resultados como los del ARSAT. La industria existía, pese a no haber solucionado el autoabastecimiento de licencias y maquinarias. Y en el contexto de esa recuperación, el haber dicho “no” al ALCA fue un momento importante para la Argentina y gran parte de Sudamérica.

En ese entonces, la cara de Bush en Mar del Plata mostró hasta qué punto esas conquistas iban contra los intereses de los Estados Unidos.

Por eso en países como Brasil, Argentina, Ecuador y Venezuela comenzaron a darse iniciativas de destrucción de las conquistas alcanzadas.[8] Dichas conquistas nunca fueron compatibles con el interés de las grandes potencias; que en general apostaron a que, volviendo al primer centenario, fuésemos proveedores simples de materias primas.

Nada nuevo entonces. Solo que, ayudado quizá por nuestros errores, Cambiemos consiguió alinear a nuestro país dentro de ese grupo de países primarizados, poblado de empleos precarios o de un desempleo que permite que las grandes potencias tengan reservorios de un nuevo tipo de siervos y esclavos, propios del siglo XXI. El FMI es parte de esa ofensiva. Lo demuestra lo extraordinario del préstamo que le hicieron a Macri y su equipo. Porque ellos saben que hay un momento en que los países pierden sus capacidades de resistencia, se convierten en estados fallidos y de ese modo se abren sus puertas a la apropiación de sus recursos humanos y naturales.

Intentos de producir cambios de época que hoy podemos reconocer (al menos en sus apariencias) visitando el gran número de redes que propagan ideas sobre una nueva gobernanza mundial. Uno de cuyos mejores ejemplos es el prolífico sitio del Foro Económico Mundial [ https://www.weforum.org/ ]. Leyendo sus posts podremos darnos cuenta de que a muchos desprevenidos pueden atrapar con sus modos de preocuparse por los problemas del hambre, el calentamiento global, el medio ambiente, la salud y otros males.[9] Preocupaciones que van constituyendo un programa que tiende a disolver, para el capital, de las fronteras nacionales y postular que en cambio de la imposible y ficticia democracia debemos ir hacia la construcción de una gobernanza global de las partes interesadas. Forma en que aluden a las principales trasnacionales y a las organizaciones que ellas pueden influenciar en diversos dominios. Entre los que se cuentan la “ayuda” para extraer nuestro gas, nuestro petróleo, nuestros minerales, nuestra agua, bajo un tipo de dirección que no es fácil concebir como desinteresada (Arrighi, 1998; Barrios, 2017; Caputo Leiva, 2010; Cárdenas, 2014; Chen & Tan, 2009; George, 2014, 2015; Mato, 2004; Quiroz, 2011; Sánchez, 2008; Schlosberg, 2017).

Así pues, lo que está en juego es un modelo de país, pero también un modelo global. Es en ese marco global que se jugarán las elecciones de este año y los siguientes. Debemos estar intelectual y organizativamente preparados para ello, entendiendo que el gobierno es una forma superior en la organización de nuestras fuerzas. Y que en todo momento deberemos sumar esas fuerzas a la de otros que, tanto en los países dominantes como en Latinoamérica y el resto del mundo, tratan de inventar ideas, valores e instrumentos para que la nueva época sea parecida a la que soñaron aquellos que pensaron en cuál sería el tipo de humanidad posterior a la de este capitalismo, tal como lo conocemos.[10]

 

Usinas neoliberales y otros recursos del enemigo hoy

Desgraciadamente, este fin de época y el modo en que sus actores lo están impulsando no son parte de un relato catastrofista, paranoico ni conspirativo. Es un peligro real, hecho posible por la centralización de los puestos de comando en el que se ubican los principales accionistas de solamente 146 grupos de empresas trasnacionales, tal como lo mostraron (Vitali, Glattfelder, & Battiston, 2011).[11] Grupos que poseen grandes usinas de formación de opinión y cuyo representante más conocido en nuestro país es Durán (hoy con Barba), nuevamente. Por eso, contra lo que demasiados compañeros aun suponen, no bastará con ganar las elecciones a “Juntos por el cambio (hacia la esclavitud)”, ya que son muchos son los recursos de poder (blandos y duros) que esas fuerzas pueden movilizar.

En la jerga sobre estos temas se denomina poder blando a la capacidad de atraer y cooptar, en lugar de coaccionar (poder duro). Es la capacidad de dar forma a las preferencias de los demás mediante la atracción. La moneda del poder blando es la cultura, los valores políticos y las políticas exteriores; pero también, desde el denominado neuromarketing se ha utilizado para influir en la opinión social y pública a través de canales menos transparentes (utilizando la big data) y mediante el cabildeo a través de poderosas organizaciones políticas y no políticas o la influencia económica.

En un artículo anterior de esta revista hice referencia a algunas de esas formas (Saltalamacchia, 2019). A ellas se suman el cuasi monopolio de la venta y distribución cinematográfica para grandes y pequeños; el mismo cuasi monopolio de la programación televisiva; el predominio en la formación universitaria, sobre todo de profesionales en el área de la economía y las ciencias políticas; las becas para estudiar en los países centrales, particularmente en los Estados Unidos. La creación de sistemas de evaluación académica en la que se privilegia la publicación en revistas de habla inglesa, las que a su vez poseen líneas evaluativas que privilegian temas propios de la cultura de los países centrales, la conversación pública en redes sociales controladas y usufructuadas mediante los algoritmos, los bots, y demás cuestiones digitales, etcétera. Así, los medios de comunicación tradicionales, las herramientas digitales y las campañas de desinformación son y serán puestos en movimiento para condicionar las elecciones y el gobierno que surja de ellas.

 

¿Qué tipo de estrategias y mensajes podemos esperar del poder concentrado?

Esos nuevos liderazgos son influenciados por las iglesias evangelistas que utilizan como usina ideológica, como actualmente lo es la Teología de la Prosperidad. Pero también veremos a laicos liberales que hoy juran y perjuran que lo de Macri no es ni el verdadero liberalismo ni el auténtico neoliberalismo. Acusarán a su gobierno de populista y/o de inepto, tratando de crear cortinas de humo para que la caída del gato no desprestigie a las usinas que le dan letra. Serán apoyados por todo el arsenal de economistas y politólogos que clamarán por la libertad, desgarrarán sus vestiduras denunciando nuestras corrupciones, mostrarán que nuestro manejo de la economía es desastroso. Todos insistirán en que aferrarse al sindicalismo es una antigüedad frente a la aparición de las plataformas, el libre emprendedorismo, los robots, inteligencia artificial, etcétera. Ocultarán cuidadosamente que los devenidos emprendedores son el equivalente de los antiguos capataces o gerentes menores de la época taylorista. Pero, pero ahora produciendo para enriquecer a ávidos shareholders y stakeholders, en una jornada que no posee límites horarios ni semanales, haciendo frente a toda quiebra producida por cambios en las condiciones del negocio y pagando su propia seguridad sanitaria y previsional. Este es un anzuelo neoliberal que ya está teniendo éxito entre nuestros jóvenes y que debería obligarnos a inventar formas de encuentro y discusión sobre el futuro en el que ellos están siendo insertados y nuevas formas de agruparlos en un colectivo que (como en los casos de los sindicatos, movimientos sociales y otras formas de resistencia) les permita superar la segmentación y la lucha salvaje contra sus semejantes, para subsistir.

Con ese arsenal de instrumentos y argumentos (destinados a públicos precisos, gracias al manejo de la bigdata y la posibilidad de conocer los perfiles de los votantes) otros se prepararán para retomar la posta neoliberal en contra de nuestro gobierno, incluso recapturando parte de nuestros dirigentes y militantes. Ese es justamente el proyecto que se prepara para reemplazar a desprestigiados líderes como Cavallo o Macri y su equipo. Tomando las banderas de las ideas libertarias buscarán enamorar a nuevos jóvenes, quienes serán masa de maniobras en la vieja estrategia de cambiar caras para mantener sistemas. Por otro lado, ante el peligro de perder una batalla (que para ellos es apenas una escaramuza), y están creando otros líderes potenciales que ya aprontan sus discursos, como es el caso de José Luis Espert.[12]

En síntesis, muy grandes y diversos son los recursos de poder que el 1% pone en juego y ellos son la medida del desafío para el que para prepararnos desde hoy mismo.

No es tiempo de confiarnos

Son tiempos de peligro. Por eso no está para nada mal que nos cause risa el farfullar discursivo y los chistes futbolísticos de nuestro principal representante ante el concierto de las naciones. No está mal denunciar hasta el hartazgo las mentiras y los robos y defraudaciones implicados en todas y cada una de las acciones de gobierno de este fabuloso equipo. Pero, al mismo tiempo, es necesario percibir que sus acciones no son inocentes, ni erróneas. Por el contrario, incluso la aparente torpeza de improvisados ministros, como Dujovne, desempeña el papel que ciertas patrullas y batallones de zapadores tienen en las guerras: romper las líneas del enemigo (entre ellas las de nuestros afectos, valores y recuerdos), desordenar sus filas, preparar el avance. Este tipo de acciones requiere reclutar personas psíquicamente preparadas, sea por su entrenamiento en acciones ilegales, sea por su capacidad y voluntad psicopática (tema sobre el que volveré en un próximo artículo pues ese tipo de psicópatas representan un desafío al que la población en general y nosotros en particular no estamos preparados.

Por eso es que confiarnos y reírnos puede ser una trampa.

El que hayan aparecido. Que en tres años hayan entregado al país atado de pies y manos por las deudas. Que hayan casi destruido nuestras industrias. Que hayan incrementado la desocupación. Que hayan semidestruido del sistema científico tecnológico. Que hayan intentado bastardear la enseñanza en todos los niveles. Que postulen que debemos ser un supermercado para un mundo en el que tendremos el pobre rol de proveedor de recursos baratos. Que hayan logrado avanzar en la entrega de nuestras riquezas en energía y otros minerales. Todo ello es parte de una estrategia destinada a crear un estado incapaz de autogobernarse.

Es cierto que una gran parte de la población ha sentido esos golpes. Pero, como advirtiese en un artículo anterior, esa percepción puede ser manipulada por los medios de producción de opinión, tal como ya lo vimos en elecciones anteriores y podemos comprobar en la propaganda actual, en la que se absorben los resultados de esas destrucciones acudiendo a la idea de que ello es parte del sufrimiento que todo cristiano debe afrontar para llegar al paraíso (Saltalamacchia, 2019a) . Por lo que, ni aun con las experiencias negativas de tantos conciudadanos, podemos contar con la seguridad de nuestro triunfo.

Por otro lado, tenemos que tomar en cuenta que este nuevo tipo de capitalismo crea las bases de proyectos hegemónicos como los que captan las voluntades desprevenidas de quienes no son empleados asalariados y creen que, en cambio, progresarán convirtiéndose en emprendedores. Tal proyecto de hegemonía proclama que lo moderno es el desarrollo inevitable de un nuevo modo de trabajar, propio de las nuevas tecnologías.[13] Ese movimiento (que converge con el ideal impuesto del prestigio de ser propietarios de medios de producción) ha captado con éxito la imaginación de muchos jóvenes y es otra razón para no confiarnos.

En verdad, esos “emprendedores” trabajan generando productos y servicios que anteriormente eran centralizados en establecimientos territorialmente definidos y con horarios y formas de relación contractual típicamente tayloristas, pero que eran tercerizados y se convertían en producciones y servicios para los nuevos “emprendedores”. Sin poder profundizar en esto, que constituye uno de los rasgos principales de esta transición a la vulgarmente denominada sociedad del conocimiento (Saltalamacchia, 2019), lo que encontramos es un tipo de presentación de gran poder hegemonizante, en la que los valores liberales centenariamente incorporados, transforman la precarización laboral en una forma ideal de progreso social posible: incorporándolos a la tradición continuamente revalorizada del hombre que se hace a sí mismo; que mediante el esfuerzo gana en dinero y estatus, y con ello señales divinas de predestinación o, al menos, de posible prestigio social. Logros mediante los que sujetan a los jóvenes a la hegemonía del neoliberalismo.

La precarización del trabajo se camufla con espejitos de colores que les impide a las víctimas reconocerlo. Baste recordar que ahora han cambiado la jornada laboral de 8 u 12 horas en jornada completa, con fines de semana incluidos. Y además con la necesidad de hacerse cargo de ahorrar para asegurar la propia salud y la de su familia. A esta propuesta se le otorgó tal envergadura, que el Banco Mundial -que antes solo prestaba dinero a bancos y grandes empresas- se dispuso a brindar micropréstamos, en una política tendente a universalizar ese espíritu emprendedor.[14] [Veamos solo un muestra de esa propaganda: https://www.youtube.com/watch?v=QfWjtWf8-6A]

En todo caso, vuelvo sobre la idea: nos dejan un desierto, minado en lo material y sembrado de dispositivos hegemonizantes que han producido algunos cambios culturales que deberemos trabajosamente revertir. Por ese motivo, incluso ganando las elecciones, solo habremos creado mejores condiciones, pero estaremos lejos de haber asegurado nuestro triunfo.

Más allá de la elección: nuestros recursos para reorganizar el caos

Pensar sobre el modo de enfrentar los nuevos desafíos requiere que revisemos no solo los recursos de poder que hoy fortalecen a nuestros adversarios. También hemos de revisar los que desde hace mucho tiempo ellos incorporaron en nuestras propias mentalidades y que nos impiden potenciar nuestras fuerzas contra ellos. Afirmarlo no es vano. Pues todos somos un complejo resultado de luchas previas y en esas luchas, los proyectos hegemónicos, como el de los viejos y nuevos liberales, han dejado en muchos de nosotros pequeños caballos de Troya que nos hacen errar en el modo de pensar lo que está en cuestión y el modo en que deberemos actuar para revolucionarlo. Pues la hegemonía es mucho más que el efecto de actos conscientemente dirigidos a un fin. En sentido foucaultiano, los dispositivos hegemonizantes son muchos y están institucionalmente consolidados conformando la estructura institucional y la estructura inconscientemente internalizada, incluso en los opositores, como resultado del efecto de luchas pasadas y de nuestras respectivas socializaciones en esos contextos. Por ejemplo, nuestra historia constitucional es un efecto de esa hegemonía; que hizo que muchos de nuestros patriotas viesen en Estados Unidos o Francia modelos de organización deseables. Como, en otro sentido, también lo es la tradición de quienes lucharon por una Argentina Federal; así como los ejemplos de los movimientos de obreros y nuevas clases medias, que dieron origen a los movimientos populares del sindicalismo anarquista, socialista y comunista y del partido Radical. Hechos que culminaron con la tradición peronista.

Gracias a estas últimas herencias nuestro país ha resistido, hasta hoy, embates realmente intensos de recolonización. Pero también gracias la primera de las tradiciones evocadas hemos sido socializados en una tradición liberal que volvió a tomar fuerza luego de la dictadura de 1976 con la consolidación de las teorizaciones sobre “la transición hacia la democracia”. Teorías cuyos méritos se destacaron luego de la sangre derramada y el martirio de muchos argentinos, y para muchos se consolidaron luego de la Caída del Muro de Berlín. Socializados en ella, no son pocos los compañeros que aun piensan según estas interpretaciones propias del revival liberal de los años ochenta y noventa. Y sobre éstas es que se afirman los nuevos dispositivos de dominación y se asientan algunas de nuestras ingenuidades. Tal es el caso de los muchos que creen en que la lucha electoral por sí sola basta para para dirimir fuerzas.

Es cierto que, en la tradición liberal, las elecciones son parte substancial de la construcción democrática y permite que, mediante ese sistema, se produzca la selección de un elenco gobernante, que efectivamente podrá dirigir el curso de las políticas nacionales durante el período marcado por la Constitución. Pero esa no es, o al menos no debe ser nuestra interpretación. Por el contrario, en la tradición peronista, las elecciones son meramente un momento en el que se avanza en la constitución de nuestra organización como movimiento nacional y popular. Pero ni las elecciones son el único momento en que se pone en juego la organización política del movimiento (que debe mantenerse activo en forma permanente) ni el gobierno es un recurso suficiente para que reine en el pueblo el amor y la igualdad.

Como nunca el gobierno actual mostró la estafa que puede esconderse en este tipo de repúblicas en las que no existen mecanismos válidos para controlarlos. Entre las mejores producciones de los teóricos de las transiciones democráticas ocupó un lugar la elaboración de posibles formas de control (de accountability como se decía). Mecanismos muy débiles, sin embargo, dado que no eran acompañados de una teorización sobre una comunidad organizada en la que los organismos intermedios se asocien a los técnicos y profesionales gubernamentales en la satisfacción de sus propias necesidades.[15]

Esa herencia determina que, en el contexto de campaña electoral, lo que pasa a primer plano es la elección de los candidatos a los distintos puestos gubernamentales, que las plataformas electorales se presenten como una enumeración de metas que los representantes se comprometen a impulsar si son electos y se ponga la energía en el reclutamiento, tendiente a que nuestros representantes sean efectivamente electos. Si no ¿no era, acaso, un programa de gobierno lo qué nos pedían muchos de nuestros compañeros y hasta conductores de programas televisivos amigos? Y ¿qué es un programa partidario dentro de esa tradición sino un compromiso asumido por los que serán electos para actuar para, y no con, los ciudadanos?

Pero la tradición peronista de trabajar organizadamente mediante diversas formaciones intermedias, comenzando por las unidades básicas, va mucho más allá y es mucho más importante que cualquier programa. Lo que debemos saber incluso habiendo conseguido esta unidad en la organización gremial y territorial. Porque estos temas parecen relegados solo a la actividad de ciertos movimientos sociales, como el movimiento Evita y a ciertas organizaciones gremiales [en el sentido que creo correcto, ver, por ejemplo, este video hecho por alumnos de la Universidad de La Matanza, retomando esa tradición https://www.youtube.com/watch?time_continue=38&v=2DOsbQjZWQM].

No digo que la elaboración de plataformas electorales sea poco importante y en ninguna medida dispensables. Lo que quiero enfatizar es que, en esta encrucijada de épocas, todas ellas pueden ser no solo insuficiente sino, incluso, placebos. Porque lo que hace falta es mucho, pero enunciarlo será insuficiente si no tenemos fuerza para efectivizar soluciones. Y, sobre todo, es insuficiente que el acento no esté puesto en la organización de nuestro movimiento sino en la elección de quienes actuarán por nosotros.

Así son los claro-oscuro de todas nuestras acciones. Lo mismo ocurre con la contracara de otra de nuestras fortalezas.

Quince años de gobierno nos han dejado con la riqueza de una gran cantidad de compañeros que saben lo que es gobernar un territorio o dirigir organizaciones de todo tipo. Pero lo que he experimentado en contacto con ellos es que, la contracara de haber sido representantes del pueblo en diferentes organismos gubernamentales (o, en gran parte de los casos, haber sido miembros de uno u otro aparato burocrático del gobierno nacional o de los provinciales), ha creado un reflejo que hoy puede ser contraproducente. Pues se han acostumbrado a pensar en cuáles son las necesidades que se deben satisfacer desde el gobierno para los diversos sectores de la población en la que tengan autoridad o incumbencia y no a organizar sus acciones de planificación y acción con esa población. Ese tipo de acciones en algunos casos creo un tipo de militante pago, muy diferente al de otras etapas de nuestro movimiento. Lo que en sí mismo no es para nada malo, a menos que esa práctica vaya convirtiéndolo en burócratas.

Ya que ese satisfacer desde arriba se queda corto en el proceso de nuestra organización para el combate que he evocado antes. Sobre todo, teniendo en cuenta que muy pocos serán los recursos con los que contaremos para hacer realidad nuestras promesas. Por eso me preocupa que, en las reuniones en las que participé y de las que tengo noticias, la preocupación se limite a una contabilidad de lo que falta y de lo que sería deseable, sin promover charlas sobre nuestra organización.

Lo que, insisto, no implica solo un desconocimiento de nuestras tradiciones organizativas sino un inmenso desconocimiento de las dificultades a afrontar. Una de ellas -no la menos grave- es que, si luego de ganar las elecciones comencemos a hablar de “la pesada herencia” como causa, ya que no haríamos más que ponernos a la misma altura de Cambiemos y, por ende, ser muy poco confiables.

Razón por la cual nuestra única posibilidad es que los vecinos, los trabajadores, los jubilados, los empresarios pequeños y medianos y todos aquellos que requieren la colaboración del gobierno tengan representantes que vean o puedan apreciar cuáles son los recursos existentes y desde allí, en forma colaborativa, inventar soluciones. Por experiencia, y por lo que he estudiado, nada de eso es imposible. No se trata de que unos reemplacen u opaquen las competencias de otros, sino que produzcan sinergia con sus respectivos bagajes cognitivos. Incluso porque serán esos bagajes los que deben actualizarse para la reconstrucción nacional. La experiencia de las Milagro Salas (por citar solo a una líder) muestra hasta qué punto hay talentos inutilizados en el pueblo que la necesidad pone exitosamente a trabajar. Si no tenemos a todo el pueblo organizado y participando en cada una de las esferas en que puede, aquellos que nos acompañaron con su voto no verán ese universo de desastres que deja Macri. Y cuando nos falten recursos para cumplir con nuestros compromisos programáticos deberemos hacernos cargo. No podremos repetir el argumento Cambiemista de la “pesada herencia”, pues si lo hacemos, aunque sea verdad, seremos víctimas de los medios formadores de opinión. Y muchos dejarán de creernos.

Nuestro compañero Alberto Fernandez, candidato a presidente, tiene mucha razón cuando dice: no sé qué es lo que nos dejará Macri al fin de su gobierno. Es una manifestación realista: prudente a la hora de prometer y pesimista a la hora de calcular cuáles serán los recursos de nuestro gobierno. Hace bien porque el éxito de Cambiemos fue producir un caos en las vidas de casi todos los habitantes de estas tierras que no sean los miembros de la oligarquía y sus servidores inmediatos. Es muy lúcido el compañero al diagnosticar cuál será el principal desafío. Lucidez que nosotros debemos adquirir para evaluar cuánta y de qué calidad debe ser la fuerza con la que debe contar nuestro gobierno para lograr algo tan parecido a aquello que en los mitos creacionistas se le adjudica a Dios: crear un nuevo orden, dejando atrás el caos.

 

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[1] Ver el recuerdo de Daniel Santoro en Suárez (2019).

[2] Consultemos la carta encíclica Laudato si’ (título de la segunda encíclica del papa Francisco, firmada el 24 de mayo, Solemnidad de Pentecostés, del año 2015; y que fue presentada el 18 de junio de 2015) y dichos como los siguientes.

[3] Sobre este tema, pero con énfasis en lo electoral ver Tilli (2019) y sobre líneas de política exterior ver Vázquez (2019)

[4] Sobre el significado que doy a los conceptos poder y recursos de poder consultar Saltalamacchia (2014).

[5] Sobre estos temas, ver mi argumentación en Saltalamacchia (2017; 2005).

[6] Ver https://elpais.com/internacional/2018/06/27/actualidad/1530074733_202008.html.

[7] Ver Caruso (2011), Fumagalli (2010), Gómez Villar (2014), Virno (2003).

[8] Solo Bolivia consiguió salir ilesa de esos intentos hasta ahora.

[9] Decir esto no significa que yo crea que no hay que estudiar algunas o muchas de esas propuestas, pues pueden contener ideas interesantes. Pero al mismo tiempo no podemos tomarlas sin recordar que en ellos no está la preocupación sobre cómo lograr que lo seres humanos seamos menos desiguales y más solidarios, en un mundo controlado casi milimétricamente por la BigDa­ta cuyo control tienen las empresas que financian y participan de organizaciones como dicho Foro.

[10] Sobre esta nueva época pueden encontrarse estudios en un número importante de teóricos y militantes (Aigrain, 2011, 2012; Bauwens, 2011; Bollier, 2011; Coriat, 2018; Foro Social Mundial, 2011; Gómez Villar, 2014; Helfriche, 2011, s. f.; Hess, 2011; Kneen, 2011; Li, 2011; Linebaugh, 2011; Peugeot, 2011; Rey, 2011; Sengrupta & Purkayastha, 2011; Sultan, 2011).

[11] Sobre el poder de esas corporaciones (Arrighi, 1998; Barrios, 2017; Caputo Leiva, 2010; Cárdenas, 2014; Chen & Tan, 2009; Class, 2014; Cohen, 1990; George, 2014, 2015; Hendrikse & Fernández, 2019; Negri, 2004; Sánchez, 2008; Schlosberg, 2017; TNI, 2016; (TNI) “Trasnational Institute”, 2016; Trajtenberg, 1999).

[12] https://www.expedientepolitico.com.ar/espert-suma-adeptos-y-se-candidatea-para-presidente/.

[13] Para saber lo que el gobierno ha hecho en esta dirección ver, entre otras fuentes: www.argentina.gob.ar/ciencia/financiamiento/emprendedorismo.

[14] Véase por ejemplo: https://www.bancomundial.org/es/news/feature/2016/06/20/entrepreneurs-and-small-businesses-spur-economic-growth-and-create-jobs.

[15] Tema que abordé en el número anterior de esta misma publicación (Saltalamacchia, 2019b).

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