La Educación en el Modelo Formoseño

El modelo formoseño deriva del modelo nacional que presentó Juan Perón como una propuesta al Pueblo de la Patria en los años setenta, y que retoma Gildo Insfrán para estimularnos a construir una sociedad más justa y solidaria que nos permita vivir mejor, y que pone como base los principios doctrinarios y filosóficos que nos guían en la búsqueda de objetivos estratégicos: la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación. Marca además que para llegar a ellos se debe transitar senderos que lleven a la independencia económica y la soberanía política para construir la justicia social.

Este modelo tiene características muy singulares. Si bien fue enunciado en América hace más de setenta años, tiene antecedentes muy antiguos en la humanidad, porque expresa los anhelos permanentes del ser humano y sus valores trascendentes. Esos valores son los que nos dan la fuerza para seguir sobreviviendo y construyendo a pesar de todas las adversidades que hemos ido superando y que nos hacen cada vez más fuertes. Si no hubiéramos pasado por esas adversidades, probablemente no habríamos descubierto algunas cosas lindas que tenemos los formoseños, como nuestra capacidad de resiliencia y de organizarnos en unidad.

Indudablemente, todo proyecto político necesita una educación acorde, porque no se puede construir una sociedad sin las personas que tienen que ser formadas en una determinada posición ideológica y anhelos vivenciales, para poder construir esa sociedad que buscamos que nos haga más felices, que nos haga vivir mejor. Si no construimos una educación basada en el modelo formoseño estamos haciendo mal las cosas y no estamos cumpliendo con las generaciones pasadas, ni con la presente, ni con las futuras, porque si creemos que este es el camino para tener una sociedad mejor, para tener personas mejores y poder lograr la felicidad, tenemos que hacer las cosas de tal manera de transmitir lo que vivimos, queremos y amamos a nuestros hijos e hijas y a las generaciones futuras.

Nuestra educación tiene que basarse en esa convicción. En nuestro sistema educativo lo primero que tenemos que estudiar es el ser humano. No hay sociedad sin personas. Parece una verdad de Perogrullo, pero el ser humano vive, y por lo tanto aprende a vivir: primero en su casa, luego en la escuela y después en el trabajo. Aprende a vivir permanentemente, toda la vida. El rol primario de la educación es estudiar la vida para aprender a vivirla, y en función de eso instrumenta los pilares donde se asienta el sistema educativo, basado en el desarrollo de las capacidades cognitivas, socioafectivas y espirituales, adoptando los criterios del método científico: observar el fenómeno, describir sus características, estudiar las leyes que lo explican y reproducirlo. Ese es el modelo didáctico. Evitamos empezar el estudio por la abstracción, porque nuestro sistema neurológico no está inicialmente formado para empezar por la abstracción. Siempre se empieza por la práctica. Einstein decía que la educación es práctica, y todo lo demás es información.

Ese rumbo que tenemos que imprimir al sistema, la praxis educativa, es la que constituye una de las fortalezas de nuestro sistema educativo. De allí que esta persona a la que intentamos acompañar en su formación tiene que encontrarse con un plan integral. No se puede formar parcialmente al ser humano. La vida es una, el ser humano es uno. Su situación con la vida es compleja: no vive el lunes para la matemática, el martes para la lengua, el miércoles para la geografía. Las situaciones que se le presentan son complejas, entonces el aprendizaje tiene que ser complejo para dar respuesta y comprender esa realidad.

Esa derivación del Modelo Formoseño también nos involucra en el compromiso de ayudar a la persona a construir un proyecto de vida: que trate de comprender qué quiere para su vida, que trate de encontrar un sentido para su vida. Si tenemos problemas con las o los jóvenes adictos o que se suicidan, es porque han perdido el sentido de la vida. Aquel que encuentra el sentido de su vida no va a abusar de sustancias, ni va a atentar contra su vida. Es fundamental que en el desarrollo de la trayectoria escolar incentivemos este aspecto y que ese sentido esté basado en el servicio. Doble compromiso, porque no solamente debemos hablar del sentido de la vida, sino también es preciso que mostremos a nuestros alumnos y alumnas, como educadores y educadoras, que hemos encontrado nosotros el sentido de nuestra vida particular, que estamos enamorados de ese sentido y que queremos que ellos y ellas también lo encuentren y construyan un proyecto de vida que sirva para vivir, para ellos y ellas, su familia y la comunidad.

Ese niño o niña que tratamos de formar como persona debe tener también un sentido de pertenencia al conjunto de personas que lo o la acompañan en este trayecto de su vida. Es algo que ha sido sistemáticamente desnaturalizado por los neoliberales en la formación individualista. Hay una palabra que resume este sentido: pueblo, que implica una solidaridad que da cohesión.

En la educación ya no sirve solamente acumular conocimientos, porque hoy los conocimientos están a la mano de cualquiera, gracias a Internet y la televisión. Son tantos los contenidos que hay ahí, que lo que importa hoy es discernir si son útiles o no para nuestro proyecto de vida, nuestro proyecto como pueblo. Si seguimos acumulando contenidos no vamos a desarrollar esa capacidad de poder tener un juicio crítico que nos ejercite en la libertad, en la capacidad de elegir. Pero para eso necesitamos también comprender lo que leemos y lo que vivimos. Para describir el fenómeno humano donde estamos insertos tenemos que desarrollar la capacidad de comprender lo que leemos en el texto y el contexto de nuestra vida.

Tenemos que expresarnos. Tenemos que liberar la lengua. Tenemos que darnos herramientas para poder contarnos eso que vemos y comprenderlo, y además ver si lo comprendemos bien. Para eso tenemos que desarrollar las capacidades de expresión oral y escrita, y por otros medios que hoy la tecnología pone a nuestro alcance. Pero tenemos que hacerlo con las y los demás. El soliloquio no tiene fecundidad. Cuando hablamos con otros debemos acostumbrarnos a escuchar al otro. Cuesta trabajar en grupo, a todos nos cuesta, porque estamos formados en esa educación tabicada, donde nuestro cerebro parece tener paredes que van encapsulando los conocimientos y no los relaciona entre sí. Nos vuelve individualistas y soberbios, porque creemos que somos los mejores, y nos acorta la capacidad de ser realmente mejores, porque no nos permite reconocernos como seres insuficientes, imperfectos o imperfectas. Cuando empezamos a confrontar las ideas en grupo, empezamos a elegir, y entonces empezamos a ser libres. En esa libertad y en esa comunidad es cuando podemos encontrar las mejores soluciones para nuestros problemas.

Para eso necesitamos que todos nuestros niños y niñas estén en las aulas. En la edad que les corresponde, y terminando los ciclos en la edad en que les corresponde hacerlo. En un aula verdaderamente fecunda, activa, que albergue, que cobije, que proteja. Que dé afecto, que dé amor. Un aula respetuosa. Un aula que piense. Un aula creativa. Para ello debemos desarrollar las capacidades socioafectivas y espirituales, reconociendo y gestionando nuestras emociones y valores. Respetando la secuencia humana de emoción, razón y acción.

Así lograremos una educación que busque la formación de personas comprometidas en la construcción de la Comunidad Organizada, que las ayude a lograr la liberación personal, de su pueblo y de su nación, en una construcción colectiva y autónoma.

 

Alberto M. Zorrilla es ministro de Cultura y Educación de la provincia de Formosa.

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